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Feminismos
De la prohibición a debatir sobre trabajo sexual, a la condena de las disidencias sexuales
Feminista y activista pro Derechos Humanos
Profesor Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
Asistimos en nuestro país a un agrio debate feminista sobre sexo, género y sexualidad como placer y/o peligro para las mujeres, centrado en el trabajo sexual, pero no solo, también en torno a la transexualidad, la pornografía y los derechos de reproducción y el aborto, en el ámbito político y en el seno de un gobierno de coalición autodenominado el gobierno más progresista y feminista de nuestra historia, cuyas discrepancias al respecto han llevado al bloqueo parlamentario de los sucesivos proyectos de ley del Ministerio de Igualdad, desde la llamada Ley Trans hasta la conocida como Ley Abolicionista socialista, cuyo pase a trámite en el Congreso ha requerido los votos conservadores del Partido Popular (PP), rompiéndose el bloque de quienes daban soporte a ese gobierno progresista y feminista de coalición.
Un debate encabezado por célebres políticas feministas, liderado, ilustrado e iluminado también por un sector de la academia que, en nombre de un único y verdadero pensamiento feminista, se han atribuido la facultad de establecer de qué se puede o no se puede hablar, qué cuerpos y qué derechos son o no realmente feministas, prohibiendo, ninguneando o condenando como peligroso antifeminismo al servicio de las mafias del sexo, a quienes no compartiendo sus postulados, se atreven a no cerrar debates, exigir el derecho a ser escuchadas y a hacer otras propuestas que no sean sólo las de ir engordando el Código Penal con cada nuevo proyecto de ley.
Los términos de dicho debate han venido mediatizados por ese feminismo en el poder político y parte de la academia, trasladándose a la opinión pública una versión unilateral, simplificada y polarizada del mismo, que enfrentaría a abolicionistas y no abolicionistas, dividiendo al conjunto del movimiento feminista organizado y su base social, generando una crisis feminista sin precedentes, lo que auguraba una más que pesimista, controvertida y desmovilizada respuesta feminista este último 8 de Marzo en nuestro país. Y sin embargo no fue así. Pese a estar emergiendo de una larga pandemia, la respuesta feminista volvió a llenar las calles de todo el país de forma masiva, luciendo toda su diversidad y pluralidad reivindicativa, llamando poderosamente la atención la presencia de las nuevas generaciones, cada vez más jóvenes. Las movilizaciones en cada sitio y sus convocatorias, con sus carteles, pancartas y eslóganes, no eran ajenas a ese debate, pero no desde luego con la misma intensidad, polarización y representación social que la que ha trascendido mediáticamente desde el ámbito político y académico, como se explica en el artículo “8M: Feminismo diverso, plural y mayoritariamente inclusivo” (Almirón et al. 2022) del Área de Feminismos Pro-derechos de la APDHA.
Esa aparente falta de concordancia pensamos que hace necesario ir de forma más precisa y rigurosa a los términos y datos de dicho debate, para averiguar lo que subyace en las distintas posiciones feministas al respecto, bastante más plurales y menos dicotómicas, por cierto, que las que se han difundido. Un debate aparentemente novedoso que sin embargo no lo es, como se señala en “Feminismos y sexualidad: Placer y peligro, versus libertad y censura. De los debates feministas (inacabados) de fin de siglo, a los de hoy” (Almirón, 2020), que requeriría, por tanto, precisar también qué hay de nuevo y cuáles son las novedades, quiénes las expresan, dónde y en qué contexto.
Ejes del debate: concepción identitaria, la dualidad placer y peligro de la sexualidad, negación de la pluralidad feminista y punitivismo recurrente.
Partimos de la consideración de que el debate actual reproduce y da continuidad a los debates feministas de finales del siglo pasado, que marcarían la diferencia entre los feminismos de la denominada tercera oleada y los de una cuarta, sustentada sobre una concepción identitaria más fluida, no definida a partir de un tipo de cuerpos marcados por determinados rasgos, ni sobre pautas dicotómicas. A lo largo de la historia del feminismo, la dualidad a la hora de concebir la sexualidad como “placer” o “peligro” ha sido y obviamente sigue siendo, una constante. En los años 80 del siglo XX el Feminismo Cultural en EE. UU., así como las corrientes del Feminismo de la Diferencia en Europa, hicieron de ello su bandera, sacándolo al ámbito de lo público, posicionándose contra el trabajo sexual femenino y la pornografía, definidos como instrumentos de opresión patriarcal, en un contexto de avance de las políticas neoliberales y el pensamiento conservador encabezadas por Reagan y Thatcher. Unas posiciones enfrentadas a las corrientes de pensamiento feminista en esos momentos en auge, reivindicando las sexualidades como construcciones sociales y como parte de la política.
