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Argentina
Argentina gambetea a la distopía
Los días anteriores casi nadie ponía en duda el triunfo de Milei. Esa expectativa había disparado la cotización del dólar blue —ilegal— que solo detuvo su aumento cuando el Gobierno realizó allanamientos en las casas de cambio —“cuevas”— en las que se realizan esas operaciones. Desde ese momento, surgió un dólar blue al cuadrado. Su cotización quedó estancada en 900 pesos por dólar, pero nadie lo vendía a ese valor. Lo que se podía conseguir era a partir de 1.200 pesos, un 300% más que el oficial.
Junto a esa evolución, la falta de referencias en los precios para reponer los stocks, llevó a que los distribuidores mayoristas de todos los rubros, voltearan sus listas de precios y dejaran de vender. La posibilidad de desabastecimiento circuló en los primeros peldaños de las cadenas de valor. La expectativa era que si Milei salía primero y aumentaba su porcentaje de votos, el dólar alcanzaría alturas desconocidas.
Las declaraciones realizadas en los días previos por referentes de La Libertad Avanza —el espacio político de Milei— permitían sumar al desabastecimiento todos los condimentos distópicos. En la última semana, una candidata a diputada —Lilia Lemoine— propuso legislar el derecho a renunciar a la paternidad como “complemento” del derecho al aborto; el ideólogo mas admirado por Milei —Alberto Benegas Lynch (h)— abogó por la ruptura de relaciones con un Vaticano dirigido por un “Papa totalitario”, mientras su hijo del mismo nombre —también candidato— defendía la privatización de las ballenas para evitar su extinción.
Junto al espectro de lo bizarro sobrevolaba una propuesta con mayor nivel de realidad y consecuencias devastadoras para el futuro del país, renunciar a una moneda propia y adoptar el dólar
Estas declaraciones se sumaban a una larga lista de dislates, como la venta de órganos y niños, o la explicación de que una Gestapo argentina hubiera sido mejor, porque —corrupción y vagancia mediante— habría sido menos eficiente que la alemana. Junto al espectro de lo bizarro sobrevolaba una propuesta con mayor nivel de realidad y consecuencias devastadoras para el futuro del país, renunciar a una moneda propia y adoptar el dólar. Ese horizonte empujaba la cotización de la moneda estadounidense con el objetivo de licuar los salarios hacia el valor necesario para que esa operación fuera posible. Nadie sabe cuánto es ese valor, lo seguro es que los sueldos deberían caer mucho medidos en esa moneda.
¿Qué clase de bicho es Javier Milei?
Situar a Milei junto a las otras expresiones de la ultraderecha mundial —Trump, Bolsonaro, Meloni, Vox— permite encuadrar su surgimiento, pero al mismo tiempo impide ver su especificidad. Los que los aúna es ser de ultraderecha. Para que esa definición política no se derrita en consideraciones culturalistas —si se apoyan mas o menos en la religión, si son “globalizadores” de pura cepa o apelan a un nacionalismo folclórico con escasa traducción operativa—, de ultraderecha son los instrumentos políticos constituidos alrededor de ideologías que preparan el terreno para un ataque frontal del capital contra el trabajo que incluya un salto cualitativo en el ejercicio de la violencia.
Fuerzas políticas de ese tipo existen siempre, pero solo tienen relevancia cuando hay circunstancias que las llaman a ocupar la escena. El capitalismo mundializado de nuestro tiempo viene incubando desde hace cinco décadas —desde que las tasas de crecimiento de posguerra dieron paso a una ralentización que progresivamente reemplazó derechos adquiridos por exclusión social— características estructurales que actualizan la necesidad para el conjunto del capital, de contar con nuevas fuerzas de ultraderecha. En el período que va desde aquellos años hasta nuestros días, la proteína ideológica para inclinar la distribución del ingreso a favor del sector más concentrado fue el denominado neoliberalismo. Hoy ya no resulta suficiente.
El denominador común en el surgimiento de estas fuerzas es ese agotamiento progresivo durante las dos últimas décadas del mecanismo utilizado para atacar las condiciones de vida de la mayorías en América y en Europa. El momento de operatividad plena de ese instrumento fue el de la hegemonía neoliberal, donde dos fuerzas políticas, una de derecha y otra etiquetada injustificadamente como centro izquierda, compartían un consenso básico —“no hay alternativa”— y solo diferían en los márgenes. La efectividad del triunfo de la ofensiva “neoliberal” no lo demostró tanto el momento primigenio encabezado por fuerzas de derecha — Reagan o Thatcher— sino el que vino a continuación, lo que Perry Anderson denominó la segunda fórmula, cuando quienes debía adversar esas recetas las asumieron.
