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Desigualdad
La mejor vacuna es tu origen de cuna
Al innovar la economía capitalista se vuelve más eficiente (¡menuda eficiencia!), necesita menos mano de obra. Así que “entra en crisis”. Las ganancias empiezan a caer en picado. Es preciso recuperar la senda creciente de beneficios. ¿Cómo? Destruyendo las fuerzas productivas, destruyendo la capacidad de generar riqueza de un país. Una guerra, una crisis o una catástrofe sirven para ese propósito vital que es el renacer del capital.
Forzar la solidaridad a base de recortar libertades en un régimen que nos educa para ser zombis, para la insolidaridad y el individualismo es una estupidez, ¿cabe mayor hipocresía e incoherencia?
Muchas son las mentiras que se cuentan al calor de un estornudo y una mascarilla. Y mucho más el circo mediático bajo la pretendida información. Pero ya sabemos que en toda guerra la primera víctima es la verdad, así que no sé a quién quieren engañar con sus tertulias y lavados de mano como si la gente fuese idiota. Su objetivo es aumentar las audiencias y entretener al personal con lo que sea. Aprovechar el caos para hacer negocio.
¿A nadie le ha extrañado que no se haya hablado todavía, ni de soslayo, de la doctrina del shock?
La gran mentira de estos días sobre el virus es la excusa de la salud pública. Una mentira con letras bien gordas. Porque la mejor vacuna sigue siendo tu origen de cuna. Porque si realmente les importase la salud pública hace tiempo que habrían confinado a los maltratadores y a los banqueros y a los especuladores y a los propietarios de casinos y a los franquistas y a los curas… Propagadores de virus más letales que todas las cepas de gripe juntas.
Si les importara la salud pública hace tiempo que tendríamos contadores de víctimas, de contagiados y de curados del virus patriarcal
Si les importara la salud pública hace tiempo que tendríamos contadores de víctimas, de contagiados y de curados del virus patriarcal, por ejemplo, incluyendo el presupuesto para vacunas anti-machistas y asistencia a personas afectadas.
Hace tiempo que habrían dotado de los medios necesarios a la sanidad pública y a la educación pública, en lugar de recortar y privilegiar los intereses privados. Pero, bueno, eso no es de interés público, lo que importa contar y alentar es el aplauso a los héroes. Plas, plas, plas… Oiga, yo quería decir algo. ¡Calla y aplaude!, plas, plas, plas…
Un despliegue de medios que ya querríamos haber visto con los refugiados y los incontables ahogados en el Mediterráneo. ¿Dónde está el contador con los refugiados que se había comprometido España a acoger? ¿Cómo va el reparto por Comunidades Autónomas y provincias? ¿Cuántos han conseguido papeles y empleo? ¿Cuántos se han comido ya los peces? ¿Cuántos barcos hay rescatando refugiados? Eso me parece que no es información de interés público.
Ahora resulta que los mayores son un colectivo de riesgo que hay que proteger, pero no lo eran para echarles la zarpa a sus pensiones o para ponerles de patitas en la calle con el aviso de desahucio
Ahora resulta que los mayores son un colectivo de riesgo que hay que proteger, pero no lo eran para echarles la zarpa a sus pensiones o para ponerles de patitas en la calle con el aviso de desahucio o para tratarles como delincuentes por la burocracia administrativa cuando deben solicitar y renovar cada año las míseras PNC.
Hay que cebar el miedo y la estrategia es clara: anular la conciencia crítica. Hay que barrer del mapa toda disidencia y discrepancia para impulsar el ascenso meteórico de las ganancias. Porque de eso va toda esta película, de ganancias.
Hay leyes naturales que funcionan, lo queramos o no. La gravedad funciona por mucho que nos empeñemos en negarla. A no ser que pretendamos probarla como el último que quiso defender el terraplanismo. Lo mismo sucede con la ley de Boyle, cuyo desconocimiento llevó a tantos trabajadores a la muerte mientras construían bajo el agua los cimientos del puente.
Y en economía pasa igual. Ignorar las leyes del capital es lo que nos conduce a estos circos y episodios de recortes de libertades en sociedades que se vanaglorian de derechos y democracia. La única democracia que admite el capitalismo es la democracia de cartón. Basta ya de camelos. Algo que cualquiera (no adoctrinado en el liberalismo) debería saber. Porque bajo las mareas del capitalismo no cabe la respiración democrática so pena de ahogarte. Es la enésima vez que esto se dice. Y tropecientas veces se ha escrito también. Pero al parecer esto tampoco es información de interés público.
Muchos autores han analizado y discutido la centralidad de la lucha de clases, poniéndola continuamente en el centro de lo que ahora nos importa: las crisis. Tras cada crisis se vislumbra con nitidez la escena de la lucha de clases. Se vislumbra el carácter contradictorio entre lo público y lo privado, entre capital y trabajo, entre dictadura capitalista y ciudadanía libre y democrática. Pero hay más contradicciones.
Hay que cebar el miedo y la estrategia es clara: anular la conciencia crítica. Hay que barrer del mapa toda disidencia y discrepancia para impulsar el ascenso meteórico de las ganancias.
Los beneficios mandan. Y en el capitalismo las crisis son inherentes a su propia dinámica. Justamente porque entra en contradicción. Constantemente se ve forzado a la innovación (debido a ese espíritu competitivo que anima a las empresas), a esa innovación que tanto nos gusta: mejores móviles, ordenadores, coches, lavadoras, frigoríficos, impresoras… Y a la que no nos gusta tanto: tanques, misiles, granadas, vigilancia, etc.
Y al innovar se vuelve más eficiente (¡menuda eficiencia!), necesita menos mano de obra, pero da la casualidad que ésta, la mano de obra, es quien agrega valor en todo el proceso productivo. El sistema nos aboca a un abismo. Entra en crisis. Las ganancias empiezan a caer en picado. Es preciso recuperar la senda creciente de beneficios. ¿Cómo? Destruyendo las fuerzas productivas, destruyendo la capacidad de generar riqueza de un país. Una guerra, una crisis o una catástrofe sirven para ese propósito vital que es el renacer del capital. Es la ley económica que nos informa sobre la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Bajo dicha ley todo es mercancía. ¿Las personas? Mercancía. ¿La naturaleza? Mercancía. ¿Los derechos? Mercancía. ¿La medicina? Mercancía. ¿La educación? Mercancía. El paraíso de la libre elección.
Una forma de destruir sin excesivos costes sociales y electorales es mediante el decreto del estado de alarma. Suspender temporalmente la democracia. Hay que resetear el mercado para que siga funcionando, aunque sea a costa de parar las libertades civiles.
Porque al final la crisis económica la van a pagar los de siempre. Y el dinero público será un rescate para los mismos peces gordos de siempre. Un rescate viral que supone entre el 10%-20% del PIB, pero luego nos dirán que no hay dinero para sanidad pública, ni educación pública, ni pensiones públicas, ni transporte público, ni vivienda pública, ni banca pública ni…
Así que mientras sigamos apuntando con el dedo hacia los virus, las banderas o hacia cualquier otra distracción u ocurrencia ultraderechista, seguiremos cayendo como moscas. Porque la mejor vacuna sigue siendo tu origen de cuna.