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Ha resultado un verdadero placer y un encuentro de los que el periodista gustará de recordar, pero entrevistar a la artista británica Bobby Baker no era la primera opción para la portada de Radical en el número de El Salto del mes de marzo. Tampoco la segunda. No se escandalicen, no pasa nada por reconocerlo: las agendas y los ritmos de trabajo, incluso en una publicación mensual como esta, circulan por carreteras con curvas y provocan vaivenes en el trayecto establecido. Gajes del oficio que, a su vez, permiten llegar a destinos tan inesperados como satisfactorios.
Esto mismo —hacer público lo normalmente reservado, hablar de lo que casi nunca se habla, valorar las cuestiones que afectan al día a día— es precisamente parte de la ruta que ha seguido Baker durante las cuatro décadas largas de su carrera como artista. Nacida en el ecuador del siglo XX en Kent (Reino Unido), su trabajo abarca variadas formas de expresión, siempre tomando como punto de partida la experiencia propia, y la ha conducido a espacios fuera de los circuitos más canónicos del arte.
La performance es uno de sus campos de acción favoritos. En 1988 estrenó Drawing on a Mother’s Experience, una pieza “sutilmente subversiva” con la que pretendía encontrar sentido a sus primeros ocho años como madre y que, en principio, solo iba a interpretar una vez. Posteriormente ha ampliado esta performance, al ser abuela. En la divertida How to Shop, de 1993, paseaba por un supermercado con una lata de sardinas en la boca provocando reacciones dispares en la clientela.
“Si bien nace de unos discursos feministas en los que se debate sobre los roles de género y las presiones en la vida doméstica, lo fundamental en su obra es cómo se mueve y va mucho más allá”, explica a El Salto Clara Zarza, comisaria de la exposiciónTarros de chutney, una muestra retrospectiva en La Casa Encendida (Madrid) que hasta el 21 de abril pretende subsanar el desconocimiento existente sobre Bobby Baker. Para ella, lo relevante de la artista es cómo analiza “la complejidad de todas las capas culturales y condicionantes, de los sistemas que nos oprimen y regulan sin que nos demos cuenta, desde las cosas más pequeñas del día a día”.
En la exposición figuran varios dibujos de su serie Diary Drawings, que inició en 1997 tras ser ingresada en un centro de día para ser tratada de una crisis mental. En ella abordó asuntos relacionados con la estancia hospitalaria, la comunicación con su familia o el trabajo en las unidades de agudos en pabellones psiquiátricos. A partir de esa experiencia, Baker también desarrolló Daily Life Ltd, una charity —institución de carácter benéfico— con la que apoya el trabajo de artistas con problemas de salud mental.
Su acción más inminente es el lanzamiento de Epic Domestic, el partido de la revolución doméstica en el siglo XXI. De momento está diseñando la propaganda para un partido formado por una sola persona, líder y seguidora a la vez: ella.
Bobby Baker interrumpe los últimos detalles de la preparación de la exposición en La Casa Encendida, entre ellos pintar un mural en una de las paredes de la sala, para atender a El Salto. Con las manos manchadas y una sonrisa contagiosa, habla bajito y muy rápido.
Es tu primera exposición en España. ¿Qué podemos esperar?
He tenido esta gran oportunidad de mostrar una historia completa de mi trabajo, desde que empecé de joven, cuando viví un distanciamiento del mundo del arte de aquel tiempo porque no había ninguna representación en la que, como mujer joven, me viera reflejada. Amaba la pintura, la escultura, la performance, pero no encontraba trabajos que mostraran cómo experimentaba yo la vida. Brevemente se me pasó por la cabeza abandonar la idea de ser artista cuando terminé mis estudios superiores. Era joven, apasionada, idealista, quería ser artista… En mi cabeza era Cézanne, pero soy una mujer [risas]. Cuando estaba en la escuela de arte, no se tomaban en serio que quisieras ser artista si eras una mujer estudiante: tienes que casarte, tener hijos... Pero yo me tomé muy en serio ese trabajo.
