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América
El frente está en América Latina
Aun pasando por momentos de derrotismo y falta de identidad, en América Latina los procesos sociales jamás se detuvieron.
Quién sabe qué pasaba por la cabeza de Walt Rostow cuando un día de 1960 decidió llamar desde su despacho del MIT al editor de la Cambridge University Press para avisarle de que la última revisión del manuscrito de Las etapas del crecimiento económico: un manifiesto no comunista, su biblia antisocialista, estaba lista. En ella quedaban marcados los pilares del capitalismo que estaba por venir: apaciguar a las fieras de la clase trabajadora con la ficción aspiracional; apretando, pero sin llegar a ahogar. Dos guerras mundiales habían quedado atrás, y la esperanza mundialista del movimiento obrero parecía haber sido enterrada en Postdam. Los últimos coletazos del macartismo evitaban que el mundo olvidase que el socialismo era imposible bajo el paraguas del emperador occidental. John Fitzgerald Kennedy estaba contento, y Rostow se convirtió en su hombre de confianza en el Departamento de Estado. No había cabida para la izquierda a este lado del telón de acero.
Allí su jefe sería Dean Rusk, un radical anticomunista que organizó la invasión fallida de Bahía de Cochinos, que apoyó el bombardeo a Cuba como solución a la crisis de los misiles en octubre de 1962, y que fue el primer Secretario de Estado de EEUU en visitar en la España de la dictadura franquista en 1965. En efecto, Rusk fue el encargado de dirigir la estrategia de eliminación de cualquier intento de la izquierda por ostentar el poder dentro de los dominios del imperio estadounidense. En su mandato se produjeron las más duras y sanguinarias intervenciones de EE UU en América Latina, como el golpe que derrocó al izquierdista Joao Goulart e instauró una dictadura militar en Brasil; la invasión de la República Dominicana en 1965 para evitar “una segunda Cuba”; o la puesta en marcha de la Operación Cóndor, que apoyó a dictadores criminales en Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.
Rusk y sus sucesores vieron en esta región el campo de batalla perfecto para lanzar todo su arsenal en los frentes más importantes: el económico y el ideológico
Pero la represión contra la izquierda y los movimientos populares, obreros y campesinos latinoamericanos no era ejecutada únicamente por dictadores militares sanguinarios tras golpes de Estado, sino también por gobiernos títere de apariencia democrática que jamás se salieron de los márgenes y el guion económico establecidos por EE UU. Todo iba bien si la izquierda estaba controlada mientras las grandes corporaciones norteamericanas y las oligarquías locales hacían negocio.
Sentadas esas bases, y con la mitad de Europa en el redil, el objetivo fue evitar que los movimientos emancipatorios nacionales y populares latinoamericanos derivasen en una pugna contra las oligarquías. Rusk y sus sucesores vieron en esta región el campo de batalla perfecto para lanzar todo su arsenal en los frentes más importantes: el económico y el ideológico. Con la inestimable colaboración local de coroneles mediocres, medios de comunicación paniaguados y empresarios sin escrúpulos, los alquimistas de la Escuela de Chicago junto con los servicios secretos y el ejército fueron lanzados a una guerra sin cuartel contra la izquierda que se cobró cientos de miles de vidas, y cuyos efectos se dejan ver aun hoy en ambas esferas.
Los procesos sociales no se detienen
Aun pasando por momentos de derrotismo y falta de identidad, en América Latina los procesos sociales jamás se detuvieron. Las décadas de sangre y explotación no solo sirvieron para que los movimientos políticos y sociales de izquierda identificaran con claridad al adversario, sino que crearon un caldo de cultivo de conciencia y organización imprescindibles el nacimiento de alternativas populares que, recogiendo todo el acervo de las luchas anticoloniales y campesinas, tuvieran el apoyo popular y militar necesario para plantar cara al neoliberalismo. Los movimientos sindicales e indígenas fueron cobrando protagonismo. También las organizaciones de Derechos Humanos, que llegaron a obtener la atención mediática internacional que merecían los asesinatos, desapariciones y torturas ejecutadas contra el pueblo. Y por supuesto, en algunos casos, fueron de vital importancia la creación de organizaciones militares que, como el MBR-200 en Venezuela, llevaron el pensamiento de emancipación a los cuarteles.El empeoramiento de las condiciones sociales durante los años 80 y 90 sentó las bases de una explosión liberadora que se contagió en gran parte de la región. Las huelgas del PT en Brasil, el levantamiento del EZLN en México, la conformación del Frente Amplio en Uruguay… Confluyen en este tiempo dos circunstancias clave: la existencia de un contexto de revuelta social frente al fracaso de las políticas liberales; y la decisión por parte de la izquierda latinoamericana de dar un paso al frente con la convicción de que solo desde el acceso democrático al poder, la rebeldía de la región contra el capitalismo salvaje podía canalizarse hacia la ejecución de políticas económicas y sociales que recuperasen la soberanía de los recursos y mejorasen las condiciones de vida de la población.
