Opinión
La familia: un fenómeno contrarrevolucionario que perpetúa el statu quo

La política radical, aquella que va a la raíz del problema, no será llevada a cabo por aquellos que poseen la losa de la familia, aquellos que son presos de la debilidad afectiva.
Una familia camina por el bosque.
Una familia camina por el bosque. Alberto Casetta

En noviembre de 2022 la población mundial superó los 8.000 millones de habitantes, pilotándolo una tasa de fecundidad general del 2,2 por cada 1.000 habitantes, muy por encima del punto de equilibrio de 1,2. Tasas que se distribuyen desigualmente en un mundo desigual y que requieren de la libre circulación de personas para ajustar las balanzas. La reducción de esta tasa es una necesidad global. La construcción de las sociedades y las personas que las forman se sustentan en una institución milenaria que establece los mecanismos normativos y de opresión que han ido conformando las sociedades, esa institución es la familia.

La construcción de una familia es la construcción de un microcosmos de opresión. Un fenómeno social contrarrevolucionario y alineado al sistema dominante bajo el paradigma conservador de la familia. Una institución que se fundamenta bajo los apegos irracionales y debilitantes del amor. Construir una familia es alinearse al sistema, plegarse al mismo para no cambiar nada. Los cambios sociales y las alteraciones del paradigma requieren de sacrificios y precios altos que pagar. Pero algunos y algunas parece que se han plegado al sistema dominante. No hay que culparles, siempre ha sido mucho más cómoda la zona de confort.

Nos educan para ser madres y padres. Pero lo verdaderamente revolucionario es salirse de esos márgenes

Tener hijos en un plano existencial que no han pedido ya es de por sí, y por definición, cruel, pero aumenta la alevosía de ese hecho traerlos a un mundo gobernado por la muerte. La maternidad y la paternidad son anhelos sociales adquiridos por el aprendizaje en los procesos de socialización primarios. Nos educan para ser madres y padres. Pero lo verdaderamente revolucionario es salirse de esos márgenes. La crítica a la institución familiar es una seña de identidad histórica en la izquierda, pero en el mundo gobernado por la lógica neoliberal hasta el más ferviente progresista verá en estas letras una crítica irresponsable. Insisto, no hay que culparles, cualquiera puede correr el riesgo de caer en las garras del conservador.

La institución familiar es el pilar del sistema patriarcal. Para hundir el patriarcado hay que destruir la institución familiar y construir otra cosa. Quien pretenda dejar de emitir gases de efecto invernadero con una máquina de combustión fósil es un ingenuo. La destrucción de la institución familiar es una necesidad de justicia social análoga a la destrucción del patriarcado, del sistema capitalista o de la institución religiosa. Pero algunas y algunos han perdido esa óptica.

Hay otros, como yo y otras, que intentamos administrar lo que se puede dentro de este paradigma de desigualdad depredador, pero la solución no es este sistema

En mi generación, muchos y muchas de las que eran de convicción revolucionaria emigraron hacia el conservadurismo y la comodidad de los placeres desiguales del sistema. Tratan de adornar el paradigma de dominio capitalista y patriarcal. Y hay otros, como yo y otras, que intentamos administrar lo que se puede dentro de este paradigma de desigualdad depredador, pero la solución no es este sistema. Hay que buscar otras cosas, otros caminos. Y somos dueños de esa búsqueda.

Cambiar las cosas – o intentarlo – hacia un modelo de vida más igualitario y justo conlleva pagar un precio. Está visto que hay quienes no quieren pagarlo para no alterar sus pretensiones de vida gobernadas por las lógicas dominantes que han sido instauradas en sus consciencias desde los primeros grados de socialización. Quienes comenzaban a gatear en los años 90 y construían una conciencia crítica durante su juventud, parecen haber encontrado, tras la pandemia de la Covid-19, un hueco cómodo en el pastel de la barbarie. Se casan, tienen hijos e hijas y se apalancan en las mismas prácticas familiares de padres y abuelas. No han cambiado nada porque las palabras no cambian nada. De vez en cuando, algunas y algunos deben dar un toque de atención desde la raíz a quienes se muestran de viva voz revolucionarios, pero en la práctica acometen los mismos pasos que cualquier conservador.

La política radical, aquella que va a la raíz del problema, no será llevada a cabo por aquellos que poseen la losa de la familia

Para cambiar las cosas hay que cambiar el rumbo. Y no lo hemos hecho. Seguimos los mismos pasos que nuestros predecesores, fingiendo adornarlos. Está visto que en la familia en la que se nace lo malo ya está hecho, pero sí podemos cambiar el camino que escojamos. Tener hijas e hijos significa tener una responsabilidad y un riesgo asociado, hecho que ocurre con cualquier categoría del amor, pero no tan vinculantes como la de la maternidad/paternidad. Hay una debilidad afectiva, una vulnerabilidad, con la que ya no se asumen determinados riesgos. La construcción de esa vulnerabilidad es la que te pliega al sistema. El sistema dominante te necesita atado a una familia. Ya no se asumen ciertos precios a pagar. Y cambiar el mundo conlleva pagar un precio. La política radical, aquella que va a la raíz del problema, no será llevada a cabo por aquellos que poseen la losa de la familia, aquellos que son presos de la debilidad afectiva. La familia es un dique de contención para cualquier proceso revolucionario. La familia nuclear, aquella que se construye con cónyuge e hijas/os en la vida adulta, y, sobre todo, por el factor de estos últimos, es la que mejor se alinea a los engranajes del sistema dominante.

La descendencia, más allá de ser un acto de crueldad, es un proceso contrarrevolucionario, porque a mayor vulnerabilidad y debilidad afectiva menos capacidad de asunción de riesgos. Solo quienes poseen el valor de pagar el precio personal pueden agregar su grano en la transformación de los paradigmas sociales y económicos. Y eso requiere, además de voluntad, repensar y actuar críticamente sobre la institución familiar.

Pero no hay que echar en cara a nadie su pliegue al sistema, más allá de la crítica general. Realmente es entendible. La vida es muy dura y cada una la afronta como puede. Cambiar los pilares y las estructuras del sistema es utópico. Tan utópico que quema, porque no hay remedio. No hay nadie en el ala izquierda que no sienta hastío o quemazón. Por ello, algunas y algunos han caído en las prácticas históricas del paradigma dominante. Aquel que nos matará a todos. Otros simplemente nos encontramos en una especie de estado de indefensión aprendida desde el que vemos con poca fe a la humanidad, porque no hay nada que hacer cuando todo está perdido.

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