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Cine
Eterna pasión por Eloy de la Iglesia
Más allá del cine quinqui, Eloy de la Iglesia fue también un creador de imágenes imprescindibles para entender la Transición y el final del franquismo. Con el propósito de reivindicar su legado se han realizado varios acercamientos a él en los últimos años.
En el cine de Eloy de la Iglesia hay un adjetivo que parece envolver toda su obra: quinqui. El cine quinqui de finales de los años 70 y 80, el popular subgénero que retrató la situación de los jóvenes durante la Transición, es considerado el principal punto de interés de su filmografía.
Pero, más allá de lo quinqui, hay muchos matices que siempre se escapan al hablar de Eloy de la Iglesia. Un director que lleva décadas despertando el interés de público y academia. Junto a una vida turbulenta, marcada por su adicción a la heroína en los años 80 y su posterior desintoxicación, su relación sentimental con José Luis Manzano —actor fetiche al que pretendía disponer en exclusiva para sus obras— es la principal referencia que se utiliza al trazar la biografía del director vasco, nacido en Zarautz en 1944. Pero Eloy de la Iglesia es también un cineasta creador de imágenes imprescindibles para entender la Transición y el fin del franquismo.
Con el fin de reivindicar su legado —ya sea directa o tangencialmente—, se han realizado varios acercamientos a él en los últimos años. Uno de los más próximos tuvo lugar en 2018, con la muestra Oscuro objeto de deseo, organizada en San Sebastián por Tabakalera —y que en 2019 viajó a Madrid—, en la que se recorría al completo la obra de un cineasta que empezó su carrera en plena dictadura y que murió entre el olvido y el ostracismo en el año 2006, a causa de unas complicaciones derivadas de una operación para extirpar un tumor.
Si se tuviera que marcar la fecha de inicio de la recuperación de la obra de Eloy de la Iglesia, esa sería 1996, con la retrospectiva que le dedicó el Festival de San Sebastián
Pero las aproximaciones museísticas a de la Iglesia no son una novedad: ya en 2009 se realizó en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) la exposición Quinquis de los ochenta. Cine, prensa y calle. Aunque si se tuviera que marcar la fecha de inicio de la recuperación de la obra de Eloy de la Iglesia, esa sería 1996, con la retrospectiva que le dedicó el Festival de San Sebastián. Este homenaje, junto a un libro editado a la par —titulado Conocer a Eloy de la Iglesia—, elogiaba una filmografía estancada desde 1987, con el estreno de La estanquera de Vallecas.
“Su obra, sobre todo la concerniente a su etapa más tóxica, responde a un tipo de cine en cierto modo autóctono, que retrata aspectos marginales con los que el espectador de determinada edad y de corte popular puede sentirse identificado. Aquellas películas incitan a la nostalgia. Nos guste o no, esa etapa está adscrita a un subgénero, que es el cine quinqui, y —como todos los subgéneros— este genera culto. Por otra parte, el hecho de ser un director con una marcada personalidad y unas circunstancias vitales extraordinarias, propicia que, en cualquier época, llame la atención”, explica Víctor Olid, coautor de Urinarios de celuloide. El cine de Eloy de la Iglesia (Vial Books, 2020), el último libro en el que se explora la figura del director vasco.
Porque este subgénero cinematográfico —del que de la Iglesia es el gran referente junto a José Antonio de la Loma— también ha despertado el interés del mundo editorial en los últimos años, que ha publicado un buen puñado de libros que buscan ahondar en la eterna búsqueda para comprender el fenómeno del cine quinqui. Algunos como Crónicas Quinquis (2013), de Javier Valenzuela, Quinquis, maderos y picoletos (2014), de Juan A. Ríos, el libro colectivo Fuera de la ley. Asedios al fenómeno quinqui en la Transición española (2015) o Lejos de Aquí (2017), de Eduardo Fuembuena —que repasa la relación entre Eloy de la Iglesia y José Luis Manzano— son un ejemplo de esta abundante bibliografía al respecto.
Más allá del cine quinqui
Pero, por encima de los libros y de las exposiciones, es en las obras audiovisuales donde más presente está la figura de Eloy de la Iglesia. Documentales como Quinquis (2015), de Hugo Rodríguez y Ángel Barragán, y ficciones como Criando ratas (2016), de Carlos Salado, o Quinqui Stars (2018), de Juan Vicente Córdoba, atestiguan la influencia y la popularidad del autor de Navajeros en el audiovisual contemporáneo.