Cuando terminé de estudiar, fue muy excitante para mí descubrir esa nueva forma de hacer arte que era la performance, también incluir en mi trabajo cosas como la comida y trabajar sobre mi vida cotidiana y la vida cotidiana de las personas a mi alrededor: mujeres comprando, haciendo la comida, preocupándose por la gente.
En aquellos años hice bocetos, algunos de los cuales están en esta exposición, en los que se ve mi excitación en aquel momento, también performances. En verdad fue un gran tiempo, porque aún no tenía vergüenza. En 1976, con 26 años, hice una familia comestible a tamaño real en la casa donde vivía entonces, que fue una gran exposición abierta al público. La gente venía y se comía a la familia [risas]. Fue una manera de conectar con la gente de allí, muchos niños del barrio entraban en casa. Me gustaba mucho porque era conectar con la gente tal como vivían, sin una galería de arte de por medio. Por entonces había mucha separación entre la élite artística y la clase trabajadora. Creo que esto ha cambiado para mejor: más trabajadores pueden estar al tanto de lo que pasa. Las redes sociales, el intercambio de imágenes, todo ha cambiado mucho. Cuando era joven había un libro sobre arte en la biblioteca, solo uno, con fotos en blanco y negro, y ninguno sobre las mujeres.
Esta exposición trata de una artista de 68 años que dejó de estudiar cuando tenía 23 y quiere mostrar la variada gama de trabajos que ha hecho.
¿En qué términos prefieres describir lo que haces?
Soy una artista. Soy una mujer. [Se lo piensa]. Me gusta expresar las cosas de forma sencilla. Mi objetivo es comunicar con la gente tan ampliamente como sea posible. Y lo que más quiero es sorprender a la gente, que se quede pensando después de ver mi trabajo y vea las cosas de un modo distinto. Algunas veces lo que hago puede ser muy divertido, escandalosamente ridículo, y me gustaría que la gente piense sobre lo que ha visto y, si hay suerte, que cambie sus puntos de vista.
He trabajado mucho sobre la enfermedad mental porque estuve seriamente enferma durante un tiempo, y siento de una manera poderosa que es parte de la naturaleza humana tener estos periodos y superarlos, como me pasó, y crecer a través de esos procesos, que es algo muy potente. Pero en la historia de nuestras sociedades, lo que hacen los doctores es medicar a la gente, así que tienes, por un lado, a la gente ordenada y, por el otro, a la trastornada. Lo cual no tiene sentido para mí: todos tenemos de todo en nosotros.
En algunos momentos de mi vida he podido ser muy política y hacer campañas, pero siempre he vuelto a ese entendimiento de que soy una artista. Quizá mi manera de comunicar más efectiva es trabajar desde el espacio de mi experiencia y esperar que la gente conecte con ello. En cada momento de mi vida he trabajado desde distintas áreas, ahora estoy con Epic Domestic, el partido de la revolución doméstica.
¿Hasta qué punto hablar de lo que nunca se habla es una idea central en tu trabajo?
Por mi carácter me resulta difícil estar callada. En cualquier conversación siempre intento sorprender. Con mi trabajo discuto cosas que me resultan obvias pero me doy cuenta de que no lo son para otras personas, que quizá no han pensado sobre ellas. No es algo intencionado, sino que me resulta evidente, natural, discutir estas cosas porque me preocupan.
¿Qué reacciones te gusta provocar?
Muchas. Me gustaría que la gente se sintiera inspirada, que celebre su vida, que encuentre divertido lo que hago, interesante. Algunas personas dicen que les conmueve, otras se ofenden, pueden reír y llorar. Todas estas cosas.
¿En qué se parece ser madre y ser artista?
