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Análisis
Cómo rearmar política, social y económicamente las democracias
Hace relativamente poco, en un intercambio de opiniones con una persona que respeto profundamente, tanto a nivel político como económico, debatíamos sobre la situación geopolítica actual del mundo, y muy especialmente el momento en el que se encuentran las democracias occidentales. Mi tesis causa, de primeras, sorpresa y perplejidad: la gobernanza china es mucho más eficiente y justa que la nuestra. Eso es lo que tiene ser aragonés, no nos andamos por las ramas.
Dicha tesis inmediatamente induce a una pregunta defensiva por parte de quien escucha este razonamiento: sí, todo lo que quieras, pero y de la democracia en China, ¿algo qué decir? Mi respuesta es clara. Nuestras democracias ya no son ejemplo de nada respetable para el resto del planeta, al haberse transformado en Totalitarismos Invertidos, término acuñado por Sheldon Wolin, y que todos ustedes ya conocen porque lo introduje hace tiempo en estas, y otras líneas, y al cual recurro con cierta frecuencia.
El Totalitarismo Invertido “a la Sheldon Wolin” implica que, bajo la apariencia de democracia, da igual quién gobierne
El Totalitarismo Invertido “a la Sheldon Wolin” implica que, bajo la apariencia de democracia, da igual quién gobierne porque el núcleo duro de las políticas económicas se mantiene bajo argumentos profundamente autocráticos: “esas políticas son las 'correctas' y 'eficientes'. No hay alternativa”. Saben ustedes perfectamente que bajo esos tan “científicos argumentos”, lo que no deja de ser un mero eslogan profundamente distópico, simplemente se defienden los intereses de una élite profundamente ególatra, que no está dispuesta a ceder absolutamente nada en la defensa de sus abultados privilegios. En las democracias aparentes el inmovilismo es total porque al final la clase política actúa al dictado de una superclase que está por encima y le determina lo que es “realmente eficiente”.
Para ser un referente moral, debemos volver a la esencia de las democracias, “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, parafraseando al discurso de Gettysburg de Abraham Lincoln; y recuperar el lema de la Revolución francesa, “libertad, igualdad, y fraternidad”. En caso contrario no seremos ejemplo de nada y para nadie. La pregunta es inmediata, ¿hay alguien en Occidente con la fuerza moral, política e intelectual para revertir la situación actual? Mi respuesta inicial es no. En estos momentos de crisis moral global no hay nadie en Occidente capaz de emular a Franklin Delano Roosevelt (FRD).
Buscando una nueva referencia moral y política en Occidente
Siempre he mostrado mi admiración profunda por FDR. Al iniciar la campaña electoral que le llevó a su segundo mandato, FDR ofreció en el viejo Madison Square Garden un discurso vibrante, donde hizo una descripción del gobierno del dinero organizado. Hay un párrafo de dicho discurso que de vez en cuando susurra a mis oídos:
“Durante casi cuatro años ustedes han tenido un gobierno que, en lugar de entretenerse con tonterías, se arremangó. Vamos a seguir con las mangas levantadas. Tuvimos que luchar contra los viejos enemigos de la paz: los monopolios empresariales y financieros, la especulación, la banca insensible, los antagonismos de clase, el sectarismo, los intereses bélicos. Habían comenzado a considerar al gobierno como un mero apéndice de sus propios negocios. Ahora sabemos que un gobierno del dinero organizado es tan peligroso como un gobierno de la mafia organizada. Nunca antes en nuestra historia esas fuerzas han estado tan unidas contra un candidato como lo están hoy. Me odian de manera unánime, y yo doy la bienvenida a su odio. Me gustaría que mi primer gobierno fuera recordado por la batalla que libraron el egoísmo y la ambición de poder. Y me gustaría que se dijera que durante mi segunda presidencia esas fuerzas se encontraron con la horma de su zapato”.
FDR ante todo cambió las dinámicas económicas y sociales que produjeron la Gran Depresión. Fue tal su empuje que después de ganar cuatro elecciones presidenciales seguidas, y tras su muerte, los grupos de poder agraviados maniobraron para limitar a dos mandatos la presidencia de los Estados Unidos, no como elemento de regeneración democrática, todo lo contrario. No podían soportar cuatro períodos presidenciales concatenados como los de FDR.
En el momento actual, necesitamos políticos que por encima de todo tengan una visión de los conceptos políticos y sociales compartidos, de los que depende en última instancia la economía, nuestra sociedad, nuestra libertad. Para ello es necesario que en primer lugar se enfrenten a cierta élite económica, básicamente rentista, que históricamente, unida a cierta élite política y burocrática, y, en lo relativo a nuestro país, pero extensible al resto de las democracias, parafraseando a Paul Preston, “ha traicionado a un pueblo, bajo la corrupción, la incompetencia política y la división social”. Lo sé, soy muy ingenuo, e igual es pedir demasiado, pero, al menos, permítanme soñar.