Política
¿Revolución sin Ilustración?

Ofrecemos un fragmento del libro 'Estallidos. Revueltas, clase, identidad y cambio político', de Albert Noguera y Jule Goikoetxea.
Jean-Jacques Rousseau
Jean-Jacques Rousseau

Nota introductoria. El Ayuntamiento de Nueva York retiró, meses atrás, una estatua de Thomas Jefferson de sus instalaciones, a causa del pasado esclavista del personaje. La Universidad de Edimburgo ha retirado, también recientemente, el nombre de David Hume a uno de sus edificios, debido a las opiniones racistas y esclavitas manifestadas por el filósofo empirista en algunos de sus textos. El debate está abierto: ¿debemos 'cancelar' aquellos autores de otros contextos históricos que se han mostrado abiertamente misóginos o racistas? ¿Debemos dejar de citar sus teorías? Reproducimos, a continuación, un fragmento del libro Estallidos. Revueltas, clase, identidad y cambio político (Bellaterra Edicions, 2021), en el que los autores, Jule Goikoetxea y Albert Noguera, reflexionan sobre cómo abordar la obra de los filósofos contractualistas de los siglos XVII y XVIII.

Albert Noguera. (...) La idea moderna de la revolución se construye históricamente a partir del ensamblaje de dos momentos teórico-prácticos: un primer momento, que va desde el siglo XVI hasta finales del XVIII, donde se combina en lo teórico la escuela iusnaturalista y en lo práctico las revoluciones liberal-burguesas, y que aporta la idea de derechos y de ruptura. Y un segundo momento, que va del siglo XIX al XX, en el que se combina en lo teórico la obra de Marx y de Lenin y en lo práctico la revolución industrial y los múltiples intentos o experiencias revolucionarias socialistas que van desde Blanqui hasta la revolución soviética de 1917, pasando por la revolución de 1848 y muchas otras, que aporta la idea de sujeto histórico y organización.

Respecto al primer momento, los iusnaturalistas, cuyo origen podemos ubicar en el De cive de Hobbes, construyen una teoría sobre el origen y fundamento del Estado no solo contra las explicaciones teleológicas sino también contra el modelo aristotélico. En su Política, Aristóteles describe el origen del Estado como fruto de una evolución gradual de la forma familia a la aldea, de ésta a la ciudad, de ella a la región, hasta llegar al Estado, que es la desembocadura natural de este proceso gradual de menor a mayor. El Estado sería la progresión histórica de unos individuos que ya desde sus orígenes son presentados como reunidos en sociedad. Por el contrario, para los iusnaturalistas, el Estado surge fruto del contrato social que permite la transición entre dos momentos antitéticos: la sociedad de naturaleza y el Estado civil (...). A diferencia del modelo aristotélico, donde el individuo se presenta como si siempre hubiera estado unido en sociedad con otros individuos, en el iusnaturalismo el individuo se presenta inicialmente como aislado. El estado de naturaleza es el estado cuyo protagonista es el individuo singular, con sus derechos y deberes, con sus instintos e intereses, en relación directa con la naturaleza,  de la que toma sus medios para vivir, y solo esporádicamente en relación con los otros hombres. Se presenta al individuo como un ser autónomo, a partir de lo cual se desarrolla la idea de dignidad, derechos y libertades individuales. El iusnaturalismo introduce, por tanto, la posibilidad de los seres humanos de hablar de sí mismos en términos de derechos propios y, por tanto, de concebir su mismidad material o social, no como algo natural, sino como algo justo o injusto y, por tanto, que se puede transformar. Fijémonos que, desde entonces, cualquier movimiento social articula siempre sus demandas en términos de derechos (“¡Educación pública y de calidad!”, “¡Libertad presos políticos!”, etc.). A la vez, la otra diferencia es que, si bien para el modelo aristotélico hay una continuidad progresiva en la evolución de la historia, el iusnaturalismo presenta el paso de la sociedad de naturaleza al estado civil como antítesis, no como continuidad sino como ruptura. El iusnaturalismo aporta, en consecuencia, parte de las bases filosófico-culturales sobre las que se construye la noción moderna de revolución en el imaginario de la izquierda: la idea de derechos y la de ruptura histórica.

