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Argentina
Carpincho Indumentaria: la marca creada por cooperativas que resiste al ajuste de Milei
![Carpincho Indumentaria - 2](/uploads/fotos/r2000/6786b634/Carpincho%204.jpg?v=63906498216)
Al sur de la Ciudad de Buenos Aires, en el histórico y humilde barrio de Nueva Pompeya, funciona el depósito y centro de distribución de Carpincho. Se trata de una marca de ropa creada por la Federación de Costureros con el objetivo de visibilizar el trabajo que llevan adelante más de tres mil trabajadores y trabajadoras de 80 cooperativas en todo el país.
En una de las oficinas del depósito espera Jaqueline Serrano Rocha, costurera boliviana que vive y trabaja en Almirante Brown, un municipio ubicado unos 30 kilómetros al sur de la capital argentina. Junto a ella está Camila Papa, diseñadora textil e integrante del equipo técnico de la Federación. Afuera, el verano se hace sentir, aunque los truenos anticipan una lluvia fuerte y breve, propia de esta época del año.
El incendio de un taller en Buenos Aires en 2006 marcó la historia de los trabajadores del textil en Argentina: murieron una trabajadora textil embarazada, dos adolescentes y tres niños
Mientras esperan que llegue Sonia Gonzales, otra costurera que vive en el populoso municipio de La Matanza, al oeste de Buenos Aires, Jaqueline cuenta que en pocas semanas van a poder inaugurar su propio Polo Textil, construido en un terreno que las integrantes de su cooperativa adquirieron en 2017 en el mismo barrio en el que viven. Emocionada, muestra un vídeo del nuevo espacio de trabajo que les va a permitir ahorrarse el precio del alquiler y también de viaje, ya que vive a solo cuatro cuadras del nuevo establecimiento.
Pocos minutos después Sonia se hace presente y, entre las tres, comienzan a contar su historia.
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Explotación y precariedad
Hay un hecho que marcó un parteaguas en la historia reciente de la industria textil argentina: el incendio del taller de la calle Luis Viale, en la Ciudad de Buenos Aires. El 30 de marzo de 2006, producto de un cortocircuito se inició el fuego en el primer piso del edificio que funcionaba como un taller clandestino de costura.
Allí vivían y trabajaban 65 personas de nacionalidad boliviana, entre ellos 25 niños y niñas. El fuego ardió durante aproximadamente una hora, llevándose la vida de una trabajadora textil embarazada, dos adolescentes y tres niños.
Esta tragedia evitable tuvo una importante repercusión mediática y puso de manifiesto lo que era una práctica habitual: la precariedad en la que se trabajaba en la industria y el abuso de algunos empresarios e intermediarios que explotaban a costureros y costureras, en su mayoría de nacionalidad boliviana.
La historia de Sonia es paradigmática en ese sentido. “Cuando llegas de Bolivia la primera oportunidad de trabajo acá en Buenos Aires es en el sector textil”, explica y remarca: “Para nosotros era tener suerte llegar a un lugar donde podías trabajar y vivir”. Sin embargo, reconoce que no estaba bien informada, ni conocía las condiciones laborales previamente: “Entonces llegábamos a un lugar clandestino y ahí vivíamos todos, prácticamente encerrados”.
Luego de trabajar un tiempo en esas condiciones, en jornadas extenuantes que no le permitían dedicar tiempo a sus hijos, ni a su salud, decidió independizarse con su familia. Pero allí surgieron nuevos problemas como la dificultad para acceder a un alquiler sin contar con ingresos o garantías y la negativa de los propietarios a permitirle usar la vivienda como lugar de trabajo.
Un día, viajando en autobús, se cruzó con una compatriota que también era costurera. “¿Por qué trabajas en tú casa? Yo me estoy yendo a mi polo productivo”, le dijo y le dio un número de teléfono
Cuando logró instalarse, se encontró con que había llegado “a la misma situación, sin ningún cambio porque esta vez no solamente estaba la preocupación de pagar el alquiler y trabajar más horas, sino el miedo a tener trabajo un día y al otro no”. Así anduvo varios años, intentando conseguir una habilitación para poner un taller familiar y teniendo que lidiar con la policía que le pedía sobornos a cambio de no allanar la vivienda donde trabajaba y vivía. “Tiene que haber otra alternativa”, pensaba.
