COP26
Fernando Valladares: “No podemos permitirnos un profundo fracaso en esta Cumbre del Clima”

Fernando Valladares, investigador del CSIC que se ha convertido en una de las voces más críticas de la comunidad científica española con las políticas climáticas, analiza en el comienzo de la Cumbre del Clima las últimas conclusiones del IPCC, los objetivos de la transición energética y el papel que juega el Tratado de la Carta de la Energía en todo esto.
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Fernando Valladares, biólogo e investigador sobre Biogeografía y Cambio Global en el CSIC. David F. Sabadell

“El ser humano ha lanzado una serie de señales e impactos al medio ambiente que ahora vuelven contra él, comprometiendo su salud, bienestar y supervivencia a largo plazo”. Fernando Valladares, científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y profesor asociado en la Universidad Rey Juan Carlos, se refiere a la figura de un boomerang cuando describe el cambio climático.

Lleva años investigando los impactos de la actividad humana en los ecosistemas terrestres, pero en sus análisis también aborda cuestiones como la extinción de especies o la contaminación. Y Valladares no se limita a los números y modelos de predicción: dedica gran parte de su tiempo a la divulgación y en los últimos meses no ha sido raro verle acompañando a jóvenes en acciones de desobediencia civil frente a la emergencia climática.

Cuando hablamos de los retos de los próximos años, afirma que nos enfrentamos a varios desafíos que se pueden dividir en dos categorías: los más externos y los más internos. En otras palabras: el cambio climático y la gobernanza. Porque para reaccionar al golpe que supone el aumento de las temperaturas, que ya se materializa en forma de eventos extremos o situaciones como la crisis sanitaria, tenemos que ponernos de acuerdo. Pero cada vez somos más millones de personas y resulta muy difícil. 

Charlamos con Valladares sobre la recién iniciada Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), las últimas conclusiones del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), los objetivos de la transición energética y el papel que juega el Tratado de la Carta de la Energía (TCE) en todo esto.

Acaba de dar comienzo la COP26, en la que países de todo el mundo se reúnen para incrementar la ambición climática, ¿qué podemos esperar de estas negociaciones?
Hay una ley de mínimos que no deberíamos dejar escapar. El primer punto es revisar el protocolo de Kyoto, que ya ha envejecido y ha dado lugar a muchas trampas con el mercado de emisiones. Lo que iba a ser un mecanismo limpio, no lo ha sido. La segunda cosa es encontrar y detallar la forma de aportar esos 100.000 millones de dólares para que los países más desfavorecidos, que son muchos, puedan adaptarse al cambio climático. Y desde luego, el tercer gran objetivo de esta COP es establecer y concretar las formas en las que todos los países van a contribuir a no rebasar ese 1,5ºC. 

Yo les pediría que avancen con valentía y adopten medidas reales, aún sabiendo que ponen en riesgo su supervivencia política

Necesitamos ver los compromisos concretos, las estrategias de cada país, y cómo se va a coordinar todo esto. Luego podemos esperar que salgan cosas más ambiciosas, que los países hagan apuestas por acelerar el momento de la neutralidad climática, de la descarbonización efectiva de sus economías, que no lo dejen para el 2050. Pero los tres puntos primeros que he mencionado tienen que estar ahí. Si se consigue más, lo consideraría un éxito superlativo. Y si no se consigue ninguna de estas tres cosas, sería un profundo fracaso. Y en este momento no podemos permitirnos un profundo fracaso.

COP26
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Los análisis científicos del IPCC marcan el rumbo que deberían seguir las políticas climáticas. El 9 de agosto se publicaron parte de los resultados de su sexto informe, ¿cuáles son las conclusiones principales de este grupo de expertos y expertas?
Realmente lo más llamativo del último informe del IPCC, del que se han publicado los resultados del primer grupo de trabajo sobre las bases físicas del clima, es el cambio del lenguaje. Del grupo 2 y 3 —relacionados con los impactos y la mitigación y adaptación— todavía no se han hecho públicos los resultados, aunque sí que existen algunas filtraciones de documentos muy elaborados que se han querido filtrar precisamente para llegar a tiempo a la COP26 de Glasgow, aunque sea de manera extraoficial. 

El hielo se retrae globalmente y, con ello, aparecen puntos de inflexión y retroalimentación complejos. La circulación termohalina y las corrientes marinas, que transportan nutrientes y balancean la temperatura del planeta, se alteran

Hasta ahora, el IPCC ha estado caracterizado por un lenguaje científico apoyado en certidumbres, probabilidades y modelos. Y lo que se ha constatado es que los políticos quizás no han captado la gravedad de la crisis climática. Pero en el sexto informe el Panel Intergubernamental ha utilizado un lenguaje mucho más áspero de lo habitual y ha enfatizado que no hay ninguna duda de que el ser humano es responsable del calentamiento global. No hay margen ni para el negacionismo ni para formas variadas de escepticismo. Las temperaturas siguen subiendo y lo hacen a más velocidad. Lo que antes era un aumento de 0,1ºC por década, ahora es 0,2ºC por década. Y cada vez está más clara su vinculación con eventos climáticos extremos.

