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Euskal Herria
Escribir sobre una secta jerárquica y hermética para explicar lo que pasa ahí fuera
En Irun, en octubre, hay días de paseo y otros de no asomarse ni a la ventana. Más estos últimos. La niebla se mete en los huesos y los campos verdes de las laderas del Jaizkibel, a lo lejos, una pena, no son visibles. Solo si los pisas y te mojas los pies en él, el mismo Jaizkibel vuelve a elevarse sobre Irun, pero también Hondarribia, Pasaia, Errenteria y Lezo. La bahía de Txingudi, con la mar picada, da frío a quien la mira, ahí al lado. “Es un paraíso. Oxígeno”, dice la escritora Noelia Lorenzo Pino (Irun, 1978).
Lo ha vuelto a hacer. La irundarra lo ha vuelto a hacer con Blanco Inmaculado (Plaza y Janés, 2022). Ella trama mientras vive, así no pierde el hilo. Y una vez se acordó de que hace unos 15 años unos jóvenes le dieron una octavilla que sería el embrión de esta novela, su séptima obra, todas de color noir.
La octavilla se la dieron unos miembros de la comunidad Las Doce Tribus. Una secta, a todas luces, en un cruce de caminos, diría cualquiera, entre la estética hippie setentera y las prácticas Amish. Las Doce Tribus son una gran familia de más de dos mil miembros que le rezan a Yahshua y viven en la sencillez apartada de la sociedad. Están por todo el mundo. Pero a Lorenzo Pino se le acercaron los miembros del baserri de Irun. En Euskadi tienen otra comunidad en Donostia, en el monte Ulia. En la misma ciudad regentan una tienda de productos ecológicos bajo el nombre Sentido Común. También una distribuidora: “Tribal Trading”. En Navarra, en Corella, la familia tiene otro caserío. Allí murió un niño intoxicado con agua oxigenada el pasado mayo.
Cuando la agente de la Ertzaintza Lur de las Heras, que investiga una muerte en el caserío de los Fritz, busca a estos en internet, aparecen “más de cuatro millones de resultados”. Del mismo y paralelo modo, cuando escribes “Las Doce Tribus” en el buscador de Google, este te devuelve “aproximadamente 4.100.000 resultados (0,65 segundos)”.
En las fotos de Las Doce Tribus se ven niños y niñas, la mayoría rubios, blancos de piel. Ellos cargan sandías en un remolque. Ellas aparecen arrancando verduras. Los hombres adultos llevan barba y el pelo largo porque la Biblia así lo ordena, escriben en su blog. Aparece una mujer adulta con el pelo gris. Otra foto idílica muestra unas cuantas ovejas deslizándose con suavidad sobre el pasto verde. En otra, troncos apilados que parecen decir: aquí nunca hará frío en invierno. En una última, los miembros de la comunidad bailan en corro mientras varios hombres tocan diferentes instrumentos: una guitarra, un laúd y una flauta travesera. Hay instantáneas que muestran zumos y frutas apiladas en cestas de mimbre.
Tienen varios festivales, días señalados y celebraciones. En uno cortan ramas y hacen cabañas. En el Día de la Expiación o Yom Kipur, señalan: “Es el tiempo de identificar y confesar nuestras iniquidades”. Esta celebración, antes, se culminaba sacrificando animales. También siguen el Sabbat y festejan Pentecostés y Pascua.
Noelia Lorenzo Pino: “Hablo de los problemas que puede haber en esta comunidad, esta secta, pero no dejo de hablar de los que tenemos nosotros”
También poseen su propio listado de FAQ (Preguntas más frecuentes, según las siglas en inglés). En una de ellas se responden a sí mismos a la cuestión: “¿Sois una secta?”. Dicen: “Si a lo que te refieres es a un grupo religioso peligroso, opresivo y extraño, no”. Y siguen: “Lo único que hacemos es poner en práctica lo que las Escrituras dicen que es la respuesta normal al gran amor que Dios mostró enviando a su Hijo.”