Cine
Vuelve el cine de barrio
Recientemente, también se ha intentado establecer un paralelismo entre lo quinqui y la música trap, debido a la exposición de la delincuencia que se hace en ambos géneros. Aunque lo cierto es que, entre los 22 filmess rodados por de la Iglesia, existe una gran variedad de géneros y temáticas que han despertado siempre interés, más allá de sus reflexiones sobre el lumpen.
“La leyenda que ha rodeado a Eloy de la Iglesia ha propiciado que la atención del público se centrase más en los filmes del cine quinqui, dejándose de lado otras películas tanto o más interesantes”, dice José Manuel Romero, uno de los autores de ‘Urinarios de celuloide’
“Yo creo que la leyenda que durante todos estos años ha rodeado a Eloy de la Iglesia ha propiciado que la atención del público se centrase más en los filmes del cine quinqui, dejándose de lado otras películas tanto o más interesantes. Estas otras obras tuvieron la mala suerte de ser rodadas en plena dictadura, por lo que temas como la homosexualidad eran introducidos de manera mucho más sutil. Como puede ser el caso de La semana del asesino, la cual considero su obra maestra a pesar de los incontables cortes de censura que sufrió”, dice José Manuel Romero Moreno, otro de los coautores de Urinarios de celuloide.
Es al comienzo de su carrera cuando se pueden encontrar películas influenciadas por el giallo italiano, el slasher o el terror más visceral y explícito. Pero, además de esas fuentes de las que bebía su primer cine, tanto su ideología política como su orientación sexual siempre permearon su obra. En una de sus películas más conocidas, El diputado (1978), es donde mejor se recoge su homosexualidad y su afiliación comunista. Esta cinta, junto a obras como Los placeres ocultos (1977) o La semana del asesino (1972), también muestran el importante componente homoerótico de la filmografía de Eloy de la Iglesia.
Puede que la constante vuelta al presente que vive su obra durante el último cuarto de siglo se deba al impacto que producen sus películas para quienes llegan a ellas por primera vez
Puede que la constante vuelta al presente que vive su obra durante el último cuarto de siglo se deba al impacto que producen sus películas para quienes llegan a ellas por primera vez. Ya en sus años de actividad, al director de Colegas (1982) se le solía acusar de oportunista, debido a los temas que trataba y a los enfoques escogidos. “Era un provocador nato desde el principio. Un incendiario incluso. Por supuesto, era oportunista. Y comprometido también… aunque en su discurso también había algo de pose. Y muchas veces era incoherente con sus propias ideas. Digamos que era un burgués concienciado”, dice Olid.
Aunque su cine, que logró grandes éxitos de taquilla como El techo de cristal (1971) o El pico (1983) —ambas superaron el millón de espectadores en salas—, no tenía en ese momento el prestigio académico del que dispone ahora. Posiblemente fuese la portentosa velocidad con la que facturaba sus películas la que evitaba que sus obras fuesen más cuidadas.
Durante su periodo de mayor actividad, el que comprende desde su debut en 1966 con Fantasía… 3 hasta La estanquera de Vallecas, Eloy de la iglesia rodó el grueso de su filmografía: 21 obras para la gran pantalla, lo que supone una película al año. Un cine menos intelectual que el de otros directores de la época, pero más crítico con el poder que el de ningún otro y que le acabaría generando enemistades con el PSOE de Felipe González.
Las cintas del director vasco alumbraron una parte de la realidad que era mejor mantener oculta. En la España de la Transición no era agradable mostrar la suciedad de las periferias ni las jeringuillas entrando en las venas
La obra de Eloy de la Iglesia —que no volvió a rodar una película hasta Los novios búlgaros, en 2003—, también ha sido interpretada como una de las caras b de la Transición española. Las cintas del director vasco alumbraron una parte de la realidad que era mejor mantener oculta. En la España de la Transición no era agradable mostrar la suciedad de las periferias ni las jeringuillas entrando en las venas. Pero de la Iglesia siempre quiso que su cine fuese popular, que tuviera éxito entre la gente corriente. Un éxito que, a pesar de sus años en el olvido, todavía perdura.
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