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«Cosas que no se saben es, por ejemplo, que el flamenco nace en Madrid. No sólo nace en Madrid, sino que el 95% de artistas […] salen de Madrid» decía hace unos días la diputada regional del PP Almudena Negro para gran escándalo de la comunidad cibernética. En una cosa hay que darle la razón: no lo sabíamos, Almudena, es cierto que no teníamos ni idea.
Resulta difícil meterse en la cabeza de la señora Negro (¡seguramente también arriesgado!) para tratar de averiguar qué le ha movido a soltar tal disparate, pero no es descabellado pensar que se trata de una pasada de frenada en medio del circuito de velocidad centralista en el que corre todos los días la derecha. La señora Negro estaba ahí, cogiendo las curvas como Magallanes cogió el que ahora es su estrecho, acelerando en las rectas con pasión rojigualda, adelantando a otros historiadores patriotas hasta que pum: llega el asunto del cante y se nos sale de la pista.
Flamenco
Pedro Lópeh: “Es esta una época de mucho sufrimiento, de odio y al final el flamenco habla de eso”
Sea como fuere, el caso es que llueve sobre muy mojado, puesto que el flamenco ha suscitado siempre miradas deseosas de convertirlo en estandarte, símbolo, bandera. El año que viene, por ejemplo, se cumple el centenario del Concurso de Cante Jondo de Granada promovido por Falla y Lorca. Más allá de su escasa repercusión artística, el evento sirvió para que la burguesía intelectual debatiera por primera vez sobre la conveniencia de tomar el flamenco como elemento auténtico de la nación, la patria y la raza (¡española!, no se vayan a creer otra cosa). El último hito en este sentido depredador, anterior a la teoría de Almudena Negro y de mayor calado político, lo constituía el hecho de que uno de los 37 puntos que acordaron PP y VOX para sustentar su pacto por la Junta de Andalucía fuera, precisamente, «apoyar y promover las expresiones culturales y populares andaluzas como el flamenco o la Semana Santa». Dicho apartado del acuerdo pasó tristemente desapercibido (apoyar la cultura y las manifestaciones populares no es malo per se, dirían algunos), pero lo cierto es que tenía un tufillo pestilente a nacional-flamenquismo, ese artefacto que la dictadura promovió, junto a otros, como medio para uniformizar culturalmente a los pueblos del Estado.
El nacional-flamenquismo hizo un daño terrible al cante y aún hoy se dejan notar sus efectos en forma de prejuicios generalizados y atribuciones del todo injustas
El nacional-flamenquismo hizo un daño terrible al cante y aún hoy se dejan notar sus efectos en forma de prejuicios generalizados y atribuciones del todo injustas, porque pocos ejemplos hubo en este país de personas con relevancia social que se jugaran el cuello y los cuartos como aquellos flamencos que cantaron y hasta se posicionaron en público contra la dictadura. Mairena, Menese, Morente, El Lebrijano, El Cabrero, José Mercé, Manuel Soto Sordera o Gerena con su voz y Moreno Galván o el recientemente fallecido Caballero Bonald con sus letras no sólo le dieron la batalla al nacional-flamenquismo, sino que consiguieron rescatar la idea del cante para el pueblo, arrebatársela a la derecha y colectivizar su uso y disfrute, también su instrumentalización política, todo sea dicho.
