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¿Qué le pasa a la izquierda extremeña?
¿Hacia una Extremadura sin izquierda?
Nuestra matria extremeña y las gentes que la habitan merecen un destino mejor que esta suerte de distopía periférica de emergencia sanitaria y social, apologías del genocidio, bulos racistas, termómetros al rojo y parajes calcinados a la que este verano ha venido a servir de episodio piloto.
El intenso ciclo electoral del año 2019 ―elecciones generales del 28 de abril, elecciones autonómicas, municipales y europeas del 26 de mayo, nuevas elecciones generales del 10 de noviembre― dejó a su paso un saldo inequívocamente catastrófico para las izquierdas extremeñas.
En las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015, las primeras tras la fulgurante irrupción de Podemos en el sistema político español, la nueva formación obtuvo en Extremadura 82.098 votos (12’66%) y un escaño en el Congreso por la circunscripción de Badajoz, el primero conquistado por una fuerza distinta a la extinta Unión de Centro Democrático, el Partido Socialista Obrero Español o el Partido Popular en la historia democrática extremeña; Izquierda Unida, por su parte, obtuvo 19.590 votos (3’02%, sin representación), sumando entre ambas fuerzas 101.688 votos (15’68%, frente al 24’36% estatal), el mayor contingente electoral reunido a la izquierda del PSOE en cualquiera de los comicios de cualquier ámbito territorial celebrados en Extremadura en este período democrático. Medio año después, el 26 de junio de 2016, tras el fracaso de la X Legislatura española, Podemos e Izquierda Unida, ya coaligadas como Unidas Podemos, obtuvieron en Extremadura 80.346 votos (13,08%, frente al 21’15% estatal) y revalidaron su escaño por Badajoz; el todavía desconocido e irrelevante partido neofascista Vox obtuvo entonces solo 1.026 votos en toda la región.
En las siguientes elecciones generales, las del 28 de abril de 2019, primeras tras la moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy e hizo presidente del gobierno al socialista Pedro Sánchez con el apoyo parlamentario de Unidas Podemos, su sucursal extremeña se desplomó hasta la quinta posición, con 62.544 votos (9’52%, frente al 14’32% estatal), perdiendo su escaño en el Congreso, mientras Vox se convertía en la cuarta fuerza de la región con 70.793 votos (10’77%) y un primer escaño por la circunscripción pacense. PP, Ciudadanos y Vox, que desde enero de 2019 sostienen al gobierno autonómico de Andalucía y recién venían de compartir la truculenta ceremonia de exaltación chovinista de la madrileña plaza de Colón, sumaron en Extremadura una ajustadísima mayoría, proyectando sobre la región la ominosa posibilidad de sufrir, en las elecciones autonómicas convocadas para un mes más tarde, un drástico giro a la derecha como el padecido por nuestros vecinos andaluces.
Las fuerzas de izquierdas resultan, en resumen, perfectamente irrelevantes para la gobernabilidad de la capital autonómica, las dos capitales provinciales y el resto de grandes núcleos de población de la región
Aunque, felizmente, ese espeluznante escenario no llegó a materializarse, las urnas autonómicas, municipales y europeas del superdomingo electoral del 26 de mayo vinieron preñadas de funestas noticias para las izquierdas extremeñas. En 2015, en su debut electoral autonómico, Podemos había reunido 51.216 votos (8’04%) y conquistado seis escaños en la Asamblea de Extremadura, mientras Izquierda Unida, con 27.122 votos (4’25%), la coalición regionalista progresista Extremeños, con 9.305 votos (1’46%) y Adelante Extremadura, confluencia de Equo y otras organizaciones políticas e iniciativas municipalistas, con 1.538 votos (0’24%), quedaron sin representación, sumando entre todos ellos 89.181 votos (13’99%) a la izquierda del PSOE. Cuatro años más tarde, Unidas por Extremadura, la confluencia autonómica formada por Podemos, Izquierda Unida, Extremeños y Equo, había de conformarse con 44.309 votos (7’2%) y cuatro escaños, mientras que la Organización para la Defensa de lo Público, candidatura surgida a su izquierda en la circunscripción pacense, obtenía solo 1.422 votos. Después de la legislatura autonómica 2011-2015 de gobierno del PP en mayoría minoritaria con auxilio parlamentario de Izquierda Unida y de la legislatura 2015-2019 de gobierno del PSOE en mayoría minoritaria con auxilio parlamentario de Podemos, los socialistas recobraban la mayoría absoluta de la Asamblea extremeña; para sorpresa de casi todos tras su buen resultado en las elecciones generales, Vox obtenía solo 28.992 votos (4’71%) y quedaba fuera de la cámara.
