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Feminismos
Reflexiones sobre 'Roma': los cuidados, donde la lucha convive con el amor
Una Cleo subversiva no hubiese reflejado la realidad. Alejada de su familia, de sus orígenes, sin recursos, como es ella, no podría enfrentarse sola a la cosa monstruosa que soporta y de haberse plasmado así se hubiera construido el personaje de una heroína, no de una mujer corriente. La protagonista del film necesita a otras mujeres. Necesita estar organizada.
La semana pasada vi la película Roma de Alfonso Cuarón. Me gustó. Lo que contaba y, sobre todo, cómo lo contaba. Me dejó un buen sabor de boca, que se suele decir, a pesar de lo duro de la historia. Pero no pensé mucho en los motivos hasta que leí en la red social Twitter algunos comentarios que apuntaban que el personaje central es demasiado sumiso, que echan en falta mayor resentimiento y rabia en la protagonista. Entonces sí le di vueltas y me he animado a escribir acerca de lo que me transmitió. Mi reflexión tiene que ver con dos aspectos fundamentalmente: la toma de conciencia de las mujeres que trabajan los cuidados (ya sea de manera remunerada o no) y la organización colectiva desde ese espacio.
Roma narra el día a día de Cleo (Yalitza Aparicio), la sirvienta de una familia acomodada de Colonia Roma (México), compuesta por un matrimonio mal avenido entre Sofía y Antonio, sus cuatro hijos y la madre de la esposa, Teresa. Además de Cleo, hay otra sirvienta en la mansión, Adela (Nancy García), que aparece en un papel secundario. La historia toma como extensión un año de la vida de esta familia y transcurre teniendo como telón de fondo las revueltas políticas de la década de los setenta, un detalle significativo, dado la crítica de clase y feminista que realiza la película. Quizás, uno de los puntos fuertes de la narración, a destacar en esta sucinta presentación, es la atención que presta a los detalles de lo cotidiano. Y es que los realizadores del film no escatiman en plasmar los pormenores de la rutina (vemos a Cleo haciendo las camas, abriendo la puerta de la cochera a los señores de la casa, limpiando las cacas del perro y un sinfín de tareas más), con tanta proximidad y precisión que es muy fácil meterse en el papel de la protagonista, hasta el punto de que por momentos viene a la mente el otro film: Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles, de Chantal Akerman (1975), eso sí, con secuencias menos extensas.
Después de leer las críticas que citaba antes, llego a la conclusión de que, precisamente, el logro de la película Roma es su capacidad para mostrarnos la fatigosa vida de la protagonista desde la posición contradictoria que ocupa y que es intrínseca a todos los trabajos, en especial el de cuidados. Un trabajo durísimo, mal pagado y peor reconocido aún, que se hace por pura necesidad (económica si es como empleada), sí, pero en el que los sentimientos de cansancio, tedio y rabia conviven con sus opuestos: afecto y amor. Esta es la particularidad de los trabajos de cuidados, lo que los distingue de otras tareas dedicadas a la producción de mercancías y lo que impregna la toma de conciencia sobre su dureza. Y la película lo recoge muy bien.
Cleo es muy consciente de que hay una jerarquía en la casa en la que trabaja y conoce el lugar que ocupa en ella. Hay una escena muy significativa en relación con esto. Una noche toda la familia está pendiente de un programa de televisión que, a juzgar por la atención que merece, parece divertido. Cleo está recogiendo algunas cosas por el salón y en un momento se sienta en el suelo para mirar también la pantalla. Uno de los niños pequeños (todos la adoran) le pasa el brazo por el cuello sin apartar la mirada del aparato, pero Sofía (la empleadora) requiere rápidamente a nuestra protagonista para que le traiga una infusión al señor. Cleo tiene que levantarse inmediatamente. Es consciente de que la señora manda y ella obedece. Otra escena: las sirvientas han acabado la jornada y se retiran a la habitación del servicio, situada en un anexo del edificio central. Cuando Cleo entra en el cuarto, insta a su compañera a que apague la luz porque «a la señora Teresa no le gusta que la tengamos prendida». «Ay, esa señora Teresa -contesta Adela-. Seguro nos está espiando por la ventana». Ríen y usan unas velas para alumbrarse. Conocen el escalafón, hay un atisbo de complicidad en ellas, de conciencia, pero acatan. Sin embargo, el hecho de que no den señales más aparentes de rabia o resentimiento no se debe a una fisura de los personajes, más bien al contrario, plasma la condición más extendida entre la mayoría de empleadas (de cuidados y otros trabajos). La representación de esa obediencia, más que ser una merma del film, es precisamente su logro, porque consigue reflejar la contrariedad que experimentan las trabajadoras (la gran mayoría), la maraña de una conciencia intuitiva, pero no resuelta. Una conciencia (bien puede ser de clase, feminista, sobre la opresión racial) que se aviene como un fogonazo, intensa por momentos, pero que al no llegarse a materializar, ni con palabras ni con actos, es fugaz. Débil en última instancia, y, por tanto, incapaz de lograr el objetivo final de vernos a nosotras mismas como sujetos explotados y empujarnos a querer liberarnos. Como decía, la condición más extendida en la clase proletaria, en general, y en las mujeres, en particular.
