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Durante el cierre de la edición de marzo de la revista de El Salto se produjo el paso definitivo que desencadenó la guerra en Ucrania. Desde entonces, en la edición digital hemos cubierto en la medida de nuestras posibilidades, y gracias al compromiso de nuestras socias y socios, un conflicto que nos interpela de distintas maneras y que se produce en un contexto de emergencia global provocado por la crisis climática, la dependencia de las energías fósiles y las consecuencias de décadas de desigualdad económica. Se trata de la guerra más importante que se da en Europa en el siglo XXI, es ya la que ha provocado el mayor desplazamiento de personas en el continente y tendrá efectos en todo el mundo que durarán años, incluso en el caso de que se alcance un alto el fuego en las próximas semanas.
La primera respuesta de los gobiernos europeos ha sido reforzar el compromiso con la industria armamentística y afianzar los lazos estratégicos y militares con Estados Unidos. La retórica bélica ha arrinconado al idioma diplomático. El solo hecho de cuestionar ese énfasis en el lenguaje de la guerra ha acarreado la acusación o la sospecha de que se estaban justificando las acciones de Vladimir Putin. Hoy, la entrada de la OTAN en la guerra no es una posibilidad que contemple el complejo militar del Pentágono, pero el incremento de un militarismo “romántico” y vacuo en la retórica de los medios de la comunicación puede contribuir a que las sociedades europeas justifiquen una hipotética guerra contra Putin.
Ni el envío de armas ni el alistamiento de legiones extranjeras son una respuesta al conflicto y van a agravar otros problemas de nuestras sociedades, como la dependencia energética o la espiral inflacionista
Desde el 24 de febrero opera lo que Naomi Klein llamó “la doctrina del shock”, que sirve para justificar medidas arbitrarias tomadas sin seguir los estándares democráticos y jurídicos, y que tiene la capacidad de redibujar los marcos mentales de las sociedades europeas. Nuestra labor como periodistas es ayudar a entender el contexto político, económico y social en el que transcurre una guerra que está teniendo efectos en todo el continente.
Con la esperanza de que un alto el fuego convierta en obsoletas algunas de las informaciones que publicamos sobre la guerra de Ucrania, hemos dedicado 20 páginas del número 60 de El Salto a este conflicto. Por fuerza, han quedado fuera algunos de los múltiples aspectos que rodean a la guerra, pero en la selección de contenidos hemos procurado cubrir los temas que consideramos prioritarios: cómo va a influir en el resto de Europa el efecto dominó de la invasión; cuál es la situación en el interior de Ucrania; qué piensan y dicen las mujeres, primer frente de oposición a la guerra en sus países; cómo viven este trance las miles de personas desplazadas desde el inicio del conflicto.
Tanto en los artículos publicados en la edición digital como en la revista de abril de El Salto hemos seguido una línea editorial que apuesta por la paz —por el “no a la guerra”— como solución pragmática. Ni el envío de armas ni el alistamiento de legiones extranjeras son una respuesta al conflicto y van a agravar otros problemas de nuestras sociedades, como la dependencia energética o la espiral inflacionista. La cuestión no es elegir un bando en esta guerra sino terminar con ella. Para eso el concurso de los pueblos europeos es imprescindible. Como proyecto de comunicación comprometido con una cultura de la paz, nuestro objetivo inmediato es cortocircuitar el lenguaje de la guerra y reivindicar aquellas voces que se oponen a su lógica.