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Editorial
Lo que nos mueve
Diez años después de la caída de Lehmann Brothers, el debate en torno a las razones de la crisis ha desaparecido y el debate en torno a un periodismo que tome el camino de la contextualización y el análisis es urgente.
A pesar de que la tenaz historia se empeña en negarlo, el aislamiento de las sociedades europeas sigue formando una burbuja que, aparentemente, no atraviesan las dinámicas globales y las circunstancias comunes a todos los Estados. No es un fenómeno exclusivo, por supuesto, de España. Es una tendencia que se ha exacerbado pese a la mejora del acceso a la información. ¿Que la lira turca está a punto de provocar el próximo colapso financiero y amenaza con arrastrar bancos como el BBVA? Ya hablaremos de eso cuando pase. ¿Que se produce un brote de cólera en Argelia? No cabe duda de que es más importante que la liga de fútbol pueda decidir disputar un partido en Estados Unidos. ¿Que cada mes se cargan desde los puertos europeos miles de toneladas de explosivos que terminarán volando brazos y piernas en Oriente Medio? Lo importante son los puestos de trabajo que fabricar esas bombas genera aquí.
No se trata de ser más demagogo de lo necesario o de vivir amargados por la certidumbre de que el cambio de época nos pilla mirando al dedo en lugar de a la luna. El debate en torno al periodismo hoy es urgente. Tomar el camino de la contextualización de conflictos y el análisis de las corrientes políticas mundiales que marcan el presente de lo que sucede “aquí y ahora” implica prestar menos atención a aquello de lo que se está hablando aquí y ahora. Es más útil situar a España como lo que es, una región del sur de Europa en un proceso de cambio de ciclo global que comenzó en 2008 y todavía no ha terminado, que seguir fomentando la idea de que se trata de una nación “especial”, aislada de los centros de poder, que decide soberanamente sobre su porvenir. Es más útil, lo que no significa que dé más visitas o réditos inmediatos.
Diez años después de la caída de Lehmann Brothers, el debate en torno a las razones de la crisis ha desaparecido. La imposibilidad de acceso a la vivienda por medio de alquileres justos se presenta como un fenómeno atmosférico. Las razones detrás del aumento de la temporalidad y de la desigualdad se obvian, mientras se señala a los colectivos de manteros como chivos expiatorios de lo que va mal en ciudades aparentemente prósperas.
Cuando la política internacional se convierte en una extensión de la política “nacional” —y el caso de Venezuela desde 2013 es el más evidente—, se corre el riesgo de perder la conexión con la realidad. La apuesta por un periodismo situado, que atienda a los procesos de cambio y transformación que se dan en otros territorios, así como a los riesgos globales que nublan el horizonte, hace inviable, las más de las veces, entrar al trapo de las guerras culturales lanzadas en los medios de comunicación multinacionales y amplificadas en las redes sociales. Pero esta limitación también obedece a otras cuestiones, entre las que cabe destacar la voluntad de no entrar en esas maniobras de distracción. Qué se gana y qué se pierde actuando así son las preguntas a las que, como proyecto comunicativo, intentamos dar respuesta.