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Energía nuclear
Svetlana Alexiévich, la voz de Chernóbil
Nos despedimos hasta septiembre con una recomendación literaria, Voces de Chernóbil, de la Nobel Svetlana Alexiévich, que ha inspirado la reciente miniserie sobre el accidente. Disfruten.
Es verano, tiempo de disfrutar al aire libre, tiempo de cañas y de comidas compartidas para disfrutar de la amistad. Siempre parece que la vida es doble vida en verano, y triple si además leemos. Porque verano es también tiempo de mirar hacia dentro, de recrearnos en el placer de nuestra propia compañía, y eso se consigue mejor en compañía de un buen libro.
Algunas personas pensarán quizás que lo mejor para el verano es una buena novela que nos haga vibrar y nos ayude a evadirnos de las preocupaciones. Pues yo vengo a decirles que donde esté un buen relato breve, bien escrito, basado en la verdad, en la escucha activa, desde un planteamiento periodístico que profundiza en la noticia sin hacer caso a la urgencia de los medios y que, superando esa barrera, llega para poner en marcha nuestra cabeza y nuestro corazón, la novela va a encontrarse con una dura competencia.
El verano pasado, en las tranquilas siestas extremeñas, yo me entregué a Svetlana Alexiévich. La lectura de su libro de relatos Voces de Chernóbil, que ha dado origen en parte a la aclamada serie de HBO, no fue una carga porque está llena de dulzura.
Se abre el libro con una historia de amor cotidiano. Una historia de amor tan normal, tan de a pie, tan nuestra… nos lo cuenta Svetlana dando voz a una mujer, Liudmila Ignatenko, que nos abre su corazón, tan hermoso, para compartir cómo fueron los últimos días del bombero Vasili, que estaba de guardia y acudió a sofocar el incendio de la central nuclear en camisa:
El verano pasado, en las tranquilas siestas extremeñas, yo me entregué a Svetlana Alexiévich. La lectura de su libro de relatos 'Voces de Chernóbil', que ha dado origen en parte a la aclamada serie de HBO, no fue una carga porque está llena de dulzura.
Hay un fragmento de una conversación. Lo guardo en la memoria. Alguien intenta convencerme:
No debe usted olvidar que lo que tienen delante ya no es su marido, un ser querido, sino un elemento radiactivo con un gran poder de contaminación. No sea usted suicida. Recobre la sensatez.
Pero yo estoy como loca: “¡lo quiero! ¡Lo quiero!” Él dormía y yo le susurraba: “¡te amo!” Recordaba cómo vivíamos antes. En nuestra residencia … Él se dormía por la noche solo después de cogerme la mano. Tenía esa costumbre, mientras dormía, cogerme de la mano… toda la noche”
(...)
Para quienes no lo sepan el proceso clínico de las enfermedades radioactivas dura catorce días. A los catorce días, el enfermo muere…
Para mí, como persona antiespecista, este libro se ha convertido en un compañero inseparable, lo tengo lleno de señales, de notas, de subrayados. He aprendido cosas más allá de la catástrofe nuclear, como por ejemplo, en el relato titulado 'Entrevista de la autora consigo misma'… donde dice:
Hubo un tiempo en que los indios de México e incluso los hombres de la Rusia precristiana pedían perdón a los animales y a las aves que debían sacrificar para alimentarse. Y en el antiguo Egipto, el animal tenía derecho a quejarse del hombre. En uno de los papiros conservados en una pirámide se puede leer: “No se ha encontrado queja alguna del Toro contra N”. Antes de partir hacia el reino de los muertos, los egipcios leían una oración que decía: “No he ofendido a animal alguno. Y no lo he privado ni de grano ni de hierba”
¿Qué nos ha dado la experiencia de Chernóbil? ¿Ha dirigido nuestra mirada hacia el misterioso y callado mundo de los otros?
Y también está la parte práctica, tan necesaria para quienes vivimos relativamente cerca de una central nuclear. En el relato titulado 'Monólogo acerca de la física de la que todos estuvimos enamorados'…
Aquel día… Yo era director de un laboratorio del Instituto de Energía Nuclear de la Academia de Ciencias de Belarús. Aquel día llegué al trabajo. Nuestro centro está en las afueras de la ciudad, en el bosque. ¡Hacía un tiempo magnífico! Era primavera. Abrí la ventana. El aire era limpio, fresco. Me extrañó una cosa: ¿por qué no se acercaban los herrerillos, a los que yo había dado de comer durante el invierno colgando tras la ventana trocitos de salchichón? ¿Habrían encontrado un manjar mejor?
(...)
Sobre todo Minsk se cierne una nube radioactiva. Establecimos que la actividad era yodica, es decir, la avería se había producido en algún reactor.
La primera reacción fue llamar a mi mujer a casa y avisarla, pero todos nuestros teléfonos del instituto están pinchados. Este eterno miedo, un miedo que te han metido durante decenios.
(...)
De todos modos no lo soporto y levanto el auricular.
Escúchame con atención
De qué me hablas, me preguntó en voz alta mi mujer
Más bajo. Cierra las ventanas, mete todos los alimentos en bolsas de plástico, ponte guantes de goma y pásale un trapo húmedo a todo lo que puedas. El trapo también lo metes en una bolsa y lo tiras cuanto más lejos mejor, la ropa tendida ponla de nuevo a lavar, no compres más pan y nada de pastelillos en la calle.
¿Qué os ha pasado?
Más bajo. Disuelve 2 gotas de yodo en un vaso de agua. Lávate la cabeza.
(...)
De pronto me invade la rabia. ¡Al diablo con el secretismo! ¡Maldito miedo! Tomo el listín de teléfonos. Las agendas telefónicas de mi hija. De mi mujer y me pongo a llamar a todo el mundo.
Digo que trabajo en el Instituto de Energía Nuclear, que sobre Minsk se alza una nube radioactiva. Y seguidamente enumero qué es lo que hay que hacer: lavarse la cabeza con jabón de cocina, cerrar las ventanas… Cada tres o cuatro horas frotar el suelo con un trapo mojado. Sacar la ropa húmeda de los balcones y volverla a lavar. Tomar yodo.
Así nos cuenta Svetlana el testimonio de Valentín Alexéyevich Borisévich, ex director del laboratorio del Instituto de Energía Nuclear de la Academia de Ciencias de Belarús, uno de los relatos que para mí ha sido más impactante. Porque no es una víctima directa del accidente, pero sí una víctima de la educación que minimiza las consecuencias, que habla de las centrales nucleares como espacios seguros y que se niega a reconocer el peligro hasta que ya es demasiado tarde.
Es cierto que el cine es apasionante, es cierto que el lenguaje audiovisual nos aporta una comodidad extra a la hora de acercarnos al conocimiento, pero nada como la buena literatura para activar la empatía y lograr que entendamos cada matiz. Si me hacen caso y se entregan a Svetlana Alexiévich este verano, por favor no olviden pasar por aquí y compartir sus impresiones.
Y con esta recomendación nos despedimos durante el mes de agosto. Procuren descansar, disfrutar y nos volveremos a ver a primeros de septiembre.