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La derecha saca músculo. Los discursos de odio al otro se cuelan en la parrilla televisiva porque “todas las opiniones caben” allí donde no cabe ninguna opinión contraria al consenso neoliberal. Es el mismo consenso que impulsa al presidente Pedro Sánchez a llamar y dar palmadas de jefe de Estado a un espontáneo autoproclamado presidente de Venezuela. Y la izquierda se deshilacha.
El kilómetro cero fue Madrid, pero los conatos de ruptura no han dejado de sacudir Podemos en sus cinco años de historia. La plurinacionalidad real del país, la ausencia histórica de prácticas aseadas de organización confederal y la intención explícita de crear una dirección reducida —bajo la idea de que eso garantizaría fortaleza y agilidad— son factores tan determinantes como “los egos”, rompeolas de todas las críticas y justificación precaria del fracaso de Podemos. No todo se explica por los egos y ninguna fracción ha salvado este proceso de descomposición con una gestión modélica de sus diferencias. Pero los egos cuentan, cómo no.
Cuatro meses antes de las elecciones, la oligarquía tiene un plan. Del “que la crisis la paguen los ricos” al “que los pobres sufran lo que deben”, el plan sitúa a España en las coordenadas en las que se mueve el resto de países europeos tras el fracaso de la rebelión griega. La consigna es clara: es preferible que se reproduzcan pequeñas guerras entre pobres —guerras que pueden ser culturales, pero que pueden aumentar de grado— antes de que se produzca cualquier conato de lucha por la redistribución. La desigualdad puede generar partidos y votos siempre que el plan trazado no se confunda en lo esencial: ningún privilegio de las clases altas puede ser tocado. A partir de ahí, todo vale.
La izquierda peninsular se ha descompuesto en un momento clave de la crisis del neoliberalismo. Incapaz de situar un diagnóstico sistémico en la agenda convencional —dominada por el poder—, no ha mostrado interés en crear instituciones “del común” paralelas, que funcionen allí donde se encuentra la base que se tiene que sentir interpelada: trabajadoras precarias, clases populares, jóvenes sin ninguna hipoteca con el régimen del 78.
Parte de ese sustrato ya está en la calle. Ha creado sus instituciones y sus espacios de encuentro. El 8 de marzo volverá a quedar demostrado que el material para otra salida a la crisis ya existe y que la representación en las instituciones es solo una de las facetas de una confrontación que no ha hecho más que comenzar. Así que, que no flipe mucho la derecha, que no flipe mucho el poder, que nada está escrito todavía.