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Hemeroteca Diagonal
La mujer que disparó a Andreotti
Desde hace algunos años, después de cada fallo de premios de fotoperiodismo como el World Press Photo, aparecen debates recurrentes acerca de temas tan manidos como el excesivo retoque de las imágenes, la idoneidad de mostrar violencia explícita, la necesidad de encontrar nuevas vías expresivas para este oficio acercándolo a las bellas artes y un numeroso repertorio de temas, que más o menos vienen a hablar de cualquier cosa salvo del contenido de las fotografías premiadas, que vendría a ser el principal motivo de la existencia de estos premios. Pero hubo un tiempo en que el contenido lo era todo, por encima de la forma, el hecho fotografiado pesaba por encima del resto. En esa época dorada de la profesión, allá por el año 1969, empezó a trabajar Letizia Battaglia como redactora, tomando fotografías, pues así era más fácil vender sus artículos, para el diario de izquierdas L’Ora. Y lo hizo por pura necesidad económica, para mantener a sus tres hijas tras separarse de su marido, en un país donde el divorcio aún era ilegal. Pocos años después le ofrecieron dirigir el departamento de fotografía del diario en Palermo, y así comenzó a recorrer las calles de su ciudad natal, las mismas a las que su posesivo padre le había prohibido salir desde los 11 años para intentar evitar que fuera molestada por los hombres.
Y de pronto, a finales de los años 70, estalló la guerra en el seno de la Mafia. Los corleonesi comenzaron a asesinar a todo ser humano que se pudiera interponer en su camino hacia el poder, tanto a policías, jueces, personajes políticos y periodistas, como a mafiosos de clanes rivales. Y Battaglia decidió documentar cada muerte como respuesta ante el miedo, llegando a fotografiar unos cuatro o cinco asesinatos diarios en los momentos más duros de los años de plomo.
Disparando a Andreotti
Durante casi 20 años, Battaglia disparó unas 600.000 imágenes, entre las cuales la policía, que indagó en este extenso archivo en busca de pruebas, encontró en dos tomas a Nino Salvo, poderoso empresario y, como salió a la luz años después de la fecha de la captura, destacado miembro de la Mafia, junto a Giulio Andreotti, lo que dejó en evidencia la conexión entre el primer ministro italiano, quien negó conocer a Salvo, y la cúpula de la Mafia, aunque Andreotti saliera absuelto judicialmente por falta de pruebas más contundentes.
Por supuesto, Battaglia recibió amenazas de muerte por su trabajo, pero lejos de ceder ante el miedo, sus deseos por luchar contra la barbarie a través de sus imágenes fue a más. Así, se convirtió en activista del movimiento antimafia y en símbolo del cambio entre la ciudadanía, que hasta entonces había permanecido adormecida bajo la ley del silencio, en un momento en que todavía se negaba oficialmente la existencia de la Cosa Nostra. Prácticamente como un paso natural, Battaglia entró en política y se convirtió en parte del Consejo de la ciudad de Palermo en 1985. Poco después, junto al democristiano Leoluca Orlando, comunistas, católicos y ecologistas fundaron la Rete, un movimiento sin programa a largo plazo pero de marcado perfil antimafioso.
Letizia Battaglia decidió documentar cada muerte como respuesta ante el miedo
De 1985 a 1991, la Rete obtuvo el control del gobierno local de Palermo, desde donde Battaglia ayudó en los 90 a la regeneración económica y social de los barrios más degradados de la ciudad, incluso trasladando su vivienda a uno de estos barrios, para compartir los problemas del vecindario, donde fue asaltada en su casa en varias ocasiones.
Tras los asesinatos de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino en 1992, la Mafia dejó la violencia en las calles, aunque no desapareció en absoluto, algo que para Battaglia sigue siendo, a día de hoy, un motivo para mostrar oposición a la Cosa Nostra porque, tal y como declaró al diario The Guardian, “significa dar ejemplo, esto significa oponerse a la mafia en todo lo que digo, compro y como. Cada persona que me encuentro, cada gesto que hago, todo se relaciona con la necesidad de liberar a mi país de la mafia”. En una ciudad como Palermo, donde la gran mayoría de las tiendas y las empresas pagan extorsiones, eso no es tan fácil como parece.