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Editorial
Es solo el futuro
La cifra de muertos no está clara. Probablemente nunca lo esté, pero hay autoridades que hablan de 20.000, con más de 30.000 desplazados. Podrían ser los números de una guerra, pero son los de una catástrofe ambiental: es el balance que dejó Daniel, la tormenta que asoló Grecia, primero, y la costa libia, después, el pasado septiembre. Ha sido el ciclón más mortífero jamás registrado en el Mediterráneo.
Tormenta es un término genérico. Daniel fue, en realidad, un medicán, un ciclón cuya recientemente creada denominación surge de la unión de las palabras Mediterráneo y huracán. Los medicanes son inusuales, raros, pero todo apunta a que los vamos a ver mucho más a menudo. Ciclones y huracanes son fenómenos que ocurren en los trópicos porque allí los mares son cálidos, una condición necesaria para su existencia, pues gran parte de su fuerza surge de sofocantes aguas marítimas. Y el Mediterráneo está más cálido que nunca, tórrido: los récords de temperatura se han sucedido por todo el litoral del Mare Nostrum este estío, con niveles superiores a los 31 grados en varios puntos de la costa española, por poner solo un ejemplo. El verano más cálido de la historia en La Tierra, la primavera más calurosa jamás registrada en la península Ibérica. Los récords se suceden, y si 2022 fue el año más cálido desde que los seres humanos miden la temperatura, 2023 está a un escuálido pasito de superarlo.Es hora de dejar los intereses particulares, de abandonar los humos fósiles, de torpedear las políticas de quienes nos torpedean
Habitantes de La Tierra, compañeras de planeta; esto se acelera. Es serio, es real, es omnipresente y hace peligrar la existencia de muchos de nosotros y de nuestra descendencia. También es evitable y reversible. Al menos lo más crudo de la crisis. Tenemos la hoja de ruta nítida ante nuestros ojos, cristalina. Hay que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Punto. Y tenemos los instrumentos definidos: el multilateralismo, o el arte de que las naciones del planeta se pongan de acuerdo, es el único camino. Y las COP, las Cumbres del clima de las Naciones Unidas, son el foro anual de coordinación definido, con el ya obsoleto Acuerdo de París como hoja de ruta inicial a finalizar y actualizar.
Este 30 de noviembre comienza la COP número 28. Lo hará en un país cuya economía se enriqueció en tiempos históricos recientes gracias a la gran causa del desastre: los combustibles fósiles. Estará presidida, además, por un ministro que es a su vez presidente de la compañía petrolífera estatal, la emiratí Adnoc. Ha habido inmensos avances en las 27 citas anteriores, casi tantos como fracasos, pero el boicot de naciones egoístas y ricos niños egocéntricos torpedea una y otra vez la sinfonía al unísono hacia la descarbonización que debería sonar no solo en las COP, sino en toda esta esfera que habitamos y cuya fragilidad nunca antes habíamos sentido tanto. Los mercados de emisiones para “compensar” lo que unos contaminan —y quieren seguir contaminando— que tanto suenan en las últimas COP apenas son un parche, si es que no son directamente una regresión y una cortina de humo. Los compromisos net zero para 2050 son una entelequia y un pase hacia la multiplicación de desastres. Y esto significa la muerte y el sufrimiento de miles —o millones si tardamos mucho— de personas y la desaparición para siempre de especies y ecosistemas completos.
Es momento de dejar de hacer —hablemos claro— el imbécil
Es hora de dejar los intereses particulares, de abandonar los humos fósiles, de torpedear las políticas de quienes nos torpedean, de ayudar a quienes tienen más difícil conseguir la descarbonización, de abrazar la única salida posible. Tesón, rapidez y seriedad son imprescindibles para que las hijas de nuestras hijas no lean en sus libros editados en un planeta tórrido cómo la humanidad cavó su tumba solo porque algunos no vieron más allá de su propio beneficio. Y porque el resto no fue capaz de pararles. Es momento de dejar de hacer —hablemos claro— el imbécil. El futuro está en juego, y, por una vez, esta frase mil veces repetida es completamente literal.