We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Sidecar
Una práctica activista
Me encantó el reciente artículo de Caitlín Doherty, Un estilo feminista, y discrepé enérgicamente prácticamente de todas y cada una de sus líneas. No hay conflicto entre estos dos sentimientos, aunque uno de los tics más desafortunados de nuestro tiempo es su insistencia en interpretar cada conflicto como una prueba de falta de respeto. No cabe duda de que hay casos en los que elogiamos cortésmente un escrito únicamente como forma de genuflexión ante las formas sociales exigidas, pero quiero subrayar que esto no es así en este caso. El argumento de Doherty es ambicioso, su estilo (paradójicamente) es estimulante y su voluntad de cuestionar los tópicos –y de pedir cuentas a las favoritas del mundo literario– es refrescante. Sin embargo, no me convence.
Su argumento es el siguiente. La teoría feminista contemporánea es aburrida, tan aburrida que una generación de pretendidas intelectuales feministas han girado su vista atrás en pos de las pensadoras icónicas de la segunda ola del feminismo. De ahí el incesante ciclo de resurgimiento y redescubrimiento en el que las intelectuales célebres más activas de las década de 1960 y 1970 son rehabilitadas y sobreexplotadas. Las intelectuales en cuestión, más recientemente Andrea Dworkin y Susan Sontag, tienden a poner de relieve la centralidad del sufrimiento femenino y, en consecuencia, la política feminista se ha reducido a una sutil lamentación divorciada de cualquier programa material.
Mi objeción más trivial es que soy menos cínica sobre los usos y abusos de Sontag y Dworkin. La reciente publicación de una colección de ensayos de Sontag sobre las mujeres en la que se muestra abiertamente ambivalente sobre el feminismo de su época y hostil a la cabeza de cartel del movimiento, Adrienne Rich, difícilmente equivale a un intento de canonizar a Sontag como emblema de la segunda ola del feminismo. En cuanto a Dworkin, puede que se la ensalce como estilista no porque alguien desee reducir el feminismo a gestos, sino simplemente porque ella es una gran estilista. Elogiar la escritura de Dworkin no implica que el feminismo sea siempre y únicamente una cuestión de prosa elegante (aunque, como he argumentado en otro lugar, quizá debería serlo).
En términos generales, sin embargo, creo que Doherty tiene razón en que el feminismo contemporáneo es aburrido y poco imaginativo. Podríamos evaluar las perspectivas del movimiento en términos del activismo que inspira o de las teorías que produce. Estoy de acuerdo con «Un estilo feminista» en lo que respecta a la pobreza filosófica de las teorías del feminismo contemporáneo. Por supuesto, sigue habiendo intelectuales feministas a las que merece la pena leer (me viene a la cabeza Nancy Fraser), pero es cierto que, en general, el pensamiento feminista tiene menos vigor de lo que lo fue antaño, que carece de «un compromiso teórico con la totalidad de las experiencias de las mujeres, en tanto que mujeres, por parte de una nueva generación de filósofas políticas», como escribe Doherty. También es cierto que las mujeres intelectuales a las que tendemos a canonizar se convierten con demasiada frecuencia en símbolos, aunque Joan Didion, que no es muy feminista que digamos, es la que más se ha convertido en un eslogan para imprimir en una bolsa de tela. Por desgracia, la corriente más visible del feminismo en el Occidente contemporáneo es, con diferencia, el evangelio de la jefatura femenina, evangelizado por elegantes empresarias como Sheryl Sandberg.
Feminismos
Nancy Fraser: “En el neoliberalismo, las mujeres se encuentran en la primera línea del activismo social”
Profesora de filosofía en la New School de Nueva York, Fraser es una figura destacada del feminismo en EE UU. Muy crítica con el feminismo liberal, dominante en su país, aboga por un feminismo del 99% que desafíe el orden capitalista.
Pero creo que el feminismo, como práctica activista, es más sólido de lo que Doherty cree. Apenas menciona el movimiento #MeToo y desprecia indebidamente la reciente organización en favor de las libertades reproductivas. «Lo más cerca que ha llegado el feminismo de una movilización masiva durante los últimos años ha sido en el ámbito de los derechos reproductivos, que ya no son el terreno de un género, sino el terreno en el que una persona puede ser feminizada, verbo que en el uso contemporáneo significa existir en el filo de la precariedad, alejada de la productividad económica, abrumada por las cargas de la reproducción». No sé por qué otra cosa deberíamos movilizarnos en un momento en el que el derecho al aborto, al menos en Estados Unidos, está tan amenazado. Y no nos equivoquemos: los esfuerzos feministas por igualar el acceso al aborto tras el caso Dobbs –activistas que distribuyen píldoras anticonceptivas a través de redes clandestinas, que consiguen financiación para viajar a estados donde todavía existe el derecho a decidir, etcétera– han sido heroicos.
Y lo que es más importante, aunque estoy de acuerdo con Doherty en que gran parte del pensamiento feminista actual carece de inspiración, no acepto su diagnóstico de lo que lo aqueja. Doherty escribe: «Centrarse en las experiencias negativas de la condición femenina, por muy amplia y ecuménicamente que se definan estas, dará lugar a un feminismo negativo: una participación acreditada en función del sufrimiento». Pero, ¿no es la articulación del sufrimiento colectivo la base del éxito de cualquier movimiento de masas? Hay una razón por la que hemos abandonado algunos de los productos más lacrimógenos de la década de 1970, a saber, los hippies sensibleros que afirmaban que nuestros úteros nos ponían en contacto con la tierra y nos hemos quedado con la más pesimista Dworkin. ¿Qué es la feminidad, en el fondo, sino una desventaja institucionalizada? ¿Y qué es el feminismo, en su esencia, sino el intento de exponer el género como una farsa de pesadilla?