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Ecologismo
El ritmo
En la fila de salida, bajo las luces fluorescentes de aquel angosto pasillo que llevaba al exterior, Nadine reajustaba el cierre de su casco a su compañero de delante. Por las marcas del casco —un arañazo curvo en el lado derecho causado, al que había añadido dos marcas para hacer una cara feliz— sabía que era Marco. Una vez le dio el visto bueno, Marco se llevó una mano a la parte del casco que correspondía con su boca y la movió hacia abajo y adelante, el signo que significaba “gracias”. Los trajes seguían siendo presurizados a pesar de los años, pero los equipos de comunicación hacían ya generaciones que o bien no funcionaban, no sabían cómo reparar o no disponían de las piezas para ello; en la mayoría de los casos, un conjunto de las tres. El día que encontraron aquel libro de lengua de signos fue el día donde acabaron los problemas de comunicación de los equipos de tierra. «Y pensar que antes sólo lo utilizaban para hablar los sordomudos…» pensó Nadine. Palmeó el hombro de su compañero y, con el ya acostumbrado quejido de las bisagras de la puerta del refugio, salieron.
Lo que antaño había sido un yermo desolado y pardo, un páramo de polvo y quietud, era ahora una mezcolanza de tintes verdes y amarillos, con pequeñas pinceladas de blanco y color. Entre el follaje asomaban aún pequeñas manchas grises brillantes, ruinas del metal que inundaba en tiempos antiguos los caminos, ahora enterrado y devuelto a su legítima propietaria. La religión del refugio explicaba lo sucedido: la humanidad, en su infinita avaricia, había tomado prestado de la Madre Primigenia infinidad de recursos; esta, en su infinita sabiduría, no solo había tomado de vuelta sus preciados bienes, sino que había castigado a la humanidad con miasmas y plagas, con pestes y hambrunas, con sequías e inundaciones. La humanidad había tratado de resistirse e imponerse al Ritmo Natural, humillándose únicamente en el proceso. Al final, avergonzada, se vio obligada a regresar al vientre de su Madre Primigenia, construyendo su nuevo hogar en su interior. Nadie sabía con certeza cuanto tiempo pasó, pues de esa época quedaban sólo la lengua, la escritura y reliquias como los trajes de protección que llevaban. Si uno se paraba a pensarlo, lo más seguro es que la propia religión no existiese hasta antes del desastre natural y se hubiese originado en el refugio, pero ¿era por ello menos cierta? ¿No eran más sabios incluso que sus ancestros, personas cegadas por la codicia, ignorantes de su lugar en el Ritmo? Nadine dedicaba mucho de su tiempo libre a reflexionar sobre la antigua humanidad y su estúpida dinámica de vida. Ensimismada, no vio la raíz que asomaba del naranjo del huerto: tropezó, trató de agarrarse al aire y cayó sobre las piedras retiradas al arar. Un profundo dolor trepó por su brazo al frenar la caída. Marco la ayudó a levantarse, señalando su brazo al terminar. El traje se había roto por el impacto, dejando expuesta su enrojecida piel.
—¿Estás bien? —preguntó Marco por señas, sacando de un bolsillo vendas y una botella. Nadine trató de responderle, pero el dolor le inmovilizaba la mano. No había sido un golpe grave, pero aún estaría un buen rato sin movilidad. Con la mano libre, dejó las herramientas de agricultura y se quitó el casco:
—Estoy bien, tranquilo. Una caída tonta. Siendo sincera, me da más rabia haber roto el traje.
Marco retiró su casco también, mojó las vendas en el líquido de la botella y lo presionó contra su brazo. Nadine se preparó mentalmente mordiéndose el labio; el escozor fue intenso, pero enseguida remedió. Marco enrollaba ahora la venda alrededor del traje y respondió:
—Lo importante es que estés bien, ya ves tú lo que importa el traje. Son útiles como protección si hay tormentas y casi que los llevamos por tradición, pero mira la facilidad con la que se ha roto el tejido... Cuesta creer que necesitaran esto para sobrevivir, ¿eh?