Si analizamos las declaraciones actuales de quienes vienen defendiendo que el feminismo solo puede ser abolicionista y las de otra parte de la academia y grupos feministas en respuesta a esa tajante y excluyente afirmación, con su correspondiente prohibicionismo en nombre del verdadero feminismo, observaremos como se reproducen los argumentos de unas y otras posiciones antes señaladas, constatándose la pluralidad de feminismos actuales e históricamente existentes. Ejemplo paradigmático de ello lo encontramos el 11 de setiembre de 2019, cuando la Universidade da Coruña (UDC) suspende una jornada sobre trabajo sexual indicando que el “fuerte rechazo, el acoso y la crueldad recibidos hacían imposible garantizar la seguridad del debate”, refiriéndose a la polémica suscitada por activistas abolicionistas que bajo el hashtag #UniversidadSinProstitución (Cobo,2019) denunciaban la iniciativa afirmando que formaba parte de la estrategia del “lobby proxeneta”. Frente a la decisión de la UDC, María Martínez, trabajadora sexual, psicóloga y estudiante del Master en Políticas Sociales e Intervención Sociocomunitaria de la UDC, organizadora de la jornada aclaró que, pese a todo, la jornada se celebraría en otro local. Sabrina Sánchez, del Sindicato OTRAS y Aprosex (Asociación de Profesionales del Sexo) añadieron “Es inconcebible que en una sociedad democrática se censure de manera tan arbitraria un debate vivo en la sociedad y el feminismo”Y, como aparece también en el artículo reseñado, otro grupo de personas de la UDC (profesoras, catedráticas e investigadoras), firmaron un manifiesto “Por el derecho a debatir en la Universidad, en todas partes”, asegurando que la suspensión suponía un riesgo para la libertad de expresión.
En esta nueva versión del dilema “placer y peligro” al abordar las sexualidades y sus disidencias, pensamos que el feminismo supuestamente hegemónico, ha ido envejeciendo encriptado en una concepción identitaria esencialista del sujeto feminista “las mujeres”
La reacción de una buena parte de la academia hace que, un mes después, docentes de 22 universidades de todo el Estado hicieran público un cartel colectivo con los debates universitarios sobre trabajo sexual organizados en cada una de ellas, bajo el hashtag #UniversidadSinCensura. El programa en su conjunto pretendía abrir un debate en libertad sobre el trabajo sexual desde distintos ámbitos académicos, perspectivas sociales, feministas y de género, así como desde la pluralidad de sujetos implicados en diferentes momentos, situaciones y lugares, analizando las distintas propuestas de políticas públicas con las que se venían afrontando y sus resultados, tratando de arrojar luz sobre todo ello, dándoles voz, como algo fundamental, a las propias protagonistas
Contra dichos debates llovieron las prohibiciones institucionales, las retiradas de apoyos, los pasos atrás y las deserciones por presiones, las descalificaciones como “verdaderas” feministas defensoras de los derechos humanos “que no se discuten”, los insultos por pederastas al servicio del “lobby proxeneta”, sus intereses económicos y la explotación de las mujeres más vulnerables, no solo por necesidad, sino por ignorancia e incapacidad para poder defender sus “verdaderos” derechos como ciudadanas. El acoso fue tal, en medios, redes sociales y en directo, con escraches, pancartas, gritos y megafonía, tratando de impedir el desarrollo de los actos por todos los medios, que, para desactivar toda esa violencia, hubo que reaccionar lanzando un Manifiesto -que en pocos días alcanzó las 1000 firmas- que arrancaba así: “¡Feministas, luchemos por el feminismo que nos une: el que combate la violencia contra todas las mujeres! No dejemos de lado a las mujeres que ejercen la prostitución, especialmente estigmatizadas y discriminadas¡
Feminismos
¿Feminismo hegemónico o lobby prohibicionista?
Este caso ilustra sobradamente el supuesto del que se parte, encontrarnos ante un debate encabezado por conocidas políticas feministas, liderado, ilustrado e iluminado también por un sector de la academia, funcionando como un verdadero lobby que, en nombre de un único y verdadero feminismo, se atribuye la facultad de establecer de qué se puede o no se puede hablar, qué sujetos y qué derechos humanos son o no son realmente feministas, prohibiendo, descalificando o condenando directamente como peligroso antifeminismo machista a quienes no comparten sus postulados. Un debate en el que consideramos que, lo que subyace, es la definición de cuál debe ser el “sujeto político” del feminismo y, en relación directa, quiénes son las “verdaderas” feministas con capacidad para “defender los derechos humanos” frente a las mujeres más vulnerables que, por “necesidad, ignorancia o incapacidad”, no pueden defender sus “verdaderos” derechos, lo que en la práctica supone negarles la voz y su capacidad de agencia, asumiendo que existe una “doctrina feminista única”. Con la expresión “los derechos humanos no se discuten”, aparte de negar la realidad de que éstos están siendo continuamente discutidos, se está obviando la perspectiva desde donde se defienden, que condicionará el sujeto receptor del derecho, el cómo y el para qué. Y cuando se niega que pueda ser feminista quien defiende los derechos de las trabajadoras sexuales, se obvia nuevamente la pluralidad de perspectivas entorno a las sexualidades, el sujeto a proteger, el cómo y el para qué.
