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Colombia
Descentralizar el poder
La Plaza de los Muiscas en Tunja —una ciudad intermedia en la cordillera oriental de los Andes colombianos— era el lugar de mi recreo. Tradicionalmente ha sido el lugar en donde se celebran cada año las romerías religiosas del Señor de la columna, ha sido también el lugar destinado por la administración local para la instalación temporal de mercadillos. Esta plaza es uno más de los escenarios por donde pasan los tunjanos cuando van o vienen de o al centro de la ciudad. De hecho, en esta no se realizan celebraciones oficiales. Podríamos decir que es “la calle” en el sentido amplio del término.
Como sucede en gran parte de las ciudades latinoamericanas, lo oficial, lo importante, “el poder”, se encuentra en la plaza central, que en Colombia se suele llamar la Plaza de Bolívar. La Plaza de los Muiscas en Tunja está a un par de calles de la Plaza de Bolívar, pero si lo pensamos respecto del poder, de quienes detentan el poder, de quienes pueden con su voluntad promover y presionar para que una ley sea aprobada en el Congreso de la República, la Plaza de los Muiscas está a muchos de kilómetros de distancia.
Cientos de personas a pie, en bicicleta, en moto, pitando, gritando, bailando, en un acto nada parecido a un acto para crear terror. Desoyendo lo aprendido sobre dónde está el poder, el 5 de mayo, muchos tunjanos desplazaron el poder de sitio
Sin embargo, el 5 de mayo por la noche, cientos de personas se tomaron la Plaza de los Muiscas, le despojaron de todo su uso tradicional, de ser el lugar de mi recreo, de ser la plaza de las alabanzas religiosas en forma de quema de pólvora y campanadas, de ser el mercado temporal de bisutería y novedades en utensilios de cocina, de ser el lugar de paso, y lo convirtieron en el centro del poder. Podríamos decir que lo profanaron, lo resignificaron, lo reapropiaron, se lo apropiaron temporalmente en una nueva forma. Cientos de personas a pie, en bicicleta, en moto, pitando, gritando, bailando, en un acto nada parecido a un acto para crear terror. Desoyendo lo aprendido sobre dónde está el poder, el 5 de mayo, muchos tunjanos desplazaron el poder de sitio.
Pero esto no ha sucedido solamente en Tunja, una ciudad relativamente pequeña, también ha sucedido en Cali, en Bucaramanga, en Bogotá, en cada ciudad suceden múltiples manifestaciones, decenas de ellas cada día, en distintos lugares. Las protestas no están articuladas frente a la presidencia, frente al congreso, frente a la Corte Suprema de Justicia como antes. Acá es necesario hacer un paréntesis, tomar “esas” calles o plazas desprovistas de importancia es un fenómeno nuevo, hasta hace poco tiempo las protestas iban dirigidas a las “plazas de Bolívar”, de hecho, uno de nuestros hitos históricos ha sido la “Retoma” del Palacio de Justicia por parte del ejercito colombiano después de que la guerrilla del M-19, ya desaparecida, tomase la sede de las altas cortes de la justicia. En nuestro imaginario en esos espacios estaba la llave maestra, el teléfono rojo, la espada de Arturo.
Pero el desplazamiento de los lugares del poder también ha venido acompañado del alejamiento simbólico de los lugares en donde suceden los abusos policiales y los asesinatos de Estado. ¿Qué está pasando en Cali? Se preguntan las personas, y las respuestas son las mismas que podríamos dar sobre lo que está pasando en Nyanmar, no sabemos nada, no hay ninguna información oficial sobre muertos, desaparecidos, operativos, etc.
Barrios que están a pocos cientos de kilómetros de todos los colombianos se convierten por momentos en territorios desprovistos de las relaciones sociales o comunitarias suficientes como para reportar qué sucede —obviamente, sumado a que los grandes medios de comunicación sólo hablan de vandalismo—. Recibimos por redes sociales historias de muertes difíciles de comprender pero que hacen parte de una manera sistemática por parte del Estado de ejercer la violencia.
Cualquiera que piense en falsos positivos sabe que en Cali ha pasado algo que tiene que ver con eso, que tiene que ver con la manera en como el Estado entiende la seguridad. La seguridad como expropiación de la capacidad de estar y sentirnos seguros
Cualquiera que piense en falsos positivos —asesinatos de Estado— sabe que en Cali ha pasado algo que tiene que ver con eso, que tiene que ver con las muertes de los líderes sociales, que tiene que ver con la manera en como el Estado entiende la seguridad. La seguridad como expropiación de la capacidad de estar y sentirnos seguros, en donde sólo es posible estar seguro a través del ejercito o la policía, sólo cuando ellos lo afirman se crea la seguridad. Así de efímera parece la seguridad en Colombia, sólo puede estar debajo de los pies del ejército y la policía, cualesquiera sean sus acciones.
