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Régimen del 78
Terra de ninguém (Salomé Lamas, 2012): las guerras secretas de Paulo de Figueiredo
Los títulos de crédito discurren sobre una vista aérea de frondosa vegetación, quizás una evocación inaugural a las antiguas posesiones portuguesas en África, donde la historia que vamos a conocer comenzó. Se oyen por primera vez las voces de la directora y su protagonista. "En tu opinión, ¿qué sentido tiene esta película?", pregunta Salomé Lamas. "Quería contar la historia de mi vida, y a partir de ahí que cada cual piense lo que quiera", responde Paulo de Figueiredo. Unas primeras tomas muestran, todavía en silencio, el escenario en que va a desarrollarse la extensa conversación entre ambos: una sala diáfana en un viejo caserón deshabitado, y en ella, un simple fondo de tela negra y una silla de madera. No hará falta mucho más. Figueiredo aparece en pantalla y comienza su relato: «José Paulo Rodriges Sobral de Figueiredo, 66 años. Me formé como ingeniero electrotécnico. Cuando me enrolé en el ejército fui asignado a la unidad de Comandos. Allí hice mi carrera militar, entre 1966 y 1980 o 1981, y después seguí mi vida como mercenario».
La directora explica que supo de Figueiredo y su historia a través de un sociólogo que le había conocido durante su trabajo con personas sin hogar en Lisboa, y que se avino a facilitar el encuentro. Lamas, figura emergente del cine portugués, documentalista de alta tensión reflexiva y estética, toma a partir de aquel primer contacto las decisiones que darán forma a la película. "Teníamos", explica en entrevista con Cinetransit, "varias estrategias a nuestra disposición: recurrir a imágenes de archivo, reconstrucciones, una entrevista más o menos convencional. Pero de lo que me hice enseguida consciente fue de mis propias limitaciones y de lo que realmente me interesaba en aquel personaje. Supe desde un inicio que yo no era ni una historiadora, ni una periodista, ni tampoco una jueza. Estaba haciendo una película y era únicamente una cineasta". Y su opción como cineasta es concentrarse en capturar con la mayor precisión e intensidad el relato de Figueiredo, sus palabras, gestos y miradas, y prácticamente nada más. Ella misma, aparte unos cuantos apuntes breves locutados fuera de escena, desaparece de la película, para dejar frente a frente, en la mayor intimidad, a espectador y protagonista, en planos cercanos, estáticos y siempre frontales, sobriamente iluminados, eludiendo cualquier efecto que pudiese distraer de su testimonio. Un formato que la directora considera, acertadamente, "más poderoso y más violento" de lo que hubiera resultado un ejercicio de documentalismo periodístico convencional.
El camino del capital se allana, ahora y siempre, con violencia. Y la historia de Figueiredo es una historia de esa violencia, contada en primera persona por uno de sus ejecutores
Del capitalismo en cada uno de sus sucesivos estadíos se nos ha contado que es producto de la potencia creadora de los mercados libres, el espíritu emprendedor, el ingenio tecnológico. Sabemos que es mentira. El camino del capital se allana, ahora y siempre, con violencia. Y la historia de Figueiredo es una historia de esa violencia, contada en primera persona por uno de sus ejecutores. Durante una década, en los comandos del ejército colonial portugués, combate en Angola una de las últimas guerras de descolonización, de la que narra estampas de crueldad espantosa y con ellas su propia transformación personal: "la sangre y la pólvora son como la coca y la heroína, se te meten en la sangre". A su vuelta a Portugal tras la Revolución de los Claveles, entra a trabajar en Fidelis, empresa de seguridad privada vinculada a la Asociación de Comandos que reagrupa en la metrópoli a sus veteranos desmovilizados y tiene entre sus clientes a grandes empresarios, políticos conservadores y, muy significativamente, la embajada norteamericana en Lisboa. Tras un infructuoso viaje en busca de trabajo mercenario en la guerra de Rodesia (actuales Zambia y Zimbabwe), en la década de 1980 es reclutado primero por la CIA para la guerra sucia en El Salvador y luego por los oficiales José Amedo y Michel Domínguez de la Policía Nacional española para la guerra sucia contra ETA. "Cuando la ley no permite matar", explica Figueiredo, "alguien asume esa parte. Esos éramos nosotros".
Sabemos que alguien llamado Paulo de Figueiredo estuvo allí. La hemeroteca nos ofrece un puñado de certidumbres al respecto. Fue detenido en el País Vasco francés el 13 de febrero de 1986, tras haber participado en los atentados de los GAL contra los bares Batzoki y Consolation, juzgado y condenado a quince años de cárcel. A diferencia de otros mercenarios detenidos, Figueiredo habla ante los jueces franceses. Su testimonio destapa tanto la trama principal en las fuerzas de seguridad españolas, que acaba conduciendo a la cúpula del Ministerio de Interior, como su mucho menos conocida subtrama portuguesa, que reúne a viejos represores de la PIDE, salazarista y operativos de las cloacas del nuevo Estado nacido de la Revolución de los Claveles, pero ya en rápido proceso de neoliberalización. Parece disparatado pensar que aquel Figueiredo y el hombre que habla ante la cámara pudieran no ser la misma persona, aunque la propia directora pone este hecho entre paréntesis. El protagonista conviene con Lamas, cuenta ella, volver a encontrarse para aprobar el montaje final del filme y entregarle documentos que prueban su historia, pero muere, o parece haber muerto, antes de poder hacerlo. El poderoso relato de Figueiredo choca con la densa penumbra que lo envuelve. La película elude resolver ese conflicto.
