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Cine
Un historiador viendo cine
Los historiadores, como los catalanes, hacemos cosas. Entre ellas, vemos películas ambientadas en otras épocas y nos quejamos amargamente de los anacronismos que encontramos en la pantalla“¿Qué mierda es esta? Los gladiadores no tenían abdominales… ¿Por qué ponen cuernos en los cascos de los vikingos? ¿Pero qué hace William Wallace con la falda de cuadros? Si ese es un invento inglés del siglo XVIII” mientras el resto de alienados mortales disfrutan de vivir en la mentira. Mira qué felices están los condenados, tragándose esos errores históricos y pudiendo vivir con ello.Sin embargo, ese no es el principal objetivo que me he propuesto para mis contribuciones a El Baúl de Kubrick. Claro que me tomo en serio la Historia y las visiones de la misma que nos proporcionan los productos de entretenimiento, pero no voy a buscar anacronismos en la vestimenta o en los escenarios. Lo que más me interesa es identificar el mensaje que subyace en las tramas de las películas históricas, los principios y prejuicios, las visiones del pasado y el presente que transmiten. El viaje en el tiempo que te propongo no te llevará más allá de un paseíllo en la línea cronológica: no vamos a trasladarnos a la época retratada en el film, sino a la época en la que se lanza dicho film.
El cine como pastilla azul
Ver cine, de la misma manera que consumir literatura, pintura u otro tipo de artes, no debe definirse como la pura contemplación de algo bello y atemporal, ni una simple forma de entretenimiento inocente. Que “el cine está hecho para entretener y pasar un buen rato” es una apreciación bastante recurrente dentro de nuestro imaginario social. Tenemos donde elegir entre una gran cantidad de géneros, subgéneros y sub-subgéneros a los que siempre podríamos añadir más. A mí se me han ocurrido varios: la “comedia neocostumbrista”, con películas que celebran las peculiaridades regionales como Bienvenidos al Norte (2008), Bienvenidos al Sur (2010), u Ocho apellidos vascos (2014) and co.; el “narcodrama” en caso de que se generalicen películas sobre el narcotráfico dado el éxito de la serie Narcos y el lanzamiento de Barry Seal (2017), o “Películas en las que sale Nicolas Cage”.
Tendiendo a economizar esa cantidad excesiva de subgéneros, se podría sostener que en realidad se tratan de los mismos géneros de siempre reinventados. Comedia, drama, terror, thriller, aventuras y por encima, permeable a todos ellos, el Romance: aquel tipo de relato patriarcal que nos acompaña desde época medieval (o incluso antigua) en el que el protagonista masculino debe hacer frente a una serie de peligros y aventuras antes de conseguir definitivamente el amor de su dama. En gran medida, la ficción es precisamente eso, entretenimiento, evasión, en especial para el hombre blanco que comparte los valores occidentales, que es a quien está dirigido mayormente (“pues el otro día vi una película con un protagonista negro”, me da igual). Nos vemos traslados a un escenario distinto del nuestro cotidiano, 80 o más minutos de utopía evasiva en los que experimentamos emociones intensas identificándonos con el/la protagonista. Pero el entretenimiento ni es inocente ni neutral, y ha moldeado nuestra manera de soñar, nuestros deseos y nuestras imágenes de lo que es la justicia y la felicidad ¿Cómo si no el American Way of Life alcanzó tanta popularidad a lo largo del siglo XX?