Finalmente, un día, viajando en autobús, se cruzó con una compatriota que también era costurera. “¿Por qué trabajas en tú casa? Yo me estoy yendo a mi polo productivo”, le dijo y le dio un número de teléfono. Sonia no lo dudó y llamó. Rápidamente la pusieron en contacto con un referente de la comunidad boliviana y del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) en su zona.
“Después de haber pasado por un montón de situaciones, de trayectorias, de malas experiencias, se me resumió todo ese día; todo lo que yo había pensado, buscado en muchos años, en una charla con el compañero”, sintetiza.
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Comenzar a organizarse
“Yo iba a unas reuniones de mujeres que se llaman Mariposas de Villa París, por el tema de violencia de género”, recuerda Jaqueline. “Nos escapábamos cuando nuestras parejas se iban a trabajar; íbamos a estas reuniones para poder fortalecernos y saber cuáles son nuestros derechos”, agrega.
A esos encuentros, en el que participaban en su mayoría costureras que trabajaban en sus casas, se acercó en 2016 un grupo de militantes del MTE. Les plantearon la posibilidad de organizarse, tener un espacio para trabajar y formar una cooperativa. “Nos dibujaron todo color de rosa, bonito, y entramos en desconfianza”, rememora la referente de la Federación de Costureros. Sin embargo, luego de varias conversaciones, un grupo decidió avanzar. “Dijimos bueno, vamos a confiar y apostar a esto”, explica Jaqueline.
Lograron la eliminación de intermediarios. Estos son los que negocian con las grandes marcas de ropa y luego llevan el trabajo a los distintos talleres familiares ofreciendo pagos irrisorios
Así comenzaron a ahorrar dinero para adquirir el terreno en el que, en pocos días, estarán inaugurando su Polo Textil. Pero uno de los cambios más importantes fue que lograron la eliminación de intermediarios. Estos son los que negocian con las grandes marcas de ropa y luego llevan el trabajo a los distintos talleres familiares ofreciendo pagos irrisorios.
Jaqueline da un ejemplo contundente: al comienzo de la pandemia, la Federación de Costureros consiguió un contrato para que las cooperativas confeccionaran kits sanitarios. En ese entonces, los intermediarios pagaban alrededor de 1,50 pesos argentinos (0,02 dólares al tipo de cambio de ese momento) por cada unidad. Sin embargo, en las cooperativas cada costurero recibía 85 pesos (1,15 dólares).
“El día que cobraron las compañeras no lo podían creer, porque esto era en plena pandemia, todas estábamos endeudadas”, cuenta y con brillo en los ojos agrega: “Lloramos de alegría y no lo podemos olvidar porque fue un cambio rotundo en nuestras vidas”.
“Cuando me contaron yo me quería morir; lo que hemos hecho nosotros por nada, por migajas”, rememora Sonia que, por aquellos días, había tenido su primera reunión con el MTE y, con su inquietud permanente, juntó a toda su familia para invitarlos a participar.
Asegura que “nadie lo creía”. “No, estás mal, te hiciste lavar la cabeza, nosotros vinimos acá para trabajar. Seguro nos van a llevar a los piquetes”, le decían sus familiares y amigos. Pero con su empuje y su poder de convencimiento, finalmente logró sumarlos al proyecto.
“En poco tiempo, casi nada, después de haber vivido toda una trayectoria, pudimos poner en condiciones nuestra cooperativa y ahora la policía pasa, mira y dice ‘buen día’”, asegura con una sonrisa.
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Conquistar derechos
La organización de las costureras mejoró no solo los ingresos, sino también las condiciones laborales. En primer lugar, la reducción de la jornada laboral. “Nosotros antes trabajamos desde las seis de la mañana hasta las 12 de la noche, porque cobrábamos muy poco y teníamos que hacer más cantidad para cubrir los gastos”, apunta Sonia. De eso pasaron a una jornada de entre ocho y nueve horas.
“No fue fácil con los compañeros, nuestra primera batalla era decirles que ya no tenían que trabajar tantas horas. Pero ellos tenían ese miedo de que entonces no les alcanzara la plata”, señala la referente de La Matanza.
Por su parte, Camila añade que hoy la mayoría de las cooperativas “están abiertas 12 horas, pero por una cuestión de que cada uno entra y sale a la hora que quiere” y realiza el turno que más le conviene. “Sucede que los compañeros entran bien temprano, trabajan un rato, después se van a llevar a los chicos al colegio o los van a buscar, etcétera”, ejemplifica.
