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Más de 20 millones de estadounidenses forman parte del movimiento “preparacionista”, según Robert Kirsch y Emily Ray, dos politólogos que han investigado este fenómeno para un libro de inminente publicación, Be Prepared: Doomsday Prepping in the United States (Columbia University, 2024). Los participantes de este movimiento, como es sabido, se avituallan con miras a prepararse ante un caso de emergencia, que, con los años, ha ido adquiriendo tintes cada vez más apocalípticos. En consecuencia, el avituallamiento también ha ido aumentando y volviéndose cada vez más complejo: desde armas de fuego hasta pastillas potabilizadoras de agua pasando por latas de conservas, equipos de radio, generadores de energía o semillas de patata. Este fenómeno no se limita ni mucho menos a los militantes de extrema derecha caricaturizados en películas y series de televisión, sino que también son parte de él los multimillonarios de Silicon Valley, quienes, como ha explicado, entre otros, Douglas Rushkoff, se están preparando para la llegada de un “acontecimiento” que conducirá al desplome de la civilización tal y como la conocemos construyendo sus propias comunidades cerradas –como las que mostró la serie de televisión francesa El colapso (Les Parasites, 2019)– o invirtiendo, como Elon Musk, en la supuesta colonización a medio plazo de Marte.
La revista Newsweek publicó la semana pasada un mapa con los posibles frentes de una Tercera Guerra Mundial entre Rusia y la OTAN
Kirsch y Ray ven en esta ideología una “lógica de búnker” que “da forma a cómo los estadounidenses se relacionan entre ellos y con el estado, y a cómo construyen sus vidas domésticas”. El preparacionismo “refleja paradójicamente el compromiso patriótico de ser estadounidense aislándose de otros estadounidenses en tiempos de crisis”. “¿Qué ocurre si una supertormenta ocasiona amplios daños a la infraestructura y la respuesta del gobierno no está coordinada, es insuficiente o inefectiva?”, se preguntan los autores de este libro. “Se trata de una cuestión estrictamente social de voluntad política y acción colectiva para hacer frente a amenazas compartidas”, continúan, “pero la bunkerización nos anima a ver el preparacionismo estadounidense como un vector de responsabilidad y consumo individual, y no una cuestión de escala social a la hora de enfrentarse a amenazas compartidas.” En su lugar, apostillan, “al estadounidense que participa en el preparacionismo se le pide centrarse solamente en prácticas de seguridad a través del consumo”, lo que hace de su ‘preparación’ “una cuestión de iniciativa individual” y lifehacks que acaban filtrándose “en la vida cotidiana”.
‘Prepping in the EU’
Gracias a la integración euroatlántica, esta paranoia de masas inducida ya no es exclusiva de los EE UU. A mediados de noviembre varios medios de comunicación se hicieron eco de la publicación de manuales de supervivencia para la ciudadanía en Suecia, Finlandia y Noruega, actualizados para la ocasión. Aunque desde la invasión rusa de Ucrania en 2022 no ha parado de sonar el ruido de sables de guerra fría, esta noticia suponía un salto cualitativo.
La revista Newsweek publicó la semana pasada un mapa con los posibles frentes de una Tercera Guerra Mundial entre Rusia y la OTAN que especulaba con una entrada de tropas rusas en Finlandia y las repúblicas bálticas, incluyendo el corredor de Suwałki, que juega en el imaginario de la nueva guerra fría el mismo papel que el corredor de Fulda en el de la vieja guerra fría. La brecha de Fulda, como escribió John Dolan, era un paso de montaña de resonancias napoleónicas casi imposible de localizar en un mapa, “pero era vulnerable y eso era la clave”. La OTAN “siempre era vulnerable, como una heroína de cine mudo: los tanques rusos siempre estaban a punto de abalanzarse sobre la OTAN como una locomotora de vapor avanzando hacia Mary Pickford, atada a los raíles”. Sin embargo, “los tanques rusos nunca llegaron”, ni siquiera “cuando Estados Unidos estaba distraído, como en la Guerra de Vietnam o el Watergate” y “los paganos siguieron pasando por caja por las armas nuevas y más caras que habían de detenerlos”.
Rutte pedía a los gobiernos de los estados miembro “dejar de alzar barreras entre industrias, bancos y fondos de pensiones” y los conminaba a “derribar estas barreras” para estimular la investigación en la industria de defensa
El flamante comisario europeo de Defensa, el lituano Andrius Kubilius, ha insinuado en una entrevista reciente con un medio alemán que Rusia está construyendo y almacenando tanques para preparar un ataque a Europa. Esa misma semana, el Financial Times publicó un artículo que revelaba que varios estados europeos miembro de la OTAN están contemplando aprobar una subida del porcentaje de inversión de defensa del 2% del PIB actual al 3% en la próxima cumbre de la Alianza Atlántica, que se celebrará en junio de 2025. El propio Financial Times reconocía que esta medida –el objetivo, de acuerdo con las informaciones a las que ha tenido acceso este medio, sería alcanzar el 2,5% a corto plazo y el 3% para el año 2030– tensionaría aún más los presupuestos de varios estados miembros de la OTAN.
