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Derecho a la vivienda
Para ti no hay sitio
Una mujer de 65 se suicida cuando va a ser desahuciada. El ayuntamiento propone un reglamento sobre vivienda social que excluye a personas que ocuparon e inmigrantes en situación irregular.
Todo el mundo debería dormir alguna vez en la calle. La acera tatuando la intemperie en tu espalda, el ruido de los otros invadiéndolo todo. La noche en movimiento, y tú ahí quieta, molesta, un estorbo al relato, un bulto incómodo. En la calle, sin más cosas que las que puedas llevar encima. Y las cosas son más que cosas, las cosas son recuerdos, identidad, humanidad y refugio. No hablo de las cosas en un sentido materialista, consumista, del acumular. Si no de aquello que hace hogar, que acompaña tu cotidianidad, que guarda memoria, habilita el descanso, proporciona sosiego. Todo el mundo debería dormir alguna vez en la calle. Con poco más que lo puesto. Sin calma, sin abrigo, sin saber qué pasará mañana.
Sus cosas, quizá lo último que miró fueron sus cosas. Ajenas a la intemperie por venir. Quizá había portaretratos en los muebles, familiares sonrientes, amigas de a saber qué habrá sido de ellas. ¿Postales? ¿mantitas para engañar al invierno? ¿cucharitas o tazas de otros países y ciudades? ¿Retazos de tiempos mejores? Quizá lo último que miró fueron sus cosas cuando llamaron a su puerta para echarla. ¿Cuántos meses habrá aguantado la angustia, la de no llegar a pagar lo fundamental, un techo sobre tu cabeza? ¿Cuántas noches sin dormir intentando dar con soluciones y acabando siempre en los mismos callejones sin salida? Kilos de angustia y de insomnio que hacen el cuerpo pesado. Entonces buscó un abismo que aliviara. Y saltó.Todo el mundo alguna vez debería tener la cuenta a cero, la pobreza que no se puede disimular, el mañana como deuda
Todo el mundo debería alguna vez tener la cuenta a cero. Las facturas que llegan, el casero que apremia, y en tu cuenta nada. Los préstamos informales que se piden a media voz y siembran la desigualdad en las relaciones, de amigas, de familia, de conocidos. El dinero que no se puede devolver, la pobreza que no se puede disimular, el futuro como cuentas que llegarán, el mañana como deuda. Y llaman a tu puerta, y piensas que ya solo podrás saldar esa deuda con tu vida. Y saltas.Todo el mundo debería alguna vez ser rechazado en una frontera. Ver reducida su humanidad y sus miedos, su historia y sus angustias, sus amores y sus sueños a un papel, página impar, ¿dónde está el sello? Todo el mundo debería en algún momento de su vida ser sometido a la banalidad del mal que respira tras la última palabra burocrática. Al disciplinamiento de la espera arbitraria, de no saber cuál es el formulario correcto, el protocolo acertado para la próxima semana u hora. Todo el mundo debería pasar alguna vez en su vida por la experiencia de hacer colas hacia la incertidumbre. De transitar túneles al raso. Estar a cielo abierto y no encontrar salidas.
Quizá todas debiéramos vernos en alguna ocasión con nuestras hijas en la puta calleQuizá todas debiéramos vernos en alguna ocasión con nuestras hijas en la puta calle. Nuestras cosas guarecidas bajo plásticos, ojos infantiles que te miran buscando respuestas que no tienes. Alrededor tuyo casas. Gente viviendo en esas casas. Casas con alquileres que no podrás pagar nunca. Pisos con precios que son para otra gente de otro mundo. Que son para empresas y fondos buitres y peña con mucha pasta que solo necesita esos pisos para hacer más pasta. Y la ciudad hecha de súbito desierto, tierra hostil.
Quizá todos tendríamos que vernos ahí alguna vez, sin colchón familiar, sin patrimonio, sin nadie a quien recurrir. Que nos pongan la puerta de un piso vacío cerca. Una casa que no da cobijo a nadie. Un techo buscando a quién albergar. Y entonces lo haces. Contra el estigma, y la criminalización, contra tu vergüenza y tu reparo lo haces. Pegas esa patada y estás dentro. Porque afuera no se puede vivir.
Quizá todas deberíamos pasar por estar en ese afuera. Entonces sería impensable que los techos estuvieran en manos de empresas, que su precio estuviera fuera del alcance de jóvenes y jubiladas, de familias enteras, de mileuristas y precarias. Sería impensable un reglamento sobre vivienda pública, como el que hoy se iba a votar en Madrid, donde quedara fuera la gente que ocupó una casa para huir de la intemperie. La gente a la que la ley de extranjería, el páramo del asilo, deja sin posibilidad de obtener un salvoconducto a los derechos más fundamentales. Entonces quizá las administraciones, la sociedad entera, sus legisladores, la gente que les vota, no podrían decir nunca más, a nadie: “Para ti no hay sitio”.Relacionadas
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A lo mejor en vez de tener que vivir en la calle sin dinero la gente deberia de aprender a ahorrar y a pensar un poquito. Se toman muchas decisiones en la vida y normalmente tomar la mala paga factura.
Buen consejo para millonarios derrochadores (para el resto, lo de pagar para no morir les suele matar mas temprano que tarde, incluso cuando tienen la suerte de poder hacer acopio de ahorros).
Está claro que usted vive del cuento o de las rentas. De ahí su indiferencia a la tragedia ajena.
Lo malo, es que nadie está fuera de la posibilidad de verse sin nada, en la calle. Entoces nos daremos cuenta de que no se puede mirar para otro lado. En un mundo totalmente precarizado a todos nos puede dar la vuelta la vida. Ser solidarios con la gente que lo pasa mal y pedir protección a las administraciónes del estado y "tocar madera" para que no nos veamos en esa situación.
Todo el mundo? No, a quién pediríamos piedad, exigiriamos justicia, como soñariamos llegar allí, nosotros los menesterosos? Se acabaría la utopía. Cómo Gasby necesitamos esa luz verde y saber que a ellos, allá arriba, de solo les queda bajar: " Aznar pide piedad para Zaplana" 😊 .