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En saco roto (textos de ficción)
El espacio
A veces el otoño puede ser generoso en acontecimientos extraordinarios. Cuando las horas de luz van menguando y la llegada de los fastos navideños parece inevitable, algunas noticias aprovechan la coyuntura para deslizarse en las redacciones de los periódicos locales. Así ocurrió con la noticia del secuestro de Ramón Izquierdo. Llegó una tarde de un lunes de noviembre de hace no demasiados años a la mesa de redacción de un periódico cordobés. Los datos de un teletipo de agencia —sección internacional— eran escasos: Ramón Izquierdo, hijo de un emigrante de origen cordobés, permanecía secuestrado en algún punto fronterizo entre Asia y Europa. No estaba muy claro dónde se había producido el secuestro ni qué reclamaban los secuestradores. La relación de Ramón Izquierdo con Córdoba resultaba tan lejana y tangencial que tal vez la prudencia habría aconsejado dejar pasar el asunto. Pero nadie consultó a la prudencia y, en cambio, alguien consultó al jefe de redacción. Y el jefe de redacción, Mario Gallardo, que soñaba con un ascenso —o quizá con un salto a Sevilla o a Madrid—, decidió que aquel teletipo era el comienzo de una buena historia. Así que puso a trabajar a uno de sus periodistas de confianza, Fulgencio del Río, conocido por sus crónicas deportivas, en las que era capaz de relacionar un fuera de juego con la crisis de la siderurgia. Dicho de otro modo: era capaz de cualquier cosa.
El terreno, a mediados de aquel noviembre no tan lejano, quedó abonado en la sala de redacción de un diario cordobés para que diera comienzo una aventura o una desventura. Ramón Izquierdo permanecía secuestrado, Mario Gallardo seguía con gran interés el caso y Fulgencio del Río era el encargado de averiguar y publicar.
Las pesquisas de Del Río dieron pronto sus frutos; en concreto, tres frutos: el secuestro se había producido en una república del espacio postsoviético, Ramón Izquierdo trabajaba como comercial de hidrocarburos y ni el propio Ramón Izquierdo ni nadie de su entorno conservaba la menor relación con Córdoba. El material debió de parecerle a Del Río más que suficiente, porque comenzó a publicar unas crónicas semanales en las que conjeturaba sobre las desdichas de aquel ciudadano de padre cordobés en las duras tierras del espacio postsoviético. La expresión “espacio postsoviético” se convirtió en un sello de estilo en los textos de Del Río. Le gustaba incluirla en cada párrafo y añadir junto a ella algún adjetivo que diera cuenta de todo lo que cabía suponer de aquel lejano espacio: “complejo”, “convulso”, “remoto”, “conflictivo”, “desmembrado” y “desarticulado” fueron algunas de sus aportaciones.
Poco a poco, de manera casi imperceptible, las crónicas de Del Río convirtieron al secuestrado en “el cordobés Ramón Izquierdo” o simplemente en “Ramón”. También hicieron de sus trabajos en el mundo de los hidrocarburos una serie negra cuajada de suposiciones. Del Río planteaba preguntas en sus textos y luego se esmeraba en responderlas ofreciendo varias opciones. Al final de cada una de sus crónicas, quizá para curarse en salud, se lamentaba de la falta de datos ofrecidos por las embajadas, los consulados y el propio entorno familiar del secuestrado.
La historia de Ramón Izquierdo siguió creciendo. La prensa de ámbito nacional se interesó por el caso. Y Fulgencio del Río continuó escribiendo y conjeturando sobre la suerte de aquel ciudadano que permanecía secuestrado en algún lugar del espacio postsoviético. Un espacio que en sus crónicas fue adquiriendo matices rocosos, lunares, agrestes y crepusculares.
Pero llegaron las fiestas navideñas y su ración de premios muy repartidos y belenes vivientes. Y tanta buenaventura dejó sin espacio a Del Río para sus crónicas sobre todo lo que no se sabía de la suerte de Ramón Izquierdo.
Y llegó también el 7 de enero. Aquel día, en la redacción sonó un teléfono que preguntó por Del Río. Al otro lado, un esforzado traductor, que aseguró estar junto a Ramón Izquierdo, agradeció al periodista sus desvelos: “Le da las gracias. Dice que ya está libre y que desea viajar a Córdoba”. Con esa frase inició Del Río su última crónica sobre el caso, en la que daba cuenta de la liberación de Ramón Izquierdo. Cuando se la envió a Mario Gallardo para que le diera su parecer, este se quedó pensativo y, al cabo de unos instantes eternos, dijo: “Está claro que hemos recibido una lección inolvidable”.