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Pensamiento
De clanes diversos hiciste una patria…
En este verso, tenemos los postulados justificatorios de cualquier proceso de conquista y colonización a lo largo de la Historia.
Propongo al amigo lector la lectura de unos versos conocidos de Rutilius Namantianus, pertenecientes a los restos del único poema que nos ha llegado de él, De reditu suo, y que me acompañe en las breves reflexiones que les siguen.
Rutilius Namantianus fue un galo de origen celta, cuya familia y él mismo formó parte del círculo del poder imperial (llegó a ser prefecto de Roma en el año 414), si bien en la época convulsa del emperador Honorio (más pendiente de sus amadas gallinas que de la política imperial) y los saqueos de Roma por parte de Alarico I. A pesar de que el imperio había adoptado la religión cristiana como religión oficial, desde el Edicto de Tesalónica, Namantianus fue toda su vida un pagano convencido, muy crítico con la nueva religión.
Herido por la nostalgia del viejo y primer Imperio y la mítica labor civilizatoria de Roma, escribió este poema, y estos versos que me parece tan significativos de lo que podríamos llamar, sin forzarlo, la fundación de un estado (la «ciudad», según el modelo romano). Los versos, dirigidos a una Roma personificada, dicen así:
Fecisti patriam diversis gentibus unam;
profuit iniustis te dominante capi;
dumque offers victis proprii consortia iuris,
Urbem fecisti, quod prius orbis erat.
En español, más o menos, vienen a decir:
De clanes diversos hiciste una patria.Te fue muy útil que, siendo tú el señor,
te abstuvieras de hacer injusticias.
así, mientras ofrecías a los vencidos compartir tu propia ley,
convertiste en ciudad lo que antes era mundo.
Si estos versos nostálgicos se leen con atención (como hizo Aimé Césaire, cuyos discursos estamos releyendo últimamente con provecho), tenemos aquí, desde las primeras palabras, de modo admirablemente resumidos, los postulados justificatorios de cualquier proceso de conquista y colonización a lo largo de la Historia. «Fecisti patriam diversis gentibus unam», es decir, creaste unidad y orden mediante lengua, instituciones, religión y símbolos de lo que antes era caos e indeterminación: «diversis gentibus». Esa unidad superior, que ya entonces adquiría el nefasto nombre de «patria», viene impuesta por la superioridad de la cultura conquistadora («unam»), impuesta por ley natural histórica, al mismo tiempo que asumida, a la cultura inferior de los clanes. No hay hibridación ni mestizaje, como reclamaba Leopold Sedar Shengor para las culturas negras poscoloniales, sino sustitución y re-culturalización.
Los siguientes versos alaban, de forma trivial y tópica, la «bondad» del conquistador y fundador de la nueva patria, su inteligencia práctica (como la que se otorga típicamente a César en su colonización de las Galias), la «generosidad» que supone, por parte de la cultura superior, compartir las propias leyes («dumque offers victis proprii consortia iuris») y la prudencia (la sophrosyne griega) de un comportamiento justo, lejos de la hybris manifiesta de otros pueblos conquistadores. Sí, pero no «civilizadores».
Es actuando así, como según el último verso, «urbem fecisti quod prius orbis erat»: hiciste una ciudad (otra Roma para ser la misma) donde antes solo había «mundo», siendo «orbis» la indeterminación, inorgánica, diríamos, propia de los clanes o gente sin organizar, en mezcla estéril e improductiva, primitiva o salvaje, inferior, sin civilizar…. ¿Le suena esto al lector amigo?