'Estallidos'. Albert Noguera y Jule Goikoetxea
Imagen de cubierta de 'Estallidos'

Jule Goikoetxea. (…) Decías que el iusnaturalismo presenta al individuo como un ser autónomo, a partir del cual se desarrolla la idea de dignidad, derechos y libertades individuales. Ese hombre digno, universal y libre, es el hombre champiñón, un hombre que la cigüeña escupe en mitad del bosque con 18 años, un hombre al que alguien le hace la comida, le cuida, le cose la ropa y le limpia el culo cuando él no puede o no podía (entre los cero años y los cinco como mínimo); un hombre que no se encarga de la producción de la especie porque como digo lo tira la cigüeña en mitad del bosque y ¡zas!, aparece a tu lado, solo y triste. Es un tipo de hombre, digno y autónomo, que solo puede perpetuarse porque además de esclavos tiene mujeres que producen humanos para perpetuar su propiedad y su herencia genética. Donde unos ven al iusnaturalismo como aquella corriente que introduce la posibilidad de hablar de los sujetos en términos de derechos y dignidad, otras lo vemos como una doctrina supremacista a favor de esclavizar a la mitad de la población con el discurso del derecho y la dignidad.

El sujeto del iusnaturalismo es un sujeto alienado y enajenado de su contexto social con un ego que le impide cerrarse la bragueta. Es una característica definitoria del iusnaturalismo y de la racionalidad liberal, de la cual parte también la izquierda, la de centrarse en los deberes de justicia universales (previamente naturales o esenciales) que nos unen como comunidad moral universal, en lugar de centrarse en cómo nuestros sistemas coloniales, capitalistas y patriarcales nos convierten en esclavas, trabajadores, hombres, mujeres, negros y franceses, indígenas, blancas, alemanas, pobres, marginales, discapacitadas y prescindibles.

La teoría política contemporánea dominante explica la sociedad partiendo de la historieta de estos ilustrados que, como en un cómic distópico sobre Adán, te cuentan que el hombre aparece en mitad de una meseta, desnudo y sin mujeres que lo hayan parido, pero con derechos, derecho a hacer justicia o dinero, para lo cual decide, repito, decide libremente, arrejuntarse con otro hombres que la cigüeña ha dejado también esparcidos por la meseta, con sus correspondientes capacidades lingüísticas, empáticas, racionales, públicas, oratorias, matemáticas y productivas enganchadas a sus taparrabos. Y es esta fantasía misógina, teleológica y monoteísta la que nosotras no aceptamos. “El hombre moderno” (quienes lo han teorizado y pensado), creador de la sociedad “civilizada”, es un hombre que no sabe vivir sin esclavas y esclavos, no sabe cómo se produce ni la sociedad ni el ser humano, porque como muy bien muestran sus teorías, no sabe convertir a un mamífero en un ser humano, desprecia la fragilidad, la dependencia y lo colectivo, y pretenden explicarnos, a nosotras, qué es lo humano, qué es la revolución, el derecho, lo natural y lo justo, la dignidad y lo universal. Es un delirio normalizado, pero no por eso menos delirante. Si “uno no nace hombre (o mujer), sino que se convierte en hombre (o mujer)” o, en trabajador, en negra o blanca, en multimillonario, en francés, latina o afroamericana: ¿quién hace este trabajo de convertir a un mamífero en un sujeto, y en un trabajador, una mujer o un francés? ¿En qué condiciones se hace? ¿Quién lo paga? ¿Y quién se beneficia?

Donde unos ven al iusnaturalismo como aquella corriente que introduce la posibilidad de hablar de los sujetos en términos de derechos y dignidad, otras lo vemos como una doctrina supremacista a favor de esclavizar a la mitad de la población con el discurso del derecho y la dignidad