Con trescientos ochenta y ocho consistorios en disputa esparcidos por los 42.000 kilómetros cuadrados de la vasta geografía extremeña y con una muy dispar y en ocasiones disparatada casuística política local, resulta muy difícil calcular con exactitud el resultado de las fuerzas de izquierdas en las elecciones municipales del 26 de mayo de 2019, cuyo balance fue en cualquier caso, en términos generales, muy malo. Según un estudio de la consultora Stratego, Podemos e Izquierda Unida concurrieron juntas bajo la marca Unidas Podemos en cincuenta y ocho municipios, Izquierda Unida se presentó en solitario en nueve y Podemos en solitario en una; en otras cinco, Don Benito, Almendralejo, Fuente del Maestre, Llerena y Cabezuela del Valle, con una población agregada de más de 85.000 personas, ambas fuerzas compitieron entre sí. Por otra parte, y con la única excepción importante de la ciudad de Cáceres, la alianza autonómica de Unidas Podemos con Extremeños no se extendió al ámbito municipal, en el que los regionalistas presentaron treinta y una candidaturas en solitario, compitiendo en varios casos con sus socios autonómicos, como sucedió en Badajoz, Navalmoral de la Mata o Torremayor, o retirándose de la disputa aún sin haber consumado la confluencia para no tener que hacerlo, como sucedió en Plasencia. Además, Unidas Podemos compitió en varios casos con iniciativas municipalistas claramente referenciadas a su mismo espacio ideológico, como Plasencia en Común, Qué Hervás Quieres o Calamonte Avanza. Para terminar de ornamentar esta tan barroca como suicida casuística, también la Organización en Defensa de lo Público o el nuevo partido Actúa, animado por antiguos miembros de Izquierda Unida, compitieron contra Unidas Podemos en Mérida, Villafranca de los Barros, Almendralejo y otros municipios.
En los grandes núcleos de población de la región, los resultados de la izquierda son claramente muy pobres: en Badajoz, donde Izquierda Unida logró dos concejales en 2011 y Podemos tres en 2015, Unidas Podemos desciende a solo uno, y no suma con el ganador PSOE para impedir una reedición local del pacto de la plaza de Colón entre PP, Ciudadanos y Vox. En Cáceres, donde Podemos tenía dos concejales, Unidas Podemos sube a tres, pero tampoco suma mayoría con el ganador PSOE, que finalmente detenta el gobierno municipal en solitario gracias a la incapacidad de las tres derechas para alcanzar un acuerdo. En Mérida, donde Izquierda Unida tenía dos concejales y Podemos otros dos, Unidas Podemos retrocede hasta los dos asientos, facilitando la mayoría absoluta del PSOE. En Plasencia, donde Plasencia en Común tenía un concejal, Unidas Podemos consigue dos, pero queda muy lejos de sumar con el PSOE para impedir una nueva y holgada mayoría absoluta del PP. En Don Benito, donde Izquierda Unida y Podemos compiten entre sí, ambas obtienen resultados residuales y el PSOE ensancha su rotunda mayoría absoluta. En Almendralejo, donde concurren hasta siete partidos, las tres derechas suman para gobernar pero Ciudadanos se desmarca del pacto de Colón y entrega la alcaldía al ganador PSOE, mientras las cuatro formaciones de izquierdas concurrentes, Podemos, Izquierda Unida, Organización en Defensa de lo Público y Por un Mundo Más Justo, quedan sin representación, sumando entre todas menos votos que Vox. Las fuerzas de izquierdas resultan, en resumen, perfectamente irrelevantes para la gobernabilidad de la capital autonómica, las dos capitales provinciales y el resto de grandes núcleos de población de la región.
