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Flamenco
Rocío Márquez: “Ahora no quiero ver una silla de enea ni en pintura”
Rocío Márquez (Huelva, 1985) pasea por el espigón de Punta Umbría, saluda a los gatos que viven entre las piedras frente al mar. Es uno de sus pocos días libres durante este verano que la tiene de un lado para otro presentando Tercer cielo junto al productor jerezano Bronquio, uno de los discos más alabados de este 2022. Frente al océano, habla de la autoexigencia y de lo necesario que es descansar, de lo rica que está la heladería del barrio donde se crio —Isla Chica, uno de los más populares de la ciudad de Huelva— y de un proyecto que tiene entre manos que verá la luz antes de que acabe el año: adoptar a un burro para que le ayude a quitar las malas hierbas de su campo. Entre tanto hablamos de flamenco, política, creación y budismo: “Soy, como dice una amiga mía, como esos cangrejos que se deshacen de su caparazón cuando ya le aprieta y hasta que le crece uno más confortable tienen que estar sin nada”.
Empezaste tu carrera de pequeña cantando en peñas flamencas. ¿Qué crees que queda de esa niña?, ¿qué le dirías ahora?
Ahora mismo queda mucho, ha habido partes del camino en el que he perdido muchas cosas, pero en este momento queda lo fundamental, que es las ganas de jugar, de divertirme, la curiosidad. El permiso del disfrute. Hubo un momento en el que quizás he tenido una actitud más exigente, de perfección mucho más centrada en el resultado final del proceso. Eso llega un momento, con mi personalidad, que tengo la mecha muy corta, enseguida entro en bloqueos, no me divierte, no me interesa, lo hago desde un punto más repetitivo, más previsible. Eso me ha hecho llegar a este estado más de juego y me hace conectar mucho con esa niña. Ahora le diría que confíe en la vida y que disfrute.
Romantizar el flamenco es un error
¿Cuáles son tus referentes, del flamenco y más allá?
Ahora mismo me está llamando muchísimo la atención lo que es más experimental, desde Moondog, Diamanda Galás o Fatima Miranda, son personas que me están inspirando. Más cercano a mi mundo del flamenco creo que hay artistas que están haciendo joyas, soy muy fan de Los Voluble, Raúl Cantizano me parece otro bicharraco que ha cambiado los códigos de la guitarra flamenca. Me inspira mucho un compañero, José de la Mena, un baterista increíble que de repente ha hecho un giro total de su vida y ahora es monje budista. Me emociona mucho sentir que cada día tenemos el poder de elegir y que esas elecciones tienen una consecuencia que, al final, va haciendo que nuestra vida vaya en una dirección o vaya en otra. No sentir que ya está todo decidido, hay posibilidades que ni siquiera podemos imaginar. A mí eso me da mucha libertad y me da impulso, ganas de hacer.
¿Qué crees que refleja Tercer cielo y qué crees que aporta?
Tercer cielo tiene mucho que ver con el permiso, así lo definimos Santi y yo, junto con la poeta Carmen Camacho. Es abrazar la zona desconocida. Si el primer cielo es cuando cuando descubres tu don, te pones en contacto con él y empieza a disfrutar. En mi caso, cuando empecé a cantar, y en el caso de Santi, cuando empezó con distintos instrumentos y también con la electrónica. El segundo cielo es cuando empiezas a compartirlo, con todo lo que implica, también con las expectativas que de ahí derivan un montón de cosas. Y el tercer cielo es cuando has experimentado que es poner el foco hacia fuera y entonces lo empiezas a poner para dentro y empiezas a conectar con este permiso, con este disfrute, con este juego. Sin esperar tampoco que eso poniendo menos atención en lo que vaya a provocar cara a la galería, sino simplemente desde la necesidad que tienes de hacerlo y de compartirlo en esa búsqueda.
Santi y yo nos reuníamos y hacíamos residencia de semanas. Hay muchos más temas de los que hemos sacado, creó más de 40. Era como una fluidez. Él me ponía vídeos de artistas, por ejemplo Esplendor Geométrico, no tenía ni idea de que existían y me los enseñó él. Igual a él le ha pasado con artistas flamencos como Ángel Flor. Nuestras residencias eran eso, horas y horas mirando vídeos de YouTube, poniéndonos las pilas el uno al otro y encontrando conexiones. Siempre las encontrábamos en la fuerza de lo popular. Tú decías “ostras de una rave a la que se lía en los montes de Málaga en la fiesta o en los Aguinaldos en Murcia”. ¿Qué diferencia hay? Está muy cercano realmente a la energía, el baile, el cuerpo, lo reivindicativo.
¿Qué estás aprendiendo de poner en el escenario Tercer Cielo?
Muchísimo, yo tenía un punto muy controlador que se me ha ido a por tabaco. En el momento que he dado con un entorno que me lo facilita me he dado cuenta de que hay que conectar con otras formas. Me reía con mi hermana porque me pregunta “¿y ahora cómo vas a llevar los otros repertorios?”. Ahora no quiero ver una silla de enea ni en pintura. Llevo tantos años en ese marco que, de repente, me he permitido quitármelo y probarme fuera de ahí también con el vértigo que eso produce. Tengo una sensación de enamoramiento compartida, es como un renacer.
De pequeña te ponías el pelo moreno y te pintabas un lunar para cantar. ¿Cuándo y cómo te diste cuenta de que se podía cantar más allá del estereotipo?
Pues yo normalmente para aprender necesito meterme tortas. Entonces me salieron nódulos en la garganta. Soy muy fan de buscar distintos colores y de no asociarlo con una única manera de cantar. Pero cuando todavía no tienes herramientas de música y lo haces más desde impostar que desde el autoconocimiento, pues no acaba bien la peli. Ahí sentí tanta pena de repente, de tener una limitación tan clara con la voz que fue el aprendizaje en un poco decir bueno, yo tengo que aceptar lo que soy, así me suena la voz, así tengo el pelo, así tengo la cara y eso es lo que hoy estamos viviendo. Esa parte única que todos tenemos y que yo creo que lo que mejor podemos aportar cuando nos dejamos de complejos.
¿Crees que el flamenco se está elitizando?
Creo que el flamenco está cambiando sus contextos. Por ejemplo, Marchena se iba dos o tres días antes al pueblo donde fuera a cantar y precisamente se iba al casino a cantar y luego les decía que pasasen a su concierto, era lo que tenía para promocionarse. Antes había tabernas ahora hay otros espacios. Romantizar el flamenco es un error. Yo creo que tenemos que estar muy atentos y ver cuáles son las nuevas formas que están surgiendo.
Yo tenía un punto muy controlador que se me ha ido a por tabaco
¿Cómo puede ser el flamenco una herramienta de cambio social?
El flamenco, como cualquier arte, tiene la capacidad de dar visibilidad. Una de las experiencias más potentes que he vivido ha sido cantar en las minas y hacer que se visibilice esa problemática. Pero es una posibilidad que tampoco todos los artistas tienen que sentir que es su vía. Para mí es mucho más válido que cada uno dé lo que tenga, esa diversidad es lo que nos enriquece. Durante un tiempo sí era más de decir tenemos que usar esto como herramienta, ahora pienso que lo use quien sienta que tenga algo que decir.