Así, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Lula y Dilma en Brasil, Michelle Bachelet en Chile, Rafael Correa en Ecuador, Mauricio Funes en El Salvador, Manuel Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay, José Mujica en Uruguay o Hugo Chávez en Venezuela, recogieron el guante de las demandas sociales y pusieron en marcha una relación fraternal que, con sus matices nacionales, reavivó la esperanza en la región.
Si el mundo piensa que estos países son dictaduras que no respetan los Derechos Humanos, dará igual la evidencia y la verdad
A pesar de los buenos datos de crecimiento económico y la mejora generalizada de indicadores de igualdad, educación o calidad de vida, la izquierda latinoamericana no se ha librado de ataques por parte de EE UU y sus aliados. Pero ahora debían enfrentarse a la imposibilidad de justificar el derrocamiento violento de gobiernos cuya legitimidad democrática era indiscutible. América Latina no es Oriente Medio. Desde entonces se ha optado por vías más sutiles, aunque no menos dañinas, como la imposición de bloqueos y sanciones económicas, la financiación de la oposición de manera espuria y, sobre todo, la creación de un clima de rechazo en la opinión pública internacional a través de los medios de comunicación.
Si el mundo piensa que estos países son dictaduras que no respetan los Derechos Humanos, dará igual la evidencia y la verdad. La presión mediática en esa línea ha sido constante e incombustible. A nivel nacional el objetivo ha sido reconstruir alternativas opositoras que pudieran confrontar con ciertas garantías la pugna por el poder, ya fuera electoralmente o mediante revueltas e insurrecciones militares (como el 30S en Ecuador); y a nivel internacional, conseguir que la opinión pública “occidental” sea casi unánime en la consideración de estos gobiernos como no democráticos.
¿El fin de la izquierda latinoamericana?
El 22 de noviembre de 2015 se celebraban en Argentina unas elecciones que ponían fin al kirchnerismo y otorgaban la presidencia a Mauricio Macri, quien iniciaría un nuevo periodo protagonizado por profundos recortes sociales, devaluación encubierta de la moneda, privatizaciones, precarización y endeudamiento del país. En mayo de 2017, Rafael Correa cedía la banda presidencial a Lenin Moreno, quien había sido su vicepresidenta años antes. Ya en los primeros meses iba a quedar claro el giro radical tanto en el programa económico con el inicio de una serie de medidas encaminadas a adelgazar los servicios públicos, como en el político con la denuncia pública contra la figura y legado de su predecesor. Un año más tarde Sebastián Piñera volvía a la presidencia de Chile, y a la memoria de los chilenos y chilenas regresaron las protestas estudiantiles y las medidas liberalizadoras que solo sirvieron para aumentar la desigualdad. En Colombia, el conservador “uribista” Iván Duque asumía la presidencia y ponía en marcha un giro ultraliberal cuyo más claro ejemplo fue la privatización del sistema de pensiones, frenado en seco por el enorme rechazo popular que suscitó. En enero de 2019 Jair Bolsonaro es nombrado oficialmente presidente de Brasil tras un proceso de guerra sucia institucional que terminaría con Lula injustamente encarcelado y Michel Temer, hoy procesado y preso por diversos crímenes, en el Palácio da Alvorada. Bolsonaro es ultraconservador, homófobo, racista, machista y negacionista del cambio climático, pero ante todo es un liberal antisocialista. Uno de los nuestros.Los Estados que reconocieron al gobierno impostado de Guaidó en Venezuela, entre ellos España, guardan silencio
Ese mismo mes se ejecutaba la operación más importante: la caída de Nicolás Maduro en Venezuela. Juan Guaidó, representante opositor en la Asamblea Nacional, fue el elegido para sustituirlo. Guaidó se autoproclamó “Presidente Interino” y fue reconocido inmediatamente por EE UU, España y otros peones del imperio. Mientras, Donald Trump firmaba una orden ejecutiva para imponer un bloqueo económico cuyo objetivo era agotar al pueblo, y nombraba al diplomático neoconservador Elliott Abrams como Enviado Especial de EEUU para Venezuela. Poco importaba su historial criminal. Al final el proceso fracasó gracias a la resistencia del pueblo y el gobierno venezolano, y la operación quedó en evidencia como la chapuza que fue. Los Estados que reconocieron al gobierno impostado, entre ellos España, guardan silencio.