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Las precipitaciones y el nivel del mar aumentan. El hielo se retrae globalmente y, con ello, aparecen puntos de inflexión y retroalimentación complejos. La circulación termohalina y las corrientes marinas, que transportan nutrientes y balancean la temperatura del planeta, se alteran. El estado del permafrost, esas zonas permanentemente congeladas del Ártico, también es muy preocupante.

Hay que abordar sin demasiada prudencia la reducción del consumo energético y organizar una sociedad con otros indicadores de progreso
Fernando Valladares 2
Valladares se ha convertido en una de las voces de la comunidad científica más críticas con las políticas climáticas David F. Sabadell

Además, hablan de cinco escenarios posibles en función de lo que emitamos. En el escenario más peligroso, las emisiones seguirán aumentando hasta duplicarse a mitad de siglo, llevándonos a un clima apocalíptico. En el extremo opuesto tenemos el escenario de cero emisiones netas a mitad de siglo. Y este es el único escenario que podría converger con los objetivos del Acuerdo de París.

El Gobierno de España se ha comprometido a reducir sus emisiones en un 23%, pero sabemos que esto no es suficiente. ¿Qué mensaje le mandarías de cara a la COP26?
Siempre aludo a una palabra que no viene en los programas electorales de ningún partido político: valentía. Yo les pediría que avancen con valentía y adopten medidas reales, aún sabiendo que ponen en riesgo su supervivencia política. Sabemos las dificultades que hay a la hora de lograr acuerdos internacionales, pero desde luego no se puede ir con medias tintas. Es crucial conseguir acuerdos y que éstos sean vinculantes. Por eso, deben ir a la COP con las mayores ambiciones.

Es cierto que es mejor tener una ley de cambio climático incompleta que no tener ninguna, pero necesitamos más

Creo que en ocasiones el Gobierno de España ha dado algunas señales de valentía, pero luego han quedado muy amortiguadas. Por ejemplo, algunos borradores de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética eran mejores que lo que se terminó aprobando. Es cierto que es mejor tener una ley de cambio climático incompleta que no tener ninguna, pero necesitamos más. También en las negociaciones de la COP25 en Madrid vimos cómo algunos representantes del Gobierno dieron algunos pasos un poco más decididos que otros países. Pero no hay que quedarse en acciones puntuales en momentos concretos. Necesitamos una valentía madura. Esto significa que sé lo que me estoy jugando: que muchos electores no me vuelvan a elegir. No les tiene que temblar el pulso a los políticos a la hora de no ser reelegidos. Porque es por el bien de todos. 

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Dicho esto, hay que ir con ambición y esperanza pero preparados para no jugárselo todo en la COP26, porque no va a ser la solución a todos los problemas. Tenemos que pensar que habrá el día después. Como ya decíamos en Madrid en diciembre de 2019, nos despertaremos y el dinosaurio estará ahí. Volveremos de Glasgow y el cambio climático seguirá ahí. Esto es una carrera de largo recorrido que no se gana en el spring de los primeros 100 metros.

Ante esta situación, y según las recomendaciones científicas, ¿qué objetivos hay que lograr a nivel global para contener el aumento de temperatura en 1,5ºC?
En el estado de emergencia actual y con los plazos que tenemos, digamos de una década, nos guste o no, seamos de una ideología u otra, la reducción de emisiones tiene que estar en el centro de las acciones. El debate es cuánto y cómo.  

El Reino Unido nos ha sorprendido con una propuesta de reducción del 70%. Bienvenida sea, pero ahí entramos en la segunda parte: el cómo

Sobre el cuánto, como mínimo tenemos que reducir un 50 o 60 % de las emisiones con respecto a los niveles de 1990. Y cuanto antes en este siglo, mejor. China se va al 2060, muchos países hablan del 2050, incluso hay propuestas del 2040 y el 2030. El Reino Unido nos ha sorprendido con una propuesta de reducción del 70 %. Bienvenida sea, pero ahí entramos en la segunda parte: el cómo.

El Reino Unido no está solo. Vivimos en un mundo globalizado. Y hoy en día es muy difícil que un país pueda hacer un cambio significativo en sus emisiones sin tener en cuenta sus relaciones con otros, sobre todo en el campo comercial. Por eso, el cómo debería abordarse a través de acuerdos internacionales vinculantes, de compromisos serios en las políticas exteriores de los países, sobre todo dentro del G20, que son los principales emisores. Hace falta más urgencia y recordar a los representantes políticos, una y otra vez, que le den máxima prioridad a la materia climática.

