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Abusos a la infancia
El infierno es un grupo de WhatsApp
Me salí de un grupo de WhatsApp de antiguos alumnos de un colegio católico porque tanto exabrupto cateto y facha era insoportable. No fui el primero ni el último. Esta es la película que me he montado con esa excusa. Una película en la que sale un depredador sexual, muchos hombrecillos que se ponen de perfil cuando les toca, los cómplices justos y necesarios que el mal necesita para medrar y, para colmo, el bueno resulta que no es el que parecía al principio.
Muchos rojos recalcitrantes y rojas irredentas arrancaron sus ciclos formativos en lo académico, y sobre todo en lo recalcitrante y lo irredento, cerca de hábitos, sotanas y cilicios. Esos colegios resultaron ser, muy a nuestro pesar, pistas americanas y campos de entrenamiento.
Este en particular nos lo vamos a imaginar en los primeros 80, como si hubiera un colegio en Guadalajara (que es una ciudad y un despropósito en muchas áreas sin poner esfuerzo alguno en ello) donde un “hermano marista” interesadísimo en la dominación y en los efebos fuera profesor de varias materias y tuviera carta blanca para hacer lo que le diera la gana con quien él quisiera y, además, fuera y lo hiciera. Ahí, en mitad de la clase, delante de todos. Y donde nadie más lo viera, también, claro.
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Que tuviera una especie de rehala a su merced en cada clase.
Vamos a seguir imaginándonos que la cosa llegara a tal punto que a este sujeto tienen que cambiarle de colegio (no muy lejos, a otro más grande y tan cerca de Madrid que estaba en Madrid), que debía ser mucho mejor porque es a donde iban el Piraña de Verano Azul y los hijos del director del ABC, entre otros alevines del poder. Digo los hijos del director del ABC. Yo no sé si el Piraña estaría cerca o lejos del poder, si lee esto que me perdone por señalar, pero así es la ficción dramática.
De este hermano marista, que de alguien sería hermano, pero no mío, todo el mundo sabía y nadie se ha olvidado. Del Morsa no se ha olvidado nadie. Pero sigamos con la ensoñación porque 40 años más tarde a ese colegio le dan una certificación internacional de protección a la infancia. Y hay un testigo de muchas tropelías que escribe al ente certificador y les dice que si esos certificados se los dan a los que pagan o si miran antes un poquito. Y en El País se lían a investigar estas cosas y sacan tantos casos que llevan años con ello y eso no tiene trazas de tener fin. Y llega James Rhodes, bendito sea, (que quiere a España como solo la puede querer alguien que no se crió en ella) y ayuda a teclazos y a golpe de bonhomía (porque a ese tío hay que quererlo y ya está) a que cambien leyes; y el Defensor del Pueblo forma un equipo de investigación que levanta la liebre de que una proporción gigantesca del país (cerca del medio millón de personas) ha sufrido abusos sexuales durante su infancia a manos de miembros de la iglesia católica y, por lo tanto, la proporción de testigos de ese horror es tan descomunal que ahora es obvio que cerca de la mitad del país sabía y sabe de buena tinta lo que pasó y no tiene que ir a ver ninguna película al cine para que se lo cuenten. Así que no lo cuento yo aquí otra vez porque esta es otra historia.
Pero ojo, que la fantasía no ha hecho más que empezar. Y ese testigo escribe al grupo de protección del menor de los maristas, que tienen página web y son todo mujeres menos un hombre, que es quien que lo dirige. Es tan fantástico que parece de verdad. Y el que maneja el cotarro en ese grupo le pide al testigo una cita en persona (aunque vivan en países diferentes) para pedirle perdón en nombre de la institución que no supo protegerle a él ni a sus compañeros de clase, como era parte del mandato que recibieron.
