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Filosofía
Con ojos de Estado I. Un mapa para leer a Scott
El bosque de los administradores no puede ser el bosque de los naturalistas.
Negara mawi tata, desa mawi cara (El capital tiene su orden, la aldea sus costumbres).
Proverbio javanés
El presente texto ha sido elaborado por Julieta Gaztañaga, Brenda Canelo, Laura Berisso, Avelina Brown, Carla Gerber, Hebe Montenegro, Facundo Gaitán, Lisandro Orlando, Anabel Pavone y Paloma Posadas (Depto. de Cs. Antropológicas-FFyL, Universidad de Buenos Aires, Argentina)
En 2022 se publicaron dos obras monumentales de James Scott traducidas al castellano. Against the Grain, traducido como Contra el estado (Trotta, 2022), y Seeing like a State, traducido como Lo que ve el Estado (Fondo de Cultura Económica, 2022). Ambas obras son clave para la teoría social y política contemporáneas. Tanto debido a la impronta sistemática crítica como a la perspectiva antiautoritaria desde la cual Scott entabla e inscribe sus discusiones, sus trabajos logran de manera creativa y amena evidenciar las flaquezas e irresponsabilidades de la teoría social mainstream basada en el cálculo racional, y mostrarla como un lugar que rige y con ello condena la vida cotidiana surcada por desigualdades y sufrimientos para la mayoría de las personas en el mundo.
En estas líneas nos ocuparemos del libro Lo que ve el Estado. Cómo ciertos esquemas para mejorar la condición humana han fracasado.
El Estado, como sabemos, no es una persona, ni siquiera un grupo de personas. Sin embargo, debido a la manera en que hemos “resuelto” la “necesidad” de orden y gestión de lo público el Estado aparece con esas cualidades. El fantasma de la reificación y el fetiche se potencian. Así, el Estado mira todo lo que puede, intenta permanentemente hacerlo mejor, y se organiza para ello.
Pero los ojos del Estado no instauran cualquier tipo de visión. Este libro de Scott lo muestra y nos acerca un ejemplo cabal de que el estudio del Estado moderno requiere de una continua vigilancia epistemológica. Debemos conocer los procesos formativos del Estado-Nación no por un afán de anticuario sino porque sus alcances contemporáneos y sus efectos reales e imaginarios en la vida de las poblaciones y las personas son demasiado fuertes. No alcanza con decir: ¡fetichismo! Hay que saber navegar entre corrientes y galernas, compartir la bitácora y no dejarse engañar ni por las sirenas de las promesas generales de unos pocos ni por la quietud del oleaje redondeado y los cielos calmos del bienestar limitado.
Scott navega, con elegancia, humor y precisión, la dialéctica entre lo universal y lo particular (la cual hace al propio Estado), sin descuidar el hecho de que la dinámica estatal siempre debe ser pensada de manera local, plural e históricamente situada. Sin embargo, y como también muestra esta obra, los procesos donde la dominación, el horror, las buenas intenciones y los puntos ciegos se confunden y mezclan, no son fallos de una matrix inescrutable e inconmensurable. Hay que ensayar preguntas y respuestas abarcadoras.
Un autor original y prolífico, que ha renovado discusiones en campos y disciplinas diversos, desde la economía política, los estudios agrarios comparados, las teorías de la hegemonía y la resistencia, la política campesina, la revolución, las teorías de las relaciones de clase y el anarquismo.
Lo particular y lo universal aquí no son etiquetas bonitas para filosofar descuidadamente sino detalladamente convertidas en problemas históricos y situados concretos. La denominada modernización agrícola en los Trópicos, las aldeas obligatorias en Tanzania, la colectivización en Rusia, la teoría de la planificación urbana de Le Corbusier en Brasilia, el Gran Salto Adelante en China; éstos son algunos de los casos que reúne el libro. Lo hace atendiendo a dos grandes ejes. Por un lado, la pregunta de ¿por qué fracasan tan trágicamente planes producidos con las mejores intenciones y pensados para mejorar la condición humana? Por otro lado, una laboriosa construcción conceptual organizada en torno a cómo enfocar el problema de la legibilidad estatal para comprender el problema del siglo XX. Este siglo, atormentado por grandes esquemas y proyectos utópicos que significaron calamidades e incluso la muerte de millones de personas, parece ser la antesala de uno más terrorífico, pese a que tenemos tantas herramientas, trabajos, voluntades y promesas al servicio de un mundo mejor, más sostenible y justo.
