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Flamenco
Camarón eterno también en los libros
El 5 de diciembre de 2020 José Monje Cruz, Camarón de la Isla, habría cumplido 70 años. Varios libros han tratado la vida del cantaor de San Fernando, referente fundamental del flamenco, que atravesó sensibilidades que mantienen viva su leyenda 28 años después de su muerte.
“En mi casa todos han cantado y bailado, aunque no fueran artistas. Mi padre, mi madre, mis hermanos… Cuando llegaba una compañía de flamencos a mi pueblo paraban en casa. Yo me despertaba y a lo mejor estaban allí cantando, y yo lo escuchaba y me iba quedando con cosas”. Camarón nació el 5 de diciembre de 1950 en La Isla de San Fernando, Cádiz, y desde el parto mamó flamenco. Su madre se desgañitó al cante mientras salía del vientre. Ella sería su gran referente. Hijo de Juan Luis Monge, de profesión herrero, fallecido en 1966, y de Juana Cruz Castro, de familia canastera, que tras la muerte de su marido tiró de sus ocho hijos para que nunca faltara nada. En su hogar la música agitaba el día.
Camarón fue leyenda por su voz y su manera de afrontar la vida. Despuntó desde pequeño cuando rompía el silencio en la Venta de Vargas, ninguneando caprichos de señoritos; viajó a Madrid para conquistar la noche de una ciudad que convivía con la oscuridad de la dictadura y que estaba en plena ebullición; cantó penas y alegrías con ojos brillantes, sin atender a flashes. Camarón fue un artista especial, introvertido de puertas afuera, divertido con los suyos, elegante y respetuoso, interesado en otros ritmos. Una forma de ser y estar.
Camarón creció querido por su gente, con un instinto natural para la escucha y el aprendizaje, heredero de una cultura, gitana y andaluza, donde la grandeza no tiene relación con la carteraVarios libros han reseñado su figura desde que murió en un hospital de Badalona el 2 de julio de 1992, con solo 42 años. Camarón creció querido por su gente, con un instinto natural para la escucha y el aprendizaje, heredero de una cultura, gitana y andaluza, donde la grandeza no tiene relación con la cartera. Ese vínculo con sus raíces no lo abandonó nunca. Ni cuando desaparecía por lo que un flamenco que trató llamaba “sus perdederas”, ni cuando arrasó subido a un escenario en un “Soy Gitano” descomunal, en el Festival Internacional de Jazz de Montreux, en un concierto para la historia en el que Tomatito y Camarón reivindican, por tangos, el orgullo de todo un pueblo con miradas cómplices.
“Camarón trasciende lo musical: para los gitanos es un héroe, alguien que sale de abajo y es endiosado por el pueblo, por el poder hegemónico, sin perder nunca sus raíces”, dice Pastora Filigrana
Para la abogada y activista Pastora Filigrana, gitana mestiza nacida en barrio de El Turruñuelo de Triana, “Camarón trasciende lo musical: para los gitanos es un héroe, alguien que sale de abajo y es endiosado por el pueblo, por el poder hegemónico, sin perder nunca sus raíces”. Esa sensación de pertenencia atravesó al pueblo gitano con independencia de su lugar de residencia, “desde el sur de Francia a cualquier lugar donde vivían gitanos. Siempre fue uno más, que en el mayor momento de su fama se casó con una gitana humilde. Nunca quiso comprar el pack que le proponían, no asume la forma hegemónica de vivir la fama y el poder del dinero”.
Filigrana cuenta que sintió algo similar en Argentina con el respeto que la población de las villas profesaba por Maradona. Enrique Morente, otro referente totémico del flamenco, declaró al conocer la muerte de Camarón: “Nació con ese don y esa personalidad y, quizá por eso, no alardeaba ni envidió a nadie”, y añadía a modo de epitafio, “su sello quedará para la eternidad”.
Música
El comienzo de la leyenda de Camarón
En “La leyenda del tiempo”, canción que daría pie al mito, Camarón se aventuró a usar teclados, sitar, flauta, batería, bajos y guitarras eléctricas, cantes tradicionales, versos de poetas cultos y rumbas sabrosas, además de la guitarra flamenca y las palmas.
Un libro destaca por el análisis del “sello” que imprimió el de San Fernando: Camarón. Vida y obra (SGAE, 2003), de José Manuel Gamboa y Faustino Núñez, con fotografías de José Lamarca. Un repaso exhaustivo a su trayectoria musical. El volumen está acompañado de una guía de audición y fotografías sobresalientes, con lo que su valor es múltiple. Un trabajo certero para investigar con rigor influencias y méritos musicales, que fueron muchos. Camarón puso al flamenco por primera vez a las puertas de los grandes escenarios de todo el mundo. Su muerte limitó ese despegue cuando de sus virtudes disfrutaban artistas como Frank Zappa o Mick Jagger.
