Salud
La cara B de los trastornos alimentarios

Los trastornos de conducta alimentaria suponen un problema central de salud mental en la adolescencia. Los expertos sostienen que el impacto de los TCA va más allá del individuo, repercutiendo significativamente en las familias.
GastroLab en el CEIP Venezuela - 5
Proceso de elaboración del wrap o bocadillo saludable, y brocheta de frutas. Cristina Prieto
9 dic 2023 06:00

“Un día nos avisaron del colegio. Nos dijeron que la niña estaba teniendo un comportamiento extraño, que estaba cambiando su forma de ser y ahí saltaron todas las alarmas”, comparte Silvia, madre de una adolescente diagnosticada de anorexia y bulimia.

En los últimos tiempos, los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) se han convertido en uno de los principales desafíos para la salud mental, especialmente entre la población joven de entre 12 y 21 años. La Revista de la Asociación Médica Estadounidense (JAMA, por sus siglas en inglés), en una investigación publicada en marzo de 2023, asegura que las mujeres tienen más probabilidades de padecer un trastorno alimentario, con un 30%, frente al 17% de los hombres.

Según la Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB), los TCA se caracterizan por ser trastornos psicológicos graves que conllevan alteraciones de la conducta alimentaria, así como la preocupación por alimentación, el peso y la imagen. José Francisco López-Gil, investigador de JAMA Pediatría, señala que estas conductas son más frecuentes en personas con un índice de masa corporal alto: “Tenemos la imagen preconcebida de que esto es algo que solo afecta a personas con delgadez, por lo que las personas con exceso de peso se quedan fuera del radar”, añade.

La ACAB señala que estas alteraciones psicológicas pueden desencadenar enfermedades físicas graves, e incluso, en situaciones extremas, conducir a la muerte, siendo el suicidio o la desnutrición las principales causas.

Ante los riesgos para la salud que provocan los trastornos alimenticios, la Organización Mundial de la Salud (OMS) los sitúa como una enfermedad mental de prioridad para los niños y adolescentes

Los trastornos de conducta alimentaria son enfermedades que todavía son incomprendidas y estigmatizadas por parte de la sociedad. Aunque los trastornos alimenticios pueden empezar con pequeñas preocupaciones por la comida y el peso, estas son mucho más que solamente comida. Ante los riesgos para la salud que provocan los trastornos alimenticios, la Organización Mundial de la Salud (OMS) los sitúa como una enfermedad mental de prioridad para los niños y adolescentes.

La Asociación Nacional de Trastornos Alimenticios (NEDA) asegura que estos tipos de trastornos tienen una estrecha relación con muchos otros factores más allá de la alimentación, como los sociales, biológicos, psicológicos o interpersonales. Los científicos e investigadores todavía están estudiando las causas por las que desarrollan estas enfermedades.

“El epicentro es qué ha pasado para desarrollar esta enfermedad. Y lo que ha pasado, generalmente, no tiene que ver con la comida”, dice la psicóloga Patricia Boldú

Patricia Boldú, psicóloga especializada en trastornos de conducta alimentaria, sostiene que con sus pacientes con TCA intenta hablar lo menos posible de comida porque, según la especialista, el problema de la alimentación es sólo una consecuencia, y no el foco principal: “El epicentro es qué ha pasado para desarrollar esta enfermedad. Y lo que ha pasado, generalmente, no tiene que ver con la comida”.

Boldú también afirma que normalmente los pacientes con TCA cambian radicalmente su personalidad cuando aparece la enfermedad: “Suelen ser buenos chicos, cariñosos y muy perfeccionistas, y de repente, se convierten en alguien completamente diferente y desconocido para la familia. Es un choque muy fuerte”.

Además, la especialista sostiene que la familia es un elemento fundamental, y cuando la enfermedad entra en un hogar, sus pilares se tambalean, expresando que los trastornos de conducta alimentaria no solo afectan directamente a la persona que los padece, sino que también repercuten significativamente en su entorno, incluida la familia. “La palabra es frustración. Te frustras por no haber visto antes que tu hija tiene un problema. No te imaginas que puede llegar a estar pasándolo tan mal y que tú no te des cuenta. No te lo esperas jamás”, manifiesta abrumada Silvia.

