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Coronavirus
“Aprieta el émbolo, nosotros hacemos el resto”
Quizá no andaba del todo desencaminado Michel Houellebecq cuando escribió que tras el covid-19 “todo sería igual, pero un poco peor”.
¿Alguien se acuerda de la corta primavera del ‘coronaoptimismo’? La pandemia iba a servir para replantearnos nuestras relaciones con nuestros semejantes, con nuestro trabajo y con el medio ambiente. Los dramas de este siglo, heredados del anterior, convergían en uno solo que iba a resolverse luego que la llegada del virus llevase a los gobernantes a una conversión neokeynesiana, tan repentina como la de San Pablo, imprimiendo un giro desde la política industrial al gasto social. Flor de una noche. La llegada de las primeras dosis de la vacuna han hecho olvidar aquellos buenos propósitos. Quizá sea el agotamiento psicológico de varios meses de medidas para evitar la propagación del covid-19 —desde los confinamientos hasta el distanciamiento social y el uso generalizado de la mascarilla— lo que haya llevado a muchos a fiar todo a la vacuna para volver a la “vieja normalidad” cuanto antes, cuando las cosas iban a peor, pero solo lentamente.
Nada resume mejor esta percepción que la expresión inglesa “technological fix”, que en español se traduce en ocasiones como “atajo tecnológico”, perdiéndose el juego de palabras (fix significa también inyección). Según la definición de Wikipedia, por atajo tecnológico se entiende la idea de que un problema puede solucionarse introduciendo simplemente una nueva tecnología. La expresión se usa habitualmente de manera peyorativa para referirse a soluciones que a veces crean otros problemas o que no hacen más que proporcionar la sensación de haber resuelto el problema sin haberlo resuelto realmente. Es un riesgo que no conviene subestimar: unas expectativas demasiado elevadas podrían generar frustración y hasta rechazo, lo que complicaría aún más la gestión de la pandemia.
Un reciente artículo del semanario Der Spiegel que ha pasado bastante desapercibido apuntaba a serios problemas en los planes de abastecimiento de dosis diseñados por la Comisión Europea —“demasiado pocas, demasiado tarde y en ocasiones de los productores equivocados”— y pronosticaba que en ese escenario Alemania “no será capaz de detener el virus, lo que significa que el otoño y el invierno de 2021 podrían ser similares a los de este año, con porcentajes de contagio elevados, restricciones de contactos y confinamientos”. Como se han encargado de recordar las autoridades sanitarias de varios países, mientras se lleve a cabo la campaña de vacunación la población ha de continuar llevando mascarilla y manteniendo las medidas de distanciamiento social. En el mejor de los escenarios posibles hablamos de seis meses.
Como el debate parece haberse simplificado y polarizado, una aclaración antes de continuar: este artículo no pretende sembrar dudas sobre las vacunas. Por desgracia, algunos medios de comunicación que ahora celebran “la ciencia” parecen haber borrado casi toda distinción entre los negacionistas del covid-19 y teóricos de la conspiración, por una parte, y un escepticismo razonable, basado en criterios científicos, no sobre la vacuna en sí, sino otros aspectos que la rodean, por la otra. En no pocas ocasiones se trata de los mismos medios de comunicación que, irónicamente, minimizaban a comienzos de 2020 los riesgos de la covid-19, equiparándola a una gripe estacional, o que no recomendaban entonces el uso de la mascarilla, saboteándose de ese modo a sí mismos en los esfuerzos por generar ahora confianza hacia los programas de vacunación.
Aunque la OMS pidió en agosto no caer en el “nacionalismo de las vacunas”, lo que hemos visto estas últimas semanas ha sido todo lo contrario
De la pedagogía comunicativa da buena cuenta el énfasis en muchos casos no en la obligación moral y la responsabilidad colectiva, en particular hacia los grupos de riesgo, sino en la posibilidad de retomar las actividades de ocio, casi siempre alienado. Y lo mismo vale a grandes rasgos para determinados espacios políticos que en su día cedieron sus tribunas a gente como Teresa Forcades. De lo que se trata en este apunte es, más bien, de la percepción social de la vacuna, ya que de imponerse la idea de la vacuna como un atajo tecnológico al coronavirus se olvidarían no ya todas aquellas propuestas de reformas sociales y económicas —por otra parte difícilmente realizables ante la ausencia de un movimiento organizado que las apoye—, sino las más elementales ideas de prevención, ¿pues qué sentido tiene incluso planteárselas si al fin y al cabo los grandes laboratorios pueden alcanzar antes o después una solución tecnológica?
