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Filosofía
A vueltas con la posmodernidad
El concepto de Posmodernidad ha vuelto a adquirir una cierta presencia en el debate teórico y político actual, como consecuencia de su vinculación con las políticas de la diversidad. Sin embargo, la Posmodernidad posee diferentes perfiles que es preciso matizar.
En ocasiones se piensa que uno ya ha escrito la última palabra sobre un tema, bien sea porque no tiene nada más que decir, bien porque siente hastío por él, bien porque se entiende que ha perdido vigencia. Esos tres elementos se me presentaban cuando acudía a mi cabeza un concepto como el de posmodernidad, al que incluso había dedicado subtítulo de uno de mis últimos libros, De la vanguardia al cyborg. Aproximaciones al paradigma posmoderno. Sin embargo, como sucede en muchas ocasiones, la realidad vuelve a imponer presencias que se antojaban perdidas. De nuevo, quién lo iba a decir, el término posmodernidad vuelve a adquirir un cierto protagonismo en el debate teórico y político.
Es cierto que como adjetivo sustantivado de carácter despectivo, “los posmodernos”, nunca había abandonado el lenguaje de ciertos sectores de la izquierda. Pero, en los últimos tiempos, dichos sectores han reactivado la utilización del concepto para vincularlo a lo que entienden una peligrosa preminencia de las políticas de la diversidad. Lo preocupante del planteamiento, a mi modo de ver, no es el desprestigio de un concepto, sino la falta de rigor materialista que se aprecia tras la crítica, pues se llega a considerar que el posmodernismo es una creación de laboratorio con el único objetivo de acabar con el marxismo. Como si toda una forma de pensamiento que, efectivamente, permea al conjunto de la sociedad contemporánea, pudiera ser el efecto exclusivo de una planificación teórica y no el resultado, como aconseja pensar el materialismo, de una lógica social.
¿Qué es la Posmodernidad?
Posmodernidad es, sin ninguna duda, una palabra que suscita diferentes interpretaciones. Como todo concepto, es objeto y resultado de una lucha para delimitar sus perfiles. Y es en virtud de esa lucha en la que me parece importante volver a prestarle atención. Porque calificar como reaccionaria a la Posmodernidad para, posteriormente, colocar bajo ese paraguas toda una nómina de autores a los que luego se pretende expulsar por el sumidero de la historia, me parece una operación de una enorme torpeza y de un gran sectarismo.
Invitado en los años 80 del siglo XX por la Fundación de Investigaciones Marxistas a un coloquio sobre la Posmodernidad, Javier Muguerza proponía una intervención titulada “La razón con minúsculas. O por qué somos posmodernos”. En ella, Muguerza, nada sospechoso de simpatía hacia ciertos autores de la Posmodernidad, como Deleuze, al que consideraba “deleuznable”, advierte que la Posmodernidad es una nueva forma de pensar correspondiente a la mutación social que se advierte en ese tercio final del siglo XX. Y que esa nueva forma de pensar, que nos hace posmodernos a todos los que habitamos el presente, pasa por advertir que la razón ha perdido esa mayúscula inicial que le otorgó la Ilustración (y que sacralizó, incluso, la Revolución Francesa, en esa lógica en la que lo social, lo político y lo cultural van de la mano, como no puede ser de otro modo). Podría decirse, de este modo, que uno de los perfiles de la Posmodernidad es el de la constatación de que el ser humano, además de su faceta racional, está atravesado por otro tipo de dinámicas que resulta imprescindible aquilatar si se pretende entender la realidad e, incluso, hacer política. Algo que, por ejemplo, algunos autores de orientación marxista, como Wilhelm Reich o Ernst Bloch, ya pusieron de manifiesto en el primer tercio del siglo XX al intentar entender el ascenso del fascismo. Tema, por otro lado, de enorme actualidad.
Calificar como reaccionaria a la Posmodernidad para, posteriormente, colocar bajo ese paraguas toda una nómina de autores a los que luego se pretende expulsar por el sumidero de la historia, me parece una operación de una enorme torpeza y de un gran sectarismo.
Al subrayar que “somos posmodernos”, Muguerza colocaba sobre el tapete filosófico el carácter histórico del concepto, en un gesto muy cercano al que han realizado otros autores, como Jameson, y que desde aquí queremos compartir. La Posmodernidad, por decirlo con palabras de este último, es la “lógica cultural del capitalismo tardío”, el modo de pensar que se ajusta a las mutaciones de la sociedad posfordista, consumista, posindustrial o como tengamos a bien llamarla. La Posmodernidad, desde esta perspectiva, no es sino otro momento histórico, que sucede a la Modernidad, y que posee sus propias peculiaridades en el ámbito del pensar, del mismo modo que la Modernidad también vino marcada por unos precisos rasgos epocales. Modernidad que, como la Posmodernidad, no estuvo exenta de contradicciones y de complejidades. La Posmodernidad no es, en modo alguno, un ente monolítico de orientaciones coincidentes, sino el lugar, también, de una profunda pugna teórica.