“En poco tiempo, después de haber vivido toda una trayectoria, pudimos poner en condiciones nuestra cooperativa y ahora la policía pasa, mira y dice ‘buen día’”, asegura con una sonrisa
A esto hay que sumar que los Polos Textiles son espacios amplios, bien iluminados y ventilados. Con una instalación eléctrica acorde al tipo de maquinaria que se utiliza. Además, al trasladar su trabajo a esos establecimientos, dejaron de realizar tareas junto a toda la familia, con los niños y niñas en la misma habitación, con los peligros que eso conlleva y los riesgos para la salud.
Sin embargo, separar el espacio de la vivienda del espacio de trabajo, implicó un nuevo problema: ¿quién cuidaba ahora a los niños y niñas que no están en edad escolar o cuando terminan su jornada educativa?
Camila detalla que cuando comenzaron a organizar las cooperativas sucedía que las compañeras “no iban porque eran las que se tenían que quedar con los chicos”. “Entonces a la familia no le convenía, al matrimonio no le convenía salir a trabajar”, dice.
A partir de la experiencia que el MTE ya venía realizando con los recicladores urbanos, también conocidos como cartoneros, se crearon los Centros Infantiles de Recreación y Aprendizaje (CIRA). Allí cada familia tiene la posibilidad de dejar a sus hijos durante su jornada laboral. “Estos lugares funcionan de acuerdo a las necesidades de nuestros compañeros y el horario que necesitan”, explica Sonia.
La organización de las costureras mejoró no solo los ingresos, sino también las condiciones laborales. En primer lugar, la reducción de la jornada laboral
La eliminación de intermediarios permitió otro tipo de relación entre las trabajadoras textiles y las grandes marcas. Contar con habilitación, documentación en regla y una personería jurídica, les permitió acceder también a licitaciones y ganar en estabilidad. Camila cuenta que hoy las cooperativas “trabajan directo con 47 Street, con Kosiuko, marcas que uno ve en los shopping” y gracias a eso tienen garantizado trabajo todo el año, “porque son empresas que no dejan de producir nunca”.
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El nacimiento de Carpincho
La idea de crear una marca propia existía desde hacía varios años. Algunas de las cooperativas que integran la Federación tenían la intención de impulsar iniciativas particulares de su propia unidad productiva. Sin embargo, no era una tarea sencilla. “Tenés que tener espalda financiera para bancar [aguantar] una producción, que esté guardada en un depósito esperando que se venda y salir a vender”, enumera Camila.
Pero al mismo tiempo, en la práctica ya venían trabajando como si esa marca existiera. La experiencia de los kits sanitarios implicó la producción de tres millones de unidades. Además se venían haciendo guardapolvos escolares para distintos gobiernos nacionales, regionales y locales. “A partir del 2019 empezamos a hacer mucho volumen de uniformes de trabajo, todo de manera centralizada”, agrega la diseñadora.
La estructura estaba, solo faltaba un disparador. Y eso llegó en el año 2021 cuando en el Congreso argentino se discutió la fallida Ley de Humedales, que buscaba proteger estos ecosistemas costeros frente al avance de emprendimientos inmobiliarios. En paralelo a ese debate legislativo, en uno de los barrios privados más exclusivos del área metropolitana de Buenos Aires, llamado Nordelta, se dio un fenómeno sin precedentes: decenas de capibaras —que en Argentina son conocidos como carpinchos— “invadieron” el lugar. Estos animales, propios de la región sudamericana, son los roedores vivos más grandes del mundo.
La situación generó infinidad de memes en las redes sociales y noticias en los medios de comunicación, pero también una reflexión: los verdaderos invasores eran los humanos, que habían construido mansiones en un humedal que, hasta entonces, era el hábitat natural de los carpinchos.
Con estos antecedentes, un integrante de la Federación de Costureros sugirió hacer unas camisetas alusivas en defensa de la Ley de Humedales y que tuvieran como imagen representativa este animal. Las ventas fueron un éxito.
A partir de ahí comenzó un proceso en el que se fue ampliando el catálogo y también los detalles: etiquetas propias, botones que lleven el sello de la marca, etc. Desarrollar la infraestructura logística, de comercialización, venta y promoción.
