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Recordarán los Tamagotchi, un pequeño dispositivo en el que se aunaba la experiencia de lo puramente lúdico junto una aparente lección de responsabilidad. Mediante distintas alarmas, el artefacto nos alertaba de que tenía sueño, hambre o ganas de jugar. Adaptábamos nuestras rutinas a las suyas para mantenerlo con vida, incluso si su llamada era de madrugada. Sin embargo, cuando ese ser virtual moría por falta de sueño o por inanición nuestra responsabilidad como progenitores no sufría un verdadero revés, o al menos no vivíamos aquella pérdida como un hecho irreparable. Simplemente volvíamos a reiniciar el juego con un nuevo ser al que cuidar.
La vida real es bastante distinta a la paradoja de los Tamagotchi. Las decisiones tienen consecuencias y, en determinadas ocasiones, el camino que tomamos en algunos de los momentos de nuestra vida hace que dichas consecuencias sean irreversibles.
En la actualidad se produce un fenómeno contrario. Distintos dispositivos están al alcance de la mano para que, nuevamente, adaptemos nuestras rutinas a los dictados de una pequeña máquina. “Cierra tus círculos” es el nuevo slogan del smart-watch de moda. Si optamos por hacer caso de las recomendaciones de la máquina, cada día habremos de realizar una serie de pasos (para abandonar la vida sedentaria), medir nuestras pulsaciones, tomar tantas piezas de fruta, etc. Si en el caso de los Tamagotchi nosotros éramos los responsables directos de la durabilidad de una vida virtual, en la actualidad confiamos nuestros hábitos de salud a una máquina para que nos guíe como un perro lazarillo. Ahora el Tamagotchi eres tú.
Más novedosas aún si cabe son las apps que pagan a sus usuarios, a cambio de correr o caminar un determinado número de kilómetros, una cantidad de dinero virtual que estos podrán destinar a compras en una tienda online.
Piensen en una app que nos recordara cada dos horas que debemos ser generosos con el prójimo, o que nos avisara con una alarma de las personas que van muriendo de hambre en tiempo real.
Sin embargo, no existen dispositivos electrónicos que nos ayuden a enfrentar otros problemas de la vida incluso más acuciantes que el cuidado de nuestro cuerpo que, por otra parte, este artículo tampoco pretende desmerecer. Sin embargo, la soteriología, el concepto de salvación de nuestros tiempos, sufre el reduccionismo de cuidar sólo de una parte de nosotros (el cuerpo) mientras se va dejando de lado todo lo demás. Piensen en una app que nos recordara cada dos horas que debemos ser generosos con el prójimo, o que nos avisara con una alarma de las personas que van muriendo de hambre en tiempo real para que vayamos tomando conciencia de los graves problemas estructurales que posee el sistema capitalista y la acumulación de riqueza. Sería impensable y económicamente un fiasco.
Resulta curioso analizar la paradoja del Tamagotchi al amparo del concepto de voluntad de Schopenhauer. Para Schopenhauer, un tipo bastante pesimista, la voluntad no es la capacidad humana para decidir con libertad lo que se desea y lo que no. La voluntad en Schopenhauer es una fuerza del universo, irracional. Lo que quiere es querer. Es decir, que se quiere a sí misma y se reafirma a sí misma. Desea para desear, y por lo tanto es imparable. Esta voluntad, esta fuerza de la naturaleza, es lo que nos mueve, según Schopenhauer. Deseamos cosas y sufrimos al no tenerlas, nos dice el pensador alemán. Pero al alcanzar el objeto del deseo, rápidamente nos hastiamos de aquello que hemos conseguido, y por lo tanto de nuevo deseamos nuevos objetos y sufrimos nuevamente. Es un círculo vicioso en el que lo único que permanece constante es el propio deseo, ya que estos objetos que deseamos son meras representaciones que la voluntad pone delante de nosotros. Es simplemente la zanahoria delante del burro (o el reloj inteligente en la muñeca). Nada es un fin en si mismo y nada satisface verdaderamente. Todo es un medio para seguir y seguir y seguir deseando hasta el infinito. Por lo tanto, para Schopenhauer la vida es absurda porque la voluntad nunca se sacia.
Si hacemos una traslación de las ideas del filósofo alemán a la paradoja que anticipábamos al principio, la máquina a la que nos conectamos representa así un puente hacia la consecución de un deseo o lista de deseos concretos. A priori, el deseo de ser personas con hábitos más ordenados, más saludables. El deseo de alejar de nosotros, en todo lo posible, la muerte del Tamagotchi en el que, poco a poco, nos hemos convertido. La máquina nos pone nuevos retos que, al instante, se convierten en nuevos deseos. De esta forma, también la máquina va eligiendo por nosotros. Elige cuáles son los deseos que más nos convienen y desecha aquéllos que no están incluidos en su programa. Porque, sublimaciones aparte, no se alcanza a desear aquello que no se conoce.
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