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Editorial
Guerra a la guerra
Después de cuatro meses de invasión y de ocho años de guerra intermitente en el Donbass, es posible hacer una evaluación ajustada de los resultados provisionales de la invasión rusa. Más aún si tenemos en cuenta que todas las guerras modernas presentan patrones similares: da igual cuáles sean los bandos, los intereses en juego, las razones de estado, o las pugnas ideologicas (con sus narrativas de «agresor y agredido» divergentes). La resultante es siempre una carnicería de gente inocente, y el reforzamiento de lógicas militaristas, capitalistas, imperialistas y patriarcales.
Guerra en Ucrania
Gerrari gerra!
La primera y evidente perdedora de la guerra es la propia población civil ucraniana. Si las condiciones de vida ya eran precarias antes de la guerra, el exilio, la muerte y la destrucción ofrecen un panorama tétrico. A este dato evidente hay que sumar el retroceso de cualquier posición feminista, incluso en términos liberales, en todos los ámbitos de la vida, y no solo en el frente. Ser mujer, mostrar públicamente una orientación sexual no normativa, o no estar dispuesto a defender la patria con suficiente ardor masculino, cada vez es más peligroso en Ucrania. Por no hablar del incremento de la represión hacia la étnia gitana, a la que en muchos casos se le niega la mera existencia administrativa.
“Desde luego, el panorama es desolador, pero las soluciones, por suerte, no son difíciles de imaginar: diálogo, negociación y acuerdo”
El segundo perdedor de la guerra es, claramente, el bloque capitalista europeo. Si existía, desde Maastricht, alguna duda de que el proyecto de la Unión Europea era, en lo esencial, un arreglo financiero y monetario subordinado a los intereses de las economías alemana y francesa y, en última instancia, al comando central del imperio estadounidense, ya ha sido despejada... hasta el punto de que el gran capital alemán, que estaba a punto de sellar un pacto energético histórico con Rusia por medio del gasoducto Nordstream II, esté dispuesto a jugar a la ruleta rusa poniendo en riesgo la viabilidad del subsistema económico europeo para satisfacer los intereses geoestratégicos norteamericanos. En cuanto a las élites españolas y vascas, la tónica ha sido la defensa vergonzante de las lógicas de guerra, con el colofón del cínico abandono a su suerte del pueblo saharaui.
Desde luego, el panorama es desolador, pero las soluciones, por suerte, no son difíciles de imaginar: diálogo, negociación y acuerdo. En la era nuclear no existe ningún ejemplo de guerra moderna que haya terminado, de manera efectiva, con la aniquilación del enemigo: siempre ha habido un pacto que ha puesto fin al conflicto. Mediación, desescalada, oposición a cualquier envío de material bélico, rechazo al incremento del presupuesto militar: esas son las únicas posiciones razonables y con futuro. Lo contrario es apostar por una guerra que, además de muerte y destrucción a miles de kilómetros de distancia, empobrecerá a todo el mundo en Europa, menos a las entusiastas (con el esfuerzo bélico) clases medias europeas.