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Cine
En torno a Godard
Tras décadas en las que las películas firmadas por Godard se presentaban puntuales como un reloj en los festivales de cine acompañadas de títulos inescrutables, al tiempo que la imagen de su creador se deterioraba, pasando de rebelde a viejo verde, cuando no a sabio obsesionado por la tecnología, es impresionante, hojeando las filmografías, recordar hasta qué punto estas películas eran para nosotros en la década de 1960 auténticos acontecimientos, que nos dejaban a la espera de la siguiente e inesperada cinta; es asombroso con qué intensidad escudriñábamos los compromisos políticos del grupo de Dziga Vertov, con qué curiosidad genuinamente comprometida nos preguntábamos qué nos depararía el final del periodo político y, más tarde, qué íbamos a hacer con las últimas obras del periodo “humanista”, de dónde venían, y si significaban un declive de su calidad o una auténtica renovación.
A lo largo de todo este periodo, de todo este proceso, fuimos entretenidos o provocados por los “pensamientos” o paradojas cada vez más innobles, que exigían meditación o inspiraban un ligero desprecio, atemperado por el constante recordatorio de que la visualidad, si piensa, lo hace de una manera no necesariamente accesible para el resto de nosotros; mientras, sus películas siguieron “pensando” en imágenes quiasmáticas: Belmondo imitando a Bogart, Piccoli invitando a Bardot a usar su agua de baño (“No estoy sucio”), los conquistadores del mundo exhibiendo sus postales, la Revolución Cultural de Mao tomando la forma de la música más contagiosa, el mundo acabando en un atasco de tráfico, un personaje engullendo yogur con un dedo en el baño, dos basureros africanos recitando a Lenin, nuestras estrellas de cine favoritas desconcertadas por sus nuevos papeles, una serie interpolada de entrevistas-interrogatorios en las que se pregunta a niños y niñas de diez años sobre la lucha de clases y a modelos amantes de los placeres de la buena vida sobre las últimas decisiones de la CGT, “la musique, c'est mon Antigone!”: la narrativa deteriorándose constantemente para acabar en formatos 3-D o en imágenes tan gruesas como mariposas delante de la cara.
Todo ello construyéndose inexorablemente hacia la impertinencia final en una voz inconfundible ya indisociable de su idea de la pedagogía: a saber, que la Historia es (nada más y nada menos que) la historia del cine. ¿Y por qué no? Si todo es narrativo, siempre mediado por tal o cual imagen en el cartel, como en los cortes de batallas de la primera parte (“Royaume 1- Enfer”) de Notre musique (2004), las propias imágenes tienen que luchar, como personas que se persiguen, gritan y se suben a toda prisa a los coches, junto con sus estilos históricos específicos: silenciosos o sonoros, en blanco y negro o en tecnicolor; tal vez esto es todo lo que Godard conoce de la Historia, lo que él llama cine.
Obituario
Obituario Adiós a Jean-Luc Godard, el artista que fue estrella pop y dejó escapar su estatus
Y junto a la historia del cine está la historia de una determinada película, ¿de dónde viene? De las propias imágenes tal y como las extrae de la más sublime de sus últimas películas, Passion (1982), desplegándose en el linaje aún más sublime de Scenario du film ‘Passion’ (1982), que, de la página en blanco mallarmeana (o plage, o grève) aparece una joven que intenta iniciar una huelga (grève). En ese caso, debe seguir la fábrica contra la que ella hace la huelga, junto con su propietario y luego su esposa, y luego el hotel que ella dirige. Y finalmente un invitado misterioso de algún lugar más allá de la película, que intenta hacer una película con una narrativa, estando él mismo plagado de imágenes, las grandes pinturas del mundo, tableaux vivants de las grandes pinturas del mundo, reconstrucciones en miniatura de su arquitectura: Jerusalén a través de la cual los cruzados cabalgan, impulsados por el inexorable concierto para piano de Dvorak, al igual que el productor potencial de la película es acosado por los banqueros y prestamistas reacios. El aspirante a director extranjero es tan incapaz como los demás personajes (tartamudea, tose), no puede corresponder al amor de mujer alguna, no puede convertir esas imágenes en escenarios narrativos, finalmente se rinde y vuelve a casa, a la propia Historia (Polonia y Solidarność). Y así la película se convierte ahora en una alegoría de la nueva Europa y su peu de realité: los grandes actores representan a Francia, a Alemania, a Hungría, a Polonia (las grandes tradiciones) con un director presuntamente suizo; temas fundamentales como el amor y el trabajo nunca pueden ser representados; los grandes cuadros son tan mudos como Les voix du silence, que Belmondo lee en la bañera; pero Godard tiene su escenario, ahora ya puede empezar a rodar su película de ficción.
Scenario du film ‘Passion’ rebobina ahora la cinta, la totalidad de la misma se despliega hacia atrás, descomponiendo la ficción en sus componentes, deteniéndose en las imágenes, superponiéndolas, volviendo a los orígenes, identificando los orígenes de sí misma. Así pues, ahora: dos películas sobre lo mismo, dos películas que comparten el mismo cuerpo = Cine. El cine, el estadio del espejo de la película.
El cine es igual a visualidad, sonidos, palabras (con atisbos de dinero), es la vida misma o el vivir como tal, todo es cine. Tal vez las últimas películas intenten bajar por el otro lado, comenzar con la narración, el escenario, y luego desmenuzarla para darnos con estridente regocijo los pedazos en alegre colisión, interrumpido todo ello periódicamente por crudos disparos, cine mudo con sonido, historia que retrocede.
Godard vivía, comía, respiraba y dormía películas. ¿Fue el mejor cineasta de todos los tiempos? Una pregunta apta para juegos de mesa. Lo que Godard fue, en todo caso, fue el propio cine, el cine redescubierto en su momento de desaparición. Si el cine está realmente muriendo, entonces él murió con él; o mejor aún, el cine murió con él.