Los católicos, para quien no haya tratado nunca uno, son de lo mejor que hay para generar ingentes cantidades de vergüenza y culpa en muy poquito tiempo; menos mal que tienen un arma secreta llamada “el perdón de los pecados”
Los católicos, para quien no haya tratado nunca uno, son de lo mejor que hay para generar ingentes cantidades de vergüenza y culpa en muy poquito tiempo; menos mal que tienen un arma secreta llamada “el perdón de los pecados”, que es una cosa buenísima, lo que ellos llaman “mano de santo”. Que lo cura todo, vamos. Lo limpia todo. Hasta todo lo que no se puede limpiar fácilmente, como pasa con las conciencias. El testigo, preso aun hasta un cierto punto del chapapote católico de la culpa y la vergüenza, no le manda a Parla ni al otro lado de las vías del tren a que se alivie, sino que le pide cuentas de lo que tanto él como muchos otros vieron. Le da pelos y señales (en el sentido figurado, que esto es una ficción), fechas y nombres y en eso queda la cosa. Que lo van a mirar y que ya le dirán algo.
Y el testigo habla con muchos otros testigos de aquella época y el primero de ellos se hace el orejas en varias ocasiones, pero otro testigo le mete en un grupo de WhatsApp de antiguos alumnos (en el que para más INRI ese que se hizo el orejas no calla ni durmiendo) que, además de ser antiguos alumnos, parece que lo que tienen en común es que les gusta mucho Federico Jiménez Los Santos, Santiago Abascal y, además, parecen tener mucho interés por documentales bastante cutres sobre los subcampeones de la escabechina del Lago Ilmen. Para lectores cuya mente no haya sido corrompida por el fascio estoy hablando de la Division Azul, los españoles que voluntariamente fueron a ayudar a Hitler a sitiar Leningrado de forma tan eficaz que los sitiados se acabaron comiendo unos a otros. Esos españoles.
Total, el testigo actúa como en las ficciones norteamericanas. Bueno, como en una en particular. Cual Erin Brockovich pero con mucho menos pelo, el testigo le va preguntando uno por uno, por privado, a todos los miembros del grupo de WhatsApp (muchos con avatares del Real Madrid o fotos de sus criaturas pero sin nombre que les identifique) si fueron juntos a clase y directamente por el hermano marista ese. Y algunos responden. Y la mayoría se ponen de lado, tiran balones fuera y hasta aseguran que no recordando lo que comieron ayer ¡cómo se iban a acordar ellos de cosas de hace tantos años! A ver. A quién no se le olvidaría un profesor metiéndole mano a un compañero (de 12 años) durante la clase, con 48 críos metidos en un sótano haciendo manualidades. Las cosas se olvidan. Sobre todo en una ficción llena de mamarrachos y de hombrecillos que se ponen de perfil.
En esta ficción tragicómica, el testigo habla con los investigadores de El País, sale en un reportaje y se monta un escándalo a nivel local de tal calibre que el director del colegio tiene que sacar un “comunicado / carta a las familias”
El agente especial, o como llame esa gente a sus sargentos chusqueros a cargo de equipos de investigación, le dice al testigo que han llegado a un dique seco porque tienen que hablar con alguna víctima, que a ver si les pudiera él conseguir alguna para que hable con ellos. Dramático momento lleno de contención porque la madre del agente especial no tiene la culpa de nada de esto.
En esta ficción tragicómica, el testigo habla con los investigadores de El País, sale en un reportaje y se monta un escándalo a nivel local de tal calibre que el director del colegio tiene que sacar un “comunicado / carta a las familias” antes de la hora de comer donde se pone a disposición de las víctimas, asegura que se ha abierto una investigación y hasta presume de protocolos que llevan ahí 20 años para evitar estos casos (lástima que no lleven 40). Como todo esto es una fantasía, todo el mundo puede decir cualquier patochada porque va a dar igual y no hay consecuencias. La vida de algunos es una tom-tom-tómbola y la de otros una fantasía.
Antes de que saliera el artículo en El País el testigo le pide al supremo operativo del grupo de investigación marista que le escriba una carta para los del grupo de WhatsApp porque con la anti-España no, pero lo mismo con alguien de la “familia marista” (si es que me río hasta yo y eso que me lo estoy inventando) lo mismo sí que hablan. Y el testigo comparte el mensaje y se larga del grupo porque total para qué estar ahí aguantando mecha si el trabajo ya está hecho.
