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A finales del pasado mes de febrero, y pocos días después de haber arrancado la campaña de las elecciones presidenciales que se celebrarán en Egipto durante tres días a partir de hoy, 26 de marzo, tuvo lugar en un popular programa de televisión egipcio un curioso episodio. El invitado de la noche era un político, desconocido para muchos, que aseguró no querer debatir con el presidente Abdel Fatah Al-Sisi alegando que no aspiraba a “desafiar al rais (presidente)”.
El entrevistado, sin embargo, no era otro que Moussa Mostafá Moussa, líder del partido liberal Ghad y único contendiente de Al-Sisi en los comicios. Asumiendo orgulloso su rol de comparsa, Moussa justificó que un debate electoral supondría retar al presidente, algo que a su parecer nadie podía permitirse el lujo de hacer, ni siquiera durante las elecciones. Su objetivo, por lo tanto, no era otro que el de intentar legitimar la farsa electoral ordenada por un régimen que ha impedido participar en los comicios a cualquier voz disidente.
Egipto fue el sexto país del mundo en el que más personas se ejecutaron en el año 2016, y el tercero con más periodistas encarcelados en 2017
Desaprovechando así la oportunidad que le brindaban unas elecciones para maquillar su imagen, el círculo de Al-Sisi ha preferido cerrarse a cal y canto y no salirse del guión que lleva representando desde que asumió formalmente el poder.
NIVELES DE REPRESIÓN HISTÓRICOS
La represión sufrida por aquellos que osaron intentar desafiar a Al-Sisi en las elecciones fue solo un capítulo más del régimen autocrático que ha controlado Egipto los últimos cuatro años, durante los cuales los derechos y libertades se han visto reducidos al mínimo.“Cada uno de los aspectos en materia de derechos humanos se ha deteriorado durante los últimos años”, explica a este medio Hussein Baoumi, investigador de Egipto en Amnistía Internacional (AI). “Egipto está inmersa en un estado crítico de los derechos humanos”, continúa, dado que “la situación se ha degradado hasta unos niveles sin precedentes”.
Esta situación ha brindado a Egipto el triste honor de situarse en los puestos más altos de algunas listas internacionales de vulneración de derechos humanos y libertades. Así, el país de los faraones fue el sexto del mundo en el que más personas se ejecutaron en el año 2016, o el tercero con más periodistas encarcelados en 2017.
Sin embargo, la lista de violaciones, que han afectado a todo el abanico de libertades y derechos, parece no tener fin. Así, la Red Árabe para Información de Derechos Humanos (ANHRI) estima que un 75% de las manifestaciones que han tenido lugar en el Egipto de Al-Sisi han sido atacadas por la policía; la Iniciativa Egipcia para los Derechos de las Personas (EIPR) documentó en 2016 unos 1.500 casos de detenciones preventivas que habían superado el límite de los dos años, y la Asociación para la Libertad de Expresión y Pensamiento (AFTE) calcula que casi 500 páginas web están censuradas en el país.
“Tenemos a un solo hombre que controla todos y cada uno de los aspectos de la vida política egipcia”, dice Hassan Nafaa
Para Baoumi, esta brutal campaña de represión también debe atribuirse a la pasividad de los países occidentales aliados con El Cairo. “Las autoridades egipcias tienen claro cómo vender el régimen y su represión”, arranca el investigador, que expone: “[Egipto] puede jugar dos cartas muy importantes para Europa y los Estados Unidos. Pueden jugar la carta de la emigración y puede jugar la carta del contraterrorismo. Esta última [en particular] es muy útil, especialmente por la situación que han creado”.
TODO EL PODER PARA EL PRESIDENTE
Otra de las principales consecuencias del primer mandato de Al-Sisi al frente de Egipto ha sido el refuerzo del poder ejecutivo a costa de instituciones legislativas y judiciales, cuya independencia se ha degradado hasta llegar a supeditarse a los designios del anterior.En este sentido, y según un estudio reciente del Instituto Tahrir para la Política de Oriente Medio (TIMEP), en los últimos cuatro años Al-Sisi ha designado a dedo a los gobernadores de todas las provincias, se ha hecho con el derecho de elegir a los presidentes de cuerpos judiciales y ha contado con un Parlamento débil dispuesto a dar cobertura a sus decretos. Además, tras el doble atentado contra iglesias cristianas el Domingo de Palma de 2017, Egipto decretó un estado de emergencia todavía vigente que refuerza aún más su poder.
“Desde que Al Sisi fuera investido presidente, no hay ningún sistema de controles y equilibrios en Egipto”, explica a El Salto Hassan Nafaa, profesor de ciencias políticas en la Universidad de El Cairo, que continúa: “Tenemos a un solo hombre que controla todos y cada uno de los aspectos de la vida política egipcia”.
Los principales beneficiados de este proceso han sido, sobre todo, figuras procedentes del Ejército, que a día de hoy copan la enorme mayoría de los puestos de gobernadores provinciales apuntalados por Al-Sisi y cuentan con una representación en el Parlamento que TIMEP define como “la más alta en la reciente historia de Egipto”.
SIN LAS PROMESAS PENDIENTES
A pesar de que las apelaciones a una hoja de ruta democrática estuvieron presentes durante el arranque del primer mandato de Al-Sisi, el respeto a los derechos y libertades nunca fue su objetivo principal ni el de su base de apoyo. Por el contrario, terminar con el poder de los Hermanos Musulmanes, recuperar una estabilidad que favoreciera el desarrollo económico y garantizar la seguridad fueron sus grandes promesas.En materia económica, que sigue constituyendo la mayor preocupación entre los egipcios, Al-Sisi se ha mantenido leal a los dictados neoliberales seguidos en Egipto desde la llegada de Anwar El-Sadat al poder en los años setenta. En esta línea, El Cairo firmó un acuerdo millonario con el Fondo Monetario Internacional (FMI) a finales de 2016 a cambio de un paquete de medidas que está hundiendo desde entonces a muchos egipcios.
Sin embargo, el Gobierno no solo no ha mostrado ninguna intención de frenar las reformas, sino que se espera que estas vuelvan a arrancar después de las presidenciales. “Sabemos que reformas más duras llegarán tras las elecciones, [por lo que] esperamos una nueva subida general de precios que, con un aumento nulo de los salarios, volverá a acelerar el incremento de pobreza en Egipto”, explica Omar Ghannam, coordinador del programa de Justicia Económica del Centro Egipcio para los Derechos Sociales y Económicos.
Dado su pobre resultado en el plano económico, la última gran baza que parece quedarle a Al-Sisi es la de la seguridad, dado su éxito en aplastar el periodo revolucionario y mantener la seguridad en la mayor parte del país ante la amenaza terrorista. Sin embargo, aunque el número de ataques haya disminuido recientemente, el auge de nuevos grupos terroristas y el hecho de que cada año bajo su mando el número de víctimas mortales haya sido superior al anterior provoca que su popularidad esté bajo mínimos.
A estas alturas “la popularidad de Al Sisi se ha erosionado de forma muy significativa”, explica a El Salto un politólogo egipcio. “Incluso podríamos decir que Al Sisi es odiado por la mayoría de egipcios”, indica, pero “la gente está movida por el régimen del miedo”.