Hay un índice habitual en los libros sobre Camarón: La Venta Vargas; Curro Romero y los toros; Málaga y la Feria de Sevilla; Madrid y Torres Bermejas; las relaciones con Caracol y Mairena; la explosión de la pareja de reyes que formó con Paco de Lucía; el influjo de Las Grecas; la revolución tectónica que supuso La leyenda del tiempo, conectada con el rock andaluz y sonidos de liberación de todo el mundo; la alianza con Tomatito; los conciertos en París, Nueva York o Montreux; el amor por La Chispa y su familia; la salud en deterioro galopante; los últimos suspiros con la grabación del disco Potro de rabia y miel; el viaje a Estados Unidos para salvar una cornada insalvable; y el entierro multitudinario como faraón gitano, en medio del verano olímpico, con el llanto colectivo de un pueblo que lo beatificó ya en vida.
El periodista Francisco Peregil publicó Camarón de la Isla. El dolor de un príncipe, editado en 1995 y reeditado por Libros del K.O en 2014, con voluntad de poner en valor los pliegues del artista, el sentido de sus manos en las palmas, “el misterio de su voz”. Un relato que acerca de manera honesta la potencia del artista: “Mucha gente descubrió a Lorca a través de Camarón”. Un maridaje de flamenco y libertad que amaron por igual.
En esa misma lógica de relato periodístico, admiración artística y crónica social, otra biografía anterior, Camarón. Vida y muerte del cante de Enrique Montiel, publicado por la Diputación de Cádiz en 1993, recorre cada alto en el camino, buscando las incógnitas de un Camarón que “aparecía y desaparecía, se encerraba y huía”. Montiel, nacido en San Fernando, presume en el relato de la doble figura de admirador y cronista. Desde el mismo lugar, admirador cronista, también en formato biografía, Andrés Rodríguez Sánchez firmó Camarón. Se rompió el quejío, Nuer Ediciones 1998, con prólogo de Diego Manrique. Una edición que focaliza desde el inicio su “leyenda negra” y no termina de salir de ese pozo amargo con valoraciones discutibles.
Con algo más de perspectiva temporal, Camarón biografía de un mito (RBA, 2002), de Luis Fernández Zaurín y José Candado Calleja, está marcado por la relación de estrecha amistad entre Candado y Camarón, especialmente en sus últimos años. Recoge declaraciones de quienes trataron al cantaor que contradicen la imagen difundida por los medios como persona introvertida y lejana: “Amante de los niños, extraordinariamente sensible con los débiles o las personas necesitadas, capaz de un entusiasmo desbordante”. Un libro que cojea por lo mismo que tiene como virtud, la cercanía, pero con un valor enorme porque muestra costuras del entorno y remarca su condición de verso libre. “La pureza no se puede perder cuando uno la lleva dentro de verdad. Lo único es que veo que la gente no comprende cómo canto. Mi manera de sentir todavía la gente no la ha entendido. Entonces yo no les echo cuenta. Yo voy a mi aire”, dijo Camarón.
Desde la perspectiva de hombre de familia apegado a la tierra, el libro La chispa de Camarón. La verdadera historia del mito contada por su viuda (Espasa Calpe, 2008), escrito por el periodista de San Fernando Alfonso Rodríguez, junto con Dolores Montoya, La Chispa, es la única biografía considerada “oficial”. Un libro reivindicativo desde dentro.
Muy diferente a todos los anteriores es Sobre Camarón. La leyenda del cantaor solitario (Alba Editorial, 2004) del novelista Carlos Lencero. Un trabajo mayúsculo, que diferencia a José y Camarón con conocimiento de causa y donde el autor —que le trató bien, le escribió letras y ganó su confianza— escribe una biografía con temperatura y ritmo propio, alejada de tópicos y zarandajas, con aportes de autor: “José jamás cantó letra alguna que no tuviese eco en su interior”. Para Carlos Fernández, Curro del Realejo, conductor del programa Extampas Flamencas en Radio Almaina de Granada y camaronero, la obra de Lencero “es un libro más poético, más íntimo, más tirando al sur” y su calidad “no aguanta comparación”. Lencero falleció dos años después de su publicación. Referente cultural de una Sevilla salvaje, suya es la frase “todo lo que me gusta es inmoral, es ilegal o engorda” que popularizó Pata Negra.
José Monje ilustrado
Beñat Arginzoniz firma con marcada personalidad Camarón de la Isla. El mundo es devorado lentamente (Editorial Sierpe, 2017), con ilustraciones de Detritus y Maider Goikoetxea. Un texto que mezcla ficción, poesía, dibujo y declaraciones del cantaor gaditano, para construir un relato cercano al punk, con ilustraciones que transmiten energía. Goikoetxea juega en una viñeta con las imágenes de Cristo, Che y Camarón, tres perfiles que se han mezclado con frecuencia.