La cuestión es que “las mujeres” y “los hombres” no se reproducen, se producen socialmente, porque a diferencia de las hormigas y las ballenas, los hombres y las mujeres no nacen, se hacen (al menos desde la segunda ola feminista). Si estamos de acuerdo con la premisa beauvoiriana, no se le puede llamar igual a “nacer” que a “hacer”. El uso del término “reproducción”, así como el hecho de que aparezca normalmente junto al término “mujer” y “actividades” o “cositas” que hacen las mujeres sin cobrar, señala esa lógica androcéntrica iusnaturalista que sigue naturalizando y biologizando tanto a las mujeres como “esas cositas” (no productivas) que “hacen” las mujeres como mujeres (que siempre aparecen sin comillas) y que no son trabajo, porque “trabajo”, “producción”, “valor” son conceptos históricos, no como las mujeres y los hombres, que los escupe Dios en el origen de los tiempos. El caso es que ninguna de las teorías actuales, ninguna, explica cómo ni para qué se producen materialmente las mujeres y los hombres, esos que no nacen, sino que se hacen. Porque para responder la pregunta de para qué se producen sujetos humanos en formato biopolítico de mujer-hombre, es necesario incluir la dimensión material e histórica de la dominación patriarcal entendida como sistema de dominación masculina que produce materialmente “hombres” y “mujeres”, que no nacen, se hacen, y se hacen para algo. Hablar de “hombres y mujeres” como si fueran identidades culturales o simbólicas y ahistóricas sin base material, en vez de hablar de los procesos materiales que crean cuerpos y vidas sexualizadas y racializadas, como pretende el neoidealismo esencialista y neoconservador que habla de “trampas de la diversidad” y “opresión” de las mujeres, negándole dimensión material a la dominación patriarcal para para poder excluirla del estatus de “explotación material” y, por tanto, de “clase social”, y colocarla en un lugar secundario, pertenece a la misma lógica androcéntrica liberal del iusnaturalismo y el contractualismo.

Esta lógica patriarcal se ve claramente cuando te imaginas qué sería de nosotras si tuviéramos como referente un iusnaturialismo o contractualismo hecho por mujeres que dijeran que los hombres existen para ser los esclavos de las mujeres, como dicen nueve de cada diez autores clásicos. En las referencias intelectuales y literarias que tienen los hombres, los hombres no son despreciados y humillados, las mujeres sí. La mayoría de las referencias dominantes, también en la izquierda, desprecian a las mujeres, desde Aristóteles, hasta Hobbes, Locke, Rousseau, Smith, Kant, Hegel, Schopenhauer, Sartre, Freud o Proudhon, y quienes no son explícitamente misóginos, lo son implícitamente, incluyendo las escuelas de pensamiento del siglo XX (la austriaca, la analítica, la de Frankfurt, la de Praga, la de Cambridge, la existencialista, la surrealista…), porque todas ellas son producto del patriarcado, sea antiguo, sea feudal o sea moderno. Los ideólogos y pensadores que han creado-relatado la Historia son producto de su sociedad, una sociedad estructurada materialmente de forma androcéntrica, racista y colonial, con un desprecio tan feroz a lo “otro” que incluso por desesperación llegamos a agradecer las posturas que no son notoriamente misóginas, como las de Marx, Engels, Mill, Fourier, Thompson o Lenin que, a diferencia de sus coetáneos, decidieron de alguna forma hablar de la dominación masculina, del miedo y el tipo de fragilidad que la constituye. Este desprecio y desvalorización de las mujeres, el cual se convierte en odio cuando éstas se sublevan, sustenta en la dimensión epistémica el arte y las ciencias actuales, sean naturales, humanas o sociales. Tenemos un problema social enorme, no solo con nuestras prácticas, sino con nuestra cosmovisión. El imaginario social predominante tiende a ser reaccionario y conservador. El problema es que, a diferencia de los estallidos y las revueltas, para hacer la revolución hay que poder imaginarla primero. Si la gran parte de las obras filosóficas y científicas occidentales reproducen el sistema de dominación blanco y androcéntrico, apostando por un sistema de producción masculino como eje organizador de la vida social, legitimando las divisiones propias del liberalismo, sea la división entre público y privado, Estado y sociedad, sea la producción de hombres y mujeres, sea defendiendo el régimen político racista y heterosexual que es la condición de la familia nuclear actual, el derecho liberal colonialista, la mercantilización sexuada y racializada, etc., entonces, el problema no es simplemente que los blancos o mestizos dominan en Latinoamérica, sino que el imaginario de la izquierda dominante que se supone que va a hacer la revolución es bastante misógino, racista y colonialista. Es necesario entender una cosa: no es que el desprecio a los cuerpos racializados y sexualizados (mujeres) se dé en la intencionalidad individual de ese sujeto racional en el que el iusnaturalismo y la Ilustración moderna se basan. La misoginia está en el lenguaje, el humor, las ciencias y las instituciones. Es decir, está en la estructura del discurso, en la estructura emocional y corporal del habitus. Es una misoginia estructural porque está en las estructuras objetivadas que nos convierten precisamente en “hombres” y en “mujeres”. Creer que hay desigualdades sociales no materiales es precisamente la base de todo idealismo y esencialismo.