Cabría esperar que semejante cascada de cataclismos electorales, que a lo largo de 2019 han diezmado la base de votantes de la izquierda extremeña y reducido drásticamente su presencia institucional, debería haber suscitado un amplio y profundísimo debate sobre sus causas y, muy sobre todo, sobre sus remedios
En el mundo rural, a falta del estudio exhaustivo que determine su calado exacto en votos, concejalías y alcaldías, el retroceso es también palpable, como reflejan varios casos de gran valor simbólico para la izquierda y el movimiento municipalista extremeños. Uno es Hervás, donde en 2015 Qué Hervás Quieres se convirtió en segunda fuerza empatando con el PSOE a cuatro concejales, que en 2019 se reducen a dos. Otro, Talaveruela de la Vera, donde Reacciona Talaveruela empató también en asientos con el PSOE y gobernó mediante acuerdo con este durante media legislatura, pero en 2019 declinó volver a concurrir a las urnas. Y sin duda el más notorio, Carcaboso, localidad emblemática del municipalismo extremeño, donde Extremeños había detentado la alcaldía durante tres legislaturas, marcadas tanto por sus avanzadas políticas medioambientales, sociales o culturales como por los constantes sinsabores políticos y personales ocasionados a sus representantes por la ferocísima oposición del PSOE, que en 2019 recupera el gobierno municipal. Aún a pesar de esta pérdida dramática, Extremeños sigue siendo la fuerza a la izquierda del PSOE con mayor proyección municipal en el ámbito rural de la región, seguida por Izquierda Unida y finalmente por Podemos. Cabe reseñar, como nota pintoresca, el caso de Jerez de los Caballeros, donde el único concejal de Unidas Podemos se alza en 2019 con la alcaldía gracias a los votos de los concejales del PP y Ciudadanos.
La urna europea del superdomingo 26 de mayo tampoco dejó buenas noticias para la izquierda extremeña. En 2014, Izquierda Unida obtuvo 24.682 votos (6’3%), Podemos, en su bautismo de fuego electoral, 18.828 votos (4’8%), Primavera Europea, en la que se encuadraba Equo, 2.295 votos (0’59%), y el efímero Partido X, 1.582 votos (0’4%), haciendo un total de 47.387 votos (12’09%) a la izquierda del PSOE. En 2019 este resultado bajó a los 40.791 votos (6’75%, frente al 10’07% de media estatal) de Unidas Podemos, aún a pesar de que una candidata extremeña encabezase su lista, acontecimiento inédito en la historia de las izquierdas de nuestra región. Tampoco se extendió a estos comicios europeos el acuerdo autonómico de Unidas Podemos con Extremeños, que obtuvo en solitario 3.873 votos (0’64%).
Finalmente, tras el fracaso de la XIII Legislatura española, las nuevas elecciones generales del 10 de noviembre de 2019 coronaron este nefasto balance con un nuevo descenso de Unidas Podemos desde los 62.544 votos de medio año antes (9’52%, frente al 14’32% estatal) hasta los 54.072 votos (9’11%, frente al 12’86% estatal, o 14’22% si sumamos los votos obtenidos por Más País-Equo, que no presentó candidaturas en nuestra región), mientras que Vox, con 99.823 votos (16’82%), consolidó su escaño por la circunscripción pacense y, para insoportable horror y vergüenza de los demócratas extremeños, aún le sumó un segundo por Cáceres.
Cabría esperar que semejante cascada de cataclismos electorales, que a lo largo de 2019 han diezmado la base de votantes de la izquierda extremeña y reducido drásticamente su presencia institucional, debería haber suscitado un amplio y profundísimo debate sobre sus causas y, muy sobre todo, sobre sus remedios. No ha ocurrido ni remotamente tal cosa, al menos fuera de las estrechas y opacas paredes de los órganos de gobierno de los partidos de la coalición y de un reducido grupo de apenas uno o dos centenares de personas en toda la región, en reuniones presenciales a menudo informales, rarísima vez abiertas al público, o en forma de ese sordo y deformado murmullo, casi siempre generoso en gruesas descalificaciones e indiscretos pantallazos, de las redes sociales y los sistemas de mensajería digital. En un asombroso signo de desprecio hacia la inteligencia y la dignidad de sus propios simpatizantes y votantes y del conjunto de la opinión pública regional, no consta de la pluma de un solo dirigente político o intelectual orgánico de ninguna de las organizaciones de la coalición ni un solo texto público mínimamente desarrollado que pretenda razonar las causas de esta debacle, ni mucho menos las medidas que se pretenden tomar para remontarla. Aún escasa y discontinua, la única excepción a este imperturbable pacto colectivo de silencio de la izquierda extremeña ha sido el puñado de entrevistas o artículos de opinión (entre otros, estos de Manuel Cañada, Víctor Casco, Chema Álvarez, Fernando Llorente, Manuel Nogueras o quien suscribe estas líneas) publicados antes, durante y después del ciclo electoral por El Salto Extremadura, un medio digital independiente que, aún con todos sus muchos y notables méritos, dista por ahora de constituir una referencia informativa habitual e influyente para un porcentaje significativo del electorado de la izquierda extremeña, y aún menos para el millón de extremeñas y extremeños a los que esa izquierda demanda su confianza y su voto para emprender la transformación de su sociedad.