En 2020 dos títulos en formato biografía ilustrada se han sumado al carro. En Camarón. La leyenda del genio, de Sete González, publicado por Vidas Ilustradas, priman la oscuridad, líneas marcadas, devoción, sentimiento y trazos duros. Por su parte, en Camarón. La alegría y la pena, de Irene Mala y Salva F. Romero, editado por Reservoir Books, el paisaje está inundado de luz y sencillez. Irene Mala utiliza tonos cálidos que contagian ambientes abiertos, con una personal caracterización de Camarón que se aleja del retrato para mostrar en primer término la fisonomía particular de los trabajos de la ilustradora. Un estilo más amable y una mirada más limpia, aunque a veces, tanto ilustración como guión resultan caricaturescos.
“En esta vía maldita”
En reseñas de conciertos es donde se pueden leer algunos de los mejores relatos sobre el efecto que causó Camarón entre público y aficionados. En el diario El País el 19 de mayo de 1985, Ángel Álvarez Caballero en su crónica de las fiestas de San Isidro en las que actuaba, entre otros, con Morente, Lole y Manuel y Pepe Habichuela, titulaba “Camarón los vuelve locos” y cerraba apuntando alto: “Camarón tiene un instinto especial para conjurar los duendes en su cante. ¿El genio? Sí, seguramente”. En otro artículo, tres años después, sobre un concierto con Ketama y Pata Negra señalaba con visión sociológica: “Al público propiamente camaronero en esta ocasión se unió otro público juvenil y rockero, con mucha cazadora de cuero y pelos largos o pintados, que también conecta de maravilla con el cante de Camarón, el concierto fue durante gran parte de su tiempo un puro clamor, una pasión delirante, un mar de entusiasmos incontrolados”. Carlos Fernández, que en los años 80 vivía en Madrid, apunta: “Cuando conocimos a Camarón cambió todo. Fue un elemento catalizador de mucha gente que no teníamos ni idea de flamenco y él nos abrió los ojos”.
La imagen que la mayoría de los libros han mantenido es la de un José Monje en donde penas, drogas y espantás son la mitad de la balanza a la hora de hablar del cantaor
De toda aquella amalgama de sensaciones, de esa revolución flamenca, que contó con otras voces y otros discursos fundamentales, la imagen que la mayoría de los libros han mantenido es la de un José Monje en donde penas, drogas y espantás son la mitad de la balanza a la hora de hablar del cantaor. Un relato que, para Pastora Filigrana, está dentro de la mirada que se proyecta sobre el pueblo gitano: “Es muy difícil cuando un gitano sale fuera del estereotipo que sea reconocido. Para la mayoría de la sociedad, Camarón es un gitano marginal que ha cantado”. Filigrana opina que, muchas veces, se trata de “un sesgo inconsciente que se produce en una sociedad racista” y añade en referencia a las alusiones que mezclan juicios de valor y condescendencia: “No pueden disociar esa imagen de artista maldito por su raza, no pueden deconstruirlo, es una imposibilidad de verlo”.
El consumo de drogas fue parte de la vida de Camarón. La heroína se tragó casi a una generación entera, en una sociedad estructuralmente reacia a aperturas. Flotaban en el aire deseos de libertad y evasión, dos caminos a menudo contrapuestos. Camarón habitaba una sensibilidad en la que la muerte proyectaba tinieblas. En 1986 falleció su gran referente: “De mi madre Juana lo aprendí todo”. Sobrevivió al vicio duro pero se lo llevó el cáncer. Las penas fueron parte de su vida, pero no marcan su trascendencia. Parece que para hablar de un artista hay que exponer sus entrañas en público, en una suerte de realidad novelada que relega la esencia, sea Camarón, Janis Joplin o Billie Holiday. Carlos Lencero, en su libro Sobre Camarón, se refiere a las adicciones como “un problema personal” y advierte que para él, en relación al libro y la trascendencia del músico, ese tema no le interesa nada.
Camarón no se estudia en colegios o institutos, tras su muerte su reconocimiento institucional es prácticamente nulo, pero aumenta la admiración que generó. Un músico que estuvo a la altura de las grandes referencias mundiales de todos los tiempos y al que todavía hoy se recuerda y venera. Sus trabajos se han reeditado recientemente y están de nuevo en los estantes de muchas tiendas de discos. Es en su música, y en unos pocos libros, donde uno puede encontrarse con un cante único y una mirada especial, que sigue abrazando sueño y tiempo como reivindicación inmortal.
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