“Con Carpincho queremos mostrar el trabajo que se hace en las cooperativas, tratar de sacarle toda la estigmatización que tiene nuestro sector. Somos los que hacemos la ropa que usa todo el mundo”, subraya Camila y Sonia agrega que es “para identificar al compañero” porque “¿detrás de la marca quien está? Un costurero, un trabajador”.
Además se generó un sistema de integración en el que las cooperativas cooperan entre sí desarrollando distintas etapas del proceso productivo: corte, confección, estampado.
Resistir la crisis
De acuerdo con los datos de la Fundación ProTejer, durante el último trimestre de 2024, el 70% de las empresas textiles en Argentina vio caer sus ventas por noveno mes consecutivo, incluso produciendo un 19% menos que el año anterior. A esto se sumaron medidas que afectaron el empleo de distintas maneras: en un 27% se produjeron despidos, un 22% realizaron suspensiones y un 42% canceló las horas extras.
Esto se explica principalmente por dos factores: la crisis económica que ha llevado a la caída del consumo interno y la apertura de importaciones promovida por el gobierno de Milei.
“La apertura de importaciones nosotros la notamos el invierno pasado cuando, por ejemplo, todas las camperas que había en los comercios eran importadas”, asegura Camila. Ese momento del año fue complejo para las cooperativas ya que se redujo mucho la producción nacional. De dos mil prendas que hacía cada Polo Textil llegaron a reducirse a doscientas. Por eso algunas tuvieron que cerrar o unificarse para poder afrontar los costos de los alquileres y los servicios de electricidad, agua y gas.
La crisis económica que ha llevado a la caída del consumo interno y la apertura de importaciones promovida por el gobierno de Milei ha llevado a una grave crisis al sector textil
También padecieron la extorsión de las marcas que les ofrecieron trabajo, pero a menor precio y por cantidades más grandes. Si tenemos en cuenta que la inflación anual argentina de 2024 alcanzó el 118%, el golpe de la economía de las cooperativas fue muy grande.
Si bien Carpincho representa una parte todavía pequeña de la producción que realizan desde la Federación “ayudó bastante a contener algunos meses”. No sólo por los productos que venden en su tienda virtual, si no por los trabajos que realizan para mayoristas como ropa de trabajo o guardapolvos escolares.
Incluso, en una dinámica solidaria, la producción se repartió en función de las necesidades de las cooperativas. “Si sabemos que en alguna provincia hay poco trabajo, se manda la producción de Carpincho allá”, relata Jaqueline.
Salarios dignos y precios justos
A pesar de esta situación, los productos que vende Carpincho son de buena calidad y muy accesibles. ¿Cómo una federación de cooperativas logró incrementar los salarios de sus trabajadores de manera exponencial y, al mismo tiempo, sostener precios económicos?
“No hay un empresario en el medio”, dispara Camila con contundencia. “Nuestra mirada es que el compañero gane un salario justo, pero también que quien compra lo haga a un precio justo”, desarrolla Sonia. Los precios de Carpincho se conforman de los costos de producción -insumos y salarios- y a eso se le agrega simplemente lo necesario para que se pueda volver a producir y “no parar la rueda”.
Por supuesto la perspectiva es crecer, tanto a nivel nacional como -se aventuran- poder en algún momento comenzar a exportar y cruzar las fronteras. “Que esos 100, 150 cortes que quizás hacemos ahora para Carpincho se multipliquen y poder generar más fuentes de trabajo”, enfatiza Jaqueline.
“Nuestra mirada es que el compañero gane un salario justo, pero también que quien compra lo haga a un precio justo”, desarrolla Sonia
“Pero no para hacernos millonarios”, aclara Sonia, “sino para que realmente podamos fomentar lugares dignos de trabajo y por ahí en algún momento reducir horas de trabajo”.
No obstante, con los pies en la tierra, aseguran que ahora la tarea es contener a los compañeros y compañeras, mantener las cooperativas en funcionamiento, sostener las fuentes de trabajo y resistir lo que queda del gobierno de Milei, sin perder las esperanzas. “Yo soy optimista”, asegura Sonia, “estas cosas malas nos van a ayudar a despertar, hoy nos toca despertar”.
“Que no nos hagan creer que el mundo se volvió un lugar horrible, la gente también quiere colaborar con estos proyectos”, completa Camila. “A la gente le gusta lo que hacemos, quiere apoyarnos y saber que la ropa que usa se confecciona en condiciones dignas”, concluye.