En un discurso de estilo apodíctico, el secretario general de la OTAN, el holandés Mark Rutte, confirmaba poco después el rumor y apelaba a incrementar el gasto de defensa de la OTAN frente a China y Rusia. “Los ucranianos están combatiendo contra enjambres de drones”, alertaba Rutte, “esto es para lo que necesitamos prepararnos”. Rutte pedía a los gobiernos de los estados miembro “dejar de alzar barreras entre industrias, bancos y fondos de pensiones” y los conminaba a “derribar estas barreras” para estimular la investigación en la industria de defensa, a la que tranquilizó asegurando “que hay dinero sobre la mesa y éste no hará más que aumentar”. Finalmente, Rutte se dirigió a los ciudadanos de a pie de la Unión Europea: “Decidle a vuestros bancos y fondos de pensiones que es simplemente inaceptable que rechacen invertir en la industria de defensa, la defensa no está en la misma categoría que las drogas ilegales y la pornografía, invertir en defensa es invertir en nuestra seguridad, ¡es un deber!”
¿Qué se preguntarán los ciudadanos de la UE ante este deber inapelable? En Alemania ya hay más de cinco millones de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza, una cifra que ha aumentado como consecuencia del aumento del precio de la vivienda y la inflación, que ha obligado a los bancos de alimentos a racionar la distribución de comida debido a que los supermercados que la proporcionaban han reducido los abastos por falta de clientes. Ello a pesar que desde el comienzo de la guerra en Ucrania los bancos de alimentos alemanes tienen un 50% más de usuarios, según cifras proporcionadas por el presidente de la organización que los agrupa, Andeas Steppuhn, al Neue Osnabrücker Zeitung. Los precios de la energía también han alcanzado nuevamente niveles récord debido a los días con menos sol y viento que ha registrado el país, que ya no puede recurrir al gas natural ruso en estas situaciones.
Espectros de Weimar en la fortaleza asediada
Más allá de los dilemas de “mantequilla o cañones”, esta mentalidad de fortaleza asediada tiene muchas posibilidades de reforzar a la derecha radical, en auge electoral en todas partes. Del asedio externo –Rusia y China, para el “neoliberalismo progresista” y el “extremo centro”– al interno –los inmigrantes (aunque en ocasiones también China), para la ultraderecha– no hay más que un paso y la lógica que opera tampoco es en última instancia muy diferente. Y en toda fortaleza asediada, recuérdese, el disenso es traición: cualquier opinión discordante se paga con el ostracismo en los medios de comunicación, su ridiculización como algo fuera de lo normal, lo sensato y lo razonable, o directamente se acusa a quien la sostiene de simpatizar con el enemigo, si no de colaboración directa con él. Ya ni siquiera se plantean escenarios de distensión y menos aún de cooperación internacional, necesarios si se quiere hacer frente a los grandes retos del siglo XXI.
En su relectura de La crisis de los veinte años 1919-39, del historiador británico E.H. Carr, el economista Branko Milanovic ha comparado el frágil equilibrio internacional del período de entreguerras, resultante del Tratado de Versalles, con el del fin de la guerra fría –que no trajo consigo ningún “dividendo de paz”, como se propagó a los cuatro vientos en su momento–. “Ambos sistemas estaban mal estructurados desde su concepción misma (Versalles y el fin de la guerra fría)” y ambos “contenían las semillas de su destrucción”, escribe Milanovic.
Cada medida y cada discurso como el de Rutte aumenta el riesgo de conflagración. “¿Para qué tipo de guerra se está preparando en ‘de cuatro a cinco años’?”, se preguntaba el periodista ruso Leonid Ragozin tras escuchar el discurso de Rutte. Una guerra contra Rusia, lamentaba Ragozin, significaría “la aniquilación mutua garantizada […] el belicismo es la forma más lucrativa de corrupción, pero el peligro es que también funciona como una profecía autocumplida, porque siempre se necesita invertir en hacer que el adversario que has elegido esté a la altura de tu imagen propagandística de su monstruosidad, constantemente se necesita provocar su agresión y crueldad.” El ministro de Defensa de Rusia, Andréi Belousov, declaró poco después del discurso de Rutte que Rusia debía prepararse para un eventual conflicto con la OTAN en territorio europeo en el marco de los próximos diez años. Profecía autocumplida. Cuando Donald Trump se reunió con Emmanuel Macron y Volodímir Zelenski en París a comienzos de diciembre las acciones de Rheinmetall cayeron en bolsa ante la lejana posibilidad de un alto el fuego en Ucrania y eso es todo lo que cuenta.
Imposible no pensar en el poema de Kavafis: “Algunos han venido de las fronteras / y contado que los bárbaros no existen / ¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros? / Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”.
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