Nunca creí que iniciaría un artículo dándole la razón al ministro de Justicia, D. Rafael Catalá.
Y es que es cierto, como indica él, que la pena de nueve años recaída en la sentencia del caso de la Manada es alta.
Sí, créanme cuando les digo que es alta en comparación a lo que estamos acostumbradas las juristas. En España sale barato abusar sexualmente y violar, e incluso matar a las agredidas. Recordemos que el tipo que en los Sanfermines de 2008 mató a Nagore Laffage tras negarse ésta a tener relaciones sexuales con él solo fue condenado a doce años de prisión.
Sale tan barato que las penas aplicadas suelen ser las más bajas posibles, ya no porque haya mil artificios procesales para que ello sea así -algo garantista-, sino porque los tribunales no valoran con corrección la gravedad de la violencia machista.
Penas que no siempre se consiguen. Digno de estudio es la cantidad de sobreseimientos libres o provisionales con archivo de la Causa que se dan en casos de delitos sexuales.
Y para llegar a la pena primero hay que conseguir pasar la fase de instrucción acreditando que hay indicios de que lo que cuenta la víctima es cierto, cosa difícil si no hay vídeos, testigos o parte de lesiones inmediato. Y luego enfrentarte a juicios donde es habitual que la víctima sea la juzgada en su comportamiento y donde la cuestión probatoria gire más en torno a posibles circunstancias provocadas por la denunciante y a su credibilidad, que en torno a la actuación delictiva del agresor. Justicia Patriarcal lo llamamos.
Las mujeres aún tenemos que demostrar en sede judicial que no provocamos la agresión, que no disfrutamos con la agresión, que no es no aunque hayas dicho antes 20 veces sí, que no invitamos con nuestros cuerpos insinuantes a la agresión, que nuestra sexualidad vivida en libertad no es una atenuante para el agresor que nos viola, que no hay delicadeza en 5 penes sucios penetrándote por todos los orificios del cuerpo, y que no hay gozo cuando no te resistes a ser violada, porque si te resistes acabas como Nagore.
La sentencia de la Manada refleja dos mundos jurídicos diferentes que se sustentan ambos sobre concepciones sociales y jurisprudenciales machistas y patriarcales.
El primer mundo, el de la magistrada y el magistrado que dictan el fallo condenatorio pero no ven ni violencia ni intimidación y por tanto no pueden condenar por agresión sexual. Y solo si hay agresión se le puede jurídicamente llamar violación. En ese su mundo hay prevalimiento de los agresores y hay agobio de la víctima. En ese mundo se aplica la norma patriarcal que está en vigor -que dispone que puede no haber violencia aunque no haya consentimiento- y se aplica la jurisprudencia que existe y que mira a la mujer, aún, con los ojos de Señorías en su mayoría varones, pero también mujeres, que no han tenido educación en Igualdad, ni formación jurídica de género, ni reciclaje en la normativa europea e incluso española sobre violencias machistas.
El segundo mundo, el del magistrado que absuelve a la Manada porque dice que la muchacha gozó, disfrutó y hasta se excitó. El del magistrado que dice que los cinco animales de la Manada trataban con delicadeza a la víctima mientras introducían el pene en su boca, ano o vagina, hasta completar once tandas de penetraciones sin preservativo. El del magistrado que ve jolgorio en una violación múltiple (abuso continuado múltiple según la sentencia). Ese mundo no tiene cabida en una democracia que lucha por la Igualdad. Se puede discrepar con magistrados por cómo interpretan o aplican al caso los conceptos de violencia e intimidación, en si es abuso o violación, pero no se puede tolerar que en sede judicial se juzgue y sentencie cómo tiene que ser la cara y comportamiento de una mujer agredida sexualmente que no se resiste a la agresión para salvar su vida o para recibir el menos daño físico posible.
Es intolerable que siga juzgando temas de violencia machista un juez que absuelve a los agresores porque dice que sabe qué expresión tiene una víctima que realmente es víctima y que la de la Manada lo gozó. ¿Cuántas violaciones ha presenciado este señor y en qué circunstancias para ver la cara de las víctimas? Mientras se le inhabilita para juzgar cuestiones de género debe ser recusado por cualquier víctima de violencias machistas que se lo encuentre en un tribunal.
Pero el problema no es la sentencia. Es el Código Penal y su concepto de abuso sexual, que dice que no hay violencia pese a que te penetren sin consentimiento, es la jurisprudencia, es la falta de formación y reciclaje de jueces y juezas en cuestiones de género e igualdad. El problema es la justicia patriarcal, que, aplicada al caso de la Manada, se concreta en que no se ve intimidación y sí prevalimiento en que cinco adultos fornidos introduzcan a una chavala de 18 años en un portal, chavala que se deja llevar sin imaginarse el infierno que le van a hacer vivir. Claro que hay una situación intimidatoria aunque no se muestren armas ni puños amenazantes. El cuerpo de cinco hombres frente a una mujer sola encerrada en un habitáculo de 2x2 ya es por sí solo un arma intimidatoria.
El problema es que la justicia patriarcal no ve violencia porque no hay golpes y no considera algo violento la introducción de un pene sin consentimiento en tu cuerpo. Eso, señorías y legisladores, es mucho más violento y doloroso que un puñetazo o una patada.
Hoy más que nunca la sororidad es un arma de futuro. Somos manada morada y hemos abierto una puerta gracias a la llave que nos ha dado la víctima de la Manada al denunciar los hechos. La puerta a la necesaria reforma legislativa (no solo del Código Penal, también de todas las normas que aún no reflejan lo que los convenios europeos reconocen como violencias machistas) y al necesario cambio jurisprudencial en el que una violación tan solo dependa del consentimiento de la víctima. No es no. Y sin un Sí explícito también es No. Sin consentimiento no hay abuso, hay violación, y las mujeres que conformamos la manada morada vamos a luchar para que así sea reconocido.
Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos en pie, decía Emily Dickinson. En pie estamos dispuestas a la lucha por la Igualdad.
Por nosotras, por nuestras hermanas, madres, hijas, por las generaciones venideras. Juntas y unidas podemos.