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América Latina
Manuel Rozental: “Nos dicen que lo único que podemos tener es un Estado entre el progresismo y fascismo”
Manuel Rozental es un pensador y activista colombiano que lleva décadas enlazando procesos de resistencia y autonomía de diferentes pueblos del mundo, sobre todo de América Latina. Lo hace a través del colectivo Pueblos En Camino, que se dedica a visibilizar y conectar luchas como la kurda, la mapuche o la de los y las zapatistas. Y lo hace desde el Norte del Cauca, donde vive con su familia que pertenece al pueblo indígena nasa con el que ha trabajado desde la comunicación comunitaria y la movilización política. Ha estado en Catalunya durante pocos días, pero los ha aprovechado para conocer el tejido cooperativista de Barcelona, las montañas del Montseny y el movimiento antirracista reunido en Can Masdeu. También ha aprovechado para presentar y charlar sobre el libro que ha coordinado recientemente, Levantamientos populares. Lo que está pendiente, una recopilación de reflexiones sobre las movilizaciones sociales que han vivido países como Chile, Ecuador o Colombia en los últimos años, sobre la institucionalización de algunas de estas luchas y sobre cómo enfrentar el péndulo que somete a América Latina entre el fascismo y el progresismo.
Primero de todo, ¿qué es la autonomía?
Somos tejedoras y tejedores de territorios, me refiero a toda la especie humana. Somos pueblos, comunidades e individuos de territorios; los territorios nos hacen tanto como nosotros hacemos los territorios. Lo que han hecho el patriarcado de cinco mil años, el capitalismo —que es hijo de la actual fase del patriarcado— y los Estados-nación es deshilachar los territorios y arrancarnos, desarraigarnos. Autonomía son las raíces territoriales que dan sentido al resto de la vida. Si nosotros pertenecemos a los territorios, debemos tener autonomía. Para que suene menos abstracto: en una situación de emergencia humanitaria en el norte del Cauca, hace más de diez años, en una reunión de urgencia a la que llegó mucha gente, una anciana se levantó y dijo: “Si nosotros no tuviéramos la tierra, no podríamos pensar; podemos reunirnos porque tenemos la tierra, los demás deben venderse porque no tienen”.
Los estallidos están resumidos en lo escrito en una pancarta de una mujer en Pereira, el día que mataron al activista Lucas Villa: “Tengo miedo de que cuando esto acabe volvamos a la normalidad”
Los territorios también están habitados por individuos. ¿En esta esfera individual existe una naturaleza de dominar al otro? ¿Cómo se articula lo individual con lo colectivo?
Leer a Theodor Adorno me ayudó mucho a entender lo que es el individuo, que no es sencillo. Él dice que, bajo el consumismo del capital, la idea de derechos te los garantiza alguien de fuera. Este alguien de fuera es patriarcal, autoritario y jerárquico, porque los derechos te los garantiza la ley. Y la ley es el Estado y el Estado protege a la propiedad privada, lo único sagrado. Bajo ese marco, lo que hace en realidad la defensa de los derechos del individuo es la defensa del derecho a consumir. En otras palabras, nos recortan a todas con la misma tijera, con la que cada uno consume y aspira a tener propiedad. Esto da una apariencia de que somos diferentes por lo que tenemos o podríamos tener. Al tener derechos, ese individuo ha perdido autonomía. No tiene sentido la vida, se convierte en una competencia por tener, por acumular o por quejarse por no tener y exigir tener. Sin embargo, lo individual es indispensable en lo colectivo y comunitario.
Desde Pueblos en Camino acompañáis la construcción de autonomía de varios pueblos. ¿Quieres hablarnos de algún caso emblemático de este momento histórico?
Pueblos En Camino se da el mandato de tejer resistencia y autonomía entre procesos y pueblos justamente porque hemos convergido con muchos de estos procesos y tejidos. Por ejemplo, con los mapuches: allí donde haya un mapuche se están recuperando tierras y cultura. Muchos pueblos afro, sobre todo las mujeres afro, son renacientes; las arrancan, las desprenden de todo, las esclavizan y les dicen que son descendientes de esclavos y no lo son; son descendientes de gente esclavizada, que no es lo mismo. Donde llegan renacen, en toda América. Éste es un ejemplo de autonomía. Los blackfood, entre Alberta (Canadá) y Montana (EE UU), tienen una forma de entender lo que les ha pasado históricamente muy característica. Dicen: “Olvidados sí, pero no perdidos”. Ellos resurgen donde estén. El pueblo nasa, en el Cauca —o la Madre de los Bosques—, sin idealizar ni esencializar, tienen procesos de educación y pedagogía muy fuertes entre ellos. Se fortalecen entre ellos cuando estos procesos de construcción colectiva se deshacen o cuando entran autoritarismos.