Nadine asintió, todavía con el labio mordido. Las historias describían un mundo hostil, asolado por venenos en el agua y el aire, con fuertes vientos que arrastraban todo por donde soplaban para dar paso a un asfixiante sol. Nadine alzó la vista, aprovechando la libertad de poder mirar al cielo sin el filtro solar del casco. Una pequeña y solitaria nube blanca enturbiaba el perfecto azul del cielo, el sol brillaba alto y la temperatura empezaba a ser más cálida, anunciando la ida de la primavera y la llegada del verano. Costaba creer que aquel paraíso había sido alguna vez un infierno. Sin embargo, tenían pruebas de que las historias no exageraban: si se salía de expedición, no costaba encontrar surcos horadados en el suelo o grandes fragmentos de roca abandonados sin explicación. La creencia aceptada era que fueron arrastrados por riadas torrenciales e inundaciones, pero nadie vivo podía afirmar que había visto algo similar.
Una vez vendada, volvieron a sus trabajos. Marco tenía que comprobar si el bosque había aceptado crecer y expandirse con los brotes que habían plantado hacía un mes, mientras que ella tenía turno en el jardín: retirar piedras de la tierra para poder ararla —«Y colocarlas en otro montón que no esté al lado de una raíz», pensó—, comprobar que las trampas de lluvia no tenían fugas, regar los cultivos y, por último, limpiar de hierbas la puerta del refugio. Si permitían que creciesen demasiado, las hierbas podían dar problemas en la puerta a la hora de abrirla. El trabajo no le llevó más de cuatro horas. Para cuando acabó, todavía tenía tiempo de sobra para poder dar un paseo, por lo que se encaminó por el sendero hacia el bosque, en busca de Marco. El camino no era muy largo, por lo que decidió andar en silencio y entrar en meditación, llenándose de naturaleza. Un zumbido de insectos se oía entre las flores, y Nadine rezó la plegaria de la vida, deseando que más insectos pudiesen crear más flores que a su vez pudiesen crear más insectos. Si uno prestaba atención, podía observar el Ritmo donde quiera que mirase: El Ritmo Natural, el Ritmo de Todas las Cosas, el Ritmo Olvidado y Recordado; si uno no podía observar el ritmo, debía de trabajar en su recuperación. Nadine de nuevo filosofaba: las palabras eran importantes en las enseñanzas, y una de las más señaladas era que el Ritmo se “recuperaba”, no se “creaba”. El Ritmo Natural siempre estaba ahí y nunca podía desaparecer, aunque en ocasiones se viese atacado y se durmiese. Pero, una vez pasaba el peligro, resurgía y continuaba el ciclo de la vida.
A punto estuvo de tropezar de nuevo, esta vez con un desnivel, cuando Marco la tomó del brazo. Nadine fue a saludar, pero Marco la hizo callar con un gesto y, agazapándose, le indicó que le siguiera. No llevaba botas, por lo que Nadine se descalzó y anduvo tras él. Caminaron dos minutos en absoluto silencio, arropados por el murmullo de los árboles sobre sus cabezas, el suave piar de los pájaros y el rumor lejano del río, hasta llegar a un frondoso arbusto. Marco levantó una rama, se introdujo bajo ella y le invitó a pasar, señalando a través de las hojas. Al otro lado, en un pequeño claro, un zorro se alimentaba de un conejo, acompañado de dos criaturas más pequeñas. Al aguzar la vista, Nadine distinguió dos crías peleándose por el mismo trozo de carne.
—Tenías razón—susurró Marco—, estaba embarazada. No he visto nunca a un zorro macho por aquí, por lo que no te creí al principio, pero ya no hay discusión posible.
Nadine sonreía, maravillada, con miedo a responder por si asustaba a los tres y no podía disfrutar más tiempo de lo que estaba viendo. Los pequeños ahora jugaban revolcándose, mientras su madre marcaba el paso y los conducía por un camino al fondo hasta que desaparecieron de su vista. En medio de su plegaria de agradecimiento por lo que acababa de ver, volvió a cuestionarse aquellas preguntas a las que nunca encontraba respuesta: ¿qué ocurrió en el pasado? ¿Qué causó que la humanidad perdiese tanto su rumbo? La simple existencia del refugio y la tecnología de las reliquias dejaban claro que conocían las consecuencias de sus acciones. ¿Cómo es que continuaron con su modo de vida? Llenaron las calles de metal y piedra, alejando todo lo posible la vida de ellos. ¿Acaso no disfrutaban de la naturaleza? ¿No vivían de ella? ¿De qué vivían entonces? ¿Había siquiera algo mejor que lo que daba la Madre Primigenia? ¿Por qué decidieron envenenarla, desnudarla y masacrarla hasta sobrepasar sus límites?
¿No fueron conscientes de todo el mal que estaba ocurriendo?
¿Se quedaron simplemente de brazos cruzados?
¿No se avergonzaron?