A un nivel más individual, una muestra de cómo se reproduce este imaginario conservador y reaccionario, que legitima tanto el colonialismo como el patriarcado, se da cuando, hablando de los autores referenciales, se nos dice: “es que eran de otra época”. Y tú preguntas, ¿de qué época? ¿De la época en la que las mujeres trabajan más que los hombres pero tienen menos capital económico que ellos, siendo de la misma clase social? ¿O de la época en que los hombres tienen más capital social, cultural y simbólico que las mujeres de su misma clase, aunque sean ellas las que paren, alimentan, limpian, educan y cuidan gratuitamente a la especia humana? ¿O igual son de la época en la que la primera causa de muerte violenta de las mujeres a nivel mundial es el asesinato por parte de un hombre? ¿O quizá de la era capitalista y salarial donde la mitad de las mujeres a nivel mundial no cobra nada por su trabajo? ¿O esa en la que ocho de cada diez mujeres son agredidas por un hombre durante su vida al menos una vez? Pues esa es nuestra época. Y tiene su propia genealogía material e histórica, desde las esclavas sexuales de la era helenística hasta las esclavas sexuales de la actualidad, desde la madre virgen de Jesús hasta Christine de Pizan, desde Sojourner Truth, hasta la esclava Sofía del ilustrado Emilio. La época de Tristán, Goldman, Beauvoir y la de las violaciones en manada. Entender la negación histórica por parte de los hombres y los referentes ideológicos a hablar del patriarcado en términos de dominación material y explotación es el primer paso para entender por qué las mujeres trabajan más que los hombres a nivel mundial y tienen menos capital económico (sueldos, rentas, ingresos), menos capital social (contactos sociales que a su vez tienen diversos capitales), menos capital cultural (tanto corporizado, objetivable, como certificado) y simbólico (prestigio y autoridad) en todo el mundo, aunque sean de la misma clase económica o del mismo país colonizado que los hombres.

Albert Noguera. No niego, en absoluto, lo que señalas ni que Rousseau y compañía fueran misóginos y racistas, y coincido también contigo en que aceptar el hecho de que los juicios de las personas están, necesariamente, condicionados por su época, no significa tener que aceptar que por vivir en el siglo XVIII tuvieras que ser, obligatoriamente, racista y misógino, no es así. Pero no creo que haya que despreciar, íntegramente y de manera absoluta, el aporte de la Ilustración para la construcción de la idea de emancipación. Su aporte es indispensable para la conformación, también, del movimiento anticolonial, feminista, antirracista, etc. En tanto que estos son movimientos que se constituyen a partir de la idea característicamente moderna de una tensión dialéctica entre Historia y Razón, ponen en práctica una acción política organizada en torno a la reivindicación de derechos y persiguen un futuro de justicia, de manera que estos discursos y movimientos presuponen la Ilustración como condición de su propia posibilidad.

No creo que haya que despreciar, íntegramente y de manera absoluta, el aporte de la Ilustración para la construcción de la idea de emancipación. Su aporte es indispensable para la conformación, también, del movimiento anticolonial, feminista, antirracista

Por un lado, con la Ilustración se empieza a comprender y evaluar cada coyuntura histórica específica desde criterios éticos que reclaman validez universal y racional, pero, al mismo tiempo, todo criterio de validez ético que reclama para sí universalidad racional podrá ser puesto en duda como mera contingencia de su coyuntura histórica específica, lo cual es la base del pensamiento crítico.

