Historia
‘Fake news’ de antaño: el mito de las brigadas internacionales para Grecia

Uno de los episodios históricos de “bulos” engordados en prensa para atacar a una potencia rival fue el que tuvo que ver con la supuesta formación de una Brigadas Internacionales de ayuda al Ejército Popular de Liberación Nacional (ELAS) en la guerra civil que asoló Grecia entre 1946 y 1950.

Foto del Ejército Popular de Liberación Nacional griego 1944
Foto del Ejército Popular de Liberación Nacional griego (ELAS) en 1944.

profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la UAM y especialista en la historia del comunismo español

9 oct 2018 06:14

Las fake news, las noticias falsas cuya intencionalidad es la de generar un determinado estado de opinión a los efectos de favorecer los intereses más o menos ocultos de un gobierno propio o ajeno han concitado un desmesurado interés en la era de la multiplicación de las redes sociales. Sin embargo, los bulos, las intoxicaciones deliberadas, las informaciones sesgadas o las noticias escandalosas existen desde hace mucho y fueron empleadas como un arma más en la era de la confrontación bipolar posterior a la Segunda Guerra Mundial que conocemos como Guerra Fría.

Uno de los más grotescos intentos de criminalización de las pujantes organizaciones comunistas de la Europa occidental en aquellos años fue el que tuvo que ver con la supuesta formación de una Brigadas Internacionales de ayuda al Ejército Popular de Liberación Nacional (ELAS) en la guerra civil que asoló Grecia entre 1946 y 1950.

Según el superprefecto del Midi francés, “grupos comunistas españoles se habrían reunido en Estrasburgo antes de ser enviados a Yugoslavia para, enseguida, unirse a las brigadas internacionales que combatían en Grecia” bajo las órdenes de Markos Vafiadis, comandante en jefe del Ejército Democrático Griego (DES). El mito de las Brigadas Internacionales estaba grabado a fuego en el onirismo terrorífico de la derecha continental.

En abril de 1946, el cónsul franquista en Bayona, Feijóo de Sotomayor, refirió un rumor oído a los grupos de “rojos españoles” que se reunían en un café de Biarritz, consistente en que, si la ONU no resolvía el problema español por las buenas, ellos entrarían en el país por la fuerza. Preguntados por “con qué medios contaban para ello respondieron que con las brigadas internacionales que venían de Yugoslavia y Rumanía”.

El 18 de julio, un telegrama del embajador en París, Aguirre de Cárcer, transmitió “con reservas” informes confidenciales sobre la estancia de Enrique Líster en Londres para contactar con comunistas ingleses y ponerse al frente de una brigada en Grecia. Una fuerza expedicionaria que se vería reforzada, “al parecer” por veteranos norteamericanos de la Brigada Lincoln, desertores y refugiados españoles reclutados en México.

Un año después, el origen de la intoxicación correspondió a la inteligencia norteamericana. A comienzos de agosto de 1947, un avezado agente creyó dar la campanada al establecer que había tres divisiones dispuestas a sumarse a las fuerzas comunistas helenas, una 1ª división en Albania con voluntarios de Francia, España, Italia y Bélgica hasta alcanzar los 25.000-30.000 hombres; y unas 2ª y 3ª divisiones en el sur de Serbia (15.000-20.000) y Bulgaria (10.000-12.000).

De las tres, la 1ª División estaba ya totalmente equipada y en espera de partir hacia Grecia. Que las cifras disponibles no corroboraran el supuesto parecía no tener importancia. Solo un par de meses antes de que echara a rodar el rumor, los servicios franceses pasaron revista a los efectivos de los movimientos, organizaciones y partidos políticos españoles.

El número de comunistas españoles refugiados en Francia se evaluó en unos 8.000. Y en lo tocante a sus fuerzas guerrilleras, se remontaban al momento álgido previo a la liberación —comienzos de 1944—, para valorar que las brigadas de guerrilleros compuestas de españoles, checos, polacos y antiguos elementos de las Brigadas Internacionales ascendían a cinco, con unas plantillas de entre 400 y 1.000 hombres por brigada. En el mejor de los casos, y sin contar con la erosión provocada por el paso del tiempo, la quinta parte de la fuerza que se decía dispuesta a remitir a los Balcanes.

