Venezuela
Colombia, Venezuela y el capitalismo racial

La situación actual en Colombia (y el resto de América Latina) es consecuencia directa y necesaria, en mayor o menor medida, del capitalismo. Es más, lo que pasa en Colombia y en Venezuela, tiene mucho más que ver de lo que se puede pensar, o mejor, de lo que los mass media nos quieren hacer ver. 

Plántón frente al Consulado de Colombia en Barcelona - 1
Protesta ante el consulado de Colombia en Barcelona Victor Serri
26 sep 2020 09:00

El 6 de julio, en plena cuarentena por la pandemia, un camión cisterna volcaba a la altura del corregimiento de Tasajera, en el Magdalena en Colombia. Personas residentes del pueblo se acercaron y rápidamente al ver que la gasolina se estaba saliendo corrieron para recogerla y apropiarse de ella, en lo que los medios denominaron saqueo.

La catástrofe se veía venir: Un camión cisterna, volcado y derramando gasolina. Terminó por explotar. Lo que al principio eran seis personas muertas terminó por ascender a 36. Esta situación generó un debate nacional en el que por un lado unos hablaban, reproduciendo los discursos racistas geográficos, de cómo las personas de la costa del país, negras y pobres tienen “facilidad para robar y llevarse lo que no es suyo” de tal forma que venían a justificar de alguna forma tales muertes. Por otro lado, estaban quienes explicaban lo sucedido por las condiciones de extrema pobreza del corregimiento, un lugar totalmente olvidado por las administraciones y el estado en su conjunto.

Gente totalmente empobrecida, que vive rodeada de residuos, sin luz, sin agua potable, con unos niveles educativos por los suelos y sometida por la inseguridad, con solo dos policías y una moto para más de 20 mil personas. El diario barranquillero El Heraldo publicó un reportaje “La miseria eterna de Tasajera” que reflejaba cómo es vivir en este lugar. Bajo tales condiciones, sin recursos, las percepciones de lo peligroso se vuelven totalmente abstractas y te empujan a acercarte a un camión cisterna volcado para poder llevarte un poco de gasolina, y asumir, o quizás sin llegar a concebir, el riesgo que se está tomando.

Días después, el 11 de julio, un segundo camión volcaba. Esta vez era un camión de refrigeración que transportaba pescados por la vía del Mar entre Cartagena y Barranquilla. Nuevamente, habitantes de los pueblos cercanos Arroyo de Piedra y Arroyo Grande (otra vez pueblos pobres como los de toda la región) no dudaron en vaciar y romper el camión pese a las lágrimas del conductor que pedía sin ser escuchado que no destrozaran su medio de trabajo. El diagnóstico era el mismo.

El 18 de agosto, se repetía la noticia, un camión que transportaba víveres volcaba y era saqueado por unas 100 personas hasta dejarlo vacío antes de que llegaran los vehículos de sustitución. El problema era que esta vez no era en la costa del país, sino en Santa Bárbara, Antioquia en el centro donde el perfil étnico racial es distinto y por lo tanto, las explicaciones que se buscaban para tal comportamiento no eran las mismas que las que se utilizaron para explicar los casos de Tasajera y la Vía del Mar.

Cada cierto tiempo en Colombia vuelca un camión con alimentos y es saqueado independientemente de la región donde se produzca. Y esto responde a una serie de problemáticas vinculadas con la desigualdad

Lo cierto es que cada cierto tiempo en Colombia vuelca un camión con alimentos y es saqueado, independientemente de la región donde se produzca. Y tales imágenes de gente desesperada arrasando camiones responden una serie de problemáticas vinculadas con la desigualdad, la pobreza, la falta de recursos y en definitiva el acceso a derechos básicos como alimentación, salud y educación.

Hagamos un paréntesis y pongamos la vista en el país vecino, Venezuela. Desde hace años, todo lo que ocurre en Venezuela es diagnosticado mediáticamente como el resultado del sistema económico-político comunista o social-comunista, calificado coloquialmente por los mass media y determinados políticos como castrochavista. La pobreza del país, las desigualdades, la violencia y la corrupción, —elementos innegables— todo ello es por culpa de ese modelo personificado en el presidente del país, Nicolas Maduro. Es decir, todas estas problemáticas, independientemente del diagnóstico profundo, se traducen en comunismo.

La vinculación de todo lo que tiene que ver con Venezuela a ese imaginario se repite día tras días desde múltiples plataformas. Al final se reducen a lo mismo. De alguna forma, se presenta la situación del país como una excepción regional. Un caso aparte que por lo tanto no puede sino explicarse en función de una suerte de social-comunismo que rige el país desde hace años. Esta excepcionalidad, no solo es regional sino también temporal, porque de este relato se traduce que previo a la llegada de tal modelo, es decir, previo a la llegada de Hugo Chávez y su deficiente transformación en Maduro (tales personajes resultan incomparables), en el país no había ni pobreza, ni desigualdad, ni violencia, ni corrupción, y una vez se acabe este periodo histórico de castrochavismo —porque se acabará—  todo volverá a la normalidad, o rescatando el término de moda, la nueva normalidad.