¿Crees que esta búsqueda del dominio que vemos reflejada en la colonización es propia de unas culturas más que de otras? ¿A qué se debe que la cultura occidental haya querido dominar el pensamiento, las prácticas, las culturas, tantos territorios del mundo?
Esta tendencia a ser bandidos, a apropiarnos de todo, es una tendencia que está, que es humana. A mí me gusta cómo las kurdas han rescatado de su historia las tablas sumerias, la revolución del neolítico en la que se dio una transición por envidia, por una codicia esencial que buscaba que un territorio ordenado en torno a mujeres fuera insoportable para los cazadores y sacerdotes. Sin conocer esta historia de las kurdas, una estudiante de arqueología tenía la teoría de que todas las sociedades primitivas habían demostrado que las mujeres eran débiles y que debían someterse a los hombres y en una investigación arqueológica en España, descubrió exactamente lo mismo que las kurdas.
Son bandas que se organizan para apropiarse de todo por la vía de la guerra: Occidente es una guerra permanente. La inquisición es un ejemplo perfecto, y es una guerra que nos penetra y llega hasta hoy.
Si miramos a los incas, en el Tawantinsuyo [hoy Perú], había gérmenes de patriarcado, de autoritarismo. La pregunta es: “¿Cómo se convierte lo dominante, autoritario, en normal, a partir de lo que hemos llamado Europa?”. Realmente son bandas que se organizan para apropiarse de todo por la vía de la guerra: Occidente es una guerra permanente. La inquisición es un ejemplo perfecto, y es una guerra que nos penetra y llega hasta hoy. Ésta es la esencia, el corazón de este occidente que ha invadido el planeta. No nos dolería mirarnos en un espejo para ver el riesgo de que ser el blanco invasor está aquí (dentro de cada uno), no es racial. Se ha racializado para exterminar a unos sectores que hemos llamado negros, mujeres, indígenas…
Para terminar, y yéndonos al libro que has presentado recientemente, ¿qué hizo que los movimientos populares en Ecuador, Chile o Colombia se levantaran? ¿Qué han logrado estos procesos sociales?
El patrón es el mismo: un pretexto como el coste del transporte público, el precio de la gasolina, la reforma tributaria; que manifiesta una realidad de fondo, un cansancio profundo de todo ese orden. Entonces, la derecha pregunta: ¿qué desea? Y esa pregunta lo que hace es convertirlo en algo razonable. Los estallidos están resumidos en lo escrito en una pancarta de una mujer en Pereira, el día que mataron al activista Lucas Villa: “Tengo miedo de que cuando esto acabe volvamos a la normalidad”. Todos los levantamientos fueron fiestas, celebraciones, encuentros, abrazos, volver a vivir, volver a casa. Lo que está olvidado, pero no perdido, explotó, y está explotando en todas partes.
Hemos vuelto al Estado, a la normalidad. Nos canalizaron todo el camino de lucha hacia allá. En estos momentos, quien diga que en América Latina estamos bien, o que los pueblos indígenas están bien, creo que está errado
La ventaja de esto fue que nos reconocimos y supimos que podemos vivir de otra forma. El problema fue que empezamos a preguntarnos por el hecho concreto: ¿cómo lo haremos? Entonces la esfera político-electoral resolvió el problema. En Chile, cuando Gabriel Boric propuso una constituyente, le tildaron de traidor. Dos años después, era él o un nazi [en las elecciones presidenciales]). Tenía que ganar él y fue un alivio que ganara. En Colombia, Gustavo Petro pidió a la gente que volviera a sus casas porque tres días después del primer día del Paro Nacional habían retirado la reforma tributaria. Él no entendió nada. Nadie regresó a casa. Luego ganó lo concreto, se volvió a la normalidad y ahora ambos son presidentes de sus países.
Está pendiente el hecho de que hemos vuelto al Estado, a la normalidad. Nos canalizaron todo el camino de lucha hacia allá. En estos momentos, quien diga que en América Latina estamos bien, o que los pueblos indígenas están bien, creo que está errado. Es un momento de baja fuerza. Nos están diciendo que lo único que podemos tener es un Estado entre el progresismo y fascismo. Los levantamientos fueron contra esto, no cabemos ahí.