Las causas del desastre
Pero, ¿cómo se ha llegado a esta situación? El extraordinariamente traumático, frágil y disfuncional proceso de articulación de Unidas por Extremadura, reflejo de las flaquezas e inercias de cada una de sus organizaciones componentes, es sin duda la causa principal de esta debacle electoral.
Desde Mérida por quienes aquí acataron acrítica y marcialmente su disciplina, en la que supuso una primera sangría del capital humano y el arraigo territorial adquirido que se hizo notar ya en el mediocre resultado de las elecciones autonómicas y municipales de primavera de 2015
En el caso de Podemos, en una historia no muy distinta a la de otros territorios del Estado, a la campaña para las elecciones europeas y el esperanzador «verano de los círculos» del 2014, en el que proliferaron las agrupaciones locales y la cooperación descentralizada entre ellos por todo el territorio extremeño, le siguió en otoño, antes y después del primer congreso de Vistalegre, un momento de áspero disciplinamiento burocrático con el «partido dentro del partido» Claro que Podemos-Equipo Pablo Iglesias como instrumento, férreamente dirigido desde Madrid por la secretaría de organización estatal y desde Mérida por quienes aquí acataron acrítica y marcialmente su disciplina, en la que supuso una primera sangría del capital humano y el arraigo territorial adquirido que se hizo notar ya en el mediocre resultado de las elecciones autonómicas y municipales de primavera de 2015, muy por debajo de las importantes expectativas generadas solo unos meses antes. Un resultado que vino al menos en parte provocado por la bizantina negativa de los morados a abrirse a la confluencia con los sectores de Izquierda Unida que se habían opuesto a alianza parlamentaria de su dirección regional con el PP en la anterior legislatura autonómica, Equo y con otras organizaciones, que terminarían presentándose por separado a esas elecciones autonómicas de 2015 como Adelante Extremadura y, bajo la marca En Común amadrinada por Barcelona en Común, a las municipales en varias ciudades de la región. Y aún después, ya expulsada o arrinconada toda heterodoxia frente a la línea marcada por Madrid y Mérida, la vida interna de la organización no ha dejado de endurecerse y avinagrarse, ahora por las discrepancias entre las familias de su mismo equipo dirigente, cada vez más reconcentrado y autorreferencial, como puede constatarse fácilmente comparando la composición de sus órganos internos regionales y locales en sus sucesivas renovaciones, paulatinamente vacíos de referentes culturales y sociales, sustituidos por funcionarios de partido o militantes de muy escaso o nulo perfil intelectual, activista o político propio. Pese a disponer de una modesta pero visible bancada parlamentaria y de los muchos medios materiales y presencia mediática que esta provee, Podemos Extremadura no dejó de perder a lo largo de la legislatura autonómica 2015-2019 masa y cualificación militante, presencia territorial e influencia cultural, a la vez que su errática línea política en cuestiones como la desnuclearización de Extremadura o la reivindicación del tren extremeño propiciaba unas relaciones de cada vez mayor distanciamiento y desconfianza con los movimientos sociales. En síntesis, cabe concluir que Podemos dedicó su primera legislatura de vida en Extremadura a autodestruirse, con indudable éxito a la vista de los resultados electorales obtenidos.
En el caso de Izquierda Unida, son de sobra conocidas las violentísimas fracturas que su alianza parlamentaria con el Partido Popular durante la legislatura 2011-2015 provocó entre la organización y los movimientos sociales y dentro de la misma organización, que en la práctica supusieron su casi completa desaparición de cuatro de las cinco mayores ciudades de la región, Badajoz, Cáceres, Plasencia y Don Benito, el éxodo de buena parte de su mejor capital intelectual y político y, finalmente, su desaparición de la Asamblea en 2015. Tras aquellos comicios, una dirección regional nominalmente renovada pero casi enteramente deudora en lo orgánico y en lo ideológico de la anterior ha sido incapaz de hacer autocrítica por las decisiones tomadas durante aquella legislatura funesta y recuperar para la política activa a la mayoría de cuantos la abandonaron o fueron expulsados por su desacuerdo con ellas, contando desde entonces en las grandes ciudades citadas con una actividad poco más que testimonial y además perdiendo presencia en el mismo mundo rural que fuera el principal bastión de aquella dirección y su línea política de 2011-2015.