Aquella contienda trágica por el flamenco, que tanto sufrimiento costó y en la que tanto talento hubo que invertir, se da hoy en forma de farsa, a tenor de las reacciones que hemos podido documentar al delirio de la diputada Negro. Porque en pocos comentarios se reconoce el flamenco como un fenómeno de reminiscencias universales (en el sentido literal del término) que surge en su especificidad bajoandaluza por una serie compleja de circunstancias históricas, sociales, culturales y aun político-económicas, sino que cada uno ha tratado de arrimar el ascua un poquito más a su sardina. El nuevo nacionalismo andaluz ha despachado otra ración de odio contra Madrid, ese concepto al parecer homogéneo que ha venido a sustituir como enemigo externo a Castilla o La Meseta, conceptos ya quemados por los independentismos intrapeninsulares porque los pueblos vaciados de Soria, Zamora o Guadalajara imagino que tienen poco fuste como agentes opresores. En esa línea patriótica, no es extraño encontrar discursos lisérgicos que unen la cultura tartésica o las bailarinas de Gades que tanto gustaban a los romanos con el flamenco, por no hablar de una amplificación exagerada de la influencia musulmana, el hecho diferencial y específico que todo nacionalismo necesita y en el que se viene fundando el andalucismo desde antaño. El otro pueblo herido por la última ocurrencia de la derecha ha sido el gitano, a quien no se reconoció ningún papel fundamental en el nacimiento del flamenco hasta la llegada de Antonio Mairena y sus teorías en los años 50 (que siempre tuvieron una finalidad artística, por cierto, quizás también un origen o motivación). Aquellos excesos gitanistas del mairenismo, lógicos y comprensibles en el contexto de lucha contra el nacional-flamenquismo y en pro del reconocimiento calé, sin embargo, se ven renovados hoy de forma acrítica y desorbitada para estupor de muchos, por más que intuyamos el papel central del cante en la cultura gitana.
Música
Del tablao al flamenco show: la gentrificación de lo jondo
La precarización del empleo a través de la discontinuidad, la estacionalidad o las competencias cada vez más exigentes es un factor que afecta tanto al cantaor que canta por alegrías en el escenario como al camarero que sirve sangrías en la barra del mismo local.
En medio de este debate de tintes plurinacionales, raciales y sentimentales, la apelación a una suerte de verdad musicológica se convierte en un ejercicio peliagudo que a menudo es tildado con ligereza de quintacolumnismo, cuando no de simple ignorancia. Pero a pesar del riesgo, y aunque el asunto desborda el objeto y el espacio de un artículo en prensa, permítanme soltar dos guantes para la reflexión. En primer lugar, que el flamenco no es tanto el qué, sino el cómo: es decir, que el cante no es sólo una música concreta (unas notas, unas melodías, unos compases) cuyo pueblo compositor podamos localizar, sino, sobre todo, una forma de interpretar, unos modos expresivos, además, no lo olvidemos, de un sinfín de elementos no musicales como la literatura de las coplas que lo sostienen o la filosofía o filosofías que subyacen en él. En segundo lugar, es indiscutible que el flamenco surge bien entrado el moderno siglo XIX y acaba de cristalizar en el demasiado reciente siglo XX, asunto que deberían explicarnos todos aquellos que detectan en el género ecos legendarios, posos de rituales herméticos y aromas a patria antediluviana. Aunque no tiene mucho glamour étnico o romántico ni una clara utilidad política para unos ni para otros, lo cierto es que las primeras noticias del protoflamenco surgen alrededor del hecho colonial español ya decadente en los puertos de Cádiz y Sevilla, lo cual no debería extrañarnos si tenemos en cuenta la gran cantidad de chispas artísticas asombrosas del mundo entero, desde el tango hasta el fado, que han surgido en y alrededor de los puertos, terminales de intercambio y conexión cultural sólo equiparables a nuestro actual internet.
Del equilibrio entre disputar una necesaria batalla cultural y no dejarse llevar por papanatismos varios depende la supervivencia libre y digna de un flamenco que boquea desde hace décadas, asaeteado por la cultura de consumo y entretenimiento
Desde ahí hasta la actualidad, el flamenco se ha ido ensanchando con una miríada de aportes. En muchos casos, fruto de la genialidad artística de individuos concretos, algunos con nombres y apellidos. En otros, como resultado del fermento colectivo, bien con un componente racial (el pueblo gitano, su idiosincrasia, sus circunstancias), bien con un componente material (en torno a las penurias de la mina y del campo) o incluso geográfico. Menos conocido pero igualmente capital ha resultado el efecto modelador del público, en tanto que cantar, tocar o bailar era (y es) eso tan prosaico que llaman trabajo; un trabajo, además, sujeto al escrutinio de un público apasionado, a dimes y diretes continuos. Todos esos elementos, dispuestos sobre una geografía con una historia particular, por supuesto, contribuyen a generar una bruma indescifrable pero fascinante sobre el nacimiento, el crecimiento y la reproducción del cante.