Esto no lo dice un cualquiera como el autor que escribe estas líneas, sino la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha alertado de la posibilidad de que la comunidad internacional se duerma en los laureles. “Estas amenazas continuarán”, aseguró a finales de diciembre el director ejecutivo del programa de emergencias, el irlandés Michael Ryan, “si hay una cosa que hemos de aprender de esta pandemia, con toda la tragedia y pérdidas que la acompañan, es la necesidad de actuar juntos, necesitamos estar preparados para algo que puede que sea aún más grave en el futuro”.
En este mismo medio, el biólogo evolutivo Rob Wallace advertía que son necesarias “intervenciones estructurales” para que el covid-19 no sea seguido por “el covid-20, el covid-21 y el covid-22”. El trabajo de Wallace, que se popularizó durante el año pasado, apunta principalmente a la agroindustria como uno de los principales causantes de la regularidad cada vez mayor de este tipo de epidemias, ya que “está empujando las fronteras forestales y eso está incrementando la interfaz entre la fauna silvestre, que acoge algunos de los patógenos más mortales, con el ganado industrial criado en esos bordes, y también con los trabajadores que están a cargo de esos animales”. De acuerdo con este investigador, de ese modo “se produce un incremento del tráfico de estos nuevos patógenos desde los animales desde los animales salvajes, a través del ganado y la mano de obra, hacia las ciudades locales de regiones que están conectadas con la red global”. Por ese motivo “un brote que aparece en una cueva en el centro de China en el plazo de semanas puede terminar propagándose en Miami”.
Contra el ‘post-coronaoptimismo’
Pero el efecto psicológico de la idea de la vacuna como atajo tecnológico puede también servir para evitar que se depuren responsabilidades políticas por la gestión misma de la pandemia, particularmente en Estados Unidos y en la Unión Europea, y que se reclamen asimismo otras nuevas en el escenario posterior. Dicho de otro modo: “A pesar de todo, dieron con la vacuna”.
Aunque la OMS pidió en agosto no caer en el “nacionalismo de las vacunas”, lo que hemos visto estas últimas semanas ha sido todo lo contrario: del mapa informativo han desaparecido la vacuna china y la rusa (cuyo coste de producción es sensiblemente inferior al de los laboratorios occidentales), de la que algunos medios de comunicación occidentales no perdieron la oportunidad de proyectar dudas, aunque el 11 de diciembre AstraZeneca informó que combinaría la vacuna rusa, Sputnik-V, con la suya propia. Días después, en declaraciones a The New York Times, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, admitió, por ejemplo, que es “por supuesto imposible explicar a la sociedad ucraniana por qué cuando América y Europa no están dándoles vacunas no deberías aceptarlas de Rusia”, un hecho que podría terminar en una “guerra informativa”.
De poco parece haber servido que el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, señalase en verano que “el nacionalismo en la demanda exacerbó la pandemia y contribuyó al fracaso de la cadena de suministro global” y pidiese a las naciones que no cayesen en el mismo error. Las naciones ricas ya están acaparando las provisiones necesarias, dejando al resto a su suerte. En octubre, India y Sudáfrica solicitaron en la Organización Mundial del Comercio (OMC) la cesión de las patentes de la vacuna solo para encontrarse con el voto en contra de EE UU, los estados miembro de la Unión Europea y Reino Unido, que alegaron que la protección de las patentes era necesaria para la innovación médica. Mucho ha llovido desde que le preguntaron al inventor de la vacuna contra la polio, Jonas Salk, en 1955 sobre la titularidad intelectual de la misma y éste respondió: “No hay ninguna patente, ¿podría usted patentar el sol?”.
No está de más recordar que bajo la Public Readiness and Emergency Preparedness Act no se podrá demandar en los tribunales estadounidenses durante cuatro años ni a Pfizer ni a Moderna por efectos adversos de la vacuna
Cuando uno escucha todas estas celebraciones de “la ciencia” en boca de determinados políticos y comentaristas de los medios de comunicación no puede más que acordarse de la máxima de Guy Debord cuando hablaba de cómo “la dominación espectacular ha mandado derribar el gigantesco árbol del conocimiento científico solo para hacer tallar un garrote”. No está de más recordar que bajo la Public Readiness and Emergency Preparedness Act (PREPAct) no se podrá demandar en los tribunales estadounidenses durante cuatro años ni a Pfizer ni a Moderna por efectos adversos de la vacuna, permitiendo a las grandes farmacéuticas operar en la práctica como imperios privados.