Por su parte Equo, una organización con muy escasa base militante e implantación territorial en Extremadura, consiguió sin embargo una notable proyección pública como principal impulsora, junto a los encomunes municipalistas y otras organizaciones, de la candidatura autonómica Adelante Extremadura en mayo de 2015 y luego del proyecto de confluencia Ahora Extremadura, pero su apresurada y poco transparente alianza en solitario con Podemos para las elecciones generales de 2016 le obligó a desprenderse de buena parte de esa estela de alianzas cuidadosamente tejidas durante el período anterior para, de vuelta a sus minúsculas dimensiones reales, ser fácilmente engullida e invisibilizada por su socio mayoritario.
Las fuerzas que componen Unidas por Extremadura llegaron a las urnas de 2019 con la tarea cumplida de su entente electoral, pero cada una de ellas muy debilitada y solo coaligadas por una pragmática fusión en frío que transparentaba casi a cada paso su total carencia de un proyecto histórico consistente
Finalmente Extremeños, coalición de varias pequeñas organizaciones regionalistas de centro-izquierda, que en anteriores comicios autonómicos había concurrido y obtenido representación parlamentaria en coalición con el PSOE, llegó a este proceso de confluencia tras un tan interesante como inmaduro proceso de renovación en clave ecosocialista, más o menos referenciable a fuerzas como Compromís, el Bloque Nacionalista Galego o el Scottish National Party, propulsado por el equipo y el ejemplo del gobierno municipal de Carcaboso, pero de muy frágil asiento en su dispersa y heterogénea militancia, que otorgó su confianza a la propuesta de confluencia de su dirección para las elecciones autonómicas de 2019 sin más rodaje compartido con la del resto de fuerzas que integran Unidas por Extremadura que las vinculadas a la experiencia de Carcaboso, y sin verdadera conciencia de estar no solo modificando coyunturalmente sus alianzas electorales, sino transitando de un bloque histórico a otro, como de hecho demuestra el mismo carácter episódico y asimétrico de esta alianza.
En suma, las fuerzas que componen Unidas por Extremadura llegaron a las urnas de 2019 con la tarea cumplida de su entente electoral, pero cada una de ellas muy debilitada y solo coaligadas por una pragmática fusión en frío que transparentaba casi a cada paso su total carencia de un proyecto histórico consistente, inclusivo y motivador para la región, y que en lógica consecuencia no despertó grandes entusiasmos ni entre sus respectivas militancias ni aún menos entre la más amplia pero en general fragmentada y abatida base social y cultural de la izquierda extremeña, cuya movilización generalizada, unitaria y entusiasta hubiese resultado imprescindible para emprender la campaña electoral a la ofensiva capaz de contrarrestar en Extremadura la tendencia implacablemente bajista del proyecto Unidas Podemos a escala estatal. Baste mencionar, a título anecdótico, que la más amplia y diversa confluencia histórica de fuerzas progresistas de la región, cuya construcción orgánica fue objeto de una prolongada, agotadora y exasperante negociación, obsesivamente focalizada en las cuotas de poder de cada organización en su estructura común, pretendió luego resolver su propuesta programática, incluyendo cuestiones fundamentales que habían enfrentado seriamente a las fuerzas de la coalición durante la legislatura anterior, como el modelo de ferrocarril para Extremadura y la metodología para su reivindicación, en una sola jornada dominical de debates.
Escasamente eficaz en el plano electoral, este proceso de confluencia permitió sin embargo a los aparatos de Podemos y a Izquierda Unida apoyarse mutuamente para, bien por cooptación, por exclusión o por competición, terminar de depurar sus propias estructuras orgánicas y el conjunto del espacio político de la izquierda extremeña de los pocos restos organizados de sus respectivas disidencias internas y de otros actores independientes, como de uno u otro modo aconteció en Badajoz, Cáceres, Mérida, Plasencia, Don Benito, Villafranca de los Barros, Montijo o Calamonte, entre otros municipios. «Votar a quien te veta», escribía en su perfil de Facebook la misma mañana electoral del 28 de abril un destacado activista social y político cacereño junto a la fotografía de su papeleta de Unidas por Extremadura, sintetizando a la perfección la ingratísima tesitura a la que la normalización de este tipo de prácticas orgánicas deleznables ha abocado durante los últimos procesos electorales a buena parte del tejido social transformador de la región.