Ahora soy madre y abuela. Era difícil cuando era joven y lo sigue siendo porque en el viejo modelo uno era artista y había una mujer que le apoyaba. No era la naturaleza de mi relación con mi exmarido, él es fotógrafo y trabajábamos juntos, pero yo fui criada para hacer todo lo relacionado con los cuidados. Es muy difícil hacer tres trabajos a la vez, así que cuatro es imposible [risas]. A mí me educaron para sentirme responsable de las cuestiones prácticas, y eso es duro, pero las cosas han cambiado.
¿Es el trabajo doméstico un arte?
Creo que es un talento, una parte muy importante de nuestra vida. La gente que hace las tareas de casa no es considerada como trabajadora, no es valorada en nuestra sociedad, pero son trabajos que la sostienen, sobre los que vivimos, como limpiar las calles, fregar el suelo o cocinar. Se necesita talento y creo que es el cimiento de la sociedad.
¿Hasta qué punto lo que haces está influido por la enfermedad mental que padeciste?
Siempre he trabajado sobre las cosas que me pasaban en la vida y, obviamente, también sobre ese periodo en el que estuve enferma. Al principio hice todos esos dibujos para mí misma, no pensaba en mostrarlos. Pero gradualmente me di cuenta de que eran una buena forma de comunicar. Así que acabó siendo una gran exposición y un libro. Me siento muy orgullosa de que la gente conectase con ese trabajo. Ahora hay un montón de historias sobre muchas experiencias de personas enfermas, lo cual es útil, pero antes no había, y mucho menos dibujos.
Esto me hizo conocer a una amplia comunidad de otros artistas, gente creativa, profesionales de la salud mental. Me interesa la noción de desmedicalizar la materia, desafiar a los profesionales de la psiquiatría, hacer un trabajo colaborativo, acabar con el etiquetado que hace la jerarquía, que no ayuda a las personas a descubrir lo que pasa en su vida, sino que solo les da medicamentos y no busca las causas. Me siento orgullosa de haber formado parte de ese movimiento, y creo que hay mucha gente como yo que descubrió que la expresión artística es una vía muy útil para procesar ideas.
¿Por qué el humor es tan importante en tu obra?
Cuando era joven, después de dejar la escuela de arte y empezar a hacer performances, tenía aquellas ideas que me hacían reír y me sentía un poco avergonzada porque quería ser una artista seria y lo que hacía me parecía poco importante. Y los artistas no se comportaban como lo hacía yo, no trabajaban con comida sobre el cuerpo y eso. Pero luego me di cuenta de que las mujeres en mi familia siempre han contado historias divertidas. Crecí en una casa en la que la gente se reía todo el rato de cosas terribles. Mi madre chillaba y se reía, y acababa siendo una historia divertida. Es parte de mi cultura y creo que es poderoso: el humor permite considerar las cosas desde otro punto de vista. He acabado aceptando que soy así, que el humor es parte de lo que hago, y no puedo cambiarlo.
¿Qué querías mostrar cuando empezaste a crear, hace más de 40 años?
Que no hay una respuesta sencilla. Me encantan la ambigüedad, la complejidad… Pero en el fondo era una cuestión muy simple: mostrar una parte del cuadro, la vida cotidiana, y cómo se relaciona con todo lo demás.
¿Y qué queda hoy de esa idea?
Es lo mismo. Sigo queriendo cambiar la manera de pensar sobre cosas aparentemente pequeñas. Me hace feliz.
Vivimos tiempos raros.
Muy extraños.
¿Tienes miedo?
Me asusta y me entristece el Brexit. Mucho. También la terrible polarización del pensamiento, que es algo intrínseco al ser humano, todos queremos pertenecer a un grupo u otro. Pero es ridículo. El nivel actual de debate político en Reino Unido es tan pueril, tan pobre, como el de un patio de colegio. Pero creo que los niños son más sofisticados que esto. No se discute cómo hacer feliz a la gente o cómo hemos llegado a esta situación o cómo hacemos que esto funcione. Estoy asustada, pero también tengo una gran esperanza en que la gente, por sí misma, diga que ya está bien.
Es un momento dramático en el mundo porque nos enfrentamos a la visión de lo que somos, pero creo que puede ayudar a evolucionar.