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Capitalismo
Queremos irnos a vivir al campo
El campo es nuestro paraíso perdido. Nuestra engañosa retropía. La imagen que condensa nuestros anhelos postcapitalistas. Quizás no se trate tanto de dónde queremos ir, sino más bien, de todo lo que queremos dejar atrás.
Mucha gente quiere irse a vivir al campo. Supongo, tampoco es que haya hecho una encuesta. ¿Quién necesita las frías estadísticas cuando la sed de aire libre y horizontes, y el ahogo de prisas y urbanizado oxígeno, acaban siendo la cara y cruz de tantas conversaciones?. ¿Pa' qué queremos barómetros y sondeos cuando la pulsión de huida nos lleva en masa a atrapar el mismo aire, tomar el sol y una birra en las mismas plazas de los mismos pueblos, caminar entre los mismos pinos, cada vez que el trabajo nos libera?
Las cosas cambian más rápido de lo que cambiamos nosotras. Todo nace y se extingue a un agresivo ritmo. Las novedades se multiplican y apelotonan, la lista de tareas pendientes ocupa varias páginas. La ciudad está llena de objetos. Se publicitan en las vallas y las pantallas, se venden en las tiendas, se compran a destajo. Tenemos muchas cosas que de nada nos sirven, nos falta tanto de lo necesario. A un lado de la balanza se acumula lo efímero y lo superfluo, lo plástico y lo obsolescente, del otro lado escasea el tiempo, el silencio y la seguridad: la que te da un techo, saber qué será de tu vida el año que viene, tener la certeza de que tendrás suficiente dinero en la cuenta para pagar tu porción de calma.
Las calles están llenas, las fachadas están llenas, los smart phones rebosan de compromisos y urgencias. Y entonces nos queremos ir al campo, al puto campo. Comer naranjas frescas mientras miramos el cielo
Cosas, luces, ruidos, multitudes, trending topics, telediarios. Prisas, coches, supermercados. Tinders, terrazas, gente desechada. Las calles están llenas, las fachadas están llenas, los smartphones rebosan de compromisos y urgencias. Y entonces nos queremos ir al campo, al puto campo. Comer naranjas frescas mientras miramos el cielo a través de una ventana. Volver a sentir la escarcha sobre la hierba, los ciclos de la tierra, el olor a madera quemada, el viento agitando persianas y ramas.
Queremos despojarnos de nuestros demasiados. Bajar el ritmo, vivir más despacio, abandonar el AVE por los trenes nocturnos. Cambiar la carrera contra el tiempo por los días enormes. Las horas en el metro, por los paseos en los que sorteas rocas y charcos. Mirar una noche que no esté acotada de hormigón y antenas. O al menos vacacionar lejos del wifi. Pertrecharse tras una barricada de amigas y de árboles. De tenderos cuyos nombres conozcamos. De vecinos que críen gallinas.
El campo es nuestro paraíso perdido. Nuestra engañosa retropía. La imagen que condensa nuestros anhelos postcapitalistas. El sueño asequible al que nos empuja este revoltijo de ficticias nostalgias: pues muchas nunca vivimos en el campo, ni hay mucho campo en el que vivir, ni escudos de fuerza que protejan a los pueblos del exceso de cosas, de coches, de prisas, de competitividad, de crueldad capitalista.
Quizás no se trate tanto de dónde queremos ir, si no más bien, de todo lo que queremos dejar atrás. Probablemente no baste con irse a vivir al campo, porque no odias los lunes. Tampoco odias la ciudad
Quizás no se trate tanto de dónde queremos ir, sino más bien, de todo lo que queremos dejar atrás. Probablemente no baste con irse a vivir al campo, porque no odias los lunes. Tampoco odias la ciudad. Odiamos el capitalismo porque el capitalismo nos odia. Nos hace renegar de nuestros días y de los lugares que habitamos. Todo lo coloniza, es una plaga. Quizás podamos irnos de la ciudad, pero no podemos escapar del capitalismo.
O quién sabe, si en nuestros deseos de mudarnos al campo, en nuestras conversaciones sobre niños que juegan en las plazas, huertos colectivos, y decrecentismo casero, no estaremos escribiendo la prehistoria del postcapitalismo. Quizás para esto, sí que convendría apretar el paso, saturar al relato capitalista de otros relatos, colapsarlo con otras posibilidades e imaginarios, otros deseos: competir con él sin piedad por el futuro. Los lunes pero también los martes. Desde las ciudades y los pueblos.
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¿Quiere el campo que vayamos a vivir ahí? Mudarse al pueblo revive y crea lo social. Mudarse al campo ocupa y destruye la naturaleza. En los suburbios alemanes todo el mundo tiene su chalet "en el campo" pero no queda un sólo pueblo .
Gracioso.
Hacía tiempo que no leía "capitalismo" para referirse a la querencia a la capital. (Porque ese es el uso en el artículo; leed. Si no, el salto conceptual sería súbito, se entendería mal).
No hay utopía ni retropía. En el campo hay sitio de sobra, y hay gente que medio se apaña con autoabastecimiento y trueque. La ley lo permite perfectamente.
(¡Coño!, que a veces la gente se parece a los protagonistas atrapados de "El ángel exterminador")
...Pues yo vivo en un pueblo... No es tan idílico y poético como en el artículo, pero sí, está bien.
¿Y qué habéis hecho para estar condenados y presos en la gran ciudad? Pedid un indulto; yo creo que seguramente os dejan ir a vivir al campo... (¡Pero preguntadlo al menos! Es terrible que algo relativamente sencillo os haya sido prohibido).
Yo también he vivido en un pueblo, sé que no es idílico, pero un pueblo es muy diferente a la ciudad, sobre todo si se ha la mitad de la vida en un sitio, y la mitad en otra. Después de estar tanto tiempo en la ciudad, echo de menos la tierra, los olores del campo, el ritmo tranquilo y pausado que lleva la vida en un pueblo. No es que no se tenga que trabajar, ¡Por supuesto que sí! pero es otra cosa....
He vivido en 6 sitios y hace 4 años que estoy de vuelta en el pueblo , no creo que vuelva a irme
Odiamos el capitalismo pero bien que nos beneficiamos de sus comodidades
Se repiten los conceptos y las frases en varios parrafos. El árticulo no avanza ni arroja luz.
Vivir en el campo de vacaciones ,no es lo mismo ke vivir en el campo del campo ...
Venir los fines de semana a descansar y tomar vinos es muy bonito. Los que vivimos aquí tol año sabemos lo difícil que es tener una vida digna por los precios que tiene el campo y la falta de servicios sociales básicos como educación o salud. Me encanta vivir en el pueblo, pero en muchas ocasiones es mucho más duro que una ciudad.
Buen relato, pero la palabraretroía no existe.
https://dle.rae.es/?w=retrop%C3%ADa
Una palabra para que exista solo tiene que ser formulada.
Además:
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7355370
Has condensado todo lo que pienso y siento en un articulo, gracias.
Pues que poco piensas y sientes, a los que se van al campo lo primero que miran es si llega el internet capitalista