Cuesta imaginar, a partir de los mimbres descritos en los párrafos precedentes, una izquierda política extremeña capaz de elaborar todo un proyecto histórico de transición económica, ecológica, cultural y social de la envergadura y cualidad
Vienen años y décadas de trascendencia extraordinaria y dramática, para la humanidad entera y también para Extremadura. Históricamente castigada por indicadores sociales ―pobreza, pobreza infantil, desempleo, desempleo juvenil, salarios o pensiones, entre otros― sin apenas competencia a la baja en España y en toda Europa occidental, y ahora inevitablemente destinados a empeorar por el impacto de la pandemia, demográficamente castigada por una interminable sangría migratoria, desdeñada por el poder público y el mercado capitalista salvo como granero alimentario y energético y destino vacacional, nuestra región, apenas un guijarro fértil y hermosísimo pero minúsculo, empobrecido y dependiente en el océano turbulento de la posglobalización neoliberal, se ve además en primera línea de los efectos devastadores del cambio climático, del resurgimiento del fascismo y ahora por añadidura del advenimiento de la pandemia. Cuesta imaginar, a partir de los mimbres descritos en los párrafos precedentes, una izquierda política extremeña capaz de elaborar todo un proyecto histórico de transición económica, ecológica, cultural y social de la envergadura y cualidad que tales tiempos demandan, y capaz de embarcar en él a las muchas decenas de miles de extremeñas y extremeños necesarios para impulsarlo. Muy al contrario, igual que algunos dijimos en 2015 que si la izquierda surgida de aquel ciclo electoral no enmendaba su rumbo encallaría irremediablemente en la irrelevancia en 2019, hoy afirmamos que si la izquierda extremeña surgida del ciclo electoral de 2019 no enmienda su rumbo, su destino inevitable en 2023 será la casi completa extinción, convirtiendo a Extremadura en una tierra sin izquierda, esto es, sin defensa alguna frente a los crecientes embates locales y globales contra la justicia social, los derechos civiles o el medio natural, ni capacidad de convertirse en contribuyente solidaria a un mejor orden de cosas en España, Europa y el mundo, una tierra sin más alternativas de futuro ante su vista que la lenta combustión neoliberal o la acelerada combustión neofascista. Ya antes de la llegada de la pandemia, las movilizaciones agrarias de enero y febrero —las mayores y más contundentes en un cuarto de siglo, de fuertes sonoridades chalecoamarillistas, claramente hegemonizadas por la derecha y la extrema derecha y en las que la izquierda social y política extremeña, atenazada por sus mil y una contradicciones irresueltas en torno al mundo rural y agrario, sus modos de producción, sujetos sociales y formas de vida, fue absolutamente incapaz de intervenir de forma significativa en otra dirección— fueron una suerte de preaviso de ese distópico futuro sin izquierda al que Extremadura se abisma en los próximos años, como luego en pleno combate contra el virus han vuelto a serlo los episodios racistas vividos en algunos municipios de la región o la aún incipiente pero inquietante infiltración en nuestro tejido sociocultural de creencias y grupúsculos negacionistas, conspiranoicos y anticientíficos sobre la pandemia, mientras los llamamientos y movilizaciones de la izquierda política y los movimientos sociales extremeños en favor de medidas más ambiciosas e inclusivas para enfrentar las consecuencias socioeconómicas de la crisis sanitaria pasaban prácticamente desapercibidas para las amplias mayorías sociales de la región.
Agricultura
Movilización campesina en Extremadura: anatomía de un complejo despertar
El 29 de enero la paz del campo extremeño termina de romperse por donde únicamente podía hacerlo, el campesinado propietario, cuya estructura y cultura organizativa aún abarca y puede movilizar simultánea y transversalmente, por millares y de una punta a otra de la región, los intereses de los pequeños y medianos propietarios por sobrevivir y de los grandes por sostener sus suculentas tasas de ganancia...