El mensaje podría llamarse “Carta del grupo de protección del menor de los maristas a los amigos de la division azul y de Federico Jimenez Los Santos”, así que por qué no llamarlo así.
Aseguran incluso que ese profesor era una excelente persona y que más le hubiera valido a alguno haberle hecho, más caso cuando fue su tutor porque cuánto mejor le hubiera ido en la vida. A esa estrofa no se une nadie, qué cosas
En el grupo de WhatsApp de este mockudrama los que tienen el cencerro más gordo (sobre todo el de dentro de la cabeza) levantan el dedo como Ortega-Smith levanta la copa cuando hace el brindis ese bochornoso que tanto parece gustarle a la carcunda y aseguran que el malo de verdad es el testigo de todo esto. Afán de notoriedad o quizás la búsqueda de una paguita, dicen. Es más, por lo visto ha estado intentando sonsacar a unos y a otros pero el uno no ha dicho nada, ni el otro, ni este ni aquél ni el de allá ni el de acullá porque son todos listísimos. Aseguran incluso que ese profesor era una excelente persona y que más le hubiera valido a alguno haberle hecho, más caso cuando fue su tutor porque cuánto mejor le hubiera ido en la vida. A esa estrofa no se une nadie, qué cosas. Sucias mentiras, dice otro. Odio a España, añade otro que es posible que estuviera sobrio. Y al colegio, la institución e incluso la religión, agrega el de más allá. No sabe uno si mientras van soltando cada uno la suya son conscientes de que en ese grupo hay no menos de tres víctimas del depredador sexual que tenía como cobertura dar clase de manualidades, de gimnasia y nada menos que de religión.
Ignorancia, estupidez desbocada o pura maldad. Uno de los más pesados hasta en este rango en el que nos movemos tiene la brillante idea de montar un grupo de apoyo para ponerse a disposición de la institución y convocar una concentración frente al colegio con pancarta y toda la pesca. Otro dice que va a llevar esta idea tan fenomenal a su grupo de oración y que esa gente se apunta seguro porque hay antiguos alumnos (alma cándida). El grupo de oración este vamos a imaginarnos que pudiera ser una cofradía de Semana Santa o quizás un grupo de kikos, que es como se llama a una casi-secta de talibanes católicos que vendría a ser el Opus Dei pero para pobres con pocas matrículas de honor.
Esta fantasía requiere parar para regar contexto cada cuatro pasos, qué le vamos a hacer.
Hay un climax de la furibunda fachenda sobre todo lo que van a hacer, y que no hay derecho, y la cosa empieza a parecerse a 300 pero con todos los hombres en escena siendo unos tirillas; cuando hete aquí que uno de los pocos que no es un tirillas y no es de los menos fachas del grupo tiene algo que decir y vaya si lo dice:
Y lo que dice es lo que vio y lo cuenta con pelos y señales y que lejos de ser un buen compañero con el que sufrió eso que vio, lo que hizo fue mortificarle cuando tuvo ocasión y que tanto un recuerdo como el otro le persiguen 40 años después. Y dice también que ahora es padre de familia y además ayuda en su tiempo libre con actividades deportivas para niños y jóvenes y tiene muchas criaturas a su cargo y muchos han visto y vivido demasiado y sabe lo que se puede ayudar y lo que se puede perjudicar a una criatura que está a tu cargo y habla desde el corazón y se le nota que él tampoco ha olvidado ni va a olvidar.
Y se hace el silencio.
Y viene un fundido a negro (o pardo) consistente en memes tan procaces que harían sonrojar a Arévalo y documentales de una TV con un presentador con camisa azul, parche en el ojo o las dos cosas.
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Excelente. A los 9 tomos de la "Historia Criminal del Cristianismo" de Karlheinz Deschner (Ed. Roca), podrían añadírsele varios tomos más sobre la Historia Criminal del Nacionalcatolicismo Español, de sus abusos, violencia y drstrucción de vidas sobre generaciones enteras. Mi relato de terror comenzaba todas las mañanas de mis siete años cuando mi cara servía de diana a la violencia de mi profesor, un joven fraile marista del que nunca he conseguido olvidar. Salud.