La propaganda prooccidental propaló la existencia de grupos internacionales de trabajo, consistentes en 20.000 voluntarios empleados por el gobierno yugoslavo. Estos grupos recibían el nombre de “brigadas” y contaban con unos 2.000 hombres, la mayoría de ellos españoles, reclutados en el Sudoeste de Francia.

Se decía que se había trazado un plan durante una conferencia en Blato, en la isla de Korcula, cerca de Dubrovnik, en el que se contemplaba reconvertirlos en grupos de choque dispuestos a “luchar por la democracia”.

La paronimia jugó una mala pasada al informador americano. De la que hay constancia es de una reunión, en agosto de 1947, en Bled, otro pueblo por entonces yugoslavo y también con una isla, pero no situado en las costas adriáticas de Croacia sino en las estribaciones de los Alpes eslovenos. Pequeños matices. A ella, además de los anfitriones, concurrieron representantes de las otras democracias populares fronterizas con Grecia, Bulgaria y Albania, para adoptar acciones comunes destinadas a ayudar al ejército guerrillero heleno.

Se llegó al acuerdo de que los estados mayores de los tres países proporcionarían ayuda al DES en forma de armas, formación en campos de entrenamiento, asistencia sanitaria y, en el caso específico de Albania, uso de sus bases navales para abastecerse de material. En los dos años siguientes, el resto del bloque socialista suministró a la guerrilla griega combustible —Rumanía—, medicamentos, impedimenta militar y accesorios —Polonia— y ayuda económica —Hungría—.

Checoslovaquia contribuyó con explosivos y armas, en su mayoría viejo botín de guerra de origen alemán para que fuera difícil determinar su trazabilidad. No hay ni rastro de que se contemplara el envío de brigada internacional alguna, máxime cuando Stalin, temeroso de que un demasiado evidente apoyo al DES provocase una respuesta proporcional americana y una escalada del conflicto, había recomendado la mayor discreción posible. Y, sobre todo, desde que Markos Vafiadis cayera en desgracia, fuese destituido del mando del DES en agosto de 1948, de todos sus cargos orgánicos en enero de 1949 y expulsado del Partido Comunista Griego (KKE) bajo la acusación de titista en octubre de 1950.

La historia de las Brigadas era, sin embargo, demasiado buena como para dejarla marchitarse así como así. Se barajaron nombres de caracterizados militares españoles como cabezas visibles de una fuerza expedicionaria. Algunos rumores apuntaban al general José Riquelme, persona bien relacionada con el gobierno Giral, y del que se decía era notorio instrumento de los comunistas. Otros jugaban la carta segura de Juan Modesto y Enrique Líster, de quienes se coincidía en señalar la superior capacidad del primero sobre el segundo y la probable adscripción del gallego como “agente al servicio de los rusos”. Las Brigadas estarían utilizando como local de enganche la dirección del cuartel general de los antiguos guerrilleros FFI españoles.

Avanzaba el tiempo y no había evidencia concluyente de que las famosas brigadas existieran como fuerza organizada, armada y efectiva

Prueba de la desorientación en la que operaban algunos informadores de los servicios americanos era que se creía posible que el PCE mantuviera en el puerto de Split almacenes de armamento destinado a España bajo la cobertura de una “Sociedad Hispano-Yugoslava” ¡en 1949! Como si no fuese bastante inverosímil que el régimen yugoslavo siguiese tolerando la actividad de un partido que en el número 28 (junio-julio de 1948), de su revista teórica, Nuestra Bandera, había elogiado con los ditirambos de rigor la resolución condenatoria del PCY por parte del Kominform.