Llamemos en nuestro apoyo a Lenin. Vladímir Ilich acuñó la teoría de las dos culturas dentro de una cultura, a través de la cual quería hacer frente a los excesos de una cierta vanguardia artística empecinada en acabar con todo el arte del pasado, esa “vieja estopa roída por el tiempo”, de la que hablaba Malevich en 1918. Para Lenin, en todo momento histórico se produce la pugna entre dos formas de cultura, una que representa una orientación progresista y otra de perfiles reaccionarios. Lenin desarrolla esta teoría como modo de reivindicar cierto arte del pasado y vincularlo al proceso revolucionario soviético. Pero a nosotros nos resulta útil para subrayar que, efectivamente, toda época está atravesada por contradicciones, por diferentes líneas discursivas que la caracterizan. Ni la Modernidad ni la Posmodernidad son ajenas a esas dinámicas.
Hacia una Posmodernidad antagonista
Dentro de la Modernidad, a pesar de la existencia de un poderoso imaginario compartido, es posible detectar la existencia de una Modernidad de perfiles más conservadores y otra de carácter más crítico o antagonista. Resulta bastante evidente que no es lo mismo Descartes, con su dualismo antropológico, que Spinoza, con su monismo materialista; o Hegel, con su profundo idealismo, que Marx o Nietzsche y su ateísmo materialista. Recordando lo que escribíamos en estas mismas páginas sobre Marina Garcés, es posible hablar de una Ilustración radical cuyos perfiles críticos apuntan mucho más allá de los intereses del discurso hegemónico. Ello no obsta para que en los discursos más avanzados podamos encontrar inercias de los perfiles dominantes del momento histórico. Algunas páginas de Marx no son ajenas a ese espíritu progresista y teleológico que preside a la Modernidad dominante, por poner un ejemplo.
Lo mismo vale para la Posmodernidad. Lo ha subrayado de manera muy conveniente y certera Boaventura de Sousa Santos, quien nos habla de una Posmodernidad celebratoria y de una Posmodernidad crítica. Nuevamente podemos decir que no es lo mismo Lyotard que Deleuze, Rawls que Negri, Rorty que Butler, por poner algunos ejemplos. Eso lo podemos contemplar, de modo muy claro, en el tema que más preocupa a quienes se lanzan a una desaforada crítica de la Posmodernidad, la cuestión de la diversidad, de la diferencia. Podría decirse que la de la diferencia es una de las cuestiones caracterizadoras del pensar posmoderno. La preocupación por la misma se extiende por una extensa nómina de autores, pero el enfoque de ella se hace tiene implicaciones muy diferentes. Deleuze, como apuntamos en el anterior artículo, lo sintetizaba de manera magistral en las páginas de Diferencia y repetición, al advertir la existencia de dos vías de la diferencia. Una que la incentiva y que desemboca en una incomunicación idiota, de la que, a nuestro modo de ver, Lyotard es el ejemplo más claro, aunque en el tramo final de su obra intente reorientar su posición; otra que la entiende como origen y fundamenta, de ese modo, una política del encuentro, koinota, de búsqueda de lo común, de la que el propio Deleuze se erige en expresión más acabada. Esta última se convierte en perspectiva inexcusable para abordar la política en los actuales tiempos de profunda crisis de las formas políticas representativas.
La sociedad posmoderna nos coloca ante nuevos problemas y contradicciones que solo desde un discurso posmoderno es posible abordar. Las herramientas modernas, como el teleologismo, el esencialismo antropológico, la idea de progreso lineal, el mecanicismo determinista, no nos son útiles para abordar una realidad que las impugna.
En todo caso, muchos autores de esa denigrada Posmodernidad nos aportan herramientas imprescindibles para analizar nuestro presente. Como apunta Lordon en La société des affects, “no se lucha radicalmente contra el imaginario neoliberal sin atacar su núcleo duro metafísico, es decir, su idea de hombre. El imaginario antídoto es, por consiguiente, antihumanista teórico, un imaginario antisubjetivista”. La crítica al esencialismo de la tradición moderna, la comprensión del sujeto como una producción social, resultan indispensables para llevar a cabo el combate político del presente. Decía Jesús Ibáñez que el sujeto es el objeto mejor producido por la sociedad capitalista. Solo desde la conciencia de esa producción social de subjetividad es posible entablar el combate por la producción de una subjetividad antagonista.
Es solo un ejemplo. La sociedad posmoderna nos coloca ante nuevos problemas y contradicciones que solo desde un discurso posmoderno es posible abordar. Las herramientas modernas, como el teleologismo, el esencialismo antropológico, la idea de progreso lineal, el mecanicismo determinista, no nos son útiles para abordar una realidad que las impugna. En última instancia se trata de reivindicar dos gestos marxianos. El primero, el de mirar a la realidad a los ojos, sin llamarse a engaños, como condición inexcusable para una política materialista. El segundo, abandonar cualquier sectarismo a la hora de buscar herramientas teóricas para interpretar el presente. Marx, voraz lector de todo lo que le sirviera para entender su presente. Y del mismo modo que Marx, aunque moderno, fue capaz de desarrollar un discurso crítico que erosionaba muchos de los supuestos de la Modernidad de la que era hijo muy legítimo, dándoles una orientación materialista, de lo que se trata es de desarrollar una Posmodernidad antagonista, de perfiles materialistas. Porque, en última instancia, y como siempre en la historia del pensar, a lo que asistimos es a la sempiterna pugna entre materialismo e idealismo.
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