Quizá no andaba del todo desencaminado Michel Houellebecq cuando escribió que tras el covid-19 “todo sería igual, pero un poco peor”. No se trata solamente de que la conmoción causada por las cifras de fallecidos y los meses de medidas contra el contagio posiblemente haya dejado a la población más receptiva a determinados discursos políticos. Se han destruido miles de puestos de trabajo y los nuevos que se han creado han sido en el sector de bajos salarios, acrecentando la desigualdad. El teletrabajo ha venido para quedarse, sin que haya por el momento marcos reguladores satisfactorios. El activismo de los movimientos sociales se ha replegado en buena medida en las redes sociales, obligado por las circunstancias, pero es una incógnita si volverá a las calles con la misma fuerza.
En un artículo publicado en LeftEast, Matan Kaminer alertaba meses atrás de la posibilidad de que, aprovechando las restricciones para evitar el contagio del covid-19, “los Estados blinden todavía más sus aparatos represivos en ausencia de un contrapeso político capaz de ejercer un verdadero control democrático”. “A medida que las fauces de la crisis se abren y son más temibles”, indicaba Kaminer, “muchos estarán tentados de arrojar el análisis y los matices por la borda y correr bajo el ala del Estado, ‘el sujeto que en teoría hemos de conocer’”. En otras palabras: que las sociedades sean como resultado de la experiencia y de la desigualdad más pasivas y acríticas hacia las estructuras de poder.
Compárese el revuelo que causó la iniciativa de la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, de crear una “cartilla covid” para “que pongamos nombres y apellidos a quienes están protegidos y quienes no” con el silencio ante las declaraciones del ministro de Sanidad, Salvador Illa, de “un registro” de quienes no acudan a vacunarse que será compartido “con otros socios europeos”, como si ambas iniciativas no suscitasen los mismos problemas éticos y legales.
Entre una propuesta y la otra media medio año y el color político de quien la plantea. Como ha observado el periodista alemán Ralf Streck, ¿no sería más fácil tener un registro de las personas vacunadas? ¿Por qué en otros países del bloque no se ha mencionado ese registro que tendrá que ser compartido con ellos? “Sorprende (o quizá no) que medios próximos al gobierno socialdemócrata, como El País, no aborden la cuestión candente de a dónde llevan estas listas negativas y cuál es su fin”, comentaba Streck, “también en los digitales más bien críticos de izquierdas como eldiario.es o publico.es se echa en falta una cobertura así”.
El silencio es elocuente. El grueso de la ciudadanía se ha visto reducido al mero papel de testimonio impotente de los acontecimientos, un papel que se espera que siga ejerciendo después de la pandemia. Los medios de comunicación, por su parte, parece que no esperan una ciudadanía crítica y mucho menos parecen querer a contribuir a formarla. Ni se han hecho preguntas ni mucho menos investigaciones. A comienzos del siglo XX Kodak hizo famoso el eslogan: “Aprieta el botón, nosotros hacemos el resto”. Reformulado a las circunstancias del momento podría ser éste: “Aprieta el émbolo, nosotros hacemos el resto”.
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"Esto no lo dice un cualquiera como el autor que escribe estas líneas, sino la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha alertado de la posibilidad de que la comunidad internacional se duerma en los laureles. “Estas amenazas continuarán”, aseguró a finales de diciembre el director ejecutivo del programa de emergencias, el irlandés Michael Ryan"
En mi opinión, en esta afirmación hay conflicto de intereses que el autor debe explicar.
En 2016, después de un años de debate, la OMS aprobó una resolución que permite la “Colaboración de la OMS con agentes no estatales”, es decir, empresas e instituciones de carácter privado.
Germán Velásquez, profesor de la Sorbona, ex-director del Programa de Medicamentos de la OMS y autor de "El libro rojo de la OMS" lo explicaba hace 4 años. Lo tienes en este enlace a Le Monde Diplomatique: https://mondiplo.com/que-remedios-para-la-organizacion-mundial-de-la
Podríamos considerar sus palabras del mismo modo en que consideramos las de Michael Ryan.
Casi el 80% de la financiación de la organización que dirige las políticas de salud pública de medio mundo procede de fuentes privadas. Eso hay que explicarlo.
Filantropía y caridad al estilo Inditex, cero.
Las lecciones las tenemos bien aprendidas ya.
Gracias por el artículo.
Gracias a dios! A la ciencia! A quien sea !por un artículo así, agradecido, de verdad,parece que nos hemos convertido en ovejas ( ya lo éramos) zombies, incapaces de plantear y cuestionar aunque sea mínimamente todo el telón de fondo, los Intereses económicos manifiestos, la represión y control que lleva aparejada la situación, la manipulación desatada y demente de los medios de comunicación (como siempre, pero mucho peor), actuando como auténticos nazis ridiculizando y señalando , silenciando y sepultando cualquier atisbo de disidencia, aunque sean argumentos racionales, y absolutamente razonables...gracias, hay una uniformidad en los.medias que da la miedo que el propio virus.