No tardaron en llegar, aunque con desgana, los desmentidos. No existía ningún campo de entrenamiento militar en la región de la frontera, a pesar de lo que se había divulgado. Era en las explotaciones de madera de construcción cercanas a la frontera donde los jóvenes que trabajaban en ellas recibían cursillos de capacitación en técnicas guerrilleras, pero no para marchar a Grecia, sino a España. Esta preparación se simultaneaba con el trabajo y la asistencia a reuniones semanales de célula, que se hacían bajo la cobertura del carnet comunista local.

Avanzaba el tiempo y no había evidencia concluyente de que las famosas brigadas existieran como fuerza organizada, armada y efectiva. Incluso aceptando que así fuera, la supuesta nómina de 15.000 a 20.000 miembros sería a todas luces exagerada. Desde 1945, muchos de los desmovilizados habían dejado el PCE o se habían unido a organizaciones distintas. Otros pasaron a España y un contingente de los que permanecieron en Francia se había dedicado a buscarse la vida. Por lo tanto, se podía afirmar que, a finales de 1948, los únicos españoles que quedaban encuadrados en guerrillas eran los comunistas. Sus cuadros más activos se encontraban en el departamento de Altos Pirineos, dispersos por la red de explotaciones forestales. 

Por añadidura, en este asunto se mezcló el cisma abierto en el campo comunista por el enfrentamiento entre el Kominform y la Yugoslavia de Tito. A comienzos del verano de 1950, una circular dirigida por el secretario de la Federación Mundial de la Juventud Democrática, Guy de Boisson, al comité español de Haute-Garonne del movimiento de Partidarios de la Paz denunció las “tentativas titistas de organizar este verano Brigadas en Yugoslavia”.

La acusación sectaria sirve, en este caso, para desvelar la verdadera naturaleza de aquellas temibles brigadas internacionales que tan preocupados habían tenido a los servicios occidentales. El secretariado de la FMJD alertó sobre la actividad que llevaba a cabo en el extranjero la organización titista Juventud Popular de Yugoslavia (JPY). Sus esfuerzos se dirigían “principalmente, en la proximidad del verano” a invitar a voluntarios de diversos países para integrarse en las brigadas de trabajo que querían acoger en Yugoslavia durante las vacaciones estivales.

Lo que los colaboradores de los servicios de información habían creído identificar como unidades de choque compuestas por aguerridos voluntarios estalinistas prestos a combatir en las montañas griegas no eran otra cosa que campamentos de trabajo en periodo vacacional para estudiantes no precisamente alineados con el Kominform.

El mito de las Brigadas Internacionales siguió siendo poderoso durante mucho tiempo. Aleteaba todavía en el verano de 1950, en el inicio de la guerra de Corea

Una publicación filotrostkista de 1952 detalló quiénes eran los destinatarios del programa de actividades. “¿Te acuerdas, camarada, de las salidas de 1950?” —comenzaba—. “¿Recuerdas el tren especial que llevaba a Yugoslavia a varios centenares de jóvenes franceses? Tú estabas entre ellos, entre todos los que una noche de julio entonaban en el hall de la estación de Lyon canciones de la juventud obrera: La Joven Guardia,Zimmerwald, el Canto de los partisanos…”

Las organizaciones presentes eran el Centro Laico de los Albergues Juveniles, los Scouts de Francia, las Juventudes Socialistas, el Movimiento Revolucionario de la Juventud y la Federación Anarquista, y los destinos de acogida, las casas de reposo, los campos internacionales del Adriático (Dubrovnik, bahía de Kvarner) y las montañas de Eslovenia (el monte Triglav, el lago de Bohinj); las actividades, los seminarios de estudios sobre el régimen sociopolítico yugoslavo, las giras por centros industriales, históricos y culturales, o el descenso en kayak por el río Drina.

La organización corría a cargo del Comité Central de la Juventud Popular Yugoslava (JPY) y la Unión de Estudiantes del país que, en alianza con el Comité de Jóvenes Francia—Yugoslavia ponía a disposición de los jóvenes franceses estos destinos “para tus próximas vacaciones”.
Los campos estivales de Yugoslavia habían formado parte del circuito de “turismo revolucionario” programado por la FMJD, del que formaban parte los Festivales Mundiales de la Juventud.