Scott sostiene que la “teoría del desarrollo” y los planes gestionados de forma centralizada fallan cuando intentan imponer visiones esquemáticas que violentan, niegan, desoyen e invisibilizan las complejas interdependencias locales y cotidianas que esas visiones no pueden comprender. En cambio, los diseños de organización social pueden tener éxito cuando atribuyen un valor equivalente tanto al conocimiento práctico local como al saber científico y técnico; se trata de una episteme capaz de velar por los valores, deseos y objeciones de sus sujetos.
La trama burocrática y represiva con la cual el Estado ordena la naturaleza y la sociedad; la bitácora administrativa de la gran ideología modernista; las intervenciones a gran escala sin titubeos y una sociedad civil inmovilizada… Estos son algunos de los temas que recorre esta obra, cuyo autor organiza en un esquema propio que es también el de una agenda política además de académica.
Este trabajo se sitúa entre la apertura creativa necesaria para leer y proponer categorías analíticas y la rigurosidad y honestidad metodológica capaz de llevar ese esfuerzo imaginativo fuera del estrecho marco casuístico. Al abrir la potencia política de una reflexión comprometida con la gran teoría y los procesos sociales concretos, abraza lo mejor de los cruces entre disciplinas. Y, en este sentido, logra acometer la tarea de descubrir al fantasma de la reificación, que siempre acecha al tratamiento de la temática del Estado en las ciencias sociales y humanidades. Lejos de ser tratado como una cosa o una entidad con la apariencia de lo natural, lo evidente, lo dado, lo familiar, aquí el Estado es abordado según cómo ciertos actores construyen la legibilidad estatal. La tarea de releer esos esfuerzos por crear orden y simplificación (la legibilidad), permite comprender que el Estado debe su fuerza a su violencia directa e indirecta, a la aspiración de unidad y a una putativa eficacia necesaria y trascendental. La debacle permanente de su existencia es mostrada en su esplendor de grises y claroscuros, donde funciona como un entramado cambiante y difuso de instituciones, agentes, instrumentos jurídicos, recursos materiales, clasificaciones, proyectos, valores, afectividades, imperativos morales, dominaciones, violencias, compromisos personales y contrapoderes, entre tantos otros elementos.
Scott combina el enfoque histórico y el etnográfico con maestría, y no escatima en hacer explícitas las grietas que cruzan a muchos de sus argumentos. La promesa de que en esas grietas florezcan nuevas y mejores ideas está en nuestras manos.
Aportes y críticas a James Scott
Las contribuciones de James Scott en el seno de la antropología política son indudables, aun cuando es frecuente encontrarse con diversas críticas a su producción. Fundamentalmente, se le han atribuido aportes sustantivos en el estudio de los procesos de movilización social, en su afán por desplazar la mirada de los acontecimientos disruptivos, épicos y visibles para atender principalmente a las prácticas y dinámicas de resistencia del orden de la cotidianeidad (Fernández Álvarez, 2017). Los aportes bibliográficos que realizó en su vasta carrera, que datan de 1968 cuando hizo su tesis doctoral, contribuyeron a enfatizar y valorar los entramados cotidianos de movilización social y resistencia desde una perspectiva que destaca las contribuciones del pensamiento de izquierda y militante, contrarias a las políticas belicistas e imperialistas del gobierno de EE.UU. (Roca Martínez, 2017).
Su trayectoria se inserta en una línea de estudio que se inicia a partir de la década de 1970, cuando surgen líneas de investigación que redefinen el enfoque que había predominado en la antropología política desde su conformación como sub-campo. Si hasta ese momento, y desde un marco estructural-funcionalista, se hacía hincapié en el estudio de las instituciones y los mecanismos sociales de cohesión y orden, a partir de los ´70 una serie de nuevos trabajos van a enfocarse, por el contrario, en el análisis de los procesos —cotidianos, situados, heterogéneos— de dominación y resistencia. Este viraje en el estudio de los movimientos sociales en el marco de la antropología política tuvo que ver, fundamentalmente, con las lecturas y análisis teóricos que se desprenden de los trabajos de autores tales como Antonio Gramsci, Michel Foucault y Edward Thompson.