No hace falta insistir, a la vista de los múltiples precedentes del Reino Unido de Johnson al Brasil de Bolsonaro, de los Estados Unidos de Trump a la Turquía de Erdogan (o más cerca de nosotros, a Murcia o el levante andaluz), sobre cómo el mundo rural y mesourbano periférico, martirizado por siglos de explotación capitalista y décadas de alienación neoliberal, y sin alternativas consistentes por la izquierda, puede convertirse en presa fácil de la ponzoña neofascista. Si en 2011-2014, a remolque de las potentes movilizaciones de Refinería No, el 15-M y la «primavera extremeña» encabezada por los Campamentos Dignidad, fue posible para la izquierda extremeña vislumbrar un horizonte abiertamente destituyente frente al régimen político regional de 1983 ―horizonte que ojalá sea posible recuperar en un futuro más o menos cercano―, hoy se impone un en apariencia más modesto pero extraordinariamente apremiante imperativo defensivo de «tirar del freno de emergencia», componiendo un cuerpo social y electoral suficiente para, si no por ahora promover cambios revolucionarios, sí al menos cortar tajantemente el paso al neofascismo hacia nuestras instituciones autonómicas y municipales y evitar una radical y luego muy difícilmente reversible involución reaccionaria de la sociedad extremeña. Las abominables declaraciones del concejal voxista del equipo de gobierno pacense el mismo en que la ciudad conmemoraba el aniversario de la atroz matanza fascista contra su población de 1936 deben permanecer grabadas a hierro candente en nuestra memoria militante personal y colectiva, como constante recordatorio del tipo de sociedad moralmente deforme y enferma en que este nuevo fascismo a la ofensiva aspira a convertir Extremadura. Casi al mismo tiempo, las insufribles olas de calor en la cuenca del Guadiana y los pavorosos incendios en la Vera y el Jerte nos recordaban también la extrema vulnerabilidad de nuestro medio natural ante los impactos del galopante deterioro climático. Nuestra matria extremeña y las gentes que la habitan merecen un destino mejor que esta suerte de distopía periférica de emergencia sanitaria y social, apologías del genocidio, bulos racistas, termómetros al rojo y parajes calcinados a la que este verano ha venido a servir de episodio piloto.
Huelga decir que ni las personas ni las ideas ni los procedimientos de los minúsculos, incompetentes y cainitas aparatos burocráticos que han alimentado este ciclo deprimente de derrotas electorales tienen la menor capacidad, ni muy probablemente tampoco el menor interés, de encarar semejantes tareas históricas. Por otro lado, difícilmente puede la izquierda extremeña soñar con siquiera comenzar a satisfacer tales tareas solo desde el activismo social o cultural, sin disponer de un control al menos parcial de los recursos competenciales, económicos y humanos de las instituciones autonómicas y municipales de la región, de su capacidad inversora a su regulación medioambiental y urbanística, de su sistema educativo y sanitario a sus medios públicos de comunicación. El éxodo activista hacia las periferias más allá de la esfera pública convencional y la institucionalidad representativa puede ser un deseo psicológica y emotivamente comprensible tras las incontables pérdidas, desencantos y amarguras con que el ciclo político pos15-M ha castigado a buena parte de la mejor base social de nuestras izquierdas, pero también constituiría, a la vista de las reales correlaciones de fuerzas y grandes tendencias históricas actuales, una irresponsabilidad política, intelectual y moral monumental, cuyas consecuencias pueden recaer muy pesadamente sobre las generaciones de extremeñas y extremeños por venir. La izquierda extremeña tiene, y esa es la tremenda y amarga paradoja que hoy enfrenta y la desgarra, la necesidad imperiosa de conquistar posiciones electorales e institucionales a la vez que padece de aparatos partidarios que de ningún modo pueden ni merecen ganarlas. De que seamos capaces de solucionar satisfactoriamente este dilema antes de las próximas llamadas a urnas dependerá decisivamente el futuro de nuestra tierra.
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Soy Manuel Nogueras y no necesito de ningún anonimato (qué poquito cuesta dar la cara) para decir que me agota el estilo admonitorio-ya lo decía yo-todo fatal del señor Moriche, que ya me aburre tanta queja y que, en muchas (pero muchas) de las críticas que formula, tiene más razón que un santo. El estilo y el personaje probablemente condicionen no pocos de los comentarios que por aquí está recibiendo el artículo, pero desde mi desencuentro con el tono vital cansino del autor y desde las diferencias políticas e interpretativas de la realidad con el mismo, tengo que decir que me produce cierta pereza y pena tanto ad hominem enmascaradito en la sombra. Quizás empezarse a mirar a los ojos sería un buen comienzo refundatorio para el campo de la izquierda extremeña, y que los inútiles contrastados (fáciles de identificar) y quienes no sepan más que hablar sin ser vistos, se echen a un lado.
