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Series
Perdidos en el espacio: ¡Qué aventura, Will Robinson!
Ubicada 30 años en el futuro, la colonización en el espacio exterior es una realidad y la familia Robinson se encuentra entre aquellas personas elegidas para empezar una nueva vida en un mundo mejor. Pero cuando los colonizadores son desviados del curso de su viaje a un nuevo hogar, ellos deberán crear nuevas alianzas y trabajar juntos para sobrevivir en un ambiente alienígena que se encuentra a años luz de su destino final.
Los detractores de los remakes de cualquier tipo deberían disfrutar de los diez episodios que componen la primera temporada de Perdidos en el espacio (Lost in Space), la apuesta de Netflix que recupera el clásico de la ciencia-ficción de Irwin Allen.
20 años después de la fallida película de Stephen Hopkins (gracias, en gran parte, al nefasto guion del sobrevalorado Akiva Goldsman), protagonizada por William Hurt, el talento y empuje en la producción/dirección del siempre estimulante Neill Marshall sirven de mecha para prender una aventura que no solo mantiene intacto el espíritu de la serie original, sino que arma un show autónomo y moderno que funciona a la perfección.
Marshall no viene solo: la producción (donde se notan los millones), corre a cargo de Legendary Televisión, con Matt Sazama y Burk Sharpless como principales plumillas y Zack Estrin (Prison Break) como showrunner. Tampoco el reparto se queda corto. Con el protagonismo de Molly Parker (aquí, la matriarca de los Robinson es la líder indiscutible del grupo), Toby Stephens (casi recién salido de 'Black Sails' y la Isla del tesoro), Parker Posey (la Diosa indie compone una villana tan fascinante como atormentada), Ignacio Serrichio (aventajado alumno de la doctora Brennan en 'Bones', y carismático contrapunto festivo como el buscavidas Don West) y un elenco juvenil muy natural (Taylor Russel como Judy, Mina Sundwall como Penny, y Max Jenkins como Will Robinson), nada empalagoso y clave en la acción (a estos chavales no dan ganas de enviarle al espacio, sino acompañarles en su accidentado viaje a la madurez), la serie de Netflix brilla desde el primer minuto.
Su impecable acabado técnico (atentos al diseño del Robot del joven Robinson, la Júpiter II, la base espacial Resolute y los vehículos terrestres Chariot), anclado en la ciencia-ficción plausible, el humor amable, los atemporales conflictos familiares y el sentido de la maravilla imprescindible en toda aventura espacial, están muy presentes en el reinicio que, además, no escatima en guiños al clásico de los sesenta.
Pero, a diferencia de la ingenua (en el contexto actual) serie original y la hiperbólica, sexualizada y macarra película (en cualquier contexto), la nueva Perdidos en el espacio presume de personajes bien trabajados, igualdad de género (con respeto, sin estridencias), conflictos realistas y un desarrollo pausado (donde las neuronas priman sobre el músculo) que atrapan al espectador hasta el épico desenlace de la temporada.
La peripecia cósmica de la familia Robinson es, también, el enésimo acierto de Netflix, que parece decidida a escribir una página inolvidable en la historia del entretenimiento del siglo XXI.