Entonces, ¿qué vías habría que activar para desplegar esa transición energética?

Hay que iniciar varias vías en paralelo, porque cada una tiene un ritmo, un porcentaje de éxito y unos riesgos asociados. Creo que debemos avanzar en tres grandes avenidas. Como comentábamos, tenemos que reducir el uso de combustibles fósiles. Un artículo reciente de la revista Nature, que representa el conocimiento más actual de las reservas fósiles disponibles en el planeta, señala que, en términos generales, para mantenernos por debajo del 1,5ºC habría que dejar sin extraer el 60% del petróleo y el gas, y prácticamente el 90% del carbón. Pero con eso no bastará. No podemos cerrar todas las gasolineras mañana. Y si ocurriera, podría ser hasta contraproducente.

Desvestimos a un santo para vestir otro, en parte porque no cambiamos el modelo productivo

En paralelo, tenemos que ir pensando con sensatez cómo impulsamos tecnologías más limpias. Tenemos las renovables, pero están generando muchos conflictos. Desvestimos a un santo para vestir otro, en parte porque no cambiamos el modelo productivo. Estamos viendo cómo se hacen propuestas de parques eólicos y fotovoltaicos que son varias veces la cantidad de energía que se necesita en España. Esto revela que la política del pelotazo y de hacer dinero rápido, por decirlo de alguna manera, casi siempre es a expensas de deteriorar el medio ambiente, que es de todos. Sin embargo, los beneficios de haberlo deteriorado quedan en manos de algunas entidades privadas, y esto es una enajenación del bien común.

Por eso, en tercer lugar, tenemos que pensar en el modelo socioeconómico, en el tipo de sociedad que queremos. Hay que abordar sin demasiada prudencia la reducción del consumo energético y organizar una sociedad con otros indicadores de progreso. Tenemos que aspirar a subordinar la funcionalidad económica a la conservación de un ambiente que ya está muy tocado, que se manifiesta con la crisis climática pero también con otras problemáticas, y que sabemos que está comprometiendo nuestra viabilidad como civilización. 

Uno de los grandes problemas que vemos hoy es la incoherencia de políticas. En este sentido, ¿qué papel crees que juega el Tratado de la Carta de la Energía en la consecución de los objetivos climáticos y de transición?
Primero tenemos que entender lo difícil que es avanzar en una transformación socioeconómica y energética. Hay muchas cosas que pueden aplazar o parar el despliegue de esa transición. La más mínima duda, el más mínimo conflicto jurídico o social, puede hacer que se retrase. 

Encima de la mesa tenemos el Tratado de la Carta de la Energía (TCE), que se creó hace tres décadas cuando se intentaba asegurar el flujo de recursos energéticos de la Europa del este al oeste mediante inversión privada. Era la Guerra Fría, una situación completamente diferente a la del siglo XXI en la que no conocíamos tan bien el cambio climático. La realidad es que hemos heredado un tratado obsoleto que desincentiva la transición hacia formas alternativas de generar energía. 

El Tratado únicamente es eficaz para la primera parte del binomio: proteger las inversiones más conocidas, todavía mayoritarias, que tienen que ver con los combustibles fósiles

Este tratado pretende conciliar dos aspectos en equilibrio muy tenso: dar seguridad jurídica a las inversiones en el sector energético y permitir a los países firmantes un margen para modificar sus políticas energéticas. Esta es una tensión muy compleja que el TCE no resuelve. El Tratado únicamente es eficaz para la primera parte del binomio: proteger las inversiones más conocidas, todavía mayoritarias, que tienen que ver con los combustibles fósiles.

Este legado histórico y fáctico de apoyar los combustibles fósiles se ve con un gran número de demandas por cambios en las políticas energéticas de determinados países. Muchos inversores y multinacionales se han agarrado al TCE para demandar a los Estados, alegando el incumplimiento del Tratado cuando una nueva medida se sale del margen de beneficios que estaba planeado y amparado bajo el TCE. Y a los hechos me remito: tenemos los casos contra Eslovenia, Italia, Alemania o España.

Si vamos dirigidos hacia nuevas formas que prioricen el medio ambiente, el TCE no vale

Es completamente incuestionable que el Tratado hace temblar a muchos países a la hora de reorientar su política energética. Ante un posible escenario de demandas multimillonarias que comprometen los presupuestos públicos, a veces los gobiernos prefieren pensárselo dos veces a la hora de legislar. Esto se ve muy bien con la amenaza de demanda contra Francia, que sirvió para disuadir al Gobierno francés para que rebobinara y no fuese tan ambicioso en sus objetivos climáticos.

En definitiva, los países tienen que aceptar que el Acuerdo de París y el TCE son excluyentes. Si vamos dirigidos hacia nuevas formas que prioricen el medio ambiente, el TCE no vale. Pero es que no vale ni aunque se reforme. Directamente hay que disolver el Tratado.

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