Somos demasiados los extremeños que pensamos igual y que, sin embargo, no sabemos qué hacer. Numerosísimos, aquí y allá. Cada uno en su casa, resignado, dentro y fuera de Extremadura. Pero no nos conocemos entre nosotros... ¿Cómo lo intentamos?
Leo por aquí, jocosa e irónicamente que "todo es un fracaso". Pues sí, a la vista queda que nadie ha querido dar la cara y hay unos 8 comentarios anónimos. Eso es exactamente el mejor retrato de nosotros, la izquierda extremeña. Cobardía, amiguismo cortoplacista, servilismo y carencia de empatía.
Y bueno, la experiencia de Reacciona Don Benito o el primer Podemos Don Benito quizá no hayan llegado hasta nuestros días con vida, pero es que nada de lo que en tales días existía ha llegado con vida hasta hoy. Tanto Reacciona o el primer Podemos fueron lugares desde los que se pretendió construir desde una mirada glocal, que es exactamente la misma que refleja en este texto el compañero Moriche. Experiencias de las que, por cierto, estoy muy orgulloso de haber formado parte.
Salud.
Por cierto, había puesto mi nombre pero no ha salido reflejado.
Javier Blanco Blanco.
pues entonces habría que ser un poco más modestos y asumir tb los fracasos y errores propios, digo yo
Coincido en el diagnóstico de la situación de la izquierda en Extremadura y en la ausencia de cualquier depuración de responsabilidades. Todo eso explica no sólo que Álvaro Jaén siga de diputado, sino que Moriche (una vez más) salga a la palestra pidiendo "casito".
Se meten con Moriche porque es el único intelectual que le queda a la izquierda extremeña. Sus escritos en vez de ser criticados deberían de leerse en todos los colectivos y partidos de la región pues solo aprendiendo de las enseñanzas de Moriche podremos salir del atolladero en el que nos encontramos.
Que los que no suman se retiren y dejen a Moriche encabezar una lista unitaria las próximas elecciones, nos iría mejor.
Totalmente de acuerdo, Moriche es nuestro gran líder que nos ilumina a los demás, el único que tiene las claves para llevar a cabo la revolución social. Me apunto al partido que funde Moriche
Gran escrito de caracter clarividente. En Extremadura necesitamos más Moriches para
Demasiada testosterona... parece que en Extremadura solo piensan los hombres, y no es verdad. Aunque es cierto mucho de lo que se señala en el artículo, y en la parte que me toca no puedo decir que no lo sea. Las cifras son inapelables, pero encuentro que hay demasiado veneno y pocas propuestas de futuro. Y la esperanza es lo que nos mueve
No sé qué escasean más: si los puntos y aparte o la falta de propuestas y soluciones
Pues desgraciadamente como se comenta en el artículo El Salto Extremadura es un medio ultramarginal con nula incidencia no solo ya en la ciudadanía en general sino en la izquierda extremeña. Tenemos que analizar con rompemos el círculo ultramilitante y llegamos a más personas
Menos mal que tiene nula incidencia El Salto en la izquierda extremeña. Como muestra, la que ha liado el artículo.
El Salto es ultramarginal, sí, según la OJD (que es quien regula estas cositas) en mayo andaba casi por los 5 millones de lecturas mensuales. Ultramarginales son algunos cerebros sectarios y envidiosetes que persisten en zumbarle al medio en vez de responder, con argumentos, a quien pública su opinión en el mismo (opinión no es noticia, repita conmigo, querido/a hooligan).
Perdona compa, he puesto lo que se dice en el artículo de Moriche y con ánimo de mejorar y llegar a más gente, no tengas la piel tan fina
Claro que sí, todo es un fracaso, solo nos queda la triunfante experiencia de Reacciona Don Benito y la primera andadura de Podemos don Benito, ese es el ejemplo a seguir
Y de aquel momento, ¿Qué experiencia tuvo más éxito y sigue viva? Que veo yo aquí mucha superioridad moral y poco trabajo. Si no, no me explico el casi desierto, con algunas excepciones, que es ahora Extremadura.