Perfilar desde qué perspectiva feminista afrontar o no éste y otros debates en torno a la sexualidad, su diversidad de deseos y prácticas, transitando por el difícil camino entre placer y peligro, nos llevará a constatar la pluralidad misma de feminismos existentes, desde sus inicios. Nos puede llevar además a valorar de forma más justa y desprejuiciada, su relación con otros movimientos, como el movimiento Lgbtiq+ por la diversidad sexual, a quienes algunas acusan también de ser quienes han venido alimentando “excesos” en libertad sexual, haciéndonos perder las verdaderas “esencias” feministas (Guasch, 2022).
Derechos Humanos
Lynzi Armstrong “La despenalización hace que las personas que se dedican al trabajo sexual estén más seguras”
¿Qué hay de nuevo en este viejo debate? ¿Cuáles son las novedades, quiénes las expresan, dónde y en qué nuevo contexto? En esta nueva versión del dilema “placer y peligro” al abordar las sexualidades y sus disidencias, pensamos que el feminismo político y académico, fuertemente institucionalizado y supuestamente hegemónico, como algunas sustentan en sus múltiples intervenciones públicas (Cobo, 2019) , ha ido envejeciendo encriptado en una concepción identitaria esencialista del sujeto feminista “las mujeres”, idealizando las características del cuerpo considerado como femenino, acrítica con el binarismo del sistema sexo/género que tantas voces vienen criticando desde hace ya décadas (Butler,1990; Valcuende, 2003; Blanco, 2004; Hancock, 2007; Garaizábal, 2011); ignorando los múltiples estudios y debates feministas habidos también en las últimas décadas sobre la intersecccionalidad (hooks, 1981; Crenshaw,1989; Federici, 2011; Ahmed, 2017; Haider, 2020; Rodó-Zárate, 2021; Almirón, 2022) y sus implicaciones, reconociendo opresiones pero también privilegios, transitando por los distintos ejes de desigualdad (género, raza, grupo social, etnia, orientación sexual, generacional, etc.), así como la creciente visibilidad de la diversidad sexual lgtbiq+ (Olivan, 1984; Pineda, 2008; Guasch, 1990; Kim, 2019; Misse, 2018; Iturrioz, 2020), careciendo de la necesaria, dada su complejidad, fluidez identitaria hacia la que han ido evolucionando otras corrientes de pensamiento feminista.
En la diversidad sexual y de género, más allá de ciertas causas liberadoras, ven peligrar la “esencia” de las mujeres, ya que una trans nunca será una mujer sino “un tío” y por tanto un agresor potencial, por lo que ni las no “cis” ni los hombres pueden ser feministas siendo machistas de “por sí”, como explican en la Escuela Feminista de Gijón (2019). La filósofa Rosalía Romero (2022) teme igualmente el “barrido de las mujeres” como sujeto feminista único y supuestamente homogéneo. Así que, “habiendo conseguido llegar hasta donde hoy estamos, mejor dejar descansar el confuso concepto de género, para tranquilidad de la agenda feminista”, en palabras de Amelia Valcárcel (2022) en una de sus intervenciones político/académicas: reivindicando volver de nuevo a los orígenes de los estudios de la mujer, aunque en realidad, a lo largo de todos estos años, parece que cuando con incomodidad hablaban de estudios de género, más bien seguían refiriéndose a los de la mujer (Blanco-López, 2004), algo que se evidencia según Osborne y Molina (2008) en cómo en las universidades los “estudios de la mujer” pasaron a denominarse sin ningún tipo de problemas “estudios de género”, generando de esta forma una equivalencia entre ambos conceptos.
¿Para qué estudiar qué implica ser hombre o mujer en la vida de unos y otras y qué consecuencias tiene para las relaciones de género, si el problema es el machismo innato de los hombres? Celebremos la normalización del orgullo Lgtbiq+, bienvenida sea la autocrítica a la masculinidad hegemónica y los aliados hombres por la igualdad, pero un hombre es un hombre y por tanto de feminista nada, y una mujer es una mujer que, por tener el cuerpo adecuado, es la auténtica feminista, y todo lo demás son “anomalías naturales”, como se le escucha decir también a Valcárcel en ese video. Llegados hasta aquí comprobamos que no se trata sólo de una posición acrítica con el binarismo del sistema sexo/género, sino más bien de una defensa absoluta del mismo, hasta la transfobia y homofobia, ya que ni los hombres trans ni el lesbianismo parecen existir.