Y, por otro lado, si bien los conceptos de igualdad, libertad, dignidad, etc. ya existían en la obra de los clásicos, el aporte de la Ilustración fue vincularlos a la política y a la idea de futuro. Los autores de la Ilustración del siglo XVIII no inventaron estos conceptos, ellos nunca pretendieron ser originales, de hecho, consideraban la originalidad en su campo como peligrosa, siempre prevenían contra el peligro de lo que ellos llamaban l’esprit de système. No ambicionaban emular los grandes sistemas del siglo XVII de Descartes, Spinoza o Leibniz. En su doctrina de los derechos inalienables del hombre no hay nada nuevo que no apareciera ya en los libros de Locke, Grocio o Pufendorf. El mérito de Rousseau y sus contemporáneos reside en otro campo, en sacar este concepto del ámbito de la metafísica y llevarlo al de la política. El siglo XVII había creado una metafísica de la naturaleza y de la moral. Los autores de la Ilustración perdieron el interés por las especulaciones metafísicas y concentraron sus energías en la acción. Ellos no querían inventar ni demostrar los primeros principios de la vida social del hombre, sino afirmarlos y aplicarlos, convertirlos en eficaces. Por tanto, los autores de la Ilustración convirtieron estas nociones en un arma para la lucha política; al asociar igualdad y política convirtieron la primera en un ideal que problematiza con el statu quo y pretende transformarlo. Asimismo, para los pensadores ilustrados del siglo XVIII el futuro de la humanidad, la formación de un potencial orden social y político donde se hagan efectivos de manera absoluta los ideales filosóficos y políticos de igualdad, libertad, etc., era su principal y verdadera preocupación. A diferencia de los románticos del siglo XIX, que se caracterizarán por una idealización y espiritualización del pasado (los románticos aman el pasado por el pasado), la Ilustración articuló sus ideales en torno al futuro. Esta asociación entre las nociones de libertad, igualdad y futuro, crea la idea de utopía. La utopía es una construcción propia de la cultura moderna occidental y sólo se da en ella. La utopía social no existe en otras culturas, como por ejemplo la filosofía hindú o china.

En consecuencia, aunque la Ilustración construyó las nociones de igualdad, dignidad, libertad, etc. de manera funcional a las necesidades del capitalismo, no puede obviarse que estas nociones terminaron operando también como un ideal o un referente político de futuro, a partir del cual se empezarán a conformar los distintos proyectos emancipadores de la modernidad. No solo los del hombre blanco racista y colonial europeo, sino también los de los excluidos. La Ilustración dio lugar a los derechos naturales y a la Revolución francesa que, efectivamente,  como dices, creó un sistema capitalista patriarcal. El capitalismo requiere, en primer lugar, dotar de igualdad jurídica y libertad a los individuos para que puedan firmar contratos y, a continuación, hacérsela entregar. Primero, debe crear individuos libres y jurídicamente iguales, ya que sólo estos pueden ser partes de contratos. Y en segundo lugar, una vez otorgada la libertad, pacta la abolición de la misma por vía productiva. La compra-venta de fuerza de trabajo es la pérdida de la libertad en los aspectos pactados y por el tiempo pactado, tal es la cuestión de la alienación. La compra-venta de fuerza de trabajo es la metamorfosis del trabajador jurídicamente libre en el trabajador esclavo del momento productivo. En el capitalismo con relaciones laborales basadas en el contrato, la libertad es la condición esencial de la esclavitud, por eso es necesario el reconocimiento de derechos de libertad e igualdad. Pero estos ideales de libertad e igualdad surgidos de la Ilustración y la revolución fueron los que dieron lugar también a la revolución haitiana. Sin la ilustración y el 1789 francés, la revolución haitiana de 1790 nunca se hubiera producido tal como se produjo, y se produjo como revolución de los negros en lucha por los ideales ilustrados de igualdad y libertad en contra del hombre blanco europeo, el racismo y el colonialismo. Fruto de ella se proclamó la independencia de Haití en 1804 y la Constitución de 1805, en la que se establecía que todos los ciudadanos haitianos, fuera cual fuera su color de piel, pasaban a ser denominados “negros”, quedando establecida la primera república de América Latina y la primera república negra del mundo. Lo que quiero decir con ello es que en las bases filosófico-culturales de la modernidad, creadas, efectivamente, por hombres blancos misóginos europeos, están confusamente contenidas las bases del sistema capitalista, patriarcal, colonial y racista, pero también parte de las bases de su crítica y superación emancipadora, dando lugar a una esquizofrenia o lucha interna plasmada en la dialéctica poder-contrapoder inherente a la propia historicidad moderna. La modernidad y la ilustración son un proyecto internamente contradictorio.

Sobre las autoras
Jule Goikoetxea es filósofa política, escritora y miembro del grupo de Teoría Crítica BIBA (Bilbo-Barcelona). Es autora de Privatizar la democracia. Capitalismo global, política europea y Estado español (Icària, 2019).
Albert Noguera es jurista y politólogo, miembro de Ruptura, grupo de análisis y creación para la transformación social. Es autor, entre otros libros, de La igualdad ante el final del Estado social. Propuestas constitucionales para construir una nueva igualdad (Sequitur, 2014) y El sujeto constituyente. Entre lo viejo y lo nuevo (Trotta, 2017).
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La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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