Hay varias razones que explican la viscosidad (llamémoslo así) de la conciencia. La primera es que la posición que ocupamos en la estructura de producción, nuestro género, el lugar de procedencia, etc., no son factores suficientes para discernir las lógicas de poder y para sembrar en nosotras la necesidad de hacerlas estallar. Por el contrario, esta conciencia aparece en la lucha misma por la liberación. En el caso de la conciencia de clase, en la lucha por obtener mejores condiciones laborales o mayor reconocimiento de la actividad remunerada que realizamos. También en otras luchas que se producen fuera de los centros de producción, por ejemplo, la lucha por una vivienda digna que nos enfrenta a las prácticas mercantiles y extractivas del capital financiero. En el caso de la conciencia feminista, en la lucha por transformar nuestras relaciones con los hombres y con otras mujeres y por liberarnos todo lo que podamos de los esquemas patriarcales que adquirimos en nuestra socialización. Pero estas luchas no pueden hacerse por una misma, sola. Sería una actividad titánica y temeraria que nos sumiría en la más horrible desesperación y nos haría además muy vulnerables. Es en diálogo con otras mujeres que atraviesan o que han atravesado la misma situación, organizadas, como podemos politizar la posición que ocupamos en el mundo y como puede germinar una conciencia de clase y feminista.
Volviendo al personaje de Cleo, haber hecho que siguiera un papel de criada subversiva y empoderada no solo hubiera resultado extraño, hubiese sido una representación alejada de la experiencia vital a la que está sujeta la mayoría de las mujeres con una situación similar. Una mujer indígena, alejada de su familia, sin recursos, como es ella, no puede enfrentarse sola a la cosa monstruosa que soporta y de haberse plasmado así en la película se hubiera construido una heroína, una excepcionalidad (como ocurre en otras películas, por ejemplo, Las sufragistas (2015) de Sarah Gavron), y no la vida de una mujer corriente. Es verdad que Cleo no está completamente sola, tiene a Adela, su compañera, pero entre ellas, salvo la complicidad que se percibe en la escena del cuarto descrita, no existe nada parecido a una alianza. No sabemos la razón por la que los realizadores no exploran en mayor medida esta relación que, sin duda, es determinante para la supervivencia de dos mujeres internas. La intuición nos dice que sería muy natural que entre ellas surgiera una complicidad contra los empleados, una vía de escape. Aunque, por otro lado, es tan frecuente que las relaciones entre mujeres estén atravesadas por multitud de obstáculos que las impiden que es posible que la representación de Cuarón no se distancie tanto de la realidad. Lo que sí sabemos es que para las sirvientas de esta casa los colectivos de empleadas de hogar que empiezan a consolidarse son una realidad que les queda muy lejana.
He hablado de la conciencia y el requisito de la colectividad para adquirirla. Pero hay otras particularidades a la hora de organizar la resistencia desde el espacio de los cuidados (hemos dicho pagados o no) que conviene revisar, en concreto dos: el miedo y el amor.
Cuando hablo de miedo, no me refiero al miedo a la jefa o el jefe de turno, a las represalias que nos caerían si reclamamos lo nuestro, que también. Me refiero al miedo de reconocernos a nosotras mismas como sujeto explotable y explotado (por el capitalismo, el patriarcado, el colonialismo, o una combinación de los tres, como suele ocurrir), porque, en el fondo, sabemos que una vez que traemos al plano de la conciencia esos pensamientos que aparecen de manera fugaz e intuitiva: la rabia, la sumisión, el cansancio… Cuando los desplegamos, cuando nos enfrentamos a ellos y no los apartamos, todo cambia. En el momento en que somos conscientes de la explotación que media entre nosotras y nuestra jefa o jefe, cambia la forma de relacionarnos con ellos. En el momento en que descubrimos comportamientos machistas en nuestros compañeros, padres o hermanos nada sigue igual, ni con ellos ni con nosotras mismas, víctimas y, a veces, también reproductoras de esos esquemas. Y enfrentarse a todo esto asusta, porque se nos mueve la tierra sobre la que pisamos. Asusta más aún si, como le ocurre a la Cleo de Roma, estamos solas y si nuestro sustento del día a día depende de que nos despidan o no.