Del equilibrio entre disputar una necesaria batalla cultural y no dejarse llevar por papanatismos varios depende la supervivencia libre y digna de un flamenco que boquea desde hace décadas, asaeteado por la cultura de consumo y entretenimiento, falto del sustrato social y espiritual que lo amamantó, instrumentalizado por las diferentes identidades nacionales o colectivas. Visto lo visto, los presagios son malos, pero también es cierto que no hay nada más flamenco que dar por muerto al cante, si consideramos que ya desde la cuna, en el primer libro sobre flamenco (obra del padre de los Machado, en 1889), se hablaba de su pronta desaparición… ¡Y miren por dónde andamos!
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Interesante artículo, muy bien escrito y que invita a la reflexión. Después de leer las chorradas que la gente sorda escribe cabe puntualizar alguna cuestión. Ni José Mercé, ni Sordera, ni Mairena (quién fue republicano, efectivamente) cantaron contra la dictadura. He estudiado profundamente el asunto durante más de 20 años y me chirrían esos tres nombres al lado de los demás, en un artículo redondo.
Y, por otro lado, la reivindicación del gitanismo en el flamenco es muy anterior a Mairena y, bajo mi punto de vista, no tuvo nada que ver con un planteamiento anti dictadura, más bien, tuvo una gran aceptación entre los franquistas. Sin ir más lejos, el concepto gitanista del cante es el que más gusta a los neo fascistas hoy en día. Miren si no las programaciones de flamenco en las que el modelo racial se impone (en este caso, contra los no gitanos), programadas por gente muy próxima a la derecha y la extrema derecha, como es el caso del descendiente de Queipo de Llanos en Málaga.
Por lo demás, chapó.
De entrada el flamenco es de toda España no solo de Madrid ni de Sevilla y para mí gusto personal recordaré 3 genios y maestros al cante Camarón al baile Carmen Amaya y a la guitarra Paco de Lucía
Bueno, bueno... ¡hasta qué punto puede llegar el "nacionalismo de Madrid"!...Las afirmaciones de Almudena Negro, diputada del PP de Madrid, sobre "los orígenes madrileños del flamenco"... me suenan a otros "nacionalismos" que pretenden inventarse una identidad; como sería, entre otros, el de Cataluña, con eso de que: Miguel de Cervantes, Cristóbal Colón, Sta. Teresa de Jesús... eran catalanes. Unos y otros, tal para cual; pero lo peligroso es que todo ello al final salga publicado en los "libros de texto", financiados con fondos públicos, sin base científica alguna; inculcando a nuestros chavales, y que muchos adultos llegan a creérselo...
Diego M. Muñoz Hidalgo
Las chorradas de los convergentes me la sudan porque ni me afectan: no soy ni catalán, ni levantino, ni mallorquín ni castellano.
Las mamonadas de madrispaña sí me afectan porque se me intentan imponer un día sí y otro también, así que "lo mismo unos que otros" pues no. El nacionalismo castellano concentrado en la macrocefálica maduird es un atraso y un peligro para todos, así que menos repartir culpas y más mirarse al espejo.
Cantaores en el XX han sido tres: Fernando, Antonio y Manuel. Es decir, Terremoto, Chocolate y Agujetas. Su línea viene de El Planeta y de Juan Mojama. Gitanos.
Querido amigo. Sus afirmaciones tan rotundas y grandilocuentes tienen dos pequeños fallos. El primer libro sobre el tema flamenco lo escribió Serafín Estébanez Calderón 40 años antes( más o menos) y el flamenco nace un poco antes( casi un siglo antes) con el tío Luis de la Juliana. Y por supuesto no en Madrid sino en Jerez de la frontera