Milei, Trump, Bolsonaro, Meloni, Vox son ensayos y errores en la constitución de los instrumentos políticos y los mecanismos efectivos a través de los cuales se ejercerá esa violencia del capital
Las nuevas ultraderechas nacen sobre el agotamiento progresivo de aquel modelo. El capital necesita profundizar su ataque, pero con amplias franjas que ya retrocedieron mucho en sus condiciones de vida, algunos al borde de la subsistencia, no es previsible que se pueda realizar en paz. Ya no alcanza con la zanahoria ideológica y es necesario complementar con el palo. Son ensayos para crear fuerzas de nuevo tipo, que permitan extender el ataque del capital contra todos, en un contexto donde el elemento consensual de la hegemonía se ve horadado y deberá ser reemplazado en una medida desconocida por el ejercicio de la violencia. Milei, Trump, Bolsonaro, Meloni, Vox son ensayos y errores en la constitución de los instrumentos políticos y los mecanismos efectivos a través de los cuales se ejercerá esa violencia. Hay que retener esa definición —si fuera correcta— para apreciar el peligro que enfrentamos. No se trata expresiones folclóricas de la ultraderecha, como lo eran hasta hace pocos años. Hay una necesidad funcional que los llama a ocupar la escena.
Sin pretender hacer una comparación exhaustiva, Trump, Bolsonaro, Meloni y Vox presentan diferencias sustanciales con Milei. Articulan en mayor medida que el argentino factores de poder reales, apelan a elementos ideológicos de sustancia conservadora en sentido clásico. Y se ubican en el vértice de una tensión: si por un lado buscan constituir un instrumento político al servicio del gran capital, lo hacen canalizando el malestar social ante la fuerza desestructurante de los últimos siglos, la mercantilización que el capital conlleva, la fragmentación del tejido social donde “todo lo sólido lo desvanece en el aire”.
El universo simbólico y la articulación de poder para el ejercicio de la violencia en pos de restar derechos se encuentra más y mejor desarrollado en Brasil. Mirar ese espejo desde el resto de los países permite comprender las condiciones de posibilidad de esa dinámica. Bolsonaro estableció, aún en la derrota, una base social apoyada en el poder de movilización de las iglesias evangélicas (el elemento conservador). Lo conjugó con el interés objetivo del agronegocio que necesita negar el cambio climático para deforestar sin culpas el Amazonas y ampliar el área cultivable —la articulación orgánica con una fracción del gran capital que busca convertir en mercancía lo que no lo es—. Y todo eso lo combinó con las fuerzas armadas y de seguridad, el instrumento para el ejercicio de la violencia.
La personificación del capital en estado “químicamente puro” que represente Milei no tiene una articulación orgánica con ningún sector del propio capital. Ese es uno de los motivos de la derrota de Milei
Milei es en el universo jurásico de los ultras un experimento único, sin antecedentes. Su inspiración es una secta teórica estadounidense —paleolibertarios o anarcocapitalistas— de la cual importa esas ideas. Muchos de sus hits, son frases calcadas del principal ideólogo de esta secta, Murray Rothbard. Ese sector ideológico fue partícipe de la administración Trump pero ocupó cargos muy menores. Tal vez la única articulación de peso de Milei es el especialista en fake news —tan innoble es su oficio— Steve Bannon.
A diferencia de las otras fuerzas de ultraderecha que expresan esa tensión entre representar al capital y expresar el malestar ante su avance, Milei encarna el primer factor de manera desproporcionada. Si bien hay notas restauradoras en su discurso, el corazón de su propuesta es presentarse como instrumento para la mercantilización de todo, ya sea la venta de órganos, o la privatización de veredas y mares. Paradójicamente, lo representa en sentido abstracto. Por su boca habla la racionalidad economicista en su sentido más restringido, su verba expresa al capital en sentido puro, sin la interferencia de consideraciones de otro orden. Allí no hay derechos sociales, ecología, ni valores. No hay nada mas allá del interés egoísta y material, nada que trascienda a la ganancia ni al mercado como ordenador de la realidad social. Sin embargo, esta personificación del capital en estado “químicamente puro” no tiene una articulación orgánica con ningún sector del propio capital.
Ese es uno de los motivos de la derrota de Milei. A diferencia de los otros ejemplos, no tiene raíces, sobrevuela cinco centímetros por encima de la superficie del país. Los factores de poder jugaron en su contra en la elección. El empresariado observa con temor a un personaje capaz de realizar el saneamiento que la reproducción del capital necesita, pero incapaz de hacerlo sin crear un cataclismo social de consecuencias impredecibles. La hiperinflación que se desataría ante un triunfo de Milei tiene la virtud de devaluar salarios y reducir el gasto público, pero combinado con su propuesta de dolarización dejaría a las empresas argentinas ante el peligro de ser adquiridas a precio de saldo por corporaciones extranjeras. También sectores de la Iglesia Católica volcaron su aparato contra Milei, y el Papa Francisco dio una entrevista en la última semana, alertando sobre el peligro de los flautistas de Hamelin. Hasta la embajada de Estados Unidos respiró con alivio ante los guarismos electorales y los dos principales medios de comunicación de la derecha —Grupo Clarín y La Nación—se dedicaron a desgastarlo.
¿Entonces quiénes lo votaron? No fueron los sectores rancios que tradicionalmente votan expresiones de derecha. Y aquí se expresa una paradoja más: no tiene raíces, pero lo votó el pueblo, comparte la base social con el peronismo. Milei logró constituir una base plebeya —sin olor a naftalina— para una nueva ultraderecha. ¿Encontrará la alquimia que permita que este Golem mantenga su existencia en la política argentina?