Volviendo a las imágenes de los saqueos de camiones en Colombia, nunca serían explicadas desde la lógica del sistema económico-político que rige el país y que siempre lo ha hecho. La pobreza, las desigualdades, la violencia y la corrupción no son señaladas en este caso como la consecuencia del modelo capitalista. Por el contrario, la normalización de la pobreza, las desigualdades, la corrupción y la violación de los Derechos Humanos en el resto de los países se producen por una mala administración, desconocimiento, falta de liderazgos, malos políticos, e incluso por líderes excepcionalmente malvados que responden más a su propia naturaleza que a su ideología. O si no se explica por otras fuerzas (guerrillas, narcotráfico) que no permiten a estos políticos y a los estados trabajar como deben. Pero la explicación nunca se da por el propio modelo del que se hace parte o por el elemento ideacional que les empuja a tomar decisiones.

Así, la situación de Honduras, Guatemala, El Salvador, México, Paraguay, Brasil, Perú, Chile, Republica Dominicana, Haití, Jamaica, y en general de toda América Latina y el Caribe (con sus diferencias internas) responden a las especificidades de cada país, a las malas decisiones de los gobernantes, pero no a patrones comunes relacionados, por un lado, con el propio origen colonial, y por otro a su desarrollo en el capitalismo racial.

Colombia
Colombia o la normalización de las masacres
Trece jóvenes asesinados en Bogotá por la Policía Nacional de Colombia mientras protestaban por la muerte de Javier Ordoñez a manos del mismo cuerpo público. 56 masacres alrededor del país en lo que llevamos de 2020. Esta es la Colombia del llamado postconflicto, a cuatro años del fin de las negociaciones de paz de La Habana.

Colombia, país que nunca ha sido gobernado por la izquierda, vive estos días episodios de terrible violencia por toda su geografía que recuerdan a tiempos que todavía sangran en la memoria. En Colombia se lleva produciendo lo que desde las organizaciones sociales señalan como un genocidio de algunos pueblos indígenas. Concretamente de la población Wayuu en el departamento de la Guajira: en los últimos ocho años 4.770 niños y niñas de esa comunidad han muerto por desnutrición. La guajira sufre desde hace años sequías donde el estado no interviene, pero el problema de agua en el país no se reduce a eso. El rio Magdalena, que atraviesa todo el país, era controlado por la empresa Navalena, de la cual el 87% pertenecía a Odebrecht, en el 2017 la empresa china Sinohydro asumiría el proyecto de navegación fluvial: El río está completamente privatizado.

Colombia, es el país en el que más líderes sociales son asesinados al año, tal persecución y asesinatos de líderes tiene que ver, en gran parte, con la lucha por la tierra, la cual está profundamente vinculado al modelo de extracción capitalista de los recursos en el marco del sistema mundo donde la periferia nutre el centro, de ahí que la mayoría de las empresas vinculadas en los procesos extractivistas sean extranjeras.

Las masacres en Colombia, en un intento de despolitización, han sido denominadas por el presidente Iván Duque como “homicidios colectivos”, mientras que desde las instituciones se vinculan desde el principio al narcotráfico

A 15 de septiembre, un informe del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz contaba que en lo que va de año habían tenido lugar 59 masacres con 236 personas asesinadas (amplia mayoría jóvenes) con un importante recrudecimiento desde el pasado mes de agosto. Masacres, que en un intento de despolitización han sido denominadas por el presidente Iván Duque como “homicidios colectivos”, y que políticamente desde las instituciones, sin resolver tales crímenes, lo primero que se hace es vincularlos al narcotráfico (como si el narcotráfico no estuviese profundamente relacionado con el capitalismo) como forma de encubrir los trasfondos políticos que tienen muchas de ellas por un lado y la incapacidad del estado para evitarlas por otro.

La presencia del paramilitarismo se ha incrementado notablemente, lo que ha llevado a un aumento del miedo, asesinatos y desplazamientos. Y es que Colombia sigue siendo el país con mayor número de desplazados internos del mundo. La brecha económica ha crecido (y esto sin tener en cuenta la crisis de la pandemia) en un país donde el derecho a la educación y sanidad pública de calidad no existe, porque está todo a merced de los intereses privados. El crecimiento macroeconómico del país, y de la región, no se ha visto acompañado por la distribución de riqueza necesaria para paliar la pobreza, lo que ha llevado a que, en Colombia, como toda América Latina (y por supuesto Venezuela), los índices de violencia y criminalidad se hayan disparado convirtiéndose en la región más violenta del mundo en los últimos años.