“El sueño terminó”. “La izquierda fracasó”. “La muerte de la izquierda latinoamericana”. Con Lula en prisión y Dilma fuera de la presidencia de Brasil, con Macri presidiendo Argentina, con Lenin Moreno en Ecuador, Piñera en Chile, y las únicas resistencias de Evo Morales en Bolivia y López Obrador recién nombrado presidente de México, analistas y medios de todo el mundo pronosticaron (otra vez) el fin de la izquierda latinoamericana, calificándola en muchos casos como una mera anécdota en la historia de la región. El fanatismo ideológico de algunos popes del pensamiento “mainstream” les ha llevado a confundir los deseos con la realidad, mostrando una absoluta falta de perspectiva.
La lucha sigue
Además de los fracasos de EE UU y las resistencias de la izquierda, en los últimos meses han tenido lugar diferentes hechos que han demostrado que quienes pronosticaron la muerte de la izquierda en América Latina se equivocaban. Las protestas sociales en Ecuador contra los recortes sociales y las políticas neoliberales del gobierno de Lenin Moreno, la oportunidad de construir el Perú un nuevo Congreso que devuelva la soberanía y la voz al pueblo, el resurgir en Chile de un movimiento popular que exige cambios constitucionales que terminen con las lacras del modelo económico neoliberal impuesto por la dictadura de Pinochet y sus mentores de la Escuela de Chicago, la derrota de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales y la llegada de Alberto Fernández a la presidencia en Argentina, o la victoria de Evo Morales en Bolivia, demuestran que la izquierda latinoamericana aún tiene amplios espacios de lucha y caminos por explorar en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.En cada país de América Latina la izquierda tiene su propio contexto y circunstancia. También sus propios objetivos. En algunos casos, como el chileno, necesita transformar el levantamiento popular en una fuerza política con capacidad de afrontar las brechas que la Concertación dejó abiertas frente a la dictadura; en otros, como en Ecuador, el reto es construir alternativas que eviten la reversión de las políticas de redistribución soberana de la riqueza; en Argentina, queda pendiente culminar la regeneración económica impulsada por el kirchnerismo, adaptando las políticas a las necesidades del país sin que sea el pueblo quien pague la factura; y en Venezuela o Bolivia, resistir los ataques directos a su legitimidad democrática.
El sueño de la emancipación humana, de la libertad, la igualdad y la fraternidad, de la paz, la justicia y la igualdad siguen vivos en América Latina
La izquierda latinoamericana mantiene un horizonte de desafíos que tienen que ver con los conflictos vigentes en la región, pero también con los que atañen al mundo en su conjunto. Frente a quienes pronosticaban que el capitalismo acabaría poniendo punto final a la historia, las políticas neoliberales han hecho rebrotar sus efectos: pobreza y miseria, desigualdad y precariedad, violencia y represión… Y mientras broten estas malas hierbas habrá una izquierda luchando por un mundo más justo y una vida mejor. Es importante saber que, pese al fracaso de estas profecías, el poder económico y financiero global, las grandes corporaciones y las oligarquías, cobijadas en el parapeto del imperio estadounidense, seguirán su guerra contra todo lo que les resulte molesto o zancadillee su espíritu totalizante.
La guerra contra la izquierda a nivel mundial ha sido inmisericorde. Una guerra sin cuartel librada a través de las armas y las bombas, pero también de la cultura, la política y la economía, hasta el punto de conseguir que parte de la humanidad asuma el neoliberalismo y el mercado capitalista como única alternativa civilizatoria. A diferencia de Europa, donde la socialdemocracia se entregó a las mieles del bienestar con la premisa de que siempre es mejor conformarse con los tenues avances sociales que se podían recoger en las grietas que deja el liberalismo, en América Latina quedan muchas alamedas por abrir.
Los retos de la izquierda latinoamericana son los retos de la izquierda mundial. El sueño de la emancipación humana, de la libertad, la igualdad y la fraternidad, de la paz, la justicia y la igualdad siguen vivos en América Latina. La guerra será durísima, y el bombardeo no cesará: gobiernos, ejércitos, servicios de inteligencia, grandes corporaciones, medios de comunicación, libros de texto, profesores universitarios, economistas y expertos de toda índole, artistas, organismos internacionales… Todos harán su parte del trabajo en el engranaje global contra la izquierda. Pero que nadie se despiste: se librará la batalla.
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