A pesar del paralelismo, es solo una inspiración: Noelia Lorenzo Pino inventó todas las reglas del juego para su nueva novela. Es ficción. Ficción apoyada en su mirada intentando atravesar los muros de la casa de la comunidad cada vez que paseaba cerca:
—Me inspiraron ellos. Esta familia que vive… o vivía, porque algunos vecinos me han dicho que se están yendo de Irun. Nos dieron la octavilla, nos invitaban a conocerlos, a ir al caserío. Nos esperaban con los brazos abiertos. Me preguntaba qué mueve a unas personas a retirarse de la sociedad en la que vivimos para recluirse allí a vivir en ese micromundo rodeado de naturaleza y de muchísimas normas, generalmente, religiosas. Cuando pasaba por el caserío yo pensaba qué ocurriría si pasase algo turbio dentro. ¿Cómo actuarían ellos? ¿Cómo actuaría la Ertzaintza? ¿Cómo romper el recelo al exterior? Que te saquen de tu comunidad, que te separen de tu familia, que te interroguen por separado.
Noelia Lorenzo Pino usa la excusa de la secta, que en su novela son la familia Fritz, cuyo negocio de subsistencia es la comercialización de la marca Blanco Inmaculado, una tienda de ropa confeccionada en los talleres que poseen en su baserri. El taller, la primera noche que nos cuenta la irundarra en su libro, arde. Las llamas se llevan toda esa blancura y después solo queda olor a quemado, humo, brasas en los rincones, negrura. Esta excusa le sirve a la autora para poner sobre la mesa lo social que es la novela negra. Incluso la novela negra menos explícitamente social, lo es. “Hablo de los problemas que puede haber en esta comunidad, esta secta, pero no dejo de hablar de los que tenemos nosotros”, explica. También habla de la crudeza de la enfermedad física en un mundo sin “familia”: no tener a nadie que te ayude con un dolor en la espalda durante cinco minutos al día. Los celos, la concentración del poder, y “sobre todo, los prejuicios”, dice Lorenzo Pino.
Verticalidades sociales
Los Fritz de Blanco Inmaculado son una secta tradicionalista, religiosa, machista, jerárquica, hermética. No están tan alejados de otras formas de verticalismo dado por bueno a nuestro alrededor. Por ejemplo, la propia Ertzaintza que investiga la muerte de uno de los miembros de esta comunidad. Están regidos por órdenes, a veces tiránicas, y normas estrictas; usan rituales, se disciplinan a través de la malas miradas, se vislumbra en la mismísima ocupación del espacio de trabajo y descanso; hay una fuerte invalidación e invisibilización sobre ellas: la secta y el cuerpo policial.
Fuera de la ficción, es noticia el ascenso de una mujer a un cargo con responsabilidades dentro de los Antidisturbios de la Ertzaintza. “Es triste que sea noticia, ¿no?”, pregunta sin esperar respuesta Lorenzo Pino.
Dice el teórico y filólogo José Colmeiro en uno de sus análisis que novela política y novela policíaca “conforman un correlato de la modernidad, del despegue de la era industrial y el desarrollo urbano, y de los nuevos conflictos sociales surgidos de esta eclosión”. Ambas, en paralelo, explica, han crecido con el fortalecimiento de las “fuerzas del orden” encargadas, en la sociedad moderna, de mantener el orden social. El filósofo Louis Althusser, en sus términos, explicaría que estos son los aparatos represivos del Estado. El género policial, que puede estar considerado dentro del paraguas del género noir, evoluciona como lo hace la ciudad —más individuos y más anónimos— y lo hace, asimismo, la metodología de control y seguridad de las “fuerzas del orden”.
Desmenuzando la exposición de Colmeiro, en Irún una familia que vive lejos, aislada, y que se aleja de la vida urbana, en principio solo es problemática cuando el “afuera” se “adentra” en ese baserri. Cuando un incendio alerta al vecino. Cuando una muerte afecta, sin apenas conexión, a todo aquel que escucha las noticias.