Las contribuciones de la antropología y la etnografía a esta nueva forma de abordar los movimientos sociales fueron centrales, y uno de los trabajos principales fue Los dominados y el arte de la resistencia. Allí Scott se interesa por las modalidades cotidianas de resistencia de los sectores subalternos, y se sirve de su trabajo sobre campesinos en el sudeste asiático para analizar las formas ocultas, invisibles, de resistencia cotidiana que se ponían en práctica en un escenario de explotación, dominación y represión estatal. Con esta óptica, reconoce la existencia de dos niveles de discurso producidos en el marco de las relaciones de dominación: uno público, mediante el cual los dominados aparentan aceptación a las condiciones de subordinación; y otro oculto, que se desenvuelve por fuera de la interacción con los sectores dominantes, mediante el cual expresan su resistencia. Con relación a ello, una de las tesis del autor es que aquellos análisis que parten de la concepción de una “falsa conciencia”, incurren en el sesgo de estudiar meramente el discurso público, el ámbito de las apariencias, de la disimulación de una resistencia que los sectores subalternos actúan, recrean, expresan en el marco del discurso oculto, o mediante “formas diarias de la resistencia” como la ralentización, el hurto, los engaños, etcétera (Scott, 1985; citado en Manzano y Ramos, 2015).
Cabe señalar que no fueron pocas las críticas realizadas a éste y otros trabajos del autor. Principalmente se ha criticado la interpretación que realiza de la categoría gramsciana de hegemonía. William Roseberry (1994) será uno de sus principales críticos en este sentido. En efecto, en su trabajo Hegemonía y el lenguaje de la controversia, plantea que Scott elabora una definición más bien ideológica de aquel concepto, en la medida en que lo entiende como mera construcción de consenso en torno a las formas culturales o de conciencia dominantes. Según Roseberry, esa acepción no plasma el sentido que el propio Gramsci buscó darle al término que, tal como se desprende de sus escritos, es mucho más “material y político”. De esta forma, el autor propone un concepto de hegemonía más material, político y problemático que ayude a entender las relaciones complejas y dinámicas entre lo dominante y popular, o entre la formación del Estado y las formas de acción cotidianas.
Antropología
Los albores de todo: la imaginación política es (también) despabilarnos del pasado
Ciertamente, es preciso pensar la hegemonía como una categoría problemática, dinámica, diversa y frágil que contempla el disenso, la contienda y la lucha. Por ello en lugar de referirse al consenso ideológico, Roseberry propone hablar de procesos hegemónicos para referirse a las dinámicas de construcción de aquel marco cultural común en el que se definen los términos tanto para actuar y entender, como para confrontar y resistir el orden hegemónico. Sin embargo, consideramos que la obra de Scott toma esas precauciones, aunque relegadas a un segundo plano. De hecho, nos permite pensar en términos de “proyectos” del Estado, antes que en “logros” del Estado, y así nos hace avanzar en una comprensión de la “cultura popular” y de la “formación del Estado” en relación mutua. Gramsci usó el concepto de hegemonía para entender el fracaso de la burguesía del Piamonte para conducir y conformar un Estado-Nación unificado; los planes no concretados, las incapacidades y divisiones internas, imposibilitaron que aquella pudiera presentar sus intereses particulares como generales.
Otra de las críticas más extendidas hacia el trabajo de Scott se funda en la distinción, aparentemente tajante y dicotómica, que el autor realiza entre “dominantes” y “dominados”. Un problema detectado por lxs analistas que cuestionan esta mirada es que la misma conduce a una visión romántica de los dominados que deja fuera de análisis las diferencias y contradicciones de intereses dentro de los grupos subalternos (Fernández Álvarez, 2017). El mismo Roseberry, haciendo una lectura crítica en base a este punto, señala la necesidad de pensar de manera multidimensional la sociedad y, recuperando a Thompson, la define en términos de “campo de fuerza”. Otrxs autorxs incluso señalaron que aquella polarización presente en los planteos de Scott lleva a concebir la existencia de espacios subalternos autónomos, es decir, como agentes pasivos que se encuentran por fuera del proceso de dominación (Gledhill, 2000: 115). Eso supone pensar que las relaciones de poder sólo se expresan en la arena pública, por lo que, además, no existirían formas estructuradas y colectivas de discurso explícito en las que se pudiera expresar la resistencia, confinada simplemente al ámbito de lo oculto o lo indirecto (Manzano y Ramos, 2015: 4).
La tarea de releer esos esfuerzos por crear orden y simplificación (la legibilidad) permite comprender que el Estado debe su fuerza a su violencia directa e indirecta, a la aspiración de unidad y a una putativa eficacia necesaria y trascendental.