El cine está mezclado con la política
La estética marxista y la Teoría Crítica ya se ocuparon de proclamar que la supuesta libertad y autonomía del artista era relativa (cuando no inexistente) y que el arte podía ser bien parte de la ideología hegemónica al servicio de la clase burguesa o bien un instrumento que contribuyera a la revolución. “¡Hala qué exagerado! El artista también tiene libertad a la hora de crear, no veas intencionalidad política donde no la hay, no mezcles el arte con la política”, para el carro cuñado imaginario. Claro que nuestro director es libre de elegir qué tipo de película desarrollar, aún a riesgo de que el público le dé calabazas. Incluso podemos dar por hecho que todo artista (salvo algún que otro dadaísta terrorista) busca que su obra de arte trascienda su tiempo y pase a la eternidad.Pero a pesar de esa voluntad de elevarse por encima de lo mortal y caduco, el realizador participa en buena medida, y en ocasiones inconscientemente, de los discursos morales, filosóficos y en última instancia políticos del contexto histórico en el que le ha tocado vivir. Discursos que bien contribuirán a reforzar la defensa de las formas de vida y valores hegemónicos, o bien a criticarlos. Sí, aunque la película esté ambientada en una época alejadísima de nosotros, quedará la opinión (más o menos elaborada según el caso) del director respecto al tiempo presente en el que vive. Tratará, de esta manera, cuestiones de interés colectivo actual, nos ofrecerá una determinada visión de las relaciones sociales, de las relaciones entre mujeres y hombres, de la guerra y la paz, del amor, del crimen, del significado de la justicia, de la religión, de la moral, etc. Y además, el mensaje podrá difundirse de forma más efectiva a través de las posibilidades que ofrece el cine.
Buenos y malos
El realizador tomará dos o más tendencias políticas, filosóficas o morales, una que pretende ensalzar y otra que pretende criticar; que observará en nuestra época. Estas dos o más tendencias serán trasladadas a un relato ficticio, en el que se revelarán con menos ambigüedades (o de forma más explícita que en la realidad), para luchar entre ellas. Una de ellas será ensalzada y defendida por el relato, mientras que otra será señalada como peligrosa y durante el film recibirá su correspondiente humillación y castigo físico o moral; pues aunque el final no sea feliz y venzan los malos, éstos últimos “no convencerán” y recibirán una “condena moral” ante los ojos de los espectadores. Expongo ejemplos:
En las clásicas distopías de Ciencia Ficción solemos asistir al enfrentamiento entre por un lado, el Estado, una élite o una institución jerárquica sin escrúpulos, que pretende controlar y regular todos los aspectos de su vida; y por otro lado, una población oprimida que ve cercenada su libertad. Estoy convencido de que esta situación la estamos experimentando en la actualidad, aunque nuestra explotación laboral, a diferencia de la explotación que se muestra en las distopías más terroríficas, se barnice con buenas palabras y caras amables. Otras películas, sin embargo, aparentemente no siguen el mismo esquema clásico maniqueo que enfrenta a buenos buenísimos con malos malísimos, y reparte reproches tanto a un bando como al otro. Pero entre esas dos o más tendencias enfrentadas quedará espacio para una posición intermedia que se salvará de la quema y quedará reforzada. Esta imparcialidad que esconde una parcialidad se halla presente, por ejemplo, en El Mayordomo (2013) de Lee Daniels, que defiende el activismo a través de cauces legales y un patriotismo de “rostro multicultural” (frente a supremacistas blancos y panteras negras, que aunque no son criticados con la misma intensidad que los primeros, sí son desacreditados).
El servicio que el cine presta a determinados discursos se desvela incluso con mayor fuerza en las películas históricas. Reza un dicho del famoso historiador Jacques Le Goff que "La memoria no pretende salvar el pasado más que para servir al presente y al futuro". La memoria no es una mirada limpia al pasado, se busca en el pasado aquello que pueda justificar nuestra visión de las cosas y nuestra actitud en el tiempo presente.
Un Estado, un movimiento político, un grupo étnico o cultural y también un artista saben ya qué quiere encontrar en aquel pasado que quiere revisitar. Lo que os propongo (u os obligo, malditos alienados) para estos meses es llevar a cabo una identificación de discursos en las películas históricas (en el relato que el director nos quiere contar) que intentaremos desgranar: ¿Quiénes son situados como opresores/agresores? ¿Quiénes como oprimidos? ¿Quiénes parecen salvarse de la quema? Sin olvidar que la audiencia no es una pizarra en blanco y acude al cine ya con ciertas ideas preconcebidas; ¿De qué se pretende convencer al espectador? ¿Por qué interesaba retratarse en aquellos años una época y no otra?
El cine es un arma poderosa, y cuando se ayuda de la Historia puede serlo aún más.