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Unión Europea
Juncker ejerce de 'coach' en su discurso como presidente de la Comisión Europea
El presidente del ejecutivo europeo fuerza el tono europeísta en su discurso del Estado de la Unión, y pide un solo presidente para el Consejo y la Comisión
Un discurso inspiracional, casi de 'coach', el que ha dado hoy el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, en su alocución como primer responsable del Ejecutivo de la UE. Desde el estrado del Parlamento Europeo en Bruselas, el luxemburgués no ha ahorrado esta mañana un tono optimista frente al tono gris y deprimido que ha marcado todo lo relacionado con la UE desde la crisis del euro. “Porque cuando aparezcan los nubarrones, y aparecerán, será demasiado tarde. Zarpemos. Aprovechemos los vientos favorables" ha concluido entre aplausos. Y como todo buen entrenador personal, ha incluido confesiones íntimas de autosuperación: “Yo con la Unión Europea he estado en la dicha y en la adversidad, y nunca he perdido mi amor por Europa. Pero no hay amor sin decepción”.
Juncker quiere aprovechar esos vientos favorables para reforzar la capacidad decisoria de los órganos (más o menos) representativos de la Unión frente a escépticos de un lado y del otro. Entre estos, Reino Unido el más obvio con su proceso de salida de la Unión”avanzando a toda máquina” (la frase la ha dicho el británico Nigel Farage); pero no solo. Mensajes ha habido para todos, incluido el frente franco-alemán: Juncker quiere eliminar la unanimidad para adoptar decisiones en materias sensibles para Merkel y Macron como la política fiscal común (la propuesta de una Tasa Tobin europea languidece empantanada precisamente por esto) o la política exterior.
Sus propuestas pueden sintetizarse como conservadoras (de lo fundamental de la estructura institucional europea) y audaces en algunos puntos: el presidente de la Comisión quiere unir en una sola presidencia el mando de la propia Comisión y del Consejo (el órgano que representa a los gobiernos de la Unión); ha pedido que los países del euro dispongan de algo parecido a un ministro de Economía que coordine todas las medidas, y ha anunciado su disposición aumentar el alcance de la unión bancaria, el mecanismo inacabado de mutualización de la deuda soberana de los países miembros alcanzado a trancas y barrancas tras cuatro años de crisis financiera. Otras, como una autoridad laboral de alcance europeo, son de alcance más dudoso.
Juncker quiere eliminar la unanimidad para adoptar decisiones en materias sensibles para Merkel y Macron como la política fiscal común
En cuanto a inmigración y fronteras, el presidente ha centrado su discurso en la crisis de refugiados y ha alardeado de que el conjunto de estados miembros ha admitido a 720.000 personas como solicitantes de refugio en 2016, Juncker ha criticado a determinados países por no asumir su cuota, como Hungría, Polonia y República Checa. Pese al tono pro-libertad de movimiento de su discurso, Jucnker no se ha salido del marco utilitarista y ha mencionado la necesidad de acoger más inmigrantes debido a que “Europa envejece”. Pero la única mención a una libertad de movimiento dentro de las propias fronteras de la unión ha sido su oferta a Rumanía y Bulgaría a integrarse en el tratado de Schengen, y le ha dado nuevos palos a las aspiraciones turcas de integración en la Unión. “La inimigración irregular sólo terminará cuando los inmigrantes tengan otras opciones aparte de hacer un peligroso viaje”. No ha hecho mención al papel de las fronteras europeas como determinantes principales de esas opciones.
La sombra de Trump
En realidad, todos los aspectos relacionados con las grandes cuestiones globales como el cambio climático o las políticas comerciales han estado marcados por Trump o el propio Brexit, y la famosa vuelta al proteccionismo que anuncian ambos. Muerto el TTIP (uno de los dos grandes tratados liberalizadores multinacionales heredados de la era Obama), Juncker ha aprovechado para presentar a la Unión como el único agente global todavía en pie para sacar adelante acuerdos significativos. Ha mencionado conversaciones comerciales con Australia y Nueva Zelanda. Y hay cumbre para el día siguiente de la salida del Reino Unido prevista para marzo de 2019. “No es el fin de todo” ha dicho, y ha pronosticado (aupado por cierto triunfalismo económico) que Reino Unido pronto “se arrepentirá de su decisión”. Ha habido tiempo para defender el multilateralismo y hacer guiños a los nuevos tiempos: "Europa también tiene que defender sus intereses".Ese triunfalismo económico ha sido tal vez la verdadera clave del discurso. Aupado por unos datos más bien discretos (como el crecimiento del PIB de la UE en un 2,2%, o el crecimiento del empleo en un 0,4%), Juncker no ha dejado de dar méritos al papel de la Comisión en el manejo de una crisis económica que ve superada 10 años después de su inicio con la crisis de las hipotecas subprime en EE UU. Si los planes de inversión o la regulación bancaria (como ha vuelto a demostrar el caso del Banco Popular) han sido avances hasta ahora tan discretos como los datos macroeconómicos, la mención de Juncker a la “gestión de las reglas presupuestarias” por parte de la Comisión se acerca más a la verdad, como ha demostrado también la tregua presupuestaria concedida a Rajoy desde 2013. Hasta ahí, los vientos favorables. El fin del mandato de Draghi al frente del Banco Central Europeo en 2019 (y muy probablemente del programa de compra de deuda que detuvo la crisis del euro en 2012) y unas elecciones alemanas donde Merkel puede renovar su hegemonía sean quizá los nubarrones a los que se ha referido Juncker en su despedida.