Este tipo de críticas, lejos de invalidar la obra de Scott, hacen a la complejidad de su pensamiento y la rigurosidad de sus investigaciones. Estamos ante un autor original y prolífico, que ha renovado discusiones en campos y disciplinas diversos, desde la economía política, los estudios agrarios comparados, las teorías de la hegemonía y la resistencia, la política campesina, la revolución, las teorías de las relaciones de clase y el anarquismo. Sus publicaciones incluyen The Moral Economy of the Peasant: Rebellion and Subsistence in Southeast Asia, Yale Press, 1976; Weapons of the Weak: Everyday Forms of Peasant Resistance, Yale Press, 1985; Domination and the Arts of Resistance, Yale Press, 1990; Seeing Like a State: How certain schemes to improve the human condition have failed, Yale Press, 1998; The Art of Not Being Governed: An Anarchist History of Upland Southeast Asia, Yale Press, 2009; Two Cheers for Anarchism, Princeton Press, 2012; Against the grain. A deep history of earliest States, Yale Press, 2017.
Para leer a James Scott
La obra de Scott no puede escindirse del contexto social y político que le dio forma. En efecto, nuestro autor se especializó en el Sudeste Asiático preocupado por la política imperialista que el gobierno de EE.UU. tenía en la región, plasmada en la Guerra de Vietnam (1955-1975) (Roca Martínez, 2017). Posteriormente, ocurren dos hechos que Scott va a tomar por eje en sus trabajos. Por un lado, con el fin de la Guerra Fría (1945-1989) y el supuesto “desarrollo” para los países del “Tercer Mundo”, Scott va a pronunciarse contra la planificación y las políticas desarrollistas con el libro que reseñamos. Como veremos a continuación, solamente requiriendo un saber-hacer local y complejo es que la sociedad podrá evadir las clasificaciones legibles y estandarizadas que le son impuestas (Scott, 1998). Por otro lado, la llegada de una nueva generación de antropólogos interesados por la justicia global tuvo por eje las manifestaciones contra la Cumbre de la Organización Mundial del Comercio, ocurridas en Seattle en 1999, y fue debido a esos sucesos que Scott profundizó sus lecturas del anarquismo publicando Two cheers for anarchism (2012).
Si bien se formó en ciencia política, supo hacer estudios etnográficos prolongados con sutileza y atención al detalle. Su estudio del campesinado de Malasia, materializando la obra Weapons of the weak: everyday forms of peasant resistance (Scott, 1985), examina el potencial de resistencia creativa que tienen los campesinos, reparando en que pueden usar las contradicciones con fines propios para revertir aquello que sea objeto de crítica. Los esfuerzos hechos por Scott en combinar la ciencia política, la antropología y la historia son otro de los motivos de la fuerza de su legado.
En Lo que ve el Estado (1998), realiza un estudio comparativo entre procesos tales como el Gran Salto Adelante de China, la colectivización rusa, el reasentamiento forzoso de Tanzania, Mozambique y Etiopía, ciudades planificadas nuevas como Brasilia, enormes planes agrícolas como Chandigarh, entre otros casos, con el fin de comprender los grandes esquemas utópicos de ingeniería social del siglo XX y sus promesas incumplidas. Su hipótesis es que lo legible y estandarizado del campo de visión estatal excluyó a todo lo que quedaba fuera de su limitada perspectiva. Scott apela a la categoría aristotélica de metis para referirse a este conocimiento práctico, que omite al saber estatal. Lo que omite el Estado es la complejidad e ilegibilidad (definida por la simplicidad y la legibilidad, claro está) de un saber-hacer local y crucial para la vida y la totalidad real. Negarlo, omitirlo y desplazarlo es también hacerlo con todo lo que hace funcional a cualquier actividad o institución social. He aquí los fracasos del último cambio de siglo.
Los ejemplos que plantea Scott son abundantes pero, a la vez, hipotéticos. Por ejemplo, un caso de prácticas consuetudinarias de tenencia de la tierra puede ayudarnos a demostrar lo difícil que es asimilar tales instituciones al esquema básico de un mapa catastral moderno.
Algunas voces críticas de los ejemplos esgrimidos por Scott apelaron a la falta de datos contextuales y a endilgarle planteos liberales (Roca Martínez, 2017). No obstante, argumenta Scott, es a partir de pequeños actos individuales que pueden convertirse en auténticos fenómenos sociales, capaces de desencadenar cambios políticos de gran alcance. Así, “reconoce la necesidad del Estado, lo que le hace afín al anarquismo es la constatación de que la democratización, los derechos humanos y el cambio social sólo son posibles a través de la acción de los fenómenos de insubordinación y protesta” (Roca Martínez, 2017: 108). Así lo explicaba en una entrevista a raíz de su último libro: “A diferencia de los anarquistas, yo no creo que el estado vaya a ser abolido (...). La cuestión es domarlo a través de las infracciones y perturbaciones que siempre han sido cruciales para el cambio democrático” (Schuessler, 2012; en Roca Martínez, 2017: 108).
Filosofía
Con ojos de Estado II. Resistencia y legibilidad
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