Desde esa óptica de pensamiento, el feminismo políticamente hegemónico, como el feminismo cultural de los años 80, ha vuelto a coger la bandera de la sexualidad vinculada al peligro de la violencia machista y contempla el trabajo sexual femenino y la pornografía sólo como instrumentos de opresión machista patriarcal, sin que les quepa que puedan suponer otras opciones y otros significados para quienes las practican. Y si sólo pueden ser instrumentos de opresión machista patriarcal, no hay otras razones que escuchar ni de las que hablar, ni otros verdaderos derechos humanos a considerar (como sobrevivir, migrar, agrupar a la familia o trabajar en unas u otras condiciones) y si los hay, pasarían automáticamente a un segundo plano, en todo momento y para todo el mundo, sin opción a elegir, ya que, desde dicha óptica, deben estar prohibidas por ley, anteponiendo así su propia ideología puritana feminista a los derechos que las afectadas pudiesen plantear, si fuesen consideradas sujetos de derecho y, no pocas de ellas, también feministas.
Cuando se niega que pueda ser feminista quien defiende los derechos de las trabajadoras sexuales, se obvia nuevamente la pluralidad de perspectivas entorno a las sexualidades, el sujeto a proteger, el cómo y el para qué.
El posicionamiento no es por tanto nuevo, tal vez lo novedoso sería el endurecimiento actual de las posturas abolicionistas y excluyentes de las diversas formas de sentir y vivir la sexualidad, en el discurso y en la práctica, de un feminismo ilustrado bien instalado en las instituciones de nuestro país, cuya propuesta más reciente sería dejar de hablar de género, convirtiendo en “anomalías del orden natural” (compuesto solo por mujeres y varones) todas las disidencias sexuales. Quién iba a decir que una parte del feminismo del S.XXI, desde una concepción decimonónica de los sujetos sociales (universales), saldría en defensa del biologismo del XIX, en un contexto, curiosamente también, de avance de la extrema derecha que condiciona la agenda política en su guerra, precisamente, contra la “ideología de género”, haciendo casa común con ella y rompiendo el consenso sobre la pluralidad de posicionamientos feministas al respecto.
Consustancial a esa concepción sería su marcado prohibicionismo y punitivismo recurrente, desde el cual, el Código Penal se convierte en un instrumento sustancial a la hora de concebir y aplicar sus propuestas legislativas, haciendo de la criminalización, el castigo y la pena su argumentación fundamental, revictimizando y negando la capacidad de acción de las mujeres que aparecen como sujetos pasivos. Una posición que viene siendo criticada por otros sectores académicos y sociales, desde otra concepción jurídica y feminista más preventiva, reeducadora, reparadora y garantista, con mayor participación de los diversos sujetos e instituciones públicas implicadas, como señala María Acale (2022) en el artículo “Delitos sexuales. Razones y sinrazones para esta reforma” y en “La garantía integral de la libertad sexual: la reforma penal en marcha”; Encarna Bodelón (2022) en “Una ley patriarcal contra las trabajadoras sexuales”; Ana Almirón (2020) en “Los poderes públicos sí pueden y deben prevenir la violencia de género” o el Área de Feminismos Pro-derechos APDHA (2021) en “¿Abolir la prostitución prohibiéndola por ley?
Trabajo sexual
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Un uso y abuso del Código Penal cargado de connotaciones ideológicas, producto de un legislar sin escuchar a las personas supuestamente protegidas y de una limitada voluntad y capacidad política para proponer otro tipo de medidas, como las planteadas en este Manifiesto apoyado por trabajadoras del sexo y otros sectores académicos y sociales, que lejos de hacer casa común con la derecha y la extrema derecha en su nueva embestida conservadora, busquen por el contrario el consenso y los acuerdos realmente progresistas y feministas desde los que poder abordar los problemas reales y concretos que se plantean. Acuerdos a los que, desde la diversidad y pluralidad existente, sí son capaces de llegar los feminismos en sus movilizaciones generales, como la del 8M, mientras que el feminismo institucional, enfrascado en ese agrio debate feminista, los ha acabado lamentablemente cerrando con el PP, en el caso del pase a trámite de la llamada Ley Abolicionista. Esperamos sinceramente que el proceso de aprobación de dicha ley no siga por ese camino, ni en nombre del “único y verdadero feminismo”, ya que el feminismo viene mostrando ser, ayer y hoy, mayoritariamente plural e inclusivo.
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