A la alcaldesa de Bogotá le preguntaron en una entrevista en CNN sobre lo que todos nos preguntamos, ¿qué quieren los manifestantes? ¿Por qué se están manifestando?, es decir, ¿qué es lo que queremos en Colombia? La alcaldesa parecía saber la respuesta. Tajante dijo: inclusión. ¿Inclusión a qué?, me pregunto.
Cambiemos la lógica de la respuesta de la alcaldesa, los protestantes protestan porque están excluidos de algo, ¿de dónde? ¿Protestan porque están excluidos de los derechos y comodidades de vivir en Cedritos en Bogotá, o en el Poblado de Medellín o de Boca grande de Cartagena? No lo creo. Los manifestantes se sienten excluidos porque no tienen salud como… ¿como quién?, me pregunto. Como nadie en Colombia. Todos apreciamos los esfuerzos de los médicos y médicas del país, pero no creo que muchos estén orgullosos del sistema. De hecho, el privilegio real es poder escoger irse a tomar tratamientos a otros países.
En una entrevista a Alejandro Gaviria, exministro de sanidad del anterior presidente, contaba la encrucijada ética que tuvo que pasar al ser diagnosticado de cáncer mientras era ministro. Todo el mundo le dijo que fuera a Estados Unidos para recibir el tratamiento. Él en entrevistas ha contado que tomó la decisión de tratarse en Colombia por el sistema contributivo, igual que el resto de colombianos que tienen acceso al sistema de salud —con algunas ventajas por ser ministro, claro está—. Es decir, no quería, pero por su posición se lo impuso. Algo similar a lo que hacen los hijos de los políticos cuando prestan servicio militar, por honor o por alguna recreación dramática sobre la patria.
Para no ser injustos, podríamos decir que la alcaldesa se refería a que los protestantes se sienten excluidos del bienestar. Lo que dudo es que podamos consensuar que alguien está incluido en unas condiciones abstractas de bienestar en Colombia —ni un político con la posibilidad de irse a otro país a tratarse—. Creo que el diagnóstico de la alcaldesa es una formula prefabricada, vacía e inútil para entendernos. Pero su respuesta no es diferente de otros analistas o políticos, todos están en la búsqueda de un relato que le de sentido a las movilizaciones.
Al parecer todos están de acuerdo con el motivo original de las manifestaciones, la reforma tributaria —el aumento de impuestos indirectos y a las rentas medias—, hasta cínicamente el expresidente Uribe rechazó la medida, siendo jefe político del partido que impulsó la medida en el senado. Pero, aparte del diagnóstico inicial, nadie ha sabido leer las protestas —bautizadas como el Paro Nacional—. La derecha no las tolera y las estigmatiza, el autodenominado centro habla de la violencia, de parar o de disminuir, como si la violencia fuese un ente en sí mismo, una parte de la izquierda habla de la debilidad institucional de Duque y de la posibilidad de un golpe, suave o al uso, de Estado. Lo que es seguro es que a todos se nos escapan entre los dedos los deseos, las propuestas, las reivindicaciones de las cientos de manifestaciones de las ciudades, del paro campesino, del paro indígena, o del paro de transportadores.
Lo que sí podemos ver es que los vecinos de los barrios tienen la capacidad de evidenciar las injusticias de la “vida normal” colombiana, la arbitrariedad de su “orden”, que desde su barrio tienen poder
En el análisis en caliente, en los platós de TV y en los canales en Youtube, se habla de la influencia de la izquierda latinoamericana, de la influencia cubana o venezolana, se habla de nuevas ciudadanías al estilo de los nuevos movimientos sociales, Petro acaba de acuñar, las juventudes populares. También se hacen analogías con las protestas chilenas, se encuentran ecos de las marchas campesinas y de la del 2019, justo antes del Covid.
Creo que por el momento no sabemos el qué, lo que sí podemos ver es que los vecinos de los barrios tienen la capacidad de evidenciar las injusticias de la “vida normal” colombiana, la arbitrariedad de su “orden”, que desde su barrio tienen poder, que los campesinos desde fuera de las ciudades y los transportistas en las carreteras tienen poder. Paradójicamente, también podemos ver que el Estado nos sigue enseñando que puede crear espacios de excepción, de anonimato.
A ver cómo logramos que el poder permanezca más en el barrio, en el campo, en las carreteras, y que las fuerzas estatales y para-estatales no consigan la impunidad del anonimato.