Tratemos brevemente el tema del amor. Como se ha dicho al principio, la particularidad del trabajo de cuidados con respecto a otras actividades que tratan con mercancías es que en él se desarrollan afectos, porque es con personas con lo que trabajamos, muchas veces personas queridas. Todas hemos experimentado en mayor o menor medida la sensación ambivalente de las tareas domésticas y emocionales que realizamos día a día. Se constató de manera clara en la Huelga del 8 de Marzo de 2018, cuando muchas mujeres expresaban su parecer ante los paros convocados para las actividades domésticas en términos similares a estos: «Cómo voy a dejar solo al abuelo que cuido un día entero, sin comer, sin salir… se moriría» o del tipo: «Cómo no voy a atender a mi hijo pequeño ese día, quién lo hará si no». Y se plasma muy bien en el film Roma. Cleo es la sirvienta y pesa sobre ella la carga de la sumisión; sin embargo, existen momentos de empatía con la señora que la tiene interna, que sufre a través de su marido el duro golpe del patriarcado. Asimismo, le profesa a los niños un amor honesto que es recíproco, puesto que, como se ha mencionado ya, los pequeños sienten un profundo cariño por la niñera. Pero es que esto es así en la vida misma.
Admitir estas peculiaridades supone entonces varios retos para la práctica política emancipatoria. El primero de todos es el reconocimiento de que los cuidados son un espacio de lucha clave, un nudo gordiano donde se entrelazan las opresiones de clase, de raza y de género y que constituye un resorte de la sociedad que debemos hacer saltar por los aires. Por otro lado, es necesario asumir que para transformar el trabajo de cuidados en un espacio de contrapoder es requisito fundamental consolidar la relación con otras mujeres, nuestras aliadas, construir una red que funcione como guía y colchón. Guía que nos acompaña en el camino de la de-construcción, la toma de conciencia y los pasos siguientes a dar; colchón en el que caemos cuando se nos rompen cosas por dentro, la subjetividad misma. Asimismo, significa dar prioridad a la construcción de espacios de cuidados colectivizados en los que delegar las tareas reproductivas cuando no podemos (o no queremos) atenderlas. Es verdad que una transformación profunda de la organización del trabajo reproductivo exige cambios sociales de gran calado: que el trabajo de cuidados tenga prioridad sobre el trabajo asalariado, más recursos económicos y dotaciones, corresponsabilidad real de los hombres, reparto de la riqueza, por nombrar solo algunos. La solución no pasa únicamente por crear comunidades auto-organizadas; sin embargo, en la fase actual, constituyen la vía más inmediata para aliviar el día a día de muchas familias, sobre todo, de muchas mujeres, y para hacer de todo esto una cuestión política. Las organizaciones en las que militamos, los movimientos sociales, los sindicatos... son enclaves perfectos desde donde impulsar estos espacios.
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"Sobre ‘Roma’, la caca de los perros de Cuarón y la conciencia de clase en la cultura":
https://www.caninomag.es/roma-la-caca-los-perros-cuaron-la-conciencia-clase-la-cultura/
Interesantísima reflexión, muy bien dirigida a uno de los vacíos que muestra la película: el de ilusión y rebeldía entre las clases sirvientes. Lo que a mi juicio no captaste es que el propósito efectivo del ejercicio estilístico que representa no es retratar una realidad desde la subjetividad de la trabajadora, sino desde la objetividad de la relación que retrata. Cuarón utiliza falsamente la empatía con "Cleo" - nombre griego, por cierto, que está asociado ni más ni menos con Cleopatra ... para mostrarnos que ella está donde debe estar, mientras los querubines de dios se entretienen ... él elegido entre todos. Así, se trata de una película profundamente clasista, orientada no tanto a decirnos cómo es sino cómo debió ser - y debe seguir siendo ... No hay el más mínimo atisbo de sugerencia de transformación, las protestas son un mero recurso estilístico para el giro dramático - lo mismo podía haber sido los tiros en la tienda como un desfile de carnaval que se desmadra ...
Aclaración gramatical: he puesto "disiento con" y no "disiento de" porque quería poner "no estoy de acuerdo con".
Disiento con tu punto de vista. Lo primero de todo, quisiera señalar que "Cleo", el diminutivo de la sirvienta, no viene de Cleopatra, sino de Cleodegaria. Por lo demás, considero que, aunque describe una sociedad clasista, el análisis de Cuarón no lo es. Sus imágenes son la mejor denuncia social que puede hacer de lo retratado y su transformación está en nuestras manos. Y no hay que olvidar el apunte de sororidad entre las mujeres (y no sólo las protagonistas), que señala claramente al patriarcado/capitalismo como marco en el que se producen las injusticias y las desigualdades, sin necesidad de convertir en un panfleto esta hermosa película, genuina y sin afeites.