Eran actividades de proselitismo en las que participaban jóvenes no necesariamente comunistas, ansiosos de viajar, pero con pocos medios, y donde, de vez en cuando, se colaban las inacabables querellas del exilio. Por ejemplo, los participantes en el festival de Praga de agosto de 1947 optaron a pasar un mes de vacaciones en Polonia, Rumanía, Hungría o Yugoslavia, a precios muy reducidos. La ocasión era única.

El mito de las Brigadas Internacionales siguió siendo poderoso durante mucho tiempo. Aleteaba todavía en el verano de 1950, en el inicio de la guerra de Corea, en las informaciones transmitidas por el agregado militar de la embajada española en París. Se temía la intervención de China, pero también, según fuentes de una emisora de radio suiza, “de 12.000 jóvenes comunistas rusos que ya se habían presentado como voluntarios indicando con ello la posible participación de unidades voluntarias en aquel conflicto”. Como si la potencia evocadora del “¡No pasarán!” pudiera exorcizar la sombra de una bomba nuclear balanceándose sobre el paralelo 38.

En 1953, el contencioso griego ya era solo tema de estudio de geopolítica comparada. Un vigoroso Richard Nixon, vicepresidente de los Estados Unidos, lo sacó a relucir en una ponencia impartida a los participantes en el noveno curso de orientación de agentes de la CIA. Con el desparpajo propio del personaje, hizo balance de los errores cometidos en la pérdida de China, exponiendo que algo podría haberse aprendido de la experiencia griega:

Una y otra vez repetimos la frase de que el gobierno nacionalista chino era corrupto e inestable, que por esas razones el apoyo que le dimos no fue eficaz y que no estaba justificada ninguna ayuda adicional. Estuve en Grecia en 1947 y si había en el mundo un gobierno más corrupto o imposible de consolidar que el que tenía Grecia en 1947, me hubiera gustado verlo. Cambió dos veces en dos semanas mientras estuve allí y, sin embargo, ¿qué hicimos? El general Van Fleet realizó un magnífico trabajo entrenando a los griegos para que pudieran defenderse por sí mismos. Como resultado de nuestra acción positiva, los griegos se encontraron con la amenaza comunista y la afrontaron de manera efectiva y, en este momento, con nuestro continuo apoyo, Grecia todavía está de nuestro lado. 

En otras palabras: el bulo de las Brigadas Internacionales fue un bluff desde el principio. En Las memorias de Mosby y otros relatos (1968), el novelista Saúl Bellow introdujo a un personaje, Lustgarten, que había respondido a la llamada para acudir “como invitados para visitar el país y ver cómo están construyendo el socialismo”. Creía que iba a recibir un trato VIP, pero reapareció al final del verano demacrado, quemado por el sol y con una pérdida ostensible de peso por el agotamiento y la disentería. Bellow, como buen anticomunista de la época, se recreó en las consecuencias del autoengaño de su desdichado personaje: 

Yo no comprendí el trato. Creí que nos invitaban. Pero resultó que éramos voluntarios extranjeros para la construcción. Una brigada de trabajo. Y allá arriba en las montañas. Ni siquiera vi la costa dálmata. Apenas un refugio para la noche. Dormíamos en el suelo y comíamos mierda frita con aceite rancio […] Yo era un invitado. Vine con los gastos pagados. Ellos eran los que tenían el billete de vuelta […] Todo el día trabajando en las carreteras, con los ojos llenos de pus, además. 

Desencanto de un sedicente “turista revolucionario” que contrataba con el exultante estado de ánimo reflejado en la mayoría de las evocaciones recogidas entre los verdaderos combatientes voluntarios venidos a España, por su libertad y por la nuestra, en el otoño de 1936.

Titulo...
Extracto del libro La frontera salvaje. Un frente sombrío del combate contra Franco. Pasado&Presente, 2018.

 


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