Y, por último, el país se encuentra sumido en un contexto de protestas por los abusos policiales constantes que tienen lugar por todo el territorio, y que terminaron de prender la mecha con el asesinato de Javier Ordóñez, un estudiante de Derecho en Bogotá, a manos de la policía. Días antes en Cartagena la policía disparaba hasta la muerte por la espalda a Harold David Morales, un joven futbolista, pero tal asesinato no generó tal protesta social, puede que el ser negro y de la costa tuviera algo que ver como señalan las organizaciones sociales de la ciudad. Pero lo cierto es que esto no es nuevo, según la ONG Temblores entre 2017 y 2019 cada mes murieron en torno a 18 civiles por presuntos abusos policiales.

Todo este contexto de Colombia (y el resto de América Latina) es consecuencia directa y necesaria, en mayor o menor medida, del capitalismo. Es más, lo que pasa en Colombia y en Venezuela, tiene mucho más que ver de lo que se puede pensar, o mejor, de lo que los mass media nos quieren hacer ver. Es decir, en distintas formas (en grados y niveles) de capitalismo. Porque este no es un modelo homogéneo, por el contrario, es inmensamente amplio, lo que permite que el capitalismo de Estados Unidos sea diferente, y tenga funciones diferentes en el orden internacional, que el alemán, el nórdico, que el brasileño o el japonés, y por supuesto, que el nigeriano, sudafricano o coreano.

Los conflictos internos de estos países se leen simplemente como nacionales y no lo son. El conflicto colombiano, basado ampliamente en la distribución y propiedad de la tierra, está atado a todas las formas de producción de la riqueza en el mundo (desde la licita a la ilícita). De esta forma, las consecuencias extremas del capitalismo se sienten más conforme se aleja la mirada del centro. Su violencia, su conflictividad, los espacios que requiere para la dominación implican no lugares donde los derechos, definidos por y para las poblaciones del centro, no tienen cabida.

Las realidades tanto de Venezuela como de Colombia son consecuencia de dinámicas hermanadas y del mismo orden internacional, así como de su pasado común, el cual no puede ser arrancado de la ecuación

Gracias a Immanuel Wallerstein sabemos que el orden internacional capitalista, racista y profundamente patriarcal, por el que se rigen todos estos países, es el que les sitúa en la periferia de la distribución geográfica y racial del trabajo. Las consecuencias vienen determinadas por esas estructuras y el cambio de ellas implicarían no la desaparición del orden sino de su equilibrio. Es decir, el sistema mundo requiere de tal circuito centro, semiperiferia y periferia, y para que América Latina tuviera que dejar de ser tal, el centro tendría que pasar a ser periferia, frente a lo cual, evidentemente, hay creadas todo tipo de dinámicas y estructuras complejas de resistencia configuradas para que eso no resulte fácil este cambio, aunque tampoco es imposible en el tiempo.

Todo ello, repercute en cómo circula y se distribuye la riqueza, los recursos naturales, y en general la acumulación capital y humana, pero también en los procesos y circulación de las migraciones primeramente internas y posteriormente externas. Esto a su vez está fuertemente vinculado con las relaciones de poder y privilegio que se estructuran en torno a todo ese circuito.

Así, nos encontramos con que las asociaciones que se llevan a cabo a partir de la instrumentalización de determinados conceptos y categorías políticas —muchas veces vaciadas de contenido— para describir y demonizar, por intereses económicos e ideológicos, una serie de países en comparación con otros resulta no solo ineficiente, y académicamente hablando errónea, sino ampliamente contraproducente.

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Al final, las realidades tanto de Venezuela como de Colombia son consecuencia de dinámicas hermanadas y del mismo orden internacional, así como de su pasado común, el cual no puede —ni debe— ser arrancado de la ecuación. Venezuela —aunque nunca podría ser calificado como un país comunista desde la Ciencia Política ya que la propiedad de los medios de producción mayoritariamente no es del estado siendo un ejemplo de ello los medios de comunicación del país— sería por lo tanto una víctima de una suerte de modelo comunista (social-comunista, castrochavista, bolivariano, etc) en la medida en que Colombia (y el resto de la región) serían víctima del modelo capitalista racial.

Pero bajo un marco de análisis más complejo, se podría resolver que Venezuela en tanto que hace parte del mismo orden internacional que Colombia que es ampliamente capitalista, racista y patriarcal, sería simplemente una víctima más (o mejor dicho una consecuencia necesaria) de ese orden pese a las resistencias internas que desde lo ideológico se hayan llevado a cabo para escapar o redefinirse dentro de tal orden. Por lo que se podría concluir que es el capitalismo racial el que mata y somete tanto en Colombia como en Venezuela.

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