“Es muy duro ver cómo tu hija se degenera física y psicológicamente y cómo ella se hace fuerte en unos trastornos y visualizándose de una manera que no tiene ningún sentido”, comparte Laura, otra madre que convive con el trastorno alimenticio de su hija adolescente.

Además, expresa que durante la enfermedad de su hija se enfrentó a dificultades significativas debido a que el padre se resistía a aceptar la realidad sobre el problema de su hija. “Era como si no hablar del problema hiciese que no existiese. Fue un cierro los ojos para no verlo”, sostiene Laura, que continúa diciendo “aún hoy en día no reconoce la enfermedad que tiene mi hija, pero bueno, creo que con la ayuda de mamá y los profesionales con los que ha tomado contacto durante todos estos años, alguna semillita habremos puesto y algo habrá cambiado en ella”.

Tal como afirma Boldú, es común que, en este contexto, las familias tiendan a reaccionar de dos maneras distintas ante la aparición de un TCA: los que no reconocen que su hijo está mal y niegan la enfermedad, y los que realmente se dan cuenta de que sus hijos están en peligro y quieren ayudarle. Es por ello por lo que la especialista sostiene que es necesario que los familiares también acudan a terapia, ya que “al final quien está más cerca del paciente es su familia, y esta tiene que entender muy bien qué es lo que está ocurriendo”, y asegura que no solo es interesante que acudan al psicólogo, sino que “es absolutamente necesario” trabajar tanto con el paciente como con el entorno más cercano, en los que incluye a los padres y también a los hermanos.

Tanto Laura como Silvia mencionan que, durante y después de la enfermedad de sus hijas, buscaron la ayuda de profesionales de la salud mental para afrontar los desafíos emocionales que enfrentaron. “Todo lo que conllevó la enfermedad superó todos mis límites”, confiesa Laura, que continúa diciendo: “Tuvimos una muy mala relación porque ella me culpaba de todo. Emocionalmente estábamos destrozadas, tanto ella como yo, por eso empecé a ir a terapia”. Actualmente, continúa con el proceso terapéutico, no solo como una herramienta para comprender mejor la experiencia de su hija, sino también como un medio para deshacerse de la sensación de culpa y obtener una perspectiva diferente.

“Fue un proceso muy duro. Malos ratos hemos pasado muchísimos. La ansiedad era constante. Yo me encargaba de todo, es decir, cuando ella tenía esos brotes tan inmensos, la acompañaba. Cuando tenía que ir a urgencias al hospital, era yo la que la llevaba. Era agotador sí. Fue mucho tiempo de preguntarnos por qué le pasa esto a mi hija. Lo pasamos mal, claro”, reconoce Silvia. Pero no fue en ese instante cuando tomó la decisión de acudir al psicólogo, según relata sino más adelante: “Yo fui al psicólogo cuando mi hija superó todo esto. A la niña ya le dieron el alta, empezamos a mejorar, y ahí fue cuando me vino a mí el bajón, entonces necesité acudir a la especialista que trabajó con ella”.

Desde la perspectiva de la experta Boldú, el rol del psicólogo para los padres no consiste simplemente en proporcionar consejos para abordar la enfermedad de su hijo, sino más bien en reeducarlos brindándoles las herramientas necesarias para gestionar la situación de la mejor manera posible: “Yo creo que es más educar que dar consejos. Educarles en lo que ocurre y en lo que va a ocurrir”.

Tal y como aseguran los especialistas, los trastornos como la anorexia nerviosa, la bulimia y el trastorno por atracón no se limitan a la alimentación, sino que pueden traer consigo graves consecuencias en la salud emocional. “Si por algo quise especializarme en los TCA fue precisamente porque es el trastorno más completo que existe”, revela la psicóloga Boldú. “Hay muchísimos trastornos que van ligados y a la par con el trastorno de conducta alimentaria, entre ellos la ansiedad, la depresión y el trastorno obsesivo compulsivo”.

Además, sostiene que es posible que los familiares también experimenten el desarrollo de estos desórdenes: “De hecho, muchas veces tengo a los padres en terapia aparte por depresión. No pueden más, están agotados, porque es una lucha de 24 horas, de vigilancia extrema. Además, la enfermedad es bastante agresiva y es bastante hiriente, hace daño, da donde duele y no se corta”, añade Boldú.

Laura asegura que, tal y como señala la especialista, la enfermedad es agotadora: “Había que vigilarla mañana, tarde y noche. Cómo comía, cómo desayunaba, cómo cenaba, cómo merendaba, y vigilarla sobre todo después, porque luego iba al baño a vomitarlo todo”, recuerda abrumada. “Eran peleas, eran discusiones y malas palabras. El día a día en casa era horrible. Bueno, horrible no, lo siguiente” especifica.

Boldú destaca que es frecuente observar conflictos familiares generados por la enfermedad, y que estos son verdaderamente notables hasta que se percatan de que comparten un “enemigo común”, y no están enfrentados entre ellos. “La familia suele venir muy agotada por no entender”, sostiene la especialista, quien explica que, normalmente, cuando la enfermedad alcanza un estado avanzado, el paciente tiende a creer que los cambios en su comportamiento por la enfermedad son parte de su nueva identidad, lo que dificulta la percepción de la realidad.

Boldú, además, expresa con alivio que alcanzar el punto en el que los padres pueden discernir entre las palabras de su hijo y las manifestaciones de la enfermedad es crucial para continuar progresando: “Los padres cuando los ven en uno de sus brotes me dicen ‘es que mi hijo me mira con una mirada muy extraña, como que me odiara’. Ahí ya son capaces de distinguir perfectamente cuándo es su hijo el que habla y cuándo es la enfermedad y eso es un gran paso, porque a partir de ahí se rebaja muchísimo la tensión”.

“Llegamos a tener que estar pendientes día y noche. Yo dormía con ella, sentada en un puff al lado de su cama, porque eran pesadillas, eran llantos… Fue muy feo, yo lo recuerdo como una época fea”, expresa Silvia, que continúa recordando: “En aquel momento no me daba cuenta de lo duro que era porque una madre siempre tiene esa fuerza para decir ‘a mi hija le está pasando algo y vamos a salir de todo esto’, porque vamos a salir, antes o después, podemos estar un año, dos, cinco o siete, pero vamos a salir”.

Dos años después de luchar contra la enfermedad, Silvia comparte con optimismo que su hija ha superado el trastorno alimentario y que ha emprendido un nuevo capítulo en su vida: estudiar psicología: “Cuando se curó, Celia volvió a ser ella otra vez. Ahora con su experiencia y con sus vivencias y deseando ayudar a personas que han pasado lo mismo que ha pasado ella”, manifiesta orgullosa Silvia.

Laura, por su parte, comparte que tanto ella como su hija siguen el camino hacia la recuperación, señalando que la relación entre ambas ha mejorado notablemente, y que siguen luchando contra la enfermedad, ahora juntas.

Tras una profunda reflexión de sus vivencias, ambas madres enfatizan el papel crucial que desempeñan los padres como un sólido apoyo para sus hijos en este largo recorrido.

“Y si algo positivo sacas de todo esto es que sabes que cuando estás mal hay que pedir ayuda, a quién sea, pero tienes que pedir ayuda porque tú de esto sola no vas a salir, es imposible”, expresa Silvia, que concluye diciendo: “para mí, su psicóloga le ha salvado la vida a mi hija, y le estaré eternamente agradecida”.

“La frase que siempre tengo en mente es ‘los padres somos puertos y los hijos sois barcos y en cualquier momento podéis venir a atracar’”, comenta Laura. “Aún me emociono mucho con todo esto”, continúa diciendo entre lágrimas.

El desafío de abordar los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) exige una acción urgente para desmantelar estigmas y promover una narrativa informada y compasiva para eliminar la desinformación que rodea a estos desórdenes. La detección temprana, el acceso a tratamientos especializados y un diálogo abierto se posicionan como pilares fundamentales para abordar de manera eficaz estos trastornos.

Además, es esencial reconocer que la convivencia con los TCA no solo afecta al individuo directamente involucrado, sino que también resuena en sus relaciones más cercanas. En este contexto, la empatía y el apoyo incondicional son herramientas poderosas que pueden marcar la diferencia, permitiendo a las personas enfrentar estos desafíos con mayor fortaleza. Solo a través de una colaboración continuada y un esfuerzo conjunto podremos construir comunidades más comprensivas, derribar barreras y ofrecer esperanza a aquellos que conviven con un TCA, trazando un camino hacia la recuperación y el bienestar.

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