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El error de cálculo de Pedro Sánchez transformó la resaca electoral del 28 de mayo en una campaña continua hacia las elecciones generales del 23 de julio. Sea cual sea el resultado de estas, España ha entrado en una fase de institucionalización de los discursos ultras, que ya se ha hecho notar en la conformación de Gobiernos autonómicos y locales. Consejerías de cultura y educación, acceso a las llaves de presupuestos y vía libre para imponer una agenda lgtbfóbica y racista, mediante hechos simbólicos —retirada de banderas de los balcones municipales— y restricción efectiva de libertades a través de la censura de expresiones artísticas, de detenciones arbitrarias y de un clima de persecución sutil llevada a cabo precisamente por quienes se declaran perseguidos por la corrección política o la expansión de “lo woke”.
Para atajar las consecuencias y la propia extensión de esas expresiones de odio e intolerancia no bastará con una combinación de partidos políticos que alcance la cifra mágica de 176 diputados
Por mucho que eventualmente puedan ser eficientes aliados, no son los representantes políticos quienes más sufren o sufrirán esta expansión de los discursos de extrema derecha. Por eso es necesario que sean los movimientos y colectivos los que se hagan cargo de dar una respuesta colectiva a esta reacción. Para atajar las consecuencias y la propia extensión de esas expresiones de odio e intolerancia no bastará con una combinación de partidos políticos que alcance la cifra mágica de 176 diputados. Ya están en parlamentos y palacios gubernamentales, ya deciden sobre los cuerpos de las personas, sobre la reproducción del tejido social; ya cortocircuitan con sus políticas la convivencia, las manifestaciones culturales y los sentimientos de pertenencia. Para muchas personas —migrantes, negras, asiáticas, trans, lesbianas, etc.—, la amenaza de la extrema derecha es una realidad hoy, no algo que vaya a suceder mañana o un problema de índole estético que se pueda conjurar solo con un presidente aseado y presentable.
El mapa de las instituciones representativas quedará reconfigurado a finales de julio. Será importante saber hasta qué punto el partido de la intolerancia y el miedo va a estar encargado de gestionar la próxima fase de vuelta a la austeridad decidida en las suprainstituciones de la Unión Europea. El mapa del poder, no obstante, no quedará reconfigurado: seguirá en el punto exacto en el que ya estaba, en ese eje en el que se cruzan los grandes actores financieros, los inversores inmobiliarios, las aristocracias urbanas y terratenientes.
Es imprescindible cortar el paso a las expresiones de odio allí donde se producen: en las calles, los colegios, los transportes, los bares, los barrios, pero también avanzar en una agenda social y política que confronte los recortes, las privatizaciones y el deterioro de lo público que allana el camino a esa reacción
La clave para el próximo curso será hallar un tercer mapa, el que lleva de vuelta a la movilización y la respuesta en las calles. Independientemente de los resultados electorales, esa acumulación de fuerzas es lo que salvará a movimientos y personas de la carta blanca otorgada por los poderes para la extrema derecha en su reacción contra las libertades y los derechos de la mayoría de la población. Es imprescindible cortar el paso a las expresiones de odio allí donde se producen: en las calles, los colegios, los transportes, los bares, los barrios, pero también avanzar en una agenda social y política que confronte los recortes, las privatizaciones y el deterioro de lo público que allana el camino a esa reacción. Hay mucho por hacer y muchos días después del 23 de julio para ponerse a ello.
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