Pero la novela negra es todo un mecanismo, también, de comprensión. Noelia Lorenzo Pino se propone no solo dirigir al lector al final, sino hacerle blando en cada páginas para absorber las razones que tiene cada cual para ser: aunque sean contrarias a la norma. No hay ni sermón ni candidez. “Me decían que trato a los miembros de la secta con mucho cariño. Claro, es que la mayoría de los miembros son personas vulnerables que han acabado dentro por la precariedad laboral, por soledad o por necesidad de pertenecer a algún lugar”, cuenta la escritora. La Ertzaintza, si resuelve el caso, no es por su capacidad represiva —que también queda reflejada cuando se utilizan métodos no encauzados o cuando se entrevén tratamientos no tan humanos—, sino por su capacidad para adentrarse, sin fuerza, en la casa de los Fritz. En esta novela, por tanto, la comprensión se hace central como mecanismo de comunicación.
Noelia Lorenzo Pino: “Me decían que trato a los miembros de la secta con mucho cariño. Claro, es que la mayoría son personas vulnerables que han acabado dentro por la precariedad laboral, por soledad o por necesidad de pertenecer a algún lugar”
Existe, del mismo modo, una pelea por el imaginario narrativo. No solo pasan cosas en los arrabales de Madrid y Barcelona o en los pueblos rodeados de terrenos baldíos de la meseta. Pasan cosas en lugares sencillos donde la gente vive como si no pasara nada:
—Irun es la tierra que amo. Además de monte, tiene mar cerca. Es una ciudad fronteriza. Eso me permite jugar con la trama. En Blanco Inmaculado la atmósfera está muy trabajada. La humedad: octubre en Irun es un mes lleno de viento, de lluvia, de tormentas… muy inestable. Aunque esté año tengamos 28 grados. La inestabilidad, esos vientos del sur alcanzados. Los olores. El verde del monte. En mi primera novela, Chamusquina, fue un poco reivindicativo. La novela negra está volviéndose localista. Hay demanda de novela negra vasca. Pasa en Galicia también.
El espacio ya no es simple espacio donde se reúnen los problemas y donde, al final del libro, se le entregan al lector las soluciones. Esto es, según el profesor Juan José Galán Herrera, “el espacio ya no es mera función del esquema crimen-investigación-solución sino que sirve también para otros aspectos como son la crítica social y la búsqueda de identidad cultural”. La investigadora Lur de las Heras, junto con la patrullera Maddi Blasco, se adentran en un territorio hostil para ellas, en un principio, que tendrán vigilado las 24 horas durante varias jornadas. Allí son juzgadas, y ellas juzgan también. Allí, del mismo modo, comienzan a no ser mal recibidas, y ellas a sensibilizarse con las razones de los Fritz para aislarse. “Me siento muchísimo más cómoda escribiendo novela policíaca porque me agarro a los procedimientos. Son como una columna vertebral para lo que cuento”, explica Lorenzo Pino.
Con el resurgir de la novela negra —más bien del thriller en el cine y de sus subgéneros en la literatura—, también se han visibilizado las historias que cuentan ellas. Noelia Lorenzo Pino es, quizá, el máximo exponente actual del Txapela noir, como fueron agrupados, junto a Laura Balagué, por ejemplo, que también introduce el imaginario espacial y social euskaldun. Dice el teórico José Colmeiro que, en la novela negra, “el género ha servido como espacio de exploración, crítica y subversión de los valores patriarcales”. También, es posible, desde el prisma de quien las escribe.
Desconfiar de tu vecino
¿Qué pasa cuando una muerte no es el final? ¿Y si hay otra? El imaginario de la seguridad permanente se resquebraja —no, la Ertzaintza por sí sola no lo conseguiría— y quedan dos pensamientos. 1) Cualquiera, incluso mi vecino, es un criminal, porque mira qué raro es, mira su persiana siempre bajada; o 2) Más ley, más orden. Esto es, los familiares que componen la secta desconfiando unos de otros (no desde el principio, pero sí en un momento de debilidad) o los mismos pidiendo más policía rodeando su casa, por si vienen los malos. De la confianza a pies juntillas en la “seguridad”, a través de la narrativa de la novela negra, también se sale. Lorenzo Pino, que ha contado con un “ertzaina de cabecera” al que consultar la verosimilitud de su relato, y al que ha pedido consejo para articularlo, así lo opina: “La novela es una investigación que, al final, llega a buen puerto gracias a la colaboración. No hubiera sido posible sin Guillermo —guía de los Fritz en Irún—. Y sin Eva, que por miedo a pecar, guarda silencio”.
“Cuando fallamos, nos arrepentimos y somos perdonados, y de la misma manera perdonamos a los demás. Este es el secreto que nos ha permitido permanecer juntos a través de los años”, reza la web de Las Doce Tribus. Temer a la familia, la comunidad que te acoge y te da de comer, o temer por la familia, que se desgaja poco a poco. El equilibrio en Blanco Inmaculado, en la ficción, es mareante. Al principio, uno de los miembros de la comunidad, dice, por medio de la pluma de Noelia Lorenzo Pino: “Somos una familia, Cuidamos los unos de los otros. Nos queremos”. Nada más lejos de la ficción:
—Las personas que están dentro y han nacido ahí, los “generación pura”, no conocen otra cosa. Esa es su familia, su universo. Pero Eva ha sido testigo del asesinato. Empieza a preguntarse quién es el enemigo dentro, por qué creen que ella mentiría y porque obstaculizan que cuente lo que sabe. Es como cuando de pequeños creemos en algo y empezamos a crecer y tú misma, con tu criterio, empiezas a dejar de creer en ello. Eso quise contar, esa ruptura.
Los vecinos de los Fritz en la ficción no parecen contentos. Más bien al contrario, tratan de dificultar la salida pacífica del embrollo. En el blog de Las Doce Tribus se puede leer: “Uno de nuestros mayores deseos es llevarnos bien con todos nuestros vecinos, y aunque no siempre lo hemos conseguido, en general estamos contentos de tener una buena relación y convivir en paz con ellos”.
Noelia Lorenzo Pino: “Es como cuando de pequeños creemos en algo y empezamos a crecer y tú misma, con tu criterio, empiezas a dejar de creer en ello. Eso quise contar, esa ruptura”
De vuelta a la novela, la secta vive apenas con un móvil que guarda el guía de la casa. No saben del mundo más que por su asistencia a mercados donde venden su ropa, reparten octavillas y tratan de hacerse homologables en la sociedad. No obstante, en realidad, funcionan como una Sociedad Anónima, explotan a la mano de obra y los administradores, el Cónclave, se dan a los mayores lujos, así como despropósitos nada modestos. “Esta es una secta totalmente inventada, pero generalmente detrás de ellas suele haber un interés económico. Decidí que unos corruptos manejasen el tinglado de la familia Fritz”, apostilla Lorenzo Pino.
Uno de los lemas de Las Doce Tribus es “El amor encuentra el camino”. Solo hay uno bueno. Así exponen su fobia a quien se separa del camino de Yahshua, su mesías: “A medida que desaparecen las fronteras entre las naciones, las diferentes culturas dan paso a una emergente sociedad global y multicultural, y los estándares morales absolutos encarnados en estas culturas dan paso a la ley de la “corrección política”. La presión social está erosionando rápidamente la conciencia de las personas, causándoles perder la imagen de Dios en ellos. Tristemente muchos se entregarán a todo deseo malvado, sin tener en cuenta las consecuencias, aumentando así la categoría de los injustos y depravados”
Dentro de la familia Fritz el camino ha de ser recto. Si tropiezas y pisas fuera, la sangre será derramada. Ni injustos, ni depravados.