[...] en la década de 1980 es reclutado primero por la CIA para la guerra sucia en El Salvador y luego por los oficiales José Amedo y Michel Domínguez de la Policía Nacional española para la guerra sucia contra ETA
Lamas, en entrevista con El País, concluye: "ese trabajo lo tiene que hacer otro, no yo". Ese trabajo está ya en marcha. En un clima de extendido y profundo descontento contra el régimen político español de 1978, la movilización memorialista y la investigación historiográfica han avanzado de la mano en la iluminación de sus turbios orígenes. Se han publicado obras como La transición sangrienta. Una historia violenta del proceso democrático en España (1975-1983) de Mariano Sánchez Soler (Planeta, 2010), La Transición española. El voto ignorado de las armas de Xavier Casals (Pasado y Presente, 2016) o El mito de la transición pacífica. Violencia y política en España (1975-1982) de Sophie Baby (Akal, 2018), que desmantelan casi enciclopédicamente la amnesia selectiva y reconstrucción dulcificada ―auxiliadas en más de un caso por la pura y dura obstrucción a la información y la justicia― que la memoria oficial ha logrado imponer durante un largo período en torno a la violencia estatal, paraestatal y escuadrista, las tramas involucionistas y las cloacas del Estado en el tránsito de la dictadura militar a la monarquía parlamentaria, que luego servirían de caldo de cultivo para la creación de los GAL.
Unos hechos que responden a la complejidad del momento transicional y post-transicional español, pero que también se insertan, como ejemplifica el periplo criminal de Figueiredo por tres continentes, en todo un entramado represivo planetario, de la Red Gladio y los ejércitos clandestinos "stay-behind" de la OTAN en Europa al Plan Cóndor de las dictaduras latinoamericanas o las intervenciones mercenarias en África. Una "internacional negra" de servicios policiales y de espionaje, viejos y nuevos fascismos, soldados de fortuna y delincuentes comunes con la violenta Guerra Fría, la violenta descolonización y el no menos violento ascenso del neoliberalismo como gran telón de fondo.
De las escaramuzas en el festejo carlista de Montejurra en 1976 o la matanza del despacho laboralista de Atocha en 1977 a los atentados de los GAL entre 1983 y 1987, en España afloran una y otra vez terminaciones de esa "internacional negra", operativos de la Triple A argentina, la OAS francesa o el Ordine Nuovo italiano, cuyas actividades mano a mano con escuadristas locales y cloacas del Estado recoge la prensa de la época pero rara vez llegan a ser seriamente escrutadas por los tribunales, entre protestas de periodistas, políticos y hasta de los mismos magistrados por la manifiesta falta de cooperación del resto de poderes del Estado. Toda una dimensión desconocida de nuestra historia reciente, sobre la que alguna literatura especulativa y sensacionalista ha arrojado más confusión que luces, pero sobre la que ya se dispone de algunos sólidos trabajos historiográficos, como el ensayo "Entre dos continentes. Estrategia de la tensión desde la ultraderecha latinoamericana a la europea" de Eduardo González Calleja (Tiempo Devorado. Revista de Historia Actual, vol 4, nº 1, 2017).
En su crítica a la película de Lamas, Xavier Casals afirma: "en el nivel de los hechos, Figueiredo no explica nada que no esté ya en los sumarios. No revela nada, ni delata a nadie". Eso es cierto, pero no impide que la cinta ofrezca una mirada de singularísimo interés sobre la materia prima humana del crimen de Estado, los ciclos de violencia que atraviesa y de los que se nutre, su microfísica íntima. Incluso aunque intuyamos que quizá se ha traspasado en algún punto la frontera entre el documentalismo y la paraficción, su relato ensancha el ínfimo espacio dedicado en general en la crónica periodística o historiográfica, apenas un nombre y a veces ni siquiera eso, a sus peones y su excepcional perspectiva de los hechos. Algo que ya había ocurrido en otros lugares ―por ejemplo en Italia, con la autobiografía Io, l'uomo nero (Marsilio, 2008) del legendario escuadrista Pierluigi Concutelli―, pero que representa una completa novedad en España, donde la práctica totalidad de los ejecutores de las tramas negras de la Transición y posteriores, decenas o centenares de nombres e historias de violencia hoy tan desconocidos como nos lo seguirían siendo los de Figueiredo sin esta película, se desvanecieron sin apenas dejar rastro en la nueva normalidad neoliberal que, con sus crímenes, tan significativamente habían contribuido a instituir.
*Terra de ninguém, 2012. Dirección y guión de Salomé Lamas. 72 minutos. Disponible en Filmin.