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Elecciones
El día 24
No es solo un calentamiento global que nos ha robado hasta el verano. Llegamos achicharrados a las elecciones. El ruido mediático obliga a dos únicas posiciones: la sobreexposición hiperconsciente que te lleva a soñar con Feijóo o el exilio mental con los pies metidos en la arena o la cabeza en alguna novela que nos borre de la cabeza que vivimos aquí y ahora. Seguramente el justo medio, ese mashup entre Oppenheimer y Barbie, sea lo más difícil de lograr. ¿Cómo enrabietarse o llorar con moderación? ¿Cómo soportar tensión sin emanar intensidad y cuánto sesgo de género y de clase está en esa violencia sorda? El panorama justifica ambas posturas extremas. El relato iniciado en el confinamiento de situar el sanchismo como sinónimo de dictadura ha calado en una parte del electorado. Mientras, a esa misma sección de la sociedad se la seduce con el sueño dorado del matrimonio liberal-fascista: dar por inaugurada la era del listismo donde toda empatía humana sea solo el obstáculo con el que un gilipollas blandengue decide autoboicotearse.
A la izquierda, ha habido que resoplar para espantar la silueta del fantasma del clavo ardiendo. El zapaterismo ha emergido haciéndonos recordar lo tranquila que se había quedado Thatcher fabricando a Blair. Sumar quedó desde el principio presa de una contradicción que orientaba el sentido de su narrativa. Presentándose como fuerza de gobierno aun renunciando a logros de la legislatura, una campaña con tono de oposición habría volado el puente que más le interesaba. La movilización sentimental ha corrido por cuenta de contrastarse con la amenaza reaccionaria. Y sabemos que los relatos son más importantes que nunca. Con los mejores datos de empleo que hayamos conocido en mucho tiempo, el país parece sumido en el desánimo. ¿Modela el BOE los sentimientos? ¿Votará más gente acordándose de Porco Rosso que con la esperanza de que podrá pagar el alquiler sin arruinarse?
Un objetivo de toda democracia que se precie de serlo debería pasar por lograr de nuevo que ser un facha redomado sea una vergüenza, una acomplejada, atormentada y públicamente inconfesable derrota ante la vida
Díaz ha insistido en que nuestra sociedad es mejor que la extrema derecha, importante el 23J como parte del bloque del potencial gobierno conservador. Como el actor malo que si no mata a todo su gremio jamás tendrá un papel, la reacción miente sobre la vida porque esta no es tan oscura como ellos desean que parezca. Necesitan que el mundo se perciba como inexplicable, insoportable. Su alimento es el malestar generalizado. Incluso destrozan la estima propia de aquellos a quien dicen defender. Les toman por tontos. Vampirizan sus vidas. Son muy poco sin miedo. Un objetivo de toda democracia que se precie de serlo debería pasar por lograr de nuevo que ser un facha redomado sea una vergüenza, una acomplejada, atormentada y públicamente inconfesable derrota ante la vida. Lo que era hasta no hace tanto. Impresiona pensar en todo lo que se podría estar avanzando en derechos si no hubiera que perder tanto tiempo en ellos.
Pero esto no va de lo obvio, no va de un mínimo. No nos destrozará el amor, como decía la canción; lo hará achicar el odio como un Sísifo cada vez más reventado ante el mal menor. Es cierto que nos jugamos vivir en una sociedad todavía más mustia y desmenuzada. No sé si mucha gente va a votar con una sonrisa. El enfado nos corroe. Y, sobre todo, el cansancio y la tristeza ante las oportunidades perdidas hacen lo suyo. La vieja consigna de crear uno, dos, tres Vietnams está fuera de alcance. Pero quizá no lo está tanto la de conectar miles de agobios. Puede que de esa fricción salte un chispazo. El voto es parte de ese calambre.
Es una extraña mezcla de deber frío y calor interno, de responsabilidad en el fondo con otros más vulnerables que no pueden permitirse la duda, la que nos empujará a muchos a los colegios el domingo. Pero valoremos algo que a veces se nos olvida subidos a esta nave de absurda velocidad.
Será importante votar el día 23. Tanto como que nadie se desfonde esa noche acabe la cosa como acabe. Porque, en realidad, no termina ahí. Hay un día 24 y nos necesitaremos con más energía que nunca
Vivimos un presente que ha roto todos los espejos para no verse, que parece no quererse demasiado, pero que también es demasiado orgulloso como para echar la vista atrás y le puede el miedo como para mirar hacia adelante. Sin embargo, ahora mismo, en este preciso instante, estamos generando recuerdos para el futuro. Y asistimos a la enorme generosidad de mucha gente que, en plena era de un desgaste que invita a reducir la exposición a la actualidad, al exilio mental y a desconectar de los asuntos comunes, está tomando conciencia del momento colectivo sin que precisamente le sobren las fuerzas. Será importante votar el día 23. Tanto como que nadie se desfonde esa noche acabe la cosa como acabe. Porque, en realidad, no termina ahí. Hay un día 24 y nos necesitaremos con más energía que nunca.
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Muy bien artículo, dando ánimos y esperanzas en una lucha, que empieza el 23J, con el voto transformador, pero sigue en las